La Universidad Laboral





I

Hablar de la Universidad Laboral -para mí nunca tendrá otro nombre- en su vigésimo quinto aniversario era algo obligado para alguien que, como yo, fue alumno suyo durante tres cursos, concretamente entre los años 1972 y 1975; años en los que mi adolescencia me hizo especialmente sensible hacia todo aquello que me rodeaba en la antesala -presentida, pero todavía no alcanzada- de mi edad adulta. No puedo, pues, y así lo confieso, hablar de la Laboral sin rememorar una época que para mí fue especialmente grata con algunas excepciones, que las hubo, tales como la gimnasia -siempre he sido gordito- o la de aquella profesora cuyo nombre no viene a cuento que nos hizo un examen en frío recién llegados allí y luego se limitó a repetir sospechosamente la misma nota durante todo el curso para desesperación de los agraciados con un desafortunado suspenso...

No, nunca podré hablar mal de una institución que nos acogió en el sentido más literal de la palabra proporcionándonos no sólo una enseñanza muy superior a la que entonces se impartía en cualquier otro centro escolar de Alcalá, fuera éste el instituto -porque entonces sólo había uno- o los escasos colegios privados que impartían el bachi-ller superior, sino también un trato integral que comprendía desde unos colegios -léase residencias- en los que un director y unos educadores atendían todas nuestras inquietudes adolescentes, hasta una serie de actividades extraescolares que iban desde las estrictamente culturales -música, cineclub- hasta las deportivas o las de ocio; esto sin olvidar que, si bien yo estaba en calidad de alumno mediopensionista -comíamos en la propia Laboral para disgusto de estómagos delicados como el mío-, la mayor parte de los alumnos estaban en calidad de internos durmiendo y haciendo prácticamente toda su vida en el desahogado recinto de la Laboral.

Muchos son los que han echado en cara a las universidades laborales -y es de suponer que no hayan sido alumnos de las mismas- el estigma de haber sido una institución franquista; pero yo, que estuve en la de Alcalá en unos años en los que la política estuvo felizmente alejada de sus aulas, sólo puedo decir que la calidad de sus profesores y la condición humana de sus directores y educadores estaban enfocadas única y exclusivamente a la formación de los alumnos en un intento, sin falsos igualitarismos, de conseguir que los hijos de los obreros pudiéramos acceder a la enseñanza superior en igualdad de condiciones con los pertenecientes a otras clases sociales más privilegiadas. Y si alguien duda de esto, baste con recordarle que en la España de 1975 eran todavía muy pocos los hijos de obreros que tenían acceso a la universidad, mientras que los ex-alumnos de las Laborales que no deseábamos realizar los estudios de ingeniería que se cursaban en los propios centros -como fue mi caso- teníamos derecho a una beca que nos permitía seguir los estudios de cualquier carrera en mejores condiciones económicas que los becados por el Ministerio de Educación y Ciencia, sin más requisito, completamente lógico por otro lado, que el de aprobar todos los cursos.

Ésta es, y no otra, la óptica desde la que yo contemplo la labor social de las universidades laborales basándome en mi propia experiencia personal: Una excelente idea viniera de quien viniera, que eso importa poco, que sirvió para que muchos hijos de obreros pudiéramos acceder a unos niveles de enseñanza que entonces estaban reservados en la práctica para los pertenecientes a grupos sociales más favorecidos en una España que todavía no había dejado de ser pobre. Es por ello por lo que siempre tendré que estar agradecido a una institución que me brindó los medios para llegar a ser lo que soy hoy, y a la que felicito de todo corazón en su vigésimo quinto aniversario en el deseo sincero de que, en sus nuevas circunstancias y con su actual e insulsa denominación, pueda seguir rindiendo la fecunda labor social que la ha caracterizado durante todos estos años.




Una instantánea de mi intervención durante los actos de
celebración del 25º aniversario de la Universidad Laboral




II 1

En este país que tan dado es a celebrar con todo ornato cualquier cosa celebrable por nimia que sea ésta, espíritu del que esta ciudad no queda exenta, se echa en falta (al menos nosotros dos lo hacemos) un mayor reconocimiento de la sociedad alcalaína a la enorme labor cultural a portada por la universidad laboral a lo largo de sus cinco lustros de existencia; pero ya se sabe que la ingratitud es una de las constantes españolas.

Y es que es realmente mucho lo que la ciudad de Alcalá debe a la Laboral, desde la organización de múltiples actos culturales hasta la formación de muchos miles de alumnos tanto alcalaínos como foráneos, un buen puñado de los cuales acabaron sentando asimismo sus reales en Alcalá, como ocurrió sin ir más lejos a uno de nosotros dos, gracias a que en nuestra ciudad encontraron un lugar donde ejercer sus conocimientos recién adquiridos y también, en muchas ocasiones, una media naranja con la que compartir su nueva vida. Y, aunque no se pueda cuantificar la magnitud de este enriquecimiento cultural y profesional, no cabe la menor duda de que de no haber existido la Laboral la sociedad alcalaína hubiera sido menos brillante de lo que es en la actualidad.

Sin embargo, no sólo le faltaron las alabanzas sino que también le llovieron las críticas, algunas tan peregrinas y tan absurdas como aquéllas que acusaban a las universidades laborales de desclasar a los hijos de los trabajadores... Vamos, como si dar a éstos los medios y aún la oportunidad de poder acceder a una enseñanza superior fuera algo intrínsecamente perverso. Claro está, que también habría que preguntar a tan egregios acusadores la razón por la que preferían que los hijos de los trabajadores continuaran siendo asimismo obreros como sus padres; y a buen entendedor...

Lo cierto es que con el fin del antiguo régimen y el comienzo del actual, allá por 1975, comenzaron a correr malos tiempos para las universidades laborales; y no porque su calidad docente hubiera disminuido lo más mínimo, sino porque no se les perdonaba su poco democrático origen a despecho de lo importante de su labor social. Qué se le va a hacer... Era la fruta del tiempo. También hay quien dice, y puede que no le falte razón, que el Ministerio de Educación y Ciencia no veía con buenos ojos que una estructura educativa tan importante se escapara de su control y, por si fuera poco, compitiera con ventaja con sus propios institutos y escuelas técnicas. El caso cierto fue que de repente todos parecieron estar de acuerdo en desmantelar las universidades laborales sin haber cometido éstas otro pecado que el de dar una excelente formación a sus alumnos; y la de Alcalá, huelga decirlo, no fue ninguna excepción.

Fueron unos años muy difíciles aquéllos de los últimos setenta, con unas universidades laborales rodando de un ministerio a otro como la falsa monea de la copla, expulsadas del ministerio de Trabajo que antaño las alentara para acabar cayendo en el de Educación y ciencia que, no se puede decir otra cosa, las trató como una madrastra. Vino entonces el simbolismo del cambio de nombre convirtiéndolas en unos fantasmagóricos Centros de Enseñanzas Integradas, siglas insulsas que escondían la transformación de las laborales en simples y anónimos institutos; pero, quizá a modo de venganza postrera, la Laboral de Alcalá sigue siendo tal no sólo para los antiguos ex-alumnos que la llevamos todavía en el corazón, sino también para la práctica totalidad de la población alcalaína que la sigue llamando por su antiguo y sugerente nombre.

No todo habría de ser negativo, no obstante, en esta nueva etapa de la Laboral alcalaína, ya que enriqueció sus aulas con la enseñanza de una Formación Profesional inexistente en nuestra etapa de alumnos; pero tampoco fue todo bueno ya que no hace todavía demasiado tiempo la escuela de Telecomunicaciones, la perla de su sistema docente, la abandonó buscando el cobijo de la pujante universidad alcalaína. Y así, a modo de símbolo de los nuevos tiempos, el macizo y renqueante edificio de nuestra Laboral se vio desmochado en sus últimas plantas, precisamente aquéllas que albergaban a los estudiantes de Teleco... Simple coincidencia, quizá, justo con la necesidad de aliviar la resentida estructura; pero sumamente significativa en todo caso. Al mismo tiempo sus fachadas, de ladrillo visto hasta ahora, han recibido un revoco que las ha hecho cambiar radicalmente de aspecto; otra coincidencia, con toda seguridad, pero símbolo también quizá de que la vieja Laboral, superados ya todos sus antiguos traumas, se acicala como una muchacha coqueta preparándose para una nueva etapa que le deseamos de todo corazón sea lo más fructífera posible.




1Escrito en colaboración con Sergio Coello.


Publicado el 2-5-1992, en el nº 1.285 de Puerta de Madrid
Actualizado el 11-3-2007