Reflexiones sobre una pintada





¿A qué régimen se referirá?


El otro día, paseando por mi barrio, me encontré con la pintada que ilustra este comentario realizada sobre el escaparate de una antigua sucursal bancaria, hoy cerrada. Y me sorprendió bastante, esa es la verdad, ya que las otrora florecientes pintadas políticas de los tiempos de la Transición son hoy prácticamente inexistentes, al menos en el ámbito en el que yo me muevo, sustituidas eso sí por esas omnipresentes gamberradas -por llamarlas algo suave- que algunos se empeñan en elevar a la categoría de “arte urbano” y que yo sólo veo como una manera garrula de guarrear las paredes.

Y no es que las pintadas políticas no guarrearan, que guarreaban lo suyo, pero por lo menos intentaban transmitir un mensaje con independencia de que se pudiera estar o no de acuerdo con él y con independencia, también, de que personalmente yo siempre haya preferido otro tipo de pizarras más reutilizables para exponerlas, que ya se sabe que la libertad de opinión, al menos desde hace más de treinta años para acá, no debería estar reñida con el civismo ni con el destrozo de los monumentos. Pero ésta es otra historia.

Centrémonos, pues, en los mensajes de este medio de expresión con independencia de la idoneidad o no de sus soportes. Sabido es que alguna de estas breves frases han pasado al imaginario colectivo, tal como ocurrió con las sesentayocheras “Que paren el mundo, que me quiero bajar”, “Prohibido prohibir”, “La imaginación al poder” o “Seamos realistas, pidamos lo imposible”; o con la conocida declaración de principios hippieHaz el amor, no la guerra”.

En España, durante los últimos años del franquismo y los inmediatamente posteriores de la Transición, las pintadas fueron, por lo general, bastante más prosaicas y consecuentemente menos intelectuales, del tipo “Libertad y amnistía ” -completada en algunas regiones con la coletilla de “y estatuto de autonomía”-, o bien se limitaban a plasmar incitaciones a la huelga o proclamas a favor o en contra de determinadas opciones políticas, sin que faltaran deseos de vida o muerte a los diferentes líderes de la época. En resumen, todo ello solía ser bastante aburrido.

Un salto cualitativo en la originalidad de las proclamas fue sin duda el protagonizado en 2011 por el movimiento 15 M, con ingeniosas frases del tipo “No hay pan para tanto chorizo”, “Me sobra mes a final de sueldo”, “Mis sueños no caben en tus urnas” o “Error de sistema. Reinicie, por favor”, y también las que posteriormente acuñaron los colectivos especialmente perjudicados por la apisonadora privatizadora del PP, tales como los profesionales de la enseñanza y la sanidad: “No podréis recortar nuestros valores”, “¿También hemos estudiado por encima de nuestras posibilidades?” o “No paguéis la deuda con nuestro futuro”.

Volviendo a la pintada de mi barrio, lo cierto es que ésta es heredera directa no de estos movimientos recientes, que además acostumbrar a ser totalmente respetuosos con las paredes, sino de los grafitis políticos de pasadas décadas no sólo por su contenido, sino también por lo tosco de su confección, con un simple bote de tinta negra y una caligrafía desmañada que si en su día podría haberse atribuido a la precipitación de la clandestinidad, a estas alturas parece más bien fruto de la ESO aunque, eso sí, sin faltas de ortografía, ya que hasta el acento está bien puesto... algo es algo.

En cuanto a su mensaje, éste no puede ser más escueto: “Abajo el régimen”, lo cual me plantea una duda casi metafísica. ¿A qué “régimen” se puede referir? En tiempos de Franco no había dudas, el “Régimen” -así, con mayúsculas- era la dictadura franquista, con lo cual todos -incluso los policías- sabíamos perfectamente a qué se refería el anónimo autor de la pintada. Pero ahora...

¿Se tratará el régimen democrático? ¿Se querrá referir, por el contrario, a la oligarquía financiera, que también tiene lo suyo? ¿O más bien, quizá, esté manifestando su oposición al régimen monárquico? Porque desde luego difícilmente se puede hablar del “régimen” de tal o cual partido, por muy repulsivo que nos pueda resultar cualquiera de ellos... o incluso todos.

Así pues, tan sólo me caben dos posibles explicaciones. La primera, es que su anónimo autor pudiera ser un antifranquista nostálgico que, al modo de esos soldados japoneses perdidos en una remota isla del Pacífico que no se enteraron de que la II Guerra Mundial había terminado hasta varias décadas más tarde, haya querido reverdecer sus laureles recordando los tiempos en los que corría delante de los grises al tiempo que proclamaba a los cuatro vientos, si el resuello se lo permitía, soflamas revolucionarias... pero la verdad es que se me hace difícil creerlo, ya que yo pienso que a estas alturas hasta el más despistado, incluso el famoso -según la Ley de Warhol- pastor de un anuncio de televisión, debe de estar ya enterado de que Franco se murió hace más de treinta y cinco años, y que su régimen le sobrevivió tan sólo unos pocos más.

Por lo tanto, he de optar por la segunda de ellas, por poco probable que me parezca: a lo mejor resulta que tan airada protesta proviene de alguien con sobrepeso -evitaré utilizar la palabra obeso, por eso de la corrección política- que, harto de comer verdura y pescado hervido, haya decidido rebelarse contra la tiranía de los médicos y de los regímenes de adelgazamiento, que también tienen lo suyo. En caso de que efectivamente hubiera sido así, me imagino al iracundo gordito, una vez perpetrada su opinión, arrojando al suelo el bote de pintura, ya inútil, y zambulléndose en el bar más cercano para zamparse un buen bocadillo de calamares regado con una generosa caña de cerveza, y que al corazón y al colesterol les den por donde más les duela.

En cualquier caso, si esto no es un gesto de rebeldía revolucionaria, que venga Dios y lo vea.


Publicado el 1-10-2012