Los porros “medicinales”





Hoja de marihuana


De un tiempo a esta parte viene menudeando las presiones, por parte claro está de sus consumidores, a favor de la legalización de las eufemísticamente denominadas “drogas blandas” -como si alguna droga lo fuera-, lo cual se suele referir en la práctica a los diferentes derivados del cannabis -o cáñamo indio- tales como el hachís, la marihuana o la grifa, vulgo porros.

En un principio sus “argumentos” fueron tendentes a  “demostrar” la inocuidad de su consumo, y cuando resultó evidente que no era así, pasaron a compararlo con el de las por ellos denominadas “drogas legales”, es decir, el alcohol y el tabaco, algo ya de por sí discutible ya que no se puede comparar el efecto pernicioso de dos substancias diferentes sin hacerlo asimismo en función de las dosis... tal como decía un profesor mío de química, hasta el jamón podría resultar venenoso si comíamos de golpe la suficiente cantidad del mismo.

Por supuesto, “olvidaban” decir que, con independencia del daño intrínseco que pudiera provocar en el organismo un consumo excesivo o continuado de estas substancias, se daba la circunstancia de que la sociedad occidental lleva coexistiendo con el alcohol desde hace milenios en el caso de los fermentados y alrededor de mil años en el de los destilados, así como sus buenos cinco siglos con el tabaco, lo que hace que sus respectivos consumos estén ampliamente asentados, para bien o para mal, en nuestros hábitos, a diferencia del caso del cannabis que, amén de reciente -salvo casos esporádicos y estadísticamente irrelevantes-, jamás ha sido, por fortuna, ni mayoritario ni socialmente aceptado, salvo claro está para sus adeptos.

Dicho con otras palabras, no es lo mismo erradicar algo que esté ampliamente asentado, o que incluso sea mayoritario, que aquello que, legal o ilegal, nunca ha dejado de ser propio de una minoría. Es por esta razón por la que sus propios argumentos se vuelven en su contra, ya que la estúpida prohibición del alcohol implantada por los puritanos norteamericanos y de algunos países nórdicos durante la primera mitad del siglo XX es sobradamente sabido a lo que condujo, algo que evidentemente no ha ocurrido con la prohibición de las drogas -por cierto, implantada más o menos hacia la misma época- por más que, eso sí es cierto, el tráfico ilegal de las mismas sea uno de los más importantes problemas policiales actuales, aunque sin llegar ni de lejos a los conocidos episodios delictivos propiciados por la estúpida, hipócrita y cerril Ley Seca.

No, no me he olvidado de la tajante prohibición del alcohol vigente, con mayor o menor rigurosidad, en los países de mayoría musulmana, pero preciso que estoy hablando de nuestra civilización y no de otras -los hinduistas también prohíben comer carne de vaca, pongo por ejemplo, y también hay sectas visceralmente vegetarianas-, aparte de que aquí no pretendo considerar factores religiosos sino tan sólo sociales y, por supuesto, médicos.

Así pues, una vez descartadas tanto su inocuidad como la conveniencia de legalizar los porros -hasta la progre Holanda está intentando restringir, al menos en parte, su consumo-, a sus defensores tan sólo les quedaban dos opciones, la de rendirse a la evidencia o la de buscarse otro “argumento” para justificar su consumo, preferiblemente avalado por testimonios presuntamente científicos... y lo encontraron, con lo que lograron poder seguir dando la lata.

El nuevo “argumento” que se sacaron de la manga en esta ocasión no fue otro que el de las presuntas propiedades terapéuticas de los derivados del cannabis o, si se prefiere, de su principio activo, el tetrahidrocannabinol o THC, responsable de los colocones de los fumadores de porros. Y quizá no les falte razón en ello -como no soy médico no puedo juzgar con conocimiento de causa-, aunque la extrapolación que hacen acto seguido es lo que deja bastante que desear.

Para empezar, no es de extrañar que el THC, o cualquiera de las otras substancias químicas que pueda tener el cannabis, tenga aplicaciones médicas; un medicamento tan útil y necesario como la morfina se extrae del opio, y son muchas las plantas venenosas, tales como la digital, el beleño, el estramonio, la cicuta o el cornezuelo entre otras muchas, todas ellas utilizadas desde hace mucho en la industria farmacéutica pero con las cuales no resultaría demasiado recomendable hacerse una infusión o una ensalada o, llegado el caso, fumárselas.

Pero ojo, que una planta -la que sea- presente utilidad terapéutica no quiere decir en modo alguno que se pueda utilizar de cualquier manera en plan remedio casero de la abuela. Si bien la digitalina extraída de la digital resulta útil para el tratamiento de ciertas enfermedades cardíacas, si nos hacemos una infusión de esta planta lo más seguro será que acabemos en el hospital más cercano (comprobar). Y desde luego, no es precisamente lo mismo que un médico te suministre morfina para calmarte los dolores, a que tú, apelando a los innegables efectos terapéuticos de los opiáceos, te inyectes por tu cuenta y riesgo heroína -también procedente del opio- o te dediques a fumar este último, tal como hacían los chinos del siglo XIX para beneficio de la puritana -cuando le interesaba- Inglaterra.

Porque, conviene no olvidarlo, los defensores del uso “medicinal” -con comillas, por favor- de los derivados del cannabis lo que propugnan no es que éstos sean extraídos del hachís o de la marihuana, utilizados en la confección de un fármaco, puestos en pildoritas y administrados bajo receta y supervisión médica, como parecería lo lógico; no, lo que quieren es que les dejen fumarse porros a su aire para “calmar” sus presuntos males, sean éstos reales o fingidos.

Argumentos que, dicho sea de paso, se caen por su propio peso y que recuerdan a las famosas propiedades medicinales que se solían atribuir antaño a ciertos brebajes destilados. En primer lugar, y esto no deja de ser una perogrullada, si fumar tabaco es malo, algo que salvo algunos recalcitrantes todo el mundo parece tener bastante asumido, digo yo que fumar porros será al menos igual de malo, dado que en éstos se mezcla el hachís con el tabaco del cual, que yo sepa, todavía no se ha defendido beneficio terapéutico alguno. Esto, claro está, sin olvidarnos tampoco de las posibles sustancias nocivas producidas por la combustión del propio hachís -y evidentemente también del tabaco que lo acompaña-, dado que durante cualquier combustión se suelen generar numerosos compuestos químicos -no sólo humo, ya de por sí dañino- que por lo general suelen ser bastante chungos para la salud.

Por otro lado, un tratamiento médico a base de fármacos requiere dos premisas fundamentales además, claro está, del diagnóstico clínico: la prescripción y la dosificación, todo ello llevado a cabo por un profesional sanitario plenamente capacitado para estos menesteres. Pero eso de -y juro que lo he leído en los periódicos- “fumo porros porque el médico me ha dicho que es bueno para calmarme los dolores” es algo que, cuanto menos, suena a chiste, y no creo que haga falta perder el tiempo esgrimiendo argumentos que se caen por su propio peso.

Para terminar, está el hecho constatado, y denunciado por los médicos -los de verdad, se entiende- de los efectos perniciosos que causa en el organismo el consumo habitual de cannabis, sin duda muy superiores a los presuntos beneficios que se podrían obtener fumando porros.

Y desde luego, ahora que por fin se está logrando poner coto al tabaquismo, y que por primera vez en la historia reciente los no fumadores hemos logrado estar casi libres de humos ajenos y los fumadores, incluso muy a su pesar, están empezando a evitar, siquiera parcialmente, los estragos que produce el tabaco en sus cuerpos, cuando cada vez se fuma menos y fumar está cada vez peor visto, me parece una auténtica aberración que se defienda fumar algo que no hace falta ser médico para presumir que deba de ser todavía peor que el tabaco, por mucho que se quiera dorar la píldora.

Insisto, sería muy fácil, en el caso de que fuera cierto, hacer con el cannabis lo mismo que se hace con una substancia tan dañina como el opio obteniéndose el equivalente a la morfina; pero, claro está, esto es algo que no les atrae a los fumatas, dado que no les serviría como justificación para su vicio. Si a ello le sumamos que fumar porros se convirtió, dentro de ciertos ámbitos progres, en una de las pautas de conducta de estos trasnochados colectivos, no es de extrañar que sus seguidores se agarren con uñas y dientes a unos argumentos tan peregrinos.

Lo malo, es que todavía a estas alturas alguien les siga haciendo caso.


Publicado el 21-8-2012