Fanatismos idiotas





Pánico me daría estar metido en un sitio así


Hará cosa de unas semanas, en un conocido programa humorístico de televisión, un cantante del cual yo no sabía ni siquiera que existiese, pero que al parecer debe de ser relativamente popular en ciertos ámbitos de la mal llamada música moderna, se prestó a participar en un truco de magia en el que fingieron su decapitación. Aunque yo no vi el número, en esta ocasión no por desconocimiento, sino por desinterés, deduje que debió de ser similar a esas actuaciones en las que un mago profesional sierra presuntamente por la mitad a su ayudante, o bien la convierte -también presuntamente- en un acerico a base de clavarle -presuntamente, se entiende- varias espadas... sin que ni tan siquiera fuera original el truco cortar bruscamente la emisión simulando que había pasado algo, ya que también los citados magos solían darle un falso dramatismo a su truco poniendo cara de circunstancias al tiempo que preguntaban si había algún médico presente en la sala.

En cualquier caso, y de toda la vida, siempre que la gente ha ido a ver actuar a un mago o a un prestidigitador entendía -salvo que se tratara de niños de corta edad o de imbéciles sin remedio- que todo se trataba de un truco, y que el mérito de éste no estribaba en que poseyera poderes realmente mágicos, sino en su habilidad para darnos gato por liebre. Y nos quedábamos tan satisfechos, preguntándonos cómo habría sido capaz de fingir que partía en dos a esa bella señorita.

Pero ahora, al parecer, la gente se ha vuelto mucho más crédula, porque si no, no se explica la que se lió con el presunto guillotinamiento... según dijeron los periódicos las redes sociales ardieron, y hasta el propio cantante tuvo que emitir un comunicado para advertir a los cenutrios de sus seguidores algo tan como que su cabeza continuaba estando en su sitio. ¡Pero es que hasta la propia productora del programa se vio obligada a pedir disculpas por la broma!

Puesto que no creo que la evolución nos haya jugado la mala pasada de reducir de forma tan drástica el cociente intelectual medio de la humanidad en tan pocos años, tan sólo me queda una posible explicación: el fanatismo obsesivo hacia cualquier tema, incluyendo el enfocado hacia los cantantes e ídolos musicales de toda laya, debe de ser peligroso para la lucidez mental... aunque a lo mejor es justo al contrario. En cualquier caso, si no es así, no me lo explico.

Y es que no se trata de un caso único cuando hay fans por medio. ¿Recuerdan la falsa noticia de la muerte de Ana Torroja, la antigua vocalista del desaparecido grupo Mecano? Eso ocurrió en 1982, mucho antes de que aparecieran internet y las redes sociales, lo que no impidió que se extendiera como la espuma y que incluso la propia Televisión Española -la única que existía entonces- se hiciera eco del bulo.

Eso por no hablar de la famosa historia, ocurrida a finales de los noventa, del fantasmagórico vídeo en el que presuntamente se veía a un conocido cantante convertido en espectador involuntario de las prácticas poco edificantes que una niña hacía con su perro, vídeo que todo el mundo -o casi todo, a mí que no me cuenten- afirmaba haber visto pero que nadie pudo ser capaz de aportar como prueba de sus afirmaciones... porque resultó ser completamente falso.

Estas histerias colectivas no sólo ocurren cuando el bulo que corre reviste el conveniente dramatismo, tal como ocurría en los casos que acabo de comentar, sino también en otros mucho más chuscos. Así, no es extraño leer que con motivo de la llegada al sitio X de un personaje famosillo dentro de estos ámbitos, sus fans llegan incluso a hacer cola durmiendo en la calle para tener el “honor” de poder verlo o, en el caso de que sea cantante, de poder conseguir una cotizada y, por supuesto, cara entrada.

Cierto es que no se trata de un fenómeno restringido a la música moderna o, más globalmente, a lo que se podría denominar como cultura pop, ya que en otros ámbitos bien distintos también se han dado casos hasta cierto punto similares, como ocurre con el forofismo futbolístico o con el divismo en el mundillo de la ópera, eso sin contar con los tiempos pasados en los que los toreros eran auténticos ídolos nacionales. Ciertamente en todos estos casos la gente se pasaba, y se sigue pasando, bastante de rosca, pero yo creo que, con todo, no llegan a los grados de histeria que se suelen alcanzar dentro de la citada música moderna o pop. Al fin y al cabo fan viene de fanático, lo cual lo dice todo.

Aunque el fanatismo abarca ámbitos muy diversos, desde el religioso hasta el político o el deportivo, quizá sea aquí donde alcance uno de los mayores grados de irracionalidad, no por lo grave de sus consecuencias -ahí está el terrorismo islámico como ejemplo de salvajismo- sino por lo absurdo de sus raíces, ya que no suele ser infrecuente que los objetos de tanta admiración resulten ser no sólo mediocres musicalmente hablando, sino en muchas ocasiones, además, efímeros cuando no directamente prefabricados. Así pues, podríamos hablar del fanatismo del humo.

Se me objetará, quizá, que éste es un fenómeno muy vinculado a los adolescentes, una etapa de la vida en la que, como es sabido, los chavales suelen tener la cabeza a pájaros; y es cierto, como cierto es también que resulta difícil criticar sus estupideces cuando los adultos hechos y derechos las cometen del mismo calibre, cuando no todavía peores...

En cualquier caso, y gracias a su dominio de las nuevas tecnologías de la comunicación, en especial las redes sociales, lo cierto es que los adolescentes -y los que no lo son- tienen a su disposición unas poderosísimas herramientas para dar rienda suelta a sus expansiones, con lo cual la banalidad tiene todo a su favor para expandirse impunemente por nuestra sociedad.

No, no es que los chavales sean ahora más idiotas que antes; lo que ocurre es que, tal como profetizara Ortega en La rebelión de las masas, los mediocres tienen ahora la posibilidad de airear sus opiniones y sus pautas de comportamiento con mucha más efectividad que las generaciones anteriores, lo cual, unido al inevitable gregarismo de buena parte de la sociedad, conduce hacia esta banalización global que no tendrá por menos que desagradar a cualquiera que sea mínimamente reflexivo.

Pero es lo que tenemos, y así nos va.


Publicado el 19 -12-2011