El “buen” tiempo





Una borrasca fotografiada sobre España por el Meteosat


Confieso humildemente que formo parte de esa exigua minoría de ciudadanos, ignorada por muchos, despreciada por algunos, que, en el caso de ser víctimas de una de esas estúpidas encuestas a las que tan aficionados son los periodistas, concretamente requiriéndonos nuestra predilección por alguna de las cuatro estaciones del año, responderíamos que cualquiera de ellas menos el verano... vamos, que no me gusta nada el calor, y si no fuera por las benditas vacaciones catalogaría al verano como una de las mayores maldiciones que me veo obligado a padecer, para mi desgracia, año tras año. Aclaro que me estoy refiriendo al mortífero verano mesetario, evidentemente de haber nacido no en Castilla la Nueva -me niego en redondo a utilizar las absurdas y politizadas denominaciones geográficas actuales, pero ésta es ya otra historia distinta que comentaré oportunamente- sino en Escandinavia, o en las vastas tundras siberianas o canadienses quizá pensaría de otra manera; pero no es el caso.

El caso, y valga la redundancia, es que a partir de veinte grados dejo de estar cómodo, a partir de treinta paso a estar razonablemente molesto y, rozando los cuarenta, no sé literalmente donde meterme, aunque me gustaría hacerlo en una bañera repleta de cubitos de hielo. Si a eso le sumamos mi teoría, sólidamente asentada en pruebas empíricas incluido el tercer principio de la termodinámica1, de que si hace frío siempre te puedes abrigar, mientras que si hace calor llega un momento en el que ni despellejándote lograrías el menor alivio, se comprenderá fácilmente que en verano, e incluso si la cosa va mal ya desde mediados de la primavera hasta bien entrado el otoño, esté que literalmente me subo por las paredes.

Además, miren que para esto también soy raro2, me gustan más los días nublados que los soleados, básicamente porque prefiero el ambiente fresco al desagradable picor del sol a poco que éste apriete, al tiempo que no me molesta en absoluto la lluvia, salvo que me pille al descubierto y sin paraguas. Sí, ya lo sé, debería haber nacido en Galicia en lugar de en Alcalá de Henares, pero les puedo asegurar que no me dieron a elegir. Y tampoco me puedo ir a vivir allí, ojalá fuera todo tan sencillo, debido a todas las ataduras -trabajo, familia...- con que los humanos tenemos la manía de cargar.

Pero no basta con padecer en silencio, a modo de innombrable enfermedad, la incomprensión de los demás, incluyendo a aquellos aficionados a torrefactarse en plena playa, quemaduras de tercer grado incluidas; no, lo peor de todo es el recochineo que creo entrever cuando en un boletín meteorológico el locutor3 nos promete indefectiblemente “buen” tiempo para los días próximos por más que esta bondad climatológica suponga una sequía histórica, unas temperaturas capaces de cocer las piedras o una contaminación asociada al puñetero y perpetuo anticiclón -los que tenemos la desgracia de vivir en grandes áreas metropolitanas sabemos de lo que hablamos- capaz de amargarnos a vida a la mayoría, eso por no hablar de las alergias al polen -por fortuna, y al menos por el momento, yo no las padezco- asociadas al adorado tiempo primaveral.

Y lo peor de todo es que el fulano -insisto en lo del género común- no se molesta en utilizar lo que podría ser considerado como un lenguaje meteorológico políticamente correcto, eludiendo los calificativos subjetivos y limitándose a decir que hará tiempo caluroso o frío, seco o lluvioso, calmado o ventoso; no, encima el tío -ver nota 3- se regodea con sadismo, hasta el punto de hacerme sentir la tentación de tirarle un objeto contundente a la cara... con lo cual lo único que lograría sería cargarme la televisión y tener que comprar otra nueva, así que me contengo por la cuenta que me trae.

Pero, eso sí, me gustaría poder espetarle: ¿Buen tiempo? Será para ti, mamón.




1 Este principio dice, en román paladino, que por lo general es mucho más fácil calentar una cosa que enfriarla, lo que viene a ser equivalente a la dificultad relativa de vaciar o de llenar un tubo de dentífrico sólo la boca.

2 DRAE, tercera acepción: “escaso en su clase o especie”.

3 Utilizo el género común, por mucho que pudiera disgustarles a los apóstoles/inquisidores de lo políticamente correcto, primero porque lo dice la RAE, segundo por ahorrar espacio y tercero porque me apetece.


Publicado el 29-3-2011