Un armario con mucho fondo




Si hace tan sólo unos meses un “erudito” llegaba a la sesuda conclusión de que los pitufos formaban parte de una sociedad autoritaria, antisemita y estalinista, ahora otros le han dejado corto pidiendo a los responsables de la central norteamericana del programa infantil Barrio Sésamo que reconozcan públicamente la homosexualidad de Epi y Blas, sus dos personajes estrella, permitiéndoles contraer matrimonio... y se han quedado tan frescos. Por supuesto que éstos -los responsables de la cadena, no los muñecos- se han apresurado a desmentir la supuesta y a todas luces disparatada  -por no utilizar un calificativo más rotundo- proposición, con cual sus promotores han tenido ya su minuto de gloria correspondiente y sin duda han conseguido más publicidad de la que objetivamente se merecería una estupidez tan soberana. Pero ésta es la sociedad en la que vivimos, nos guste o no.

Claro está que la reivindicación de la presunta homosexualidad de dos muñecos de trapo ideados para entretener al público infantil, se supone que dada su edad todavía asexuado, no es la primera majadería de este calibre que se ha postulado en estos tiempos en los que se confunden, no sé si interesadamente o no, las justas reivindicaciones contra cualquier tipo de discriminación con las más delirantes y surrealistas invenciones de los sectores más pasados de rosca de la sociedad, en un totum revolutum que ha dinamitado por su base algo tan elemental como una siempre indispensable escala de valores a la que poder acogernos. Y así nos va.

Repasando de memoria otras presuntas relaciones homosexuales ocultas, tan sólo existentes a mi modo de ver en mentes enfebrecidas, la primera que me viene a la cabeza es la de Tintín y el capitán Haddock, que convivían en un lujoso palacete sin más compañía que el hierático mayordomo Néstor; teniendo en cuenta que a Tintín no se le conocían aventuras amorosas de ningún tipo, y que el iracundo capitán rechazaba furiosamente todos los intentos de acercamiento por parte de la oronda cantante de ópera la Castafiore, por muy famosa que ésta pudiera ser, su pertenencia al colectivo gay, según algunos, estaría más que demostrada... por supuesto nadie se molestó en preguntárselo a Hergé, no fuera que les fuera a chafar el invento diciéndoles que jamás se le habría ocurrido semejante invento.

Otro tanto se puede decir de Batman y Robin, también acusados de criptohomosexualidad sin que DC Comics, la editorial responsable de los mismos, haya reconocido en ningún momento, al menos que yo sepa, la condición gay del hombre murciélago y de su joven ayudante. ¿Será quizá porque, cuando fueron concebidos, esto era algo que no le pasaría por la imaginación al guionista más enfebrecido?

Pero ya puestos a ordeñar la vaca, sigamos sacándole leche. ¿Acaso tras la relación fraternal entre el excéntrico Sherlock Holmes y el pragmático doctor Watson, ambos solterones empedernidos, no pudo ocultar Conan Doyle algo más que una casta amistad? Recordemos que ambos compartían alojamiento en la londinense Baker Street, algo no demasiado frecuente en la puritana Inglaterra victoriana que, más o menos en la misma época en la que transcurren sus aventuras, empapeló a Oscar Wilde a causa de su afición a los jovencitos apuestos.

Asimismo, tampoco resulta demasiado difícil imaginar, desde tan abierto punto de miras, en qué podría haber acabado la larga amistad iniciada entre Rick y el policía Renault tras la marcha de Ilsa con que termina la película Casablanca. Siguiendo con el séptimo arte podríamos fijarnos también en el Gordo y el Flaco, la famosa pareja del cine mudo y de los inicios del sonoro de cuya vida privada -en el cine, me refiero- tan sólo se sabe que eran inseparables y que, según todas las apariencias, debían de vivir juntos. Otro ejemplo más reciente sería el de Han Solo y su fiel Chewbacaa, a los cuales no es difícil imaginar rompiendo las barreras existentes entre las distintas especies galácticas durante las largas y aburridas travesías estelares del Halcón milenario... lástima que finalmente este héroe acabara ligándose a la princesa Leia, ya que por exigencias del guión nos vimos privados de lo que hubiera podido ser una hermosa historia de amor.

Claro está que esto se podría quedar en nada frente a la férrea relación existente entre los tres mosqueteros y D’Artagnan, cuatro recios soldados a los que, con un poco de imaginación, se les podría ubicar en diferentes combinaciones y permutaciones de cuatro elementos, tomados de dos en dos o de más en más, que harían las delicias de la imaginación -homosexual, por supuesto- más desatada. Yendo más allá tenemos a los siete enanitos, de los que no consta que se sintieran atraídos en absoluto por Blancanieves, o a los ya citados pitufos, que con sólo una pitufina para todos ellos es difícil imaginar como podrían satisfacer sus instintos sexuales sin auxiliarse entre sí.

Centrándonos en nuestra hispánica piel de toro, y puestos a buscar homosexuales ocultos hasta debajo de las piedras, permítanme proponerles varios posibles candidatos empezando por Roberto Alcázar y Pedrín, espejo del falangismo franquista de los cuales yo sólo recuerdo, de cuando los leía de crío, que me resultaban plúmbeos en comparación con otras historias gráficas de la época. Porque Roberto Alcázar, el arrojado detective español, no sólo era soltero sino que no se le conocía romance alguno, al tiempo que el joven Pedrín, paradigma del efebo griego, siempre aparecía a su lado sin que supiéramos jamás qué era lo que podrían hacer en la intimidad durante el tiempo libre que les quedaba entre pelea y pelea con los villanos de turno.

No tan evidente, puesto que éste sí tenía dama reconocida, sería la presunta homosexualidad del Capitán Trueno, el héroe favorito de mi infancia, aunque conviene no olvidar que la arrojada Sigrid no siempre le acompañaba en sus aventuras, a diferencia de lo que ocurría con los inseparables Goliath -al que hoy podríamos incluir sin demasiados problemas en la categoría gay de los osos- y Crispín, de nuevo un tierno y apetitoso efebo. En cualquier caso, y concediendo el beneficio de la duda al Capitán Trueno -aunque bien pensado también podría ser bisexual, que asimismo mola-, no resultaría demasiado difícil imaginar un affaire entre Crispín y Goliath, máxime teniendo en cuenta que este último solía huir despavorido de cualquier tipo de proposición amorosa efectuada por las orondas matronas de turno.

Por supuesto esta fórmula podría ser aplicable a otros héroes hispanos y a sus compañeros, dado que el modelo en cuestión solía ser muy similar a todos ellos: el Jabato, Taurus y Fideo de Mileto -aunque estos dos últimos solían andar a la greña dada la aversión a la música del gigantón Taurus, en realidad eran inseparables-; el Corsario de Hierro, el escocés Mac Meck y el italiano Merlini, y tantos otros.

Ah, se me olvidaba, ¿y qué me dicen de Mortadelo y Filemón? Se sabe que ambos viven juntos y, aunque Mortadelo llame jefe a Filemón, en el fondo forman una indiscutible pareja de hecho, al menos viéndolo bajo el prisma de estos cazadores de homosexuales ocultos... ¿o no? Además, otra prueba a favor de su condición gay sería, de nuevo, la aversión que ambos, y en especial Mortadelo, muestran hacia Ofelia, la exuberante secretaria del súper de la TIA, sin que tampoco se le conozca ligue alguno a ninguno de ellos pese a llevar en activo más de cincuenta años. Un caso similar es el de Astérix y Obélix, los dos irreductibles galos que, además de ser compañeros inseparables -¿quizá demasiado inseparables?-, acostumbran a huir despavoridos de cualquier intento de buscarles compañía femenina.

Por si fuera poco, y no contentos con buscarle tres pies al gato de los personajes imaginarios y de tebeo, estos cazagays amenazan, a poco que se les deje, con colgar el sambenito homosexual a todo aquel personaje ilustre que se les ponga a tiro, de modo que de ser ciertos sus planteamientos apenas quedaría gente disponible para perpetuar la especie por el método tradicional. Y no exagero, recuerdo que hubo quien postuló la peregrina teoría de que Cervantes habría sido homosexual, por supuesto basándose en evidencias no ya circunstanciales, sino totalmente cogidas por los pelos a la par que total y absolutamente discutibles desde el rigor histórico más elemental. Claro está que, ya puestos, también podríamos imaginar que la relación entre don Quijote y Sancho fuera más allá de la estrictamente determinada por las reglas de la caballería andante, sobre todo teniendo en cuenta que el Caballero de la Triste Figura jamás llegó a conocer personalmente a su venerada dama Dulcinea del Toboso, con lo cual la espiritualidad del amor galante caballeresco y las prosaicas necesidades del cuerpo podrían haber sido perfectamente simultaneadas.

Y no se trata de un caso único sino de una moda que amenaza con homosexualizar a todo el mundo, así que pudiera ser que, andando el tiempo, tan sólo se salvaran de la quema los mismísimos Adán y Eva aunque sólo fuera por algo tan evidente como que, de haber tenido ambos tendencias homosexuales, habría resultado de todo punto imposible perpetuar la especie a la sombra del Árbol del Paraíso.

Así pues, no se extrañen ustedes si dentro de poco se empieza a discutir sobre la homosexualidad de los ángeles...


Publicado el 27 -8-2011