Agua ¿mineral?




Hace unos días asistí a una celebración sobre la que no es necesario dar explicaciones, puesto que el motivo de la misma nada tuvo que ver con el objeto de este comentario. Baste saber que, una vez terminado el acto, acudimos a una cafetería a celebrarlo tal como suele ser habitual en estos casos.

Bien, al llegar allí me encontré con lo típico: embutidos, canapés, patatas fritas, tortillas, empanadas y, en lo relativo a las bebidas, tanto alcohólicas -vino y cerveza- como sin alcohol, principalmente refrescos y agua. En un momento determinado me apeteció beber agua, por lo que cogí uno de esos botellines de plástico en los que suele ir envasada el agua mineral.

Hasta aquí nada hubo de particular, pero cuando de forma maquinal leí la etiqueta, descubrí con sorpresa que no se trataba de agua mineral de verdad, tal como yo pensaba, sino de -transcribo literalmente- “agua potable preparada”. Es decir agua del grifo, monda y lironda, por mucho que se la hubiera “preparado”. Y por cierto, sabía a agua del grifo.

Este hecho me desconcertó. La normativa española es muy rigurosa a la hora de calificar a un agua potable -faltaría más que no lo fuera- como mineral, ya que ésta debe proceder de un manantial y no haber sido sometida a ningún tratamiento potabilizador tal como, por ejemplo, la adición de cloro. Ciertamente no está prohibido vender agua potable no mineral, pero por lo general ésta se suele servir a granel en fuentes situadas en sitios públicos, y nunca hasta ahora me la había encontrado embotellada al por menor. Sí, la etiqueta no engañaba, al menos literalmente; pero tanto el envase, idéntico al del agua mineral de verdad, como el diseño de la etiqueta, con perfiles montañosos que evocaban a las cumbres nevadas, e incluso la propia marca, cuyo nombre no voy a decir por razones obvias, podrían inducir a error. Y no creo que se trate de algo accidental puesto que a la empresa comercializadora, una conocida multinacional, hace años ya le tiraron de las orejas por este tema en otros países. Eso sí, al menos en esta ocasión no era necesario escudriñar la letra pequeña para averiguarlo, aunque sí conveniente conocer los requisitos legales de los diferentes tipos de aguas embotelladas.

No son éstos los únicos puntos que pudieran inducir a error. Da la “casualidad” de que estas aguas “preparadas” se encuentran en los supermercados compartiendo estantes con el agua mineral de verdad, y que en la parte trasera de la etiqueta se intenta convencer de su gran salubridad a los clientes potenciales con términos similares a los de ésta, lo cual no deja de ser un sarcasmo ya que con quien tendrían que ser comparadas en realidad es con la plebeya agua del grifo con la que comparten linaje.

Se me objetará, con razón, que el agua del grifo no es ni mucho menos igual en todos los sitios, lo cual es cierto. En el caso concreto de mi ciudad de residencia ésta es de excelente calidad, por lo que salvo que medien razones médicas o de otro tipo, considero un esnobismo innecesario beber agua mineral. No ocurre igual en otros lugares de la geografía española en los que es de mucha peor calidad, por lo que allí está justificado el consumo de agua embotellada.

Admitido esto vayamos ahora a la madre del cordero, el precio. Aunque al estar invitado en la citada celebración no la pagué, husmeando por internet he podido averiguar que el precio de este “agua potable preparada” ronda los cuarenta y tantos céntimos de euro por una botella de medio litro. Comparándolo con el de envases de la misma capacidad de las marcas de agua mineral más conocidas -y caras- nos encontramos con que viene a ser aproximadamente igual céntimo arriba o céntimo abajo; pero si pasamos a marcas menos conocidas o a marcas blancas, la diferencia es enorme, al menos del doble.

En resumen: la compañía multinacional que nos vende este sucedáneo de agua mineral a precio de la de verdad, y no precisamente de la más barata, debe de estar haciendo un negocio redondo -ya de por sí la venta de agua mineral lo es- por algo que en muchos casos podría ser sustituido perfectamente por el agua del grifo a un coste ridículamente reducido; y si esto no fuera posible, por un agua mineral de verdad con una calidad superior y un precio, si no nos ponemos pijos con las marcas, también sensiblemente inferior, e incluso si nos ponemos, similar.

Si esto no es dar gato por liebre, por mucho que desde un punto de vista escrupulosamente legal no se mienta en la etiqueta, que venga Dios y lo vea. O mejor dicho, que lo beba.


Publicado el 23-10-2017