Mis tribulaciones con un enchufe





Les aseguro que yo no buscaba algo tan complicado...


De los eléctricos, aclaro, no de los otros a los que tan aficionados somos los españoles.

Me explicaré, y vaya aquí un buen ejemplo de lo que eufemísticamente se ha venido a denominar obsolescencia programada, aunque yo prefiero llamarlo, en castellano castizo, golfería descarada.

Hace unos días me llegó un conocido con un problema aparentemente trivial: tenía una nevera portátil de esas que se enchufan en el encendedor del coche, y se le había perdido el cable. Y como él pensaba que yo entendería más del tema, me pidió que le hiciera el favor de buscarle uno nuevo.

El cable era normal, de dos hilos -de cobre, no de oro ni de platino- y en un extremo llevaba la clavija por la que se conectaba a la alimentación del coche, mientras por el otro contaba con otra clavija de forma rectangular que permitía enchufarlo a la nevera. Esta última era de dos puntas y parecida a la de los radiocasetes, con la diferencia de que, al tratarse de corriente continua y no de alterna, tenía una forma asimétrica para evitar que pudiera colocarse inadvertidamente en la posición incorrecta. Para que me entiendan, diré que recordaba un tanto a las conexiones internas de un ordenador que sirven para que la fuente de alimentación suministre electricidad a los diferentes componentes del mismo, aunque de mayor tamaño.

En un principio, ingenuo de mí, pensé que no habría problemas para encontrar el cable o, en su defecto, las clavijas... pero me equivocaba de medio a medio.

Mis primeros tanteos fueron, lógicamente, en las tiendas de electricidad del barrio, esas a donde vamos a comprar las bombillas o los interruptores que necesitamos para las chapuzas caseras. Y no hubo suerte.

El siguiente paso fue acudir a tiendas especializadas, donde puedes encontrar, en teoría, cualquier tipo de enchufe, clavija o conector... en teoría. Con la clavija del mechero no había problema, son muy habituales y la tenían en todos los lados, pero con la otra fue ya otra historia muy distinta. Vamos, que no aparecía ni viva ni muerta.

Ya como último recurso busqué en Internet tiendas todavía más especializadas, encontrando varias de ellas cuyos catálogos resultaban ser apabullantes de todo lo que tenían; de hecho, jamás pude llegar a sospechar que hubiera tantísimos tipos diferentes de cables, enchufes y similares. Pero, ¿imaginan ustedes lo que no tenían? Pues no, por sorprendente que parezca, en ninguna de ellas pudieron venderme la clavija de marras, y eso que en algunos casos incluso les llegué a enviar por correo electrónico una fotografía del chisme.

Y conste que en apariencia la maldita clavija no parecía ser nada excepcional, o al menos esa era mi impresión; su única peculiaridad que la diferenciaba de las corrientes, además claro está del tamaño y de la forma, era la existencia de una muesca en su interior que impedía colocarla invertida, tal como he comentado anteriormente. No tenía, pues, un diseño daliniano, ni tan siquiera de Agatha Ruiz de la Prada, ni parecía estar confeccionada con materiales dignos de un jeque árabe. De hecho, su aspecto no podía ser más corriente.

Por supuesto, tampoco se podía desmontar la tapa de la nevera, que es donde iba instalado el circuito de refrigeración, para intentar puentear el enchufe empalmando directamente un cable nuevo; ya se habían encargado los fabricantes de soldar o pegar convenientemente las diferentes piezas de plástico que forman la carcasa, con objeto de evitarnos caer en la tentación.

Se da la circunstancia, además, de que son muchos los aparatos que funcionan con corriente continua y una alimentación en torno a los 12 voltios, por lo cual tampoco se puede decir que estuviera pidiendo la Luna... o quizá sí, si tenemos en cuenta la casi infinita variedad de cargadores para teléfonos móviles que existen en el mercado, por supuesto mutuamente incompatibles entre ellos, y que tan sólo hace muy poco los fabricantes de estos populares aparatos han acordado, y vete a saber cuándo la medida será efectiva, ponerse de acuerdo para equipar a los nuevos teléfonos con un único tipo de clavija normalizada.

Y a mí, qué quieren que les diga, me da por ser desconfiado, no pudiendo evitar la sospecha de que todo esto pudiera ser, en realidad, una de tantas marrullerías comerciales encaminadas a tenerte cazado en un mercado cautivo del que no puedas salir fácilmente, y del que tantas muestras hay por doquier, porque parece imposible que no se pueda encontrar una clavija aparentemente tan sencilla. Vamos, una variante, por poner un ejemplo, de los cartuchos de impresora, exclusivos para un modelo determinado, que cuestan casi más que la propia impresora aprovechándose sus fabricantes de la falta de competencia una vez que les has mordido el anzuelo. O de las famosas cápsulas de café, exclusivas de esas cafeteras tan monas que anuncia un apuesto actor y que tan sólo se podían comprar en las escasas tiendas propias -perdón boutiques- de la multinacional de turno, con cola kilométrica incluida y a unos precios más caros casi que si hubieras ido en persona a comprar el café a Colombia o Brasil.

Claro está que por fortuna el ingenio humano suele ser casi ilimitado, gracias a lo cual buena parte de estos cuasimonopolios se han acabado yendo al garete para fortuna de los consumidores y chasco -que se j***n- de las empresas involucradas. Así, tenemos cartuchos de tinta o de tóner clónicos o reciclados, y ya he empezado a ver en los supermercados cápsulas de café presuntamente -al menos así lo anuncian- compatibles con las cafeteras de marras.

Supongo que ahí estaría el truco del dichoso cable: los fabricantes de la nevera portátil sí te suministrarían amablemente el cable entero, por supuesto al precio de media nevera, en caso de poder contactar con ellos; el problema está en que, por tratarse de una marca rara y presumiblemente importada, no hay manera humana de localizarlos en España, amén de que supongo que, en caso de pedírselo a su matriz extranjera, entre pitos y flautas saldría más caro el collar que el galgo.

Y todo porque a nadie se le ha ocurrido fabricar una puñetera clavija que valdría cuatro perras...


Publicado el 22-10-2012