Los días de San Algo





¿Exagerado? Quizá no tanto...


No creo desvelar ningún misterio si afirmo que, dentro del afán de todo tipo de vendedores por sacarnos los cuartos -al fin y al cabo vivimos en la sociedad de consumo-, la habilidad de los mismos para convertir cualquier festividad, tradicional o injertada, en una excuso para hacer que nos rasquemos los bolsillos es digna, desde luego, de admiración, aunque sea de lamentar que tamañas habilidades no se apliquen en otras facetas que resultarían mucho más beneficiosas para los consumidores... pero ésta es otra historia.

Fijémonos, por ejemplo, en la entrañable fiesta de Reyes. Tradicionalmente durante esa noche se hacían regalos a los niños pequeños, los cuales eran traídos teóricamente por los tres Reyes Magos en un claro recuerdo al episodio de los Evangelios en el que unos Magos de Oriente traían oro, incienso y mirra al recién nacido Jesús. Evidentemente la magia se acababa cuando los niños eran lo suficientemente mayores como para descubrir la verdadera procedencia de los regalos y, aunque todavía siguieran recibiéndolos durante algún tiempo, la iniciativa se iba mitigando poco a poco hasta que, una vez adultos, dejaban de hacerlo de forma definitiva. Y por supuesto, los regalos solían ser juguetes -no demasiados- u otras cosas habituales para los niños.

Pero ahora no. Aparte de que los juguetes -o las videoconsolas, teléfonos móviles de última generación o similares, que les llegan en cuanto levantan dos palmos del suelo- les caen ahora a los chavales en forma de auténtico aluvión, lo que dudo mucho, dicho sea de paso, que sea demasiado pedagógico, además se ha impuesto la costumbre de generalizar todo tipo de regalos entre adultos, y poco importa que al día siguiente las páginas de reventa por internet estén repletas de anuncios de regalos no deseados. Al fin y al cabo, quienes tenían que hacer su negocio a esas alturas ya lo han hecho, aunque sea a costa de poner a prueba una relación de parentesco o de amistad.

Y por si fuera poco, y dado que en muchos países y en especial en los Estados Unidos la entrega de regalos se realiza no en Reyes, sino en Navidad, ¿qué mejor excusa para intentar que, por eso de que “es que los pobres niños no tenían apenas tiempo para jugar”, se les hagan los regalos la noche de nochebuena? Porque, claro está, tampoco es cuestión de romper con la tradición, con lo cual, en la práctica, los chavales acaban rebañando en las dos ocasiones. Y aunque la socorrida excusa de los padres es que, en el fondo, lo que hacen es dividir los regalos en dos entregas, en el fondo, desengañémonos, lo más normal es que el desembolso sea siempre superior al que habría tenido lugar con una única entrega. ¿O no?

A ello hay que sumar, claro está, el feroz bombardeo publicitario que tiene lugar desde casi un mes antes, como poco, y ante el cual muy pocos adultos, y prácticamente ningún menor, son capaces de resistirse. Sí, ya sé que esto es algo que se suele denunciar por activa y por pasiva, pero en la práctica las medidas destinadas a ponerle coto suelen brillar por su ausencia. Ya se sabe eso de “Poderoso caballero es don Dinero”.

Y como las fiestas navideñas, nos pongamos como nos pongamos, suelen ser tan sólo una vez al año, las mentes pensantes del sacacuartismo comenzaron pronto a elucubrar la manera de poder exprimir todavía más nuestras economías, de modo que se sacaron de la manga una serie de Días de... estratégicamente distribuidos a lo largo y ancho del calendario. Así, surgieron el Día del Padre y el Día de la Madre, el primero coincidiendo con la festividad de san José, que para más inri nunca llegó a serlo salvo en calidad de putativo, y el segundo en el primer domingo de mayo, ignoro por qué razón aunque supongo que quizá tendría que ver con el hecho de dedicarse tradicionalmente este mes a la Virgen María, que por lo menos sí fue madre. Claro está que antes estuvo dedicado -de ahí su nombre- a Maya, una diosa pagana que, de resultas de unos escarceos con Zeus, trajo al mundo -o al olimpo- a Hermes, el Mercurio de los romanos... pero mejor no meternos en estas profundidades, ya que nos desviaríamos demasiado.

Aunque desconozco la fecha de origen de estas dos celebraciones, lo cierto es que, al menos cuando yo era pequeño, se suponía que eran los propios niños los que hacían un regalito a sus respectivos progenitores; y como, evidentemente, su poder adquisitivo no solía ser demasiado elevado, la cosa solía quedarse en algo simbólico y sin gran valor material, cuando lo tenía. Pero ahora no, ahora suelen ser los cónyuges los que acostumbran a hacerse regalos entre sí -incluso cuando no tienen hijos- o bien los adultos siguen haciendo regalos a sus padres cuando todavía los tienen. En consecuencia, el simbolismo de los regalos pasó definitivamente a la historia y los comerciantes se encontraron con dos nuevos hitos anuales en los que hacer caja.

Sobre el Día de San Valentín, o de los Enamorados, ya he hablado largo y tendido en otra reflexión, razón por la que no voy a extenderme salvo para recordar que en este caso, por si fuera poco, se trata de una “tradición” importada en fechas recientes ¡cómo no! de allende el Atlántico, tan nuestra pues como la cocacola. Pero cuajó, vaya si cuajó.

Lo que no llegaría a cuajar, pese a que también lo intentaron, fue el Día del Estudiante, un invento de cuando yo todavía lo era dirigido a “premiar” a los buenos estudiantes, esto es, aquéllos que terminaban el curso con buenas notas. La fecha elegida fue, obviamente, la de finales de junio, una época en la que “casualmente” había un vacío de celebraciones susceptibles de incrementar las ventas. Recuerdo que durante varios años estuvieron dando la tabarra, aunque finalmente acabarían tirando la toalla quizá porque muchos padres pensarían que, puesto que la meta normal en un estudiante era precisamente aprobar, no resultaba lógico premiar lo que en el fondo era una obligación, cuando lo que habría que hacer en todo caso sería castigar al mal estudiante... aparte de que, en cualquier caso, siempre se podrían considerar como un premio las vacaciones veraniegas, mientras que los exámenes de septiembre suponían un castigo de facto no sólo para el alumno, sino también para el resto de la familia, condenados todos ellos a padecer los rigores estivales lejos de la costa o de la sierra, según gustos.

Claro está que teniendo en cuenta que ahora los chavales tienen todo lo que se les antoja, y todavía más, sin necesidad siquiera de tener que justificarlo con unas buenas notas, pues para qué esforzarse teniendo un Día del Estudiante que en la práctica abarca la totalidad del año...

Todavía anda por ahí un fantasmagórico Día del Abuelo, establecido al parecer el 26 de julio, festividad de san Joaquín y santa Ana, abuelos de Jesús... la verdad es que esta celebración suele pasar sin pena ni gloria, quizá porque nuestros viejos se suelen conformar con poco y las posibilidades de hacer negocio se presentan por ello bastante mermadas, pero quién sabe, quizá todo sea cosa de proponérselo, y me extraña que el gremio farmacéutico no haya caído todavía en la cuenta del gran chollo que podrían tener a su alcance dado el gran consumo de medicinas de este sector de la sociedad, pongo por ejemplo.

Otro día desperdiciado suele ser el de la mujer, el 8 de marzo, en el cual hoy por hoy, y al menos en España, no se le suelen hacer regalos a la parienta... así pues, no sé a qué están esperando las grandes superficies comerciales para sacarle jugo, sobre todo teniendo en cuenta su gran potencial muy superior sin duda al del Día de San Valentín dado que, como todos sabemos, es mucho más frecuente desde el punto de vista estadístico estar casado que estar enamorado.

Aunque siempre hay excepciones. En Cataluña el día de san Jorge, coincidente con el Día del Libro el 23 de abril, existe la costumbre de realizar regalos: un libro a los varones y una rosa a las mujeres. Feministas, abstenerse.

También dentro de este apartado podríamos incluir, por último, el Día de los difuntos; aunque a éstos, en realidad, ya les importen poco los presentes, lo cierto es que las floristerías suelen hacer su agosto en pleno noviembre a costa de los adornos de unas tumbas que el resto del año suelen pasar bastante olvidadas.

Por supuesto, están también los Días de... personalizados: cumpleaños, onomásticas, aniversarios de boda... junto con celebraciones puntuales, pero por lo general por todo lo alto tales como los bautizos, las bodas o las comuniones, y todavía me extraña que a nadie le haya dado por proponer algo que podría resultar tan boyante como celebrar también los divorcios. Aunque en estos casos resulta bastante más difícil hacer campañas publicitarias dado que no se concentran en ningún día concreto, lo cierto es que la presión existe, y mucha, hasta el punto de llegar a convertir celebraciones tradicionalmente menores, como los bautizos o las comuniones -la mía se limitó a tomar un chocolate con churros en una terraza cercana a casa-, en poco menos que en unas bodas de Camacho. Por supuesto, con regalos de grueso calibre incluidos. De lo que no puedo hablar, dado que no tengo hijos y de mi época infantil ya casi ni me acuerdo, es de cómo anda ahora la cotización de los dientes caídos, por eso del Ratón Pérez; yo recuerdo que en mis años mozos nos solían dejar una modesta moneda bajo la almohada, pero ahora no me extrañaría que, en vez de moneda, les dejaran una PlayStation o algo similar...

Lo que tampoco sé como funciona ahora, ya que por fortuna logré zafarme de esta ridícula costumbre hace mucho, es la estupidez del Amigo Invisible, una magnífica manera de enchufarte cualquier morralla inservible capaz de sonrojar a cualquiera que fuera identificado como donante de la misma, aunque es de suponer que los propietarios de los bazares chinos, principal fuente de avituallamiento para estos regalos, no piensen lo mismo.

En cualquier caso se lo juro, me siento acosado, y lo único que echo de menos es que no exista un Día de los que aborrecemos este tipo de Días. ¿O no?


Publicado el 21-2-2012