¿Nos la dan con queso?





He de reconocer que no he podido evitar echar mano de esta conocida frase hecha, pese a que el artículo no está dedicado a los quesos en particular ni a ningún otro producto lácteo en general, sino a los etiquetados que, pese a cumplir formalmente con los requisitos legales, a veces parecen dar la impresión de querer escurrirse por los recovecos de éstas. Aunque, eso sí, la motivación me vino por la etiqueta de un queso como podría haberme venido de cualquier otro producto, alimento o no.

Hace unos días compré en un supermercado un queso de pequeño tamaño, de esos que venden enteros y no por cuñas al peso; obviamente su nombre no hace al caso. En una de las caras llevaba pegada, como suele ser habitual, una etiqueta circular en la que venía detallada toda la información comercial del mismo.

Pero... ¿y la información al consumidor? ¿Estaría en la cara opuesta? Pues no. Allí no había nada. Estar estaba, sí, pero en un lugar menos accesible, concretamente en una segunda etiqueta debajo de la primera que, por consiguiente, quedaba oculta a la vista del comprador interesado en conocer estos datos que era obligatorio declarar.

La “solución” propuesta por el fabricante consistía en despegar la etiqueta superior separándola de la inferior, lo que nos permitiría acceder a la información de ésta. Para ello disponía de una pequeña pestaña de la que, tirando al estilo de los eufemísticamente -y con bastante mala uva- llamados “abrefácil” de ciertos envases, en teoría se conseguiría separarlas.

En teoría, porque en la práctica suele resultar bastante más complicado. Y si ya es difícil hacerlo con un paquete de jamón o embutido, pongo por caso, esto resultó una broma comparado con lo que me esperaba; porque la etiqueta, que no era de papel sino de plástico, se defendió numantinamente frente a todos mis esfuerzos por vencer la férrea coyunda que mantenía tan estrechamente unidas a las dos hermanas. Sí, se conseguía despegar con facilidad ambas del plástico protector del queso, pero eso servía de poco -más bien de nada- para mis intenciones.

Ya por pura cabezonería, decidí aplicar el tercer grado. Después de mucho porfiar, ya que la etiqueta o mejor dicho las etiquetas seguían negándose obstinadamente a cooperar, y visto que la pestaña “abrefácil” era meramente decorativa, recurrí a mi arsenal de armas blancas atacándolas primero con un cuchillo de cocina -no me fue posible introducir la punta entre las dos láminas- y a continuación tajándolas sin contemplaciones con unas tijeras. Huelga decir que había comprado el queso y me encontraba en casa, por lo que nadie podría reprocharme que las sometiera a malos tratos.

Finalmente lo conseguí no sin esfuerzos, dejando las dos etiquetas, aunque malparadas, separadas y con la hasta entonces oculta información perfectamente legible; no fue un trabajo de Hércules, pero casi. En realidad ésta, pese a estar tan celosamente guardada, no tenía nada de particular: los ingredientes y aditivos del queso, los valores nutricionales -proteínas, hidratos de carbono, lípidos, sal...- y su contenido energético. Vamos, lo que se esperaba, ya que no revelaba ningún secreto de estado y ni tan siquiera la fórmula de ese famoso refresco que nadie ha logrado copiar.

Así pues, ¿por qué tanto empeño en ponerlo difícil? Los datos eran correctos, y si no cabían en la etiqueta superior dado el tamaño de ésta, podrían haberla pegado en la otra cara del queso o bien, si les parecía original el invento, haber utilizado un adhesivo de quita y pon en lugar de un émulo de esos pegamentos indelebles de los cuales no voy a citar la marca porque no me pagan por hacerles publicidad.

Claro está que eso pude hacerlo en casa después de comprar el queso; pero imagínense que alguien quisiera leer esa información antes de comprarlo en el supermercado; de hecho, yo acostumbro a leer las etiquetas antes de decidir si cojo el producto en cuestión o no.

Dado que, pese a todo, no suelo ser demasiado malpensado, quisiera creer que este entorpecimiento se debiera más a una chapuza que a la malicia, pero...

Por cierto, el queso estaba delicioso. Al césar, lo que es del césar.


Publicado el 5-10-2023