Qué hacer con el Valle de los Caídos





Megalómano, por supuesto, pero también patrimonio


Hace unos días el diario Público publicó un artículo sobre el Valle de los Caídos que suscitó una serie de encendidos comentarios en los cuales participé de forma activa, siendo mis sucesivas intervenciones el germen de este artículo.

Dada la línea editorial de este periódico cabe presumir la índole del grueso de los comentarios, la mayoría escorados hacia la izquierda y algunos tan radicales que exigían -verbo favorito de los extremistas de izquierda, dicho sea de paso- su demolición. Puesto que para mí no era una cuestión de ideología política, sino de respeto hacia el patrimonio histórico, independientemente de cual pudiera ser su origen, no tuve por menos que meter baza escandalizado ante tamaña salvajada, defendida por cierto públicamente por el propio Ian Gibson, alguien a quien yo tenía por más sensato de lo que ha demostrado ser.

Quede bien claro que no sólo no siento la menor simpatía por el franquismo, sino que considero a Franco uno de los personajes más nefastos de la historia reciente española. La verdad es que a estas alturas resulta bastante incongruente tener que andar con estas explicaciones, ya que no creo que ningún alemán se sienta obligado a justificar su rechazo al nazismo o un italiano al fascismo: pero se da la molesta circunstancia de que para ciertos sectores de la extrema izquierda española, y también para la no tan extrema, todo aquél que no comulgue a machamartillo con sus principios es un criptofranquista en potencia… así pues vaya la aclaración, aunque la considere en el fondo innecesaria.

Lo que sí es cierto, y en esto tenían bastante razón las críticas, es que el Valle de los Caídos ha sido durante todos estos años un santuario para los escasos y rancios franquistas que todavía quedan, así como para los militantes de los diferentes grupúsculos de extrema derecha que, aunque minoritarios, no dejan de ser una molesta realidad. Y con esto sí habría que acabar de una vez por todas, puesto que el Valle de los Caídos es patrimonio de todos los españoles y no sólo de unos pocos, al tiempo que habría que despojarlo de las connotaciones políticas que todavía hoy tiene.

Por diversas razones, estimo que ni Franco ni José Antonio Primo de Rivera deberían estar enterrados allí. Primero, porque no son personajes a los que los españoles actuales debamos estarles agradecidos ni rendirles por ello ningún tipo de homenaje póstumo, y segundo porque acentúan de forma notoria el escoramiento de este monumental mausoleo hacia uno de los dos bandos contendientes en la Guerra Civil, responsable además de una larga dictadura.

Por otro lado, y fuera con la boca pequeña o con la grande, lo cierto es que en el Valle de los Caídos fueron inhumados también numerosos contendientes de los dos bandos. Así pues, y una vez exhumados estos dos cadáveres y entregados éstos a sus respectivas familias, lo obvio sería convertir al Valle de los Caídos en un memorial de la Guerra Civil desprovisto de todo tipo de connotaciones políticas de uno u otro sentido. Al fin y al cabo cualquier persona sensata, independientemente de su ideología, tendrá que estar forzosamente de acuerdo en que este conflicto fue una de las mayores catástrofes de la historia reciente española, y que por supuesto habría que evitar por todos los medios que se repitiera en un futuro.

Cuestión diferente son las circunstancias en las que fueron llevados a cabo los enterramientos masivos allí existentes, existiendo el inconveniente de que dependiendo de las fuentes -sobre todo en función de su sesgo ideológico- se nos da una explicación u otra. Pero admitamos, como la más plausible, que al menos parte de éstos se hicieran sin el consentimiento, e incluso sin el conocimiento, de las respectivas familias de los allí trasladados. Obviamente lo justo sería devolverles los restos en todos aquellos casos en los que los reclamaran, siempre claro está que esto fuera técnicamente posible; nada diferente del caso de los enterrados en fosas comunes, por supuesto. En cuanto al resto, ningún problema veo en que siguieran estando enterrados allí.

Aunque a lo largo del debate hubo un relativo consenso en lo relativo al contenido funerario del Valle de los Caídos, no ocurrió lo mismo con el propio recinto dado que, tal como he comentado, menudearon los robespierres partidarios de arrasarlo hasta los mismos cimientos. Y ahí me opuse de plano, rebatiendo tanto los argumentos que aludían a su origen franquista, como a los todavía más discutibles criterios de presunta carencia de valor artístico.

Empecemos por los primeros. Según repliqué, si se demolieran todos los monumentos erigidos por monarcas absolutos, tiranos o dictadores de cualquier pelaje, sin duda el patrimonio de la humanidad se vería muy mermado. De hecho esta práctica ha sido tan habitual a lo largo de la historia, por desgracia, que probablemente sea la causante de pérdidas mayores que las producidas por catástrofes naturales o conflictos bélicos. Independientemente de que pudieran estar manchados de sangre, a nadie se le ocurriría ahora destruir monumentos que forman parte de nuestra historia y nuestro patrimonio, algunos tan antiguos como el acueducto de Segovia, erigido posiblemente en tiempos de Domiciano -un emperador tiránico-, y otros tan recientes como la madrileña Puerta de Toledo, levantada en honor de un rey tan nefasto como Fernando VII.

Por esta razón destruir un monumento, independientemente de cual sea su procedencia, siempre me parecerá una salvajada. Voy a poner un ejemplo ajeno a nuestro país, el de la famosa prisión parisina de la Bastilla demolida hasta sus cimientos por los revolucionarios franceses por ser símbolo del absolutismo real. Supongo que a estas alturas los historiadores del país vecino habrían preferido que tal edificio se hubiera conservado, al tiempo que ésta sería un reclamo turístico más de París… pero esto ya no tiene remedio.

De hecho, ni tan siquiera justifico la destrucción de los más significativos edificios nazis construidos en distintas ciudades alemanas, algunos de los cuales por cierto se conservan hoy en día privados, eso sí, de su simbología original. No obstante, tanto en este caso como en el anteriormente citado de la Bastilla hay que tener en cuenta que las destrucciones fueron realizadas en caliente -lo que en cierto modo las disculpa, aunque no las justifique- y, en el caso de los edificios nazis, ni siquiera fueron responsables de ello los propios alemanes, los únicos que desde mi punto de vista habrían tenido derecho a hacerlo, sino los norteamericanos. Como es natural, pretender hacer algo similar más de cincuenta años después de la inauguración del Valle de los Caídos, y treinta y cinco más tarde de la muerte de Franco, me parece una aberración de tal calibre que no merece la pena siquiera considerarlo, máxime cuando estoy convencido de que cualquier tipo de revanchismo político no llevaría a ningún lado a estas alturas.

Por desgracia, y aunque cuantitativamente no sean comparables, tenemos un ejemplo reciente de esta falta de respeto hacia el patrimonio y hacia la historia en la demolición de la antigua cárcel de Carabanchel, símbolo durante décadas de la represión franquista. Aunque arquitectónicamente tenía poco o ningún valor, ese edificio debería haberse preservado reconvirtiéndolo en un museo, o en un memorial, dedicado a recordar la memoria de los opositores al régimen de Franco, muchos de los cuales estuvieron presos allí, e incluso podría haberse habilitado también un museo dedicado a la España del franquismo. Pero se demolió hasta sus cimientos, en una fecha tan cercana como 2008 y casi con nocturnidad y alevosía, dándose la paradoja de que su destrucción fue ejecutada por el gobierno socialista de José Luis Rodríguez Zapatero, en clara contradicción con su empeño en llevar adelante la tan cacareada recuperación de la memoria histórica… paradojas de la política.

Mi propuesta de preservar el Valle de los Caídos, dándole una función diferente a la ideada por el dictador, cuenta con precedentes tan significativos como el del antiguo campo de concentración nazi de Auschwitz. Ubicado en Polonia, y pese a su siniestro pasado, no sólo no fue demolido, sino que fue convertido en un memorial en recuerdo del genocidio cometido tras sus muros. Y no creo que los polacos, ni nadie, vean en ello una exaltación de la barbarie nazi sino justo todo lo contrario, pese que estamos hablando de una de las mayores infamias de la historia reciente de la humanidad. Y si se decidió conservar Auschwitz para asegurar que las generaciones futuras conocieran el horror que se había cometido en los campos de concentración nazis, no veo que haya que pensar de otra manera para conservar también el Valle de los Caídos, recordando a las generaciones españolas futuras la infamia del franquismo.

Pasemos ahora al segundo de los argumentos utilizados por los defensores de su demolición, la presunta falta de valor artístico de este monumento. En realidad éstos lo esgrimieron como una mera excusa, dado que de sus comentarios se deducía que la razón que les movía en realidad, y evidentemente la más sectaria, era simplemente la ideológica; pero también aquí entré al trapo.

Siempre se ha acusado a los dictadores, y no sólo a Franco, de tener unos gustos artísticos detestables, algo que en muchas ocasiones suele ser verdad. Y a mí, también esto es cierto, la estética neoimperial del Valle de los Caídos tampoco se puede decir que me entusiasme demasiado aunque, eso sí, la prefiero a los delirios vanguardistas con los que acostumbran a castigarnos los arquitectos contemporáneos. Por otro lado, y si lo analizamos sin prejuicios, lo cierto es que el Valle de los Caídos sí tiene su valía, otra cosa es que guste o no, porque en definitiva se trata de una cuestión de gustos personales.

Nada hay más subjetivo que el arte, y nada más lejos de mi intención que hacer juicios de valor sobre nuestro patrimonio artístico o arquitectónico, aquí o en cualquier otro caso. De hecho, a mí personalmente algunos edificios del mal llamado estilo contemporáneo me parecen horrendos y no por ello pido que los demuelan, como también me parecería mal que se demolieran los feos mamotretos estalinistas que se construyeron en las ciudades de los antiguos países comunistas de Europa oriental. Destruir un monumento siempre será una salvajada incluso cuando éste sea objetivamente feo, y conviene no olvidar tampoco que muchas cosas feas se conservan simplemente como recuerdo del pasado, bueno o malo, ya que por desgracia esto último no se puede borrar.

Por otro lado, si yo pidiera que se derribara todo lo que no me gusta o considero carente de valor artístico, le aseguro que quedarían muchos solares vacíos en las ciudades españolas... y seguro que cada cual tendría su propia lista particular, con lo que al final poco es lo que nos quedaría. Por esta razón no se pueden hacer excepciones de ningún tipo en base a un criterio tan subjetivo, y todavía menos estando éste además mediatizado por cualquier clase de ideología política.


Publicado el 22-10-2010