La conjura de los necios





Tomo prestado el título a la magnífica novela de John Kennedy Toole para contarles con lo que me encontré hace unos días, algo por lo demás desagradablemente frecuente: la arrogante soberbia de los necios, cada vez más crecidos y sin freno alguno en una sociedad -y éste es buen síntoma de ello, aunque no el único- que comienza a hacer aguas por todos los lados.

He de advertir que utilizo el adjetivo necio en la primera y tercera acepciones del DRAE, aunque en realidad ambas se complementan por lo que podría considerárselas como una sola: “Ignorante y que no sabe lo que podía o debía saber” y “Terco y porfiado en lo que hace o dice”. Otros diccionarios lo definen como “Que insiste en los propios errores o se aferra a ideas o posturas equivocadas, demostrando con ello poca inteligencia”, mientras Javier Marías afina todavía más describiendo a la necedad como ignorancia deliberada, razón por la que suele ser habitual que los necios se jacten de serlo.

Por esta razón pueden llegar a ser extremadamente molestos, sobre todo desde que internet les sirve de caja de resonancia para pregonar sus necedades sin ningún tipo de filtro que les controle. Si a ello sumamos que su tozudez suele ser berroqueña y capaz de exasperar al más templado, así como que una discusión con ellos resulta no sólo fatigosa, sino también inútil por completo, la conclusión evidente es que conviene evitarlos a toda costa, algo que en la práctica no resulta sencillo dado que acostumbran a colarse donde menos se les espera, venga o no a cuento, convirtiéndose en algo más fastidioso que las moscas en verano.

Es por ello por lo que me cuido mucho de entrar en las redes sociales ya que éste suele ser su lugar de pasto favorito, pero sí suelo intervenir en los foros de los periódicos digitales, evitando los temas potencialmente polémicos -discutir con sectarios o fanáticos tampoco resulta agradable ni, mucho menos, fructífero- y limitándome a hacerlo, por lo general en aquéllos presumiblemente asépticos, principalmente los de índole cultural, científica o histórica.

Pero da igual, porque estos individuos son inasesibles al desaliento y en su ignorancia universal se atreven a meter baza en cualquier sitio que se les antoje, por supuesto sin tener la menor idea de lo que allí se habla.

Todo empezó cuando tras leer que el cese del anterior ministro de Cultura y Deportes -un extraño maridaje que nunca he alcanzado a entender- se debió a que Pedro Sanchez buscaba un perfil “más político y más relacionado con el deporte”, es decir, más pan y circo, me indigné tanto que escribí un comentario irónico comparando la frase del actual presidente del gobierno con otra parecida que soltó en 1974 el ministro franquista José Solís afirmando que lo que España necesitaba era “menos latín y más deporte”.

A modo de colofón, añadí la conocida frase del Eclesiastés que afirma que nada nuevo hay bajo el sol, resaltando que la incuria intelectual de nuestros gobernantes no había cambiado sustancialmente en las últimas décadas ni siquiera tras el paso de la dictadura franquista a la democracia, por lo que no se trataba de una cuestión de ideología sino de pura y dura incultura secular.

He de reconocer que daba por posible la respuesta airada de algún pedrosanchista -no tanto de un socialista, si es que a estas alturas todavía queda alguno- cogiendo el rábano por las hojas de la política, pero lo que me descuadró por completo, ya que no lo esperaba en modo alguno, fue que un individuo me espetara, huelga decir que en tono insolente y grosero hasta en el alias, que “Eso de nada nuevo bajo el sol NO está en La Biblia. ¡No inventes!”. La apertura de admiración la he puesto yo ya que a él se le olvidó escribirla, pero el adverbio negativo en mayúsculas es cosecha suya.

Pese a que por razones obvias no acostumbro a perder tiempo polemizando con gente cerril, sí encuentro cierto placer en torearlos cuando se empeñan en embestirme sin provocación previa por mi parte, razón por la cual suelo responderles en tono mordaz con la sana intención de ridiculizarlos, algo que por lo general me suelen poner en bandeja. En realidad lo que pretendo no es tanto hacerles sentir vergüenza, porque suelen ser inmunes a ella, como ponerlos en ridículo delante de todos y, si es posible, abochornarlos. Asi pues, le expliqué pacientemente el origen de la cita, preguntándole si se había molestado en buscarla en el Eclesiastés, uno de los libros del Antiguo Testamento y parte por consiguiente de la Biblia, recomendándole por último que procurara documentarse antes de pretender dárselas de falso erudito.

Ni por esas. Mostrando unas más que notorias dotes de necedad en el sentido que le da Javier Marías al término, el individuo me volvió a responder, por supuesto en el mismo tono mitad pedante mitad borde, aunque ostensiblemente más irritado, manifestando su rotunda negativa a “perder el maravilloso tiempo de su vida” (sic) leyendo el Eclesiastés -que evidentemente le debía sonar a chino-, ya que él era (otro sic) una “persona NORMAL”, con mayúsculas en el original. Y como semejante profesión de necedad todavía debió de parecerle poco, añadía que le bastaba con navegar por internet para averiguar el origen de esta frase aventurando que estas fuentes pudieran estar equivocadas, por lo que me “recomendaba” que la volviera a leer.

No obstante, el culmen de su necedad venía a continuación, con la peregrina afirmación de que tal vez me hubiera quedado “dormido de aburrimiento al leer ese “best seller” de “El Eclesiastés” y estaría un poco despistado sobre lo que leí”. Concluía, por último, con una frase probablemente sacada de un libro de autoayuda, ya que no creo que su intelecto diera para tanto: “Personalmente, debo confesarle que yo descubro cosas nuevas bajo el sol absolutamente TODOS los días. ¿Seré un afortunado, o simplemente una persona NORMAL?”. También aquí las mayúsculas son responsabilidad suya.

Puestos a comparar, y dado su particular concepto de “persona NORMAL”, confieso que me considero infinitamente feliz de no serlo, si esto supone el adocenamiento más absoluto; pero ésta es ya otra historia. Por tal motivo, y buscando sobre todo que me dejara en paz pero también la vuelta al ruedo, decidí pasar al descabello dándole un nuevo repaso en el que le tildaba de cansino, ignorante y maleducado. Asimismo, y dando por supuesto que no le gustaría leer y que los clásicos le provocarían alergia -de paso aproveché para sugerirle que para no aburrirse probara con la telebasura-, con la excusa de ayudarle reproduje íntegro el párrafo del Eclesiastés (capítulo I, versículos 1 a 9) del que procedía la frase, deseándole finalmente que disfrutara de su ignorancia.

Y hasta ahora, dado que por el momento no ha vuelto a rechistar... aunque con esta gente nunca se sabe. Ya lo dijo Antonio Machado, cuyas poesías a buen seguro también le aburrirán: “Es propio de hombres de cabezas medianas embestir contra todo aquello que no les cabe en la cabeza”. Que, añado yo, dada su limitada capacidad mental suele ser casi todo.


Publicado el 16-1-2020