Maldita la gracia





Ya puestos, ¿por qué no hacer las cosas bien?
Fotografía tomada de la Wikipedia



Paseaba el otro día, era domingo a media mañana, cuando oí a lo lejos un estruendo de tambores y, aguzando la vista, creí distinguir lo que parecía un grupo de personas que en la lejanía se acercaban hacia el lugar donde yo me encontraba.

Lo primero que me vino a la cabeza fue si serían majorettes, algo que descarté de inmediato dado que este espectáculo, otrora muy popular, hacía muchos años que no se veía por esos pagos. “¿Será un desfile militar?” pensé a continuación; esto era más probable, pero dadas las fechas que corrían tampoco me acababa de cuadrar.

En cualquier caso la solución era simple, bastaba con esperar a que llegara el enigmático desfile o, todavía mejor, con salir a su encuentro. Y eso es lo que hice.

Efectivamente, había una batería de tambores muy en la línea étnica tan de moda últimamente, precedida por unas cuantas personas que daban brincos ataviadas con unas camisetas de color azul en las cuales iba escrita una frase que no logré descifrar dado que no se quedaban quietas un solo momento. Detrás de los tamborileros, y también de azul, marchaba un apretado grupo con todo el aspecto de ser una manifestación dados los carteles y pancartas que portaban cuyos textos, en un principio, tampoco alcanzaba a leer.

Cuando ya estuvieron lo suficientemente próximos pude saciar al fin mi curiosidad: se trataba de una manifestación “contra el Alzheimer”, en realidad una protesta no contra la enfermedad en sí, lo que hubiera sido bastante absurdo, sino contra la escasa atención que las autoridades prestaban a los enfermos que la padecen y a sus familias, muchas veces desbordadas por el problema que crea la atención continua que precisan estas personas.

Que un tema tan grave como éste fuera abordado con tamaño espíritu carnavalesco me desconcertó primero y me irritó después, ya que yo no concibo que se tomen a chacota según qué cosas.

No quedó ahí la cosa. Al día siguiente, aprovechando que la noticia había sido publicada en un periódico digital, hice un comentario en estos mismos términos, añadiendo que ya sabía que vivimos en una sociedad frívola, pero que era muy triste tener que llegar a estos extremos tan folklóricos para poder llamar la atención sobre tan grave problema.

Mentiría si dijera que me sorprendió que me replicaran, por partida doble además. Un primer lector me reprochaba que criticara “la buena voluntad de la gente que ayuda en este proyecto”, mientras el autor de la segunda réplica alegaba que la “manifestación” -las comillas eran suyas- era en realidad una “marcha festiva” -éstas sí son mías- con la que se “intentaba por una parte desdramatizar el problema del Alzheimer, y por otra que participaran los enfermos que todavía podían hacerlo”. Añadía, a continuación, que “No le parecía mal que les integraran en las celebraciones y que estas fueran de tipo “festivo”, ya que pensaba que servían para concienciar al resto de la sociedad y, sobre todo a las autoridades, de la existencia de este problema”. Finalizaba, por último, insistiendo en que “se trataba de no ser “invisibles” y de que se aportaran más recursos para ayudar tanto a los enfermos como a sus familias”.

A todo ello yo respondí, dando por zanjada la polémica, que no criticaba en modo alguno la buena voluntad de la gente que ayudaba en el proyecto, lo que criticaba era que se frivolizara un tema tan serio convirtiéndolo en un desfile de carnaval. Y ahí quedó todo, aunque lo que no llegué a decir fue que, de haber tenido un familiar con esta enfermedad, se me hubiera caído la cara de vergüenza llevándole allí, ya que por muy deterioradas que puedan tener sus facultades mentales, estas personas siguen mereciendo respeto, todavía más cuando son incapaces de opinar por sí mismos.

Bien, puede que mi sentido de la seriedad, o del ridículo si se prefiere, esté bastante exacerbado, probablemente sea así, pero lo cierto es que procuro diferenciar entre un ambiente festivo o distendido y otro, por el contrario, que parece requerir una actitud más comedida... algo que, al parecer, no está muy de moda últimamente, ya que la tendencia actual de la sociedad es a trivializarlo todo convirtiendo la vida en un desfile de frivolidades; de sobra lo tengo comprobado sin más que leer las noticias cotidianas.

Así me pasó, en su momento, con otras manifestaciones que para mí de festivas tenían bien poco, como las que reivindicaban un mayor apoyo a la sanidad y a la educación públicas, severamente amenazadas por los afanes privatizadores y desmanteladotes de los gobiernos de turno. En estas manifestaciones, bautizadas respectivamente como la Marea blanca y la Marea verde, la mayor parte de la gente, profesionales de la medicina o de la enseñanza y ciudadanos concienciados en general, marchaban con seriedad y comedimiento, sin más expansiones lúdicas que las camisetas con los colores respectivos, pancartas con textos críticos e incisivos o, como mucho, algún pito... aunque, eso sí, no se libraban de ir encabezadas por las oportunistas e inevitables representaciones sindicales, que no era cuestión de que no fueran a salir en las fotos, prietas las filas y desplegada toda su parafernalia habitual de estandartes y banderas con más de un siglo de antigüedad, la misma que la de sus ideas... pero ésta es otra historia, como lo es también la de aquellos nostálgicos de la historia fallida que aparecían exhibiendo unas trasnochadas banderas republicanas que nada pintaban allí, puesto que no era una manifestación contra la monarquía o a favor del sistema republicano.

Pero lo peor de todo no era esto, sino que también se colaran en ellas, sin que aparentemente nadie les hubiera invitado, todo tipo de folklóricos que a golpe de batucadas, numeritos de carnaval, atavíos estrambóticos y otras lindezas similares pretendían convertir la manifestación en poco más que una juerga o un número de circo; y, si bien la cosa no tenía por qué ser un funeral, de ahí al cachondeo desmadrado mediaba un abismo.

Y, puesto que este tipo de fantasmadas son muy del gusto de esta desdibujada izquierda que tenemos la desgracia de padecer, incapaz al parecer de asumir en serio -nunca mejor dicho- la defensa de los ciudadanos frente a los abusos de los tiburones de todo tipo, siempre al acecho para poder exprimirnos o aherrojarnos más, pues apaga y vámonos.

Puede, en definitiva, que esto no sea sino una variante sutil y sofisticada del añejo Pan y circo de los romanos, convirtiendo en meras juergas intrascendentes, y por lo tanto vaciándolas de todo carácter reivindicativo real, a cuantas protestas y reclamaciones ciudadanas se encuentren estos poderes fácticos por el camino, gracias a la desinteresada colaboración de los tontos útiles que los apoyan sin saberlo... o quizá, incluso, sabiéndolo.


Publicado el 30-9-2015