¿Niño o niña?





Lo he dicho muchas veces, pero no tengo más remedio que repetirlo una más: La magnitud de la estupidez humana aumenta mucho más deprisa que mi cada vez mayor escepticismo respecto a su futuro, por lo que a pesar de mis prevenciones siempre será capaz de sorprenderme, y no precisamente para bien, por imposible que pueda parecer.

Véase si no el artículo que bajo el largo título de Historia del “gender reveal” o por qué hay gente en España contratando aviones para saber el sexo de su bebé apareció publicado en la edición digital de El Confidencial el 23 de abril de 2024, porque no tiene desperdicio. Según cuenta, todo surgió de la ocurrencia de una famosilla -supongo, porque no había oído hablar de ella en mi vida- norteamericana que, cito textualmente, “fue la primera descubrir el género de su hija a través de una tarta, concretamente partiéndola y viendo entonces que su interior era de color rosa; por lo que, tanto ella como los asistentes al evento, advirtieron que el bebé que esperaba era una niña”. Sin comentarios, ya que la vergüenza ajena me impide articular palabras.

Aunque cualquiera con un mínimo de masa crítica en el cerebro no hubiera seguido leyendo, reconozco que me picó tanto la curiosidad -y también las ganas, todo hay que decirlo, de escribir este artículo-, que decidí someter a mis neuronas a la dura prueba de leerlo entero; y no fue fácil, se lo aseguro, porque por si fuera poco la redacción no podía ser más farragosa.

En fin, sigamos. Después de leer el parrafito de marras lo primero que pensé fue que se trataba de un nuevo método de adivinación más a sumarse a los ya clásicos de la astrología, la quiromancia, la videncia, el tarot, la interpretación de los sueños y toda esa retahíla de engaños para ingenuos que están pidiendo a gritos que los estafen; pero me equivocaba, puesto que la fiesta tan sólo acababa de empezar.

La verdad es que en el artículo no queda claro si lo que denominan con el palabro “gender reveal” -literalmente revelación de género- se refiere a la adivinación del sexo del neonato, tal como parece dar a entender el descubrimiento de la individua al cortar una tarta y descubrir que su interior era rosa, o si como se explica -mal- a continuación se trata de una fiesta social, por llamarlo de alguna manera, en la que los felices padres -o madres, o lo que sean- desvelan a los invitados el gran enigma obtenido gracias a procedimientos más ortodoxos y fiables como por ejemplo una ecografía. O ambas cosas, que por estos lares nunca se sabe.

Para empezar tropezamos con la propia definición; aunque mis conocimientos de inglés son limitados y los de de filología inglesa virtualmente nulos, lo que sí tengo claro es que en español los términos sexo y género están perfectamente definidos por mucho que se empeñen en marear la perdiz los adalides de una sexualidad -¿por qué no llamarla generidad?- en plan barra libre; la mayoría de los seres vivos tenemos sexo, mientras el género es una mera convención gramatical tan arbitraria como asignar a un objeto asexuado un género masculino -sillón- o femenino -silla-, el cual además suele variar de un idioma a otro. Por lo cual, confundir ambos términos en español -desconozco si en inglés ocurre lo mismo- es cuanto menos equívoco.

Pero no merece la pena perder el tiempo en esto. Volviendo al tema que nos ocupa, lo cierto es que la frivolidad cada vez mayor de la sociedad redunda en la invención de ritos sociales, por llamarlos de alguna manera, de nuevo cuño no sólo innecesarios en sí mismos, sino también decididamente absurdos como es también el caso de remedos tales como el bautismo civil, la comunión civil o los funerales de mascotas, por no hablar de las vergonzantes despedidas de soltero.

Y desde luego, informar del sexo de tu futuro hijo organizando un sarao en el que la incógnita se desvela a base de la dualidad cromática azul/niño o rosa/niña, es para mandarlos directamente al psiquiatra de guardia. Sobre todo, si incluye parafernalias tales como pirotecnia, globos de colores o en el culmen de la horterada, eso sí cara, fumigación de los felices padres -o madres, o lo que sean- con humo del color correspondinete desde una avioneta cual de si de una plaga de gorgojos se tratara. Lo cual, según el artículo, llegó a provocar en una ocasión un grave incendio forestal.

Si ya tenían ustedes los ojos del tamaño de una pelota de tenis, prepárense para una nueva dilatación ocular: la promotora del invento reniega ahora de él afirmando que es ofensivo “para las personas transgénero y no binarias”, ya que “cuando enfatizamos el género -digo yo que lo que se enfatiza será el sexo- como lo primero que debemos celebrar acerca de los bebés, éstas quedan aún más marginadas”, terminando por proponer su cancelación “para ayudar a estas personas”, argumentando a modo de disculpa que desde que se le ocurrió el invento en 2008 la sociedad “había evolucionado mucho” por lo que ahora quería “que mis hijos crezcan en un mundo donde el género no importe”.

A lo cual me pregunto si no sería mejor cancelarlas simplemente por constituir un atentado al buen gusto y probablemente también a la inteligencia. Pero ya se sabe, la estupidez es algo tremendamente contagioso.


Publicado el 24-4-2024