Suspenso en historia





El rey Don Pelayo en Covadonga, de Luis de Madrazo
Fotografía tomada de la Wikipedia



Aun a riesgo de pecar de insistente, por no decir ya de pesado, no tengo más remedio que insistir una vez más en la incultura general que aqueja a la profesión periodística actual, capaz de incurrir en los errores más clamorosos sobre cualquier temática no sólo sin inmutarse sino, lo que es mucho peor, sin molestarse siquiera en corregirlos, salvo honrosas excepciones, tras ser advertidos de ellos por los lectores. Cierto es que todos -y yo el primero- somos susceptibles de meter la pata, sobre todo cuando escribimos deprisa; pero si se les cuelan disparates del calibre de los que saco a relucir aquí, mucho me temo que existen motivos más que suficientes para preocuparse por el nivel cultural de los periodistas.

Por si fuera poco, en el caso que nos ocupa estos detalles históricos ni siquiera venían a cuento, ya que se trata de meras guindas añadidas al pastel con la intención de adornarlo y, cabe sospechar, de lucirse, por más que acabara saliéndole al redactor el tiro por la culata.

El artículo, escrito al rebufo de la papanatería con que la prensa española cubrió informativamente la coronación del nuevo rey británico, algo que sinceramente no entiendo ya que ni nos iba ni nos venía a los españoles, apareció publicado el 5 de mayo de 2023 en El Confidencial. Titulado La piedra de la discordia entre Inglaterra y Escocia sobre la que Carlos ha sido coronado, relata la historia, poco conocida por estos lares, de una de las múltiples rapiñas cometidas por los súbditos de su Graciosa Majestad británica a lo largo de los siglos, que no han sido pocas: la de la Piedra de Scone, o del Destino, una reliquia histórica escocesa en la que se coronaban los reyes de este país hasta que en el siglo XIII el monarca inglés Eduardo I arrambló con ella llevándosela a la Abadía de Westminster, donde permaneció hasta que en 1996 fue devuelta -rara avis- a sus legítimos propietarios con la condición de que fuera prestada para la coronación de los reyes británicos.

Desde el punto de vista histórico el artículo está bien, pero empezó a chirriar cuando el redactor, al explicar que la tradición atribuía a la piedra ser aquélla sobre la que Jacob reposó la cabeza durante el sueño en el que tuvo la visión de la escalera celestial por la que subían y bajaban los ángeles, añade a modo de apostilla:


Jacob, hijo de Josué, hermano de Esaú...


No hace falta estar muy versado en la Biblia, y más concretamente en el Antiguo Testamento, para saber que Jacob y Esaú, conocidos ambos sobre todo por el famoso episodio del plato de lentejas, eran hijos de Isaac, aquél que se libró por los pelos de ser inmolado por su padre Abraham. Por su parte Josué, aunque también aparece en el relato bíblico, pertenece a una época muy posterior, ya que fue el sucesor de Moisés tras la huida de Egipto y el largo peregrinaje por el desierto del Sinaí, convirtiéndose en el victorioso caudillo que aseguró para su pueblo la soberanía sobre el país de Canaán, la futura Israel. Así pues, suspenso en Historia Sagrada.

Todavía peor es el segundo gazapo. Tras citar fuentes tan fidedignas desde un punto de vista histórico como J.R.R. Tolkien, J.K. Rowling o George R.R. Martin, pasa a describir ejemplos de mitos legendarios que contribuyeron a la formación del imaginario de diferentes reinos medievales, explicando acertadamente que éstos fueron reinterpretados por los nacionalismos románticos -por la época, no porque ningún nacionalismo lo sea- convirtiendo estas ficciones en presuntos hechos reales, tal como ocurrió en nuestro país con el escudo del condado de Barcelona dibujado por Wifredo el Velloso con su propia sangre o con la batalla de Covadonga. Y es aquí donde nos encontramos con una nueva perla:


Luego está la exageración de don Rodrigo en Covadonga, del que sí existen en cambio fuentes históricas, pero a quien se le otorga un significado acorde a ese interés.


¿Don Rodrigo en Covadonga? El rastro histórico del último rey visigodo -aunque Agila II y Ardón lograron mantenerse durante algunos años más en la zona nororiental del antiguo reino- se pierde en la batalla del Guadalete o de la Janda, y aunque no existe una certeza absoluta se supone que falleció durante el combate. De lo que no existe duda es que don Rodrigo no tuvo nada que ver con la batalla de Covadonga, la cual siempre se ha atribuido a don Pelayo aun cuando su relevancia haya sido cuestionada por algunos historiadores.

En mis tiempos de estudiante confundir a ambos personajes hubiera supuesto un suspenso fulminante; pero ahora, merced a las cada vez más nefastas leyes educativas, ya no lo tengo tan claro.


Publicado el 7-5-2023