El Señor de las Burbujas



El cárdeno resplandor de la aurora iluminaba con tintes sangrientos el perfil de los dos ejércitos enemigos que, desplegados el uno frente al otro, pronto habrían de batirse en duelo mortal en el campo de batalla elegido por sus generales, la llanura que separaba las dos colinas en las que habían asentado sus respectivos campamentos, las cuales habrían de servir, una vez desatadas las hostilidades, como puestos de mando y observación para ambas planas mayores.

Conforme sonaban los agudos toques de corneta y los recios redobles de tambor, los dos ejércitos se aprestaron a formar en orden de batalla con esa precisión que tan sólo es posible encontrar entre las gentes de armas. Los caballeros, brillantes sus bruñidas armaduras bajo la luz del naciente sol, hacían caracolear a sus fogosas monturas, impacientes unos y otros por entrar en combate. Los infantes, a las órdenes de sus sargentos y alféreces, se aprestaban a formar en cuadros distribuyéndose según las instrucciones de los oficiales. Arqueros y ballesteros formaron en los flancos, mientras balistas y catapultas se resguardaban a retaguardia ya que su misión no era la de batir con sus proyectiles el campo de batalla, donde no podrían distinguir entre soldados amigos y enemigos, sino la de defender la posición de su puesto de mando frente a un hipotético ataque enemigo.

Conforme aumentaba la claridad del día, comenzaron a hacerse visibles los vistosos estandartes. El del ejército que ocupaba la colina situada al norte, era rojo escarlata y llevaba bordadas en blanco las letras sagradas que todos sus soldados habían jurado defender hasta la última gota de su sangre: Buena Toda.

En el del ejército del sur campeaba orgullosa la bandera azul y roja de su archienemiga Easy Soda, la única bebida refrescante que había logrado mantener incólume su independencia frente a los dictados de su poderosa rival. También ellos habían jurado obediencia ciega a su logotipo, y asimismo estaban dispuestos a defenderlo hasta la muerte bajo el grito de ¡Atrévete a cambiar!

Junto a estos estandartes cerraban filas los de sus bebidas vasallas: Tanta, Capricornius y Espíritu, entre otras, en el bando de Buena Toda; Brinda, Mucho Más y Siete en el de Easy Soda. Más allá, en un discreto segundo plano, ondeaban las enseñas de sus respectivos aliados: Directa, Estabuena, Austral y Quini, alineadas todas ellas con Buena Toda; La Granjera, Burbujeante, Chicago Drink, Don Pepe y Todofrutus, formando coalición a favor de Easy Soda. Por último, estaban las turbas villanas de las marcas blancas, más salteadores de caminos que soldados, pero útiles a la hora de apuntillar a un enemigo vencido y en retirada.

Ambos ejércitos eran poderosos, y ambos estaban decididos a medir sus fuerzas hasta la extenuación en defensa no sólo de sus respectivas divisas, sino también de las inviolables fronteras de sus cuotas de mercado. Quien venciera impondría su soberanía en Villar de Berlanga, uno de los escasos lugares en los que ninguna de las dos grandes compañías había logrado imponer todavía su soberanía. Era mucho lo que se jugaban sus respectivos generales, y ellos lo sabían.

Cuando el sol estuvo suficientemente alto sobre el horizonte…


* * *


-¡Basta ya! -exclamó el editor, cerrando de golpe el texto impreso que había estado leyendo-. ¿Qué es esto? -rugió blandiendo el cuadernillo con indignación-. ¿Una tomadura de pelo?

-No... no, señor -balbuceó su acobardado interlocutor hundiéndose en el asiento-. Es... es lo que le dije, una novela que describe una sociedad neofeudal ubicada en un futuro remoto...

-¡Y un cuerno! -explotó-. Esto no es más que un miserable pastiche, un vulgar refrito sin el menor valor literario. En cuanto a la humorada de bautizar a los contendientes con nombres de compañías de refrescos, le diré que no le veo la gracia por ningún lado, eso sin contar posibles querellas por uso indebido de marcas registradas, publicidad negativa y yo que sé cuantas cosas más que se les pudieran llegar a ocurrir a sus abogados. ¿Es que se ha vuelto loco? ¿O acaso me ha tomado a mí por un imbécil creyéndome capaz de publicar esta bazofia?

Y para enfatizar su rechazo arrojó el original sobre la mesa, conteniendo los deseos de habérselo tirado directamente a la cara.

-No le he engañado -se defendió el frustrado escritor con gesto de dignidad herida-. Acepto que no le guste y que no quiera publicarla, pero no que me tilde de falsario o de estafador. Simplemente me limité a extrapolar la situación actual a un hipotético futuro en el que los nuevos señores feudales serían las compañías multinacionales, de refrescos o de cualquier otro tipo de productos... éstas, por cierto, salen más adelante. Si tiene usted paciencia y sigue leyendo...

-No necesito leer más para hacerme una razonable idea de por donde van los tiros de la novela -refunfuñó el editor-. Y siento tenérselo que decir, pero no me gusta. La encuentro... cómo lo diría yo; forzada, artificial, rebuscada... amén, claro está, de manida. Pero hombre de Dios, ¿cómo se le ha podido ocurrir utilizar nombres de marcas actuales para ambientar un futuro lejano? Suponiendo que su hipótesis pudiera ser cierta, lo más probable es que esas empresas feudales fueran completamente inexistentes en nuestros días. ¿Por qué no recurrió a nombres ficticios?

-Porque quería denunciar el abuso de poder de las marcas actuales y la manipulación a la que estamos sometidos por la publicidad -confesó-; en el fondo, mi novela no es más que una metáfora para denunciar la alienación del hombre actual, que...

-Ya -le interrumpió el editor, frunciendo el ceño con preocupación-. La verdad es que su empeño es muy loable, pero me temo que se ha equivocado de lugar; nuestra línea editorial es la literatura de entretenimiento, no la de denuncia social, y no me vale con que usted pretenda envolverme sus ideas con un ropaje de aventuras presuntamente medievales.

-Yo... pensé que quizá...

-Lo siento, amigo, otra vez será -zanjó el editor con falsa amabilidad, recogiendo el original y entregándoselo-. Eso sí, usted siempre tendrá aquí las puertas abiertas. En cuanto a esta novela, le sugiero que pruebe en otras editoriales, al fin y al cabo cada una tiene sus propios criterios y quizá encuentre una en la que encaje. Créame que no es en modo alguno un juicio de valor ni menosprecio, es que realmente no encaja en ninguna de nuestras colecciones.

-Está bien -masculló con humildad el alicaído autor-. Lo entiendo perfectamente.

Y tras guardar el fallido libro en una cartera, se despidió marchándose sin volver la vista atrás.

Al verle desaparecer tras la puerta el editor soltó un suspiro de alivio y, desprendiéndose de su máscara profesional, esbozó un gesto que, de haber tenido ocasión de contemplarlo, hubiera alarmado a su recién despachado visitante. Porque desde luego, nada bueno decía de la opinión que le habían causado tanto la someramente entrevista novela como su propio autor, al que mentalmente había calificado ya como un perfecto cretino.

-¡Habrase visto el imbécil ese! -exclamó desahogándose-. Menudo truño me quería enchufar. Ni que uno se anduviera chupando el dedo a estas alturas.

Para olvidarse del mal trago pasado, y puesto que disponía de un rato libre dada la rapidez con la que se había desembarazado del inoportuno visitante, pidió a su secretaria que le trajeran una cerveza con algo para picar de la cafetería de enfrente y decidió relajarse echando un vistazo a las ediciones electrónicas de los periódicos. Encendió el ordenador, cargó la página de su cabecera favorita y leyó el titular que aparecía en portada:


“Una multinacional que ostenta casualmente el mismo nombre que un pequeño pueblo castellano, ha ganado el pleito que le interpuso éste por presunto uso indebido del mismo. El portavoz de la compañía ha afirmado que acudirán a su vez a los tribunales para exigir que sea el pueblo quien cambie de denominación. Por su parte, los representantes del municipio dijeron que su precaria situación económica les impedía seguir adelante con una reclamación que consideraban justa, pero que lucharían con todas sus fuerzas para intentar impedir que les fuera arrebatado un nombre que, según los historiadores, databa de la Edad Media.”


Lo cual le dejó pensando si el rechazado escritor no tendría, en el fondo, siquiera un atisbo de razón. Pero ya era tarde para volverse atrás, y además su orgullo se lo habría impedido.


Publicado el 20-4-2020