El fin de una tradición



El comisario levantó la manta que cubría el cuerpo, hizo una mueca de desagrado y volvió a bajarla cuidando de que éste quedara bien tapado.

-No cabe duda de que se trata de un asesinato -musitó, más para él que para el agente que le acompañaba-. Además, la saña con la que le golpearon fue inaudita, está prácticamente destrozado. En fin -suspiró-, di a los chicos que tomen las muestras y las fotografías que consideren necesario, y que en cuanto puedan avisen al juzgado para que se levante el cadáver lo antes posible. Aquí ya no pinta nada.

-¿Se le ha identificado? -preguntó su interlocutor al tiempo que asentía con la cabeza a la indicación de su superior.

Sí -respondió el comisario bajando la vista al suelo como si quisiera librarse de un recuerdo desagradable-. De hecho, el asesino se entregó voluntariamente y fue él quien indicó donde yacía la víctima tras confesar su crimen. No hay duda sobre ello... por increíble que pueda parecer.

Y tras hacer una pausa, cayendo en la cuenta de que su acompañante no estaba al tanto de este dato, explicó:

-Se trata de san Valentín. Sí, ese tipo con el que todos los años por febrero nos daban la tabarra intentando que nos gastáramos los cuartos en regalos para nuestra pareja. Y no, no bromeo -se justificó viendo la expresión de incredulidad de su subordinado-. No es ningún pobre desgraciado disfrazado para la ocasión, es realmente san Valentín por mucho que los de arriba piensen que nos hemos vuelto todos locos. No me preguntes como se las han apañado los del laboratorio para identificarlo, lo único que sé es que la certeza es absoluta...

-¿Y por qué fue asesinado? -insistió el agente- ¿Se sabe cuál pudo ser el móvil?

-Sí, claro, el homicida cantó de plano. Se trata de un divorciado con el que su ex mujer se ensañó, con el apoyo de los jueces, dejándole más pelado que un pollo listo para ser asado. El pobre diablo estaba desesperado, llevaba una vida cada vez más arrastrada, su ex mujer, no contenta con haberse quedado con prácticamente todo el patrimonio conyugal, le estaba sangrando como una sanguijuela... tampoco le dejaba ver a sus hijos, etcétera.

-Pero como éste hay muchos...

-Sí los hay, por desgracia, y también al contrario; pero la cuerda siempre se rompe por el punto más débil, y este desgraciado fue quien dio el paso. Lo sorprendente no es que dirigiera su agresividad hacia su ex pareja, sino hacia este individuo -dijo, señalando el bulto con la mano-... según declaró, y esto está recogido en el atestado, estaba al borde mismo de explotar cuando comenzó la campaña de ventas de este año. No sabemos como se encontró con el san Valentín de las narices, pero lo cierto es que discutió con él, tildó de sarcasmo su visita y... bueno, tú mismo has podido comprobar en que acabó la cosa.

-Veo, jefe, que no simpatiza demasiado con esta tradición -apuntó el policía.

-Por supuesto que no -admitió éste-. Y no porque mi matrimonio vaya mal, sino porque estoy hasta las narices de que intenten sacarnos los cuartos constantemente con cualquier invento que se les ocurra, máxime cuando en este caso concreto se trata además de algo artificial que importaron no hace tantos años de América y nos metieron con calzador. Pero si la gente pica...

-Vamos, que usted piensa que se lo merecía...

-Digamos que no voy a lamentar demasiado que el año que viene los comerciantes se tengan que pasar sin este invento -respondió diplomáticamente el comisario-. Claro está que ya verás lo que tardan en sacarse otro rollo de la manga. ¡Menudos son!

Y, como si se arrepintiera de su locuacidad, añadió:

-Bueno, aquí ya no pintamos nada. Te invito a tomar un café en ese bar de la esquina que hemos visto al llegar, que tenía buena pinta.

Y se fueron.


Publicado el 30-4-2013