Fatalidad



Sir Percival Bloomsbury-St. James era el paradigma del perfecto gentleman. Vástago de una de las más linajudas y antiguas familias británicas, tenía a gala respetar a ultranza todas las viejas reglas de urbanidad heredadas de sus antepasados, sin importarle en absoluto que éstas pudieran haber quedado anticuadas a causa del discurrir implacable de los siglos. De hecho, sus amigos solían decirle mitad en serio, mitad en broma, que tan sólo le faltaban la armadura y la montura para haber sido un perfecto caballero de la Tabla Redonda.

Él, lejos de sentirse herido por las pullas, se mostraba orgulloso de ser el último defensor de unos valores que consideraba perdidos. En especial, presumía de su caballerosidad extrema con las mujeres, a las cuales, afirmaba, sería incapaz de tocarles sin autorización un solo cabello, ni mucho menos maltratarlas ni tan siquiera en defensa propia, haciendo suya la famosa frase de Tadeo Calomarde, ministro de Fernando VII, cuando en un alarde de caballerosidad respondió a la violenta bofetada que le diera la infanta Luisa Carlota de Borbón con un caballeresco “Manos blancas no ofenden”. Porque sin Percival afirmaba, y nadie que le conociera lo más mínimo dudaba de su sinceridad, que se dejaría despedazar por unas ménades furiosas antes que alzar una sola mano para defenderse de nadie que perteneciera al bello sexo femenino.

Fue por ello una verdadera fatalidad que, en el transcurso de uno de sus viajes por la sabana africana, al apearse el noble prócer del vehículo con objeto de satisfacer una necesidad urgente, fuera a toparse detrás de un montículo con una leona hambrienta.


Publicado el 7-9-2014