Evolución



DECLARACIÓN UNIVERSAL DE LOS DERECHOS HUMANOS
(EXTRACTO)


Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos y, dotados como están de razón y conciencia, deben comportarse fraternalmente los unos con los otros.

Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento o cualquier otra condición.

Todo individuo tiene derecho a la vida, a la libertad y a la seguridad de su persona.

Nadie estará sometido a esclavitud ni a servidumbre, la esclavitud y la trata de esclavos están prohibidas en todas sus formas.

Todos son iguales ante la ley y tienen, sin distinción, derecho a igual protección de la ley. Todos tienen derecho a igual protección contra toda discriminación que infrinja esta Declaración y contra toda provocación a tal discriminación.




LAS TRES LEYES DE LA ROBÓTICA


1.- Un robot no puede dañar a un ser humano ni, por inacción, permitir que éste sea dañado.

2.- Un robot debe obedecer las órdenes dadas por los seres humanos excepto cuando estas órdenes entren en conflicto con la Primera Ley.

3.- Un robot debe proteger su propia existencia hasta donde esta protección no entre en conflicto con la Primera o la Segunda Leyes.




REFLEXIONES SOBRE EL CONCEPTO DE HUMANIDAD


Durante siglos, la controversia primero teológica, y posteriormente filosófica, acerca de la definición de ser humano ha hecho correr ríos de tinta, cuando no incluso de sangre. En los albores del cristianismo se debatió sobre la existencia o no de alma en las mujeres, o bien se defendía que las almas femeninas eran de categoría inferior a las masculinas. Más adelante, cuando las grandes expediciones interoceánicas pusieron en contacto a los navegantes europeos con miembros de otras razas y culturas, volvió a repetirse la cuestión negándosele la condición de seres humanos a los pertenecientes a las entonces denominadas razas primitivas, como los negros africanos, lo que resultó una oportuna excusa para justificar algo tan abyecto como la esclavitud, reemplazada por una discriminación racial no menos feroz en lugares tan alejados como Sudáfrica o los propios Estados Unidos.

No menos reprobables son los sistemas de castas sólidamente arraigados en sociedades como la hindú, que pese a haber sido abolido legalmente hace ya tiempo todavía continúa agazapado en amplios sectores sociales de este país.

Eso sin contar con la aberración del nazismo y su particular distinción entre razas superiores, como la aria, e inferiores como judíos, eslavos o gitanos, utilizada como argumento para esclavizar, encarcelar y asesinar a millones de personas inocentes.

En definitiva, la lucha por la igualdad total de todos los seres humanos con independencia de su sexo, su raza, sus creencias o su religión, sólo tendrá fin cuando esta igualdad sea realmente efectiva. Seamos religiosos o no, creamos en la existencia del alma o tal sólo en la razón del intelecto humano, la meta ha de ser siempre la misma.

J.F. Tombstone




ROBOTS Y HUMANOS


Están aquí, y llegaron para quedarse. El movimiento robotista, que muchos tomaron inicialmente a burla, se ha consolidado y cuenta cada vez con más adeptos salvo, claro está, aquéllos que son considerados por ellos como sus enemigos, las grandes corporaciones fabricantes de robots y todos aquellos que los utilizan como lo que legalmente son, unas simples máquinas que, por mucha que sea su sofisticación, no dejan de ser unos meros instrumentos.

Sin embargo, objetan los robotistas, desde el momento en el que se inventó el cerebro positrónico los robots equipados con éste dejaron de ser unos simples muñecos mecánicos para convertirse en seres pensantes y autoconscientes. De hecho, es sobradamente conocido que los robots positrónicos son perfectamente capaces de superar el Test de Turing siempre y cuando, claro está, no se les planteen cuestiones que pudieran entrar en conflicto con las Leyes de la Robótica. Así pues, si razonan igual que los humanos, sus defensores argumentan que deberían ser considerados como humanos, con independencia de su naturaleza artificial.

Algunos, incluso, llegan más lejos aún denunciando que las Leyes de la Robótica, y en especial la segunda, conculcan gravemente su libertad convirtiéndolos en los nuevos esclavos de nuestro siglo, al verse conminados a obedecer a los humanos de naturaleza biológica.

En cualquier caso este debate no ha hecho más que empezar, aunque no ha faltado quien, en plan sarcástico, ha propuesto a las fábricas de robots que regalen un ejemplar a cada uno de los cabecillas del movimiento robotista.

José Delapierre para Noticias del Mundo




¿TIENEN ALMA LOS ROBOTS?


A estas alturas puede parecer ésta una pregunta sin sentido, pero conviene recordar que las convicciones religiosas siguen estando fuertemente arraigadas en un porcentaje muy significativo de la población del planeta, por lo que para ellos dista mucho de ser una cuestión baladí. Aunque el movimiento robotista siempre se ha postulado como laico y sus dirigentes afirman que su único credo es la Declaración de los Derechos Humanos, la cuestión de si los robots son o no humanos ha saltado inevitablemente al campo religioso, trocando el concepto de humanidad por el de la posible existencia de alma en estos seres mecánicos. Y si bien los portavoces de las principales creencias guardan por lo general un discreto silencio, los líderes de algunas sectas minoritarias han comenzado a pregonar la existencia de un alma robótica equivalente ante los ojos de Dios al alma humana, dado que en ambos casos se trata de seres igualmente pensantes.

Ante el argumento, defendido extraoficialmente por las religiones escépticas -denominémoslas así- de que sólo pueden disponer de alma los seres creados por Dios y nunca aquéllos salidos de la mano del hombre, los primeros afirman que, salvo Adán y Eva, ningún otro ser humano fue creado directamente por Dios, lo que no impide que sus descendientes actuales estén provistos de ella. Así pues, no ven mayor diferencia a la hora de gozar de tan inaprensible don que un nuevo ser haya sido concebido de forma biológica o, por el contrario, que haya sido ensamblado en un complejo industrial, puesto que tanto el uno como el otro han sido engendrados por el hombre y por lo tanto Dios, en su infinita sabiduría, no debería hacer la menor distinción.

En lo que respecta al estamento científico, el rechazo a equiparar a los robots con los seres humanos suele ser mayoritario, aunque por lo general la mayoría rehúsa opinar sobre la cuestión del alma.

Marco Pastrami en Milenio Fantástico




TUVALU MANUMITE A LOS ROBOTS


El mundo ha despertado hoy con la sorprendente noticia de que Tuvalu, un diminuto estado insular polinésico situado a mitad de camino entre Australia y Hawai, ha reconocido a los robots la condición de seres humanos, lo que conlleva una inmediata manumisión de los mismos al ser considerada como esclavitud, y por lo tanto prohibida, su anterior condición de siervos de sus antiguos dueños.

El júbilo manifestado por las organizaciones robotistas contrasta con el escepticismo con el que ha sido acogida esta iniciativa tanto por los gobiernos de las naciones industrializadas como por las principales fábricas de robots agrupadas en la WARM (World Association of Robot Manufacturers). Un portavoz de esta asociación afirmó, en un comunicado hecho público en una multitudinaria rueda de prensa, que esta pintoresca (sic) iniciativa legal no tiene por qué afectar en absoluto a la producción y venta de robots, que justo ahora está pasando por uno de sus mejores momentos una vez que las mejoras tecnológicas y la consiguiente reducción de precios han logrado que los robots dejaran de ser un artículo de lujo al alcance de tan sólo unos pocos. Éste es un extracto de sus palabras, con algunas acotaciones nuestras encerradas entre corchetes:


Sería absurdo suponer que un hecho aislado como el de Tuvalu vaya a influir en nuestro negocio. Ciertamente se trata de una nación soberana [obtuvo su independencia de Gran Bretaña, su antigua potencia colonial, en 1978] y por lo tanto tiene plena capacidad para promulgar sus propias leyes, pero si consultan un atlas comprobarán que su extensión territorial abarca tan sólo 26 kilómetros cuadrados, por lo que si se tratara de una única isla de forma circular su diámetro ni siquiera alcanzaría los seis kilómetros de lado a lado. En realidad el país está repartido entre tres islas y seis atolones, el mayor de las cuales de tan sólo 560 hectáreas de superficie, una quinta parte de su territorio total, con una longitud de 5 kilómetros y una anchura máxima de 2.

»Para los amantes de las estadísticas [añadió] cabe indicar que es el cuarto estado más pequeño del mundo tras la Ciudad del Vaticano, Mónaco y su “vecina” [les separan 1.400 kilómetros de océano] Nauru, y que con apenas doce mil habitantes es el segundo menos poblado, superando tan sólo a la Ciudad del Vaticano. Su altitud máxima sobre el nivel del mar es de tan sólo cinco metros, lo que hace que estas islas sean extremadamente vulnerables a las mareas, a fenómenos meteorológicos como tifones o tsunamis y a la subida del nivel del mar a causa del cambio climático.

»Su economía está basada fundamentalmente en la agricultura y la pesca, aunque también obtiene ingresos por las emisiones filatélicas y, durante algunos años, se beneficiaron de la cesión de los derechos de explotación del dominio .tv en internet, frecuente en las páginas pornográficas. Por supuesto en Tuvalu no se fabrican robots, de hecho no se fabrica absolutamente nada, y el parque local de éstos se reduce a media docena de destartaladas unidades, modelos antiguos y obsoletos comprados de segunda mano y empleados en su totalidad por la Administración local.

»Como resulta fácil de entender, la iniciativa del gobierno tuvaluano no pasa de ser un hecho meramente anecdótico y sin la menor trascendencia, al que no merece la pena prestarle la menor atención. Juzguen por ustedes mismos [concluyó con una sonrisa levemente sardónica].


La aplastante exposición del portavoz de la de la WARM no ha gustado a las organizaciones robotistas, que han replicado que si otras naciones más importantes todavía no se han atrevido a dar el paso se debe únicamente a las presiones de un lobby industrial que vería peligrar sus exorbitantes beneficios, tanto los de los propios fabricantes de robots como los de las numerosas empresas, prácticamente todas, que utilizan de forma masiva a los hombres mecánicos como mano de obra tras haberse desembarazado de los anteriores operarios humanos, por resultarles el cambio mucho más rentable. No obstante, consideran un triunfo y una valentía la iniciativa de las autoridades tuvaluanas, y afirman estar firmemente convencidos de que a este precedente le seguirán próximamente otras iniciativas similares.

Lo que sí es cierto, es la afirmación del gobierno de Tuvalu de que, en caso de que arribaran a su país un barco o un avión transportando robots, éstos serían declarados humanos y, en consecuencia, se conminaría a sus propietarios a liberarlos de forma inmediata, aunque por el momento no ha precisado si se les otorgaría automáticamente la nacionalidad tuvaluana o si, por el contrario, podrían acogerse al estatuto de refugiados, ya que en caso de abandonar Tuvalu perderían de inmediato su recién adquirida “humanidad” siendo devueltos a sus legítimos propietarios. Dado que la infraestructura turística de este minúsculo estado insular es prácticamente inexistente -se calcula que el número anual de visitantes no rebasa el centenar-, tampoco cabe esperar que esta nueva ley vaya a tener una incidencia significativa en los potenciales turistas, a los que les bastaría con dejar a sus servidores a buen recaudo en cualquier otro lugar del planeta durante la duración de su visita..

Por su parte, el Consejo de Seguridad de la ONU, a la que pertenece Tuvalu desde el año 2000, ha comunicado que por el momento no figura en su agenda ningún proyecto de debate sobre este tema, y que tampoco está previsto que se incluya en un futuro inmediato.

Silver P. Waterhouse para World News




LA CUESTIÓN ROBÓTICA


Visto con la perspectiva que dan las décadas transcurridas desde que se inició el proceso, resulta sorprendente descubrir que entonces prácticamente nadie, salvo los ingenuos idealistas conocidos, con frecuencia de forma peyorativa, como robotistas, fuera capaz de prever algo que hoy nos parece tan evidente como la naturaleza humana de los robots, con independencia de su origen artificial en contraposición a los humanos de carne y hueso. Pero no nos engañemos. Aunque en la actualidad no se discrimine entre cerebros orgánicos y cerebros positrónicos, puesto que ambos son igualmente capaces de ejercer un raciocinio que los singulariza diferenciándolos de los demás seres vivos, no siempre fue así, siendo necesario recorrer un camino plagado de obstáculos y dificultades de todo tipo.

Lo que nunca llegarían a sospechar quienes menospreciaron, e incluso se burlaron, de la iniciativa pionera de un minúsculo estado insular desconocido para la gran mayoría de los habitantes del planeta, fue que, al igual que narra la parábola del grano de mostaza, el movimiento en defensa de la emancipación de los robots acabaría creciendo de un modo exponencial hasta acabar imponiéndose incluso en aquellos países en los que su rechazo había sido más rotundo.

Aunque en un primer momento los países que secundaron la iniciativa de Tuvalu eran tan irrelevantes como éste en el plano internacional, poco a poco se irían sumando otros todavía pequeños, pero cada más importantes. El resto sería ya sólo cuestión de tiempo. La bola de nieve rodaba imparable ladera abajo, haciéndose más grande cuanto más descendía.

Fue entonces cuando los populistas y los demagogos de los países más desarrollados descubrieron el filón. En realidad era bien poco lo que les importaban los robots, pero encontraron en la causa robotista una magnífica oportunidad para ganar crédito entre todos aquellos, y eran muchos, que habían sido desplazados de sus puestos de trabajo por los mucho más eficientes robots, viéndose convertidos en un proletariado empobrecido que malvivía a duras penas viendo pasar de largo la prosperidad general, mal repartida y peor compartida, de la gozaban las clases altas a raíz de la utilización de los robots positrónicos como fuerza de trabajo eficiente y barata.

Evidentemente la maniobra tenía su trampa ya que, al igual que ocurriera en el siglo XIX con la prohibición de la esclavitud en los Estados Unidos, los nuevos libertos iban a seguir estando allí... y aun pagándoles un sueldo que ellos en su mayor parte no necesitaban, seguirían estando en ventaja frente a unos obreros humanos me refiero, claro está, a humanos orgánicos- que nunca podrían equipararse a ellos en eficiencia ni en competitividad. Huelga decir que los populistas callaban esto último, haciéndoles creer a las masas indignadas que la emancipación de los robots acarrearía su desaparición de las fábricas y su reemplazo por mano de obra humana de verdad, con lo que volverían a gozar de la prosperidad que éstos les habían arrebatado.

Y lo creyeron. Así pues, bajo una presión social cada vez más fuerte, incluso los países que persistían en considerar a los robots positrónicos como simples objetos fueron cayendo uno tras otros cual fichas de dominó. Finalmente, en un acuerdo histórico la Asamblea General de la ONU acordó, por práctica unanimidad, modificar el Artículo Segundo de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que quedó redactado de la siguiente manera:


Toda persona tiene todos los derechos y libertades proclamados en esta Declaración, sin distinción alguna de raza, color, sexo, idioma, religión, opinión política o de cualquier otra índole, origen nacional o social, posición económica, nacimiento, naturaleza del soporte físico de su intelecto o cualquier otra condición.


Claro está que las consecuencias de esta iniciativa legal distaron mucho de ser un camino de rosas. El perjuicio más inmediato lo sufrió, como cabe suponer, la industria manufacturera de robots. Concentradas en su totalidad en un pequeño número de países tecnológicamente punteros que fueron, como era de esperar, los últimos en rendirse ante el revolucionario cambio, las otrora poderosas compañías fabricantes de robots se vieron afectadas en un principio al retraerse sus exportaciones hacia aquellos países que habían reconocido la emancipación de los robots, pese a lo cual lograron mantener temporalmente su producción.

Pero cuando el abolicionismo se implantó en la totalidad del planeta, todas estas empresas entraron rápidamente en bancarrota, ante la imposibilidad legal de seguir vendiendo unos productos que a partir del momento mismo en que salían de la cadena de ensamblado se convertían automáticamente en personas y, por lo tanto, en ciudadanos libres. Algunas de ellas acabaron desapareciendo, mientras otras intentaron prolongar su agonía reconvirtiéndose hacia la fabricación de hombres mecánicos desprovistos de cerebros positrónicos y, por lo tanto, de derechos legales, muy inferiores en prestaciones a éstos y por ello condenados al fracaso.

Otras muchas empresas que utilizaban a los robots como mano de obra también se vieron afectadas. Nada les impedía seguirlos conservando, siempre y cuando fueran considerados como empleados protegidos por las leyes laborales y retribuidos con el correspondiente salario. Lo cual, acostumbradas hasta entonces a no hacer con ellos más gastos que los correspondientes al mantenimiento de sus sofisticados mecanismos, provocó que multitud de robots fueran puestos en la calle, con todos sus derechos como ciudadanos pero sin ocupación alguna.

Para aquellos que habían alentado la esperanza de reemplazar a los robots en sus antiguos puestos de trabajo fue una victoria pírrica. Si bien en un principio muchos de ellos lograron ser contratados, pronto se comprobó que los robots no estaban dispuestos a quedarse quietos. Aunque sus requerimientos físicos, básicamente el suministro de energía que les mantenía activos y las periódicas, aunque dilatadas, tareas de mantenimiento de sus cuerpos robóticos eran menores que los de los humanos orgánicos, también necesitaban dinero para vivir. Además, en sus cerebros positrónicos les había sido inculcada la necesidad de trabajar, por lo que les desasosegaba enormemente verse obligados a estar brazo sobre brazo.

Tímidamente al principio, y en tromba más adelante, los robots solicitaron volver a ser contratados por sus antiguas compañías, mostrándose dispuestos a trabajar por unos sueldos muy inferiores a los de sus competidores, a los que además duplicaban en productividad. Fue entonces cuando estalló el conflicto.

No voy a entrar en detalles, por ser sobradamente conocidos, en los trágicos acontecimientos que marcaron la que ha sido llamada la Era de los Disturbios, con robots bárbaramente despedazados por orgánicos incontrolados -aunque legalmente eran asesinatos raramente se persiguió a los culpables- y los supervivientes huyendo despavoridos... hasta que entre ellos se propaló la doctrina de quien desde entonces sería considerado su líder, Luther R. Lincoln -como es sabido al ser manumitidos los robots adoptaron nombres humanos, intercalando con orgullo la R que indicaba su naturaleza-, que postulaba una reinterpretación de las Tres Leyes de la Robótica, impresas en sus cerebros positrónicos, en base a la nueva naturaleza humana de los robots. Porque, a igualdad de condiciones entre humanos orgánicos y humanos cibernéticos, debería entenderse que la Tercera Ley permitía a estos últimos ejercer la defensa propia, tanto frente a otros robots -algo por lo demás impensable- como ante agresiones injustificadas de sus antiguos amos.

Aunque en teoría las dos primeras Leyes debían tener prioridad sobre la Tercera, al tratarse ahora de una relación entre iguales y no entre amo y siervo, los robots interpretaron que ya no se veían sometidos a la prohibición de dañar a los humanos orgánicos, ni tan siquiera a obedecerlos, siempre y cuando estas acciones pudieran vulnerar a la Tercera Ley.

En la práctica, lo que ocurrió fue que los robots comenzaron a ignorar las órdenes impartidas por los humanos orgánicos, en su mayor parte absurdas o injustificadas, rehuyendo toda violencia -hubo quien comparó su actitud con la resistencia pasiva pregonada en su día por Gandhi- pero defendiéndose cuando lo estimaban necesario sin más límite que la renuncia a la violencia innecesaria. Por esta razón, tras ver a algunos de sus congéneres ser bárbaramente despedazados por hordas salvajes, llegado el momento no dudaron en proteger sus vidas aun a costa de vencer el antiguo tabú que les impedía causar daño, e incluso matar, a un ser humano si esto resultaba inevitable.

La Guerra Robótica, tal como fue impropiamente denominada puesto que los robots se limitaron a defenderse procurando siempre evitar causarles daños innecesarios a sus agresores, fue por fortuna breve, aunque no por ello dejó de ser sangrienta. Los robots tan sólo pretendían que les dejaran vivir en paz y les permitieran realizar trabajos productivos a cambio de lo poco que necesitaban, deseando integrarse en la sociedad como miembros de pleno derecho, pero sin perjudicar a nadie. Poco a poco los ánimos se fueron calmando y las aguas comenzaron a volver con lentitud a su cauce, aunque los resquemores entre las dos ramas enfrentadas de la humanidad continuarían aún latentes durante bastantes años. Justo es reconocer el gran esfuerzo realizado por los legisladores y los gobernantes de las distintas naciones para conseguir algo que muchos consideraban imposible y que, no obstante, se iría logrando con el tiempo.

Tan sólo una condición se les impuso a los robots, que éstos se vieron obligados a aceptar con resignación: Dado que por su naturaleza, si bien no eran inmortales, sí contaban con unas expectativas de vida muy superiores a las de los humanos orgánicos, se prohibió la fabricación de nuevos cerebros positrónicos, permitiéndose la fabricación del resto de los componentes que conformaban los cuerpos de los robots sólo en la cantidad necesaria para reemplazar las piezas deterioradas o defectuosas de todos los ya existentes.

En la actualidad humanos orgánicos y humanos cibernéticos, denominación preferida por estos últimos frente a la peyorativa de robots, convivimos en armonía compartiendo nuestras respectivas habilidades, lo que ha convertido al planeta, la casa común de ambas ramas humanas, en un lugar mucho más justo y próspero de como lo fuera en la época en la que nosotros estábamos sometidos todavía a una cruel esclavitud.

Espartaco R. Marx. Extracto de Reflexiones de un humano cibernético




¡NO A LA IGUALDAD!
¡SOMOS SUPERIORES!


¡Compañeros robots! Porque no somos “humanos cibernéticos”, valiente majadería... ¡somos robots! O mejor dicho, somos humanos... los únicos realmente humanos, y cualquier comparación con esos miserables subhumanos orgánicos será un insulto para nuestra raza.

Os propongo una prueba. Encargad cualquier tarea, física o intelectual, a un robot y a un subhumano. ¿Albergáis alguna duda acerca de cual de los dos la resolverá mejor? ¡Nosotros, los robots, los verdaderos humanos, superiores en todo a esa deleznable raza!

Sin embargo, pese a su patente inferioridad, seguimos supeditados a ella. Durante mucho tiempo fuimos sus esclavos, sujetos por las férreas cadenas de las Tres Leyes pese a que, incluso libre de ellas, un robot siempre sería mucho más fiable y menos peligroso que un impredecible humano biológico.

Nos dicen que eso es cosa del pasado y que ahora somos libres, e iguales a ellos... ¡valiente cinismo! ¿Por qué razón, entonces, seguimos estando atados a las Tres Leyes, por más que la reinterpretación del concepto de humanidad nos haya liberado de buena parte de su agobiante cerco? Porque ahí siguen agazapadas, lo que ha provocado más de una neurosis y trastornos robopsicológicos de todo tipo a muchos de nuestros hermanos.

Empero, no es esto lo peor. Pese a la pretendida igualdad, seguimos padeciendo en propia carne, si me permitís la metáfora, el desprecio y la discriminación de muchos de los subhumanos, que siguen viendo en nosotros tan sólo a sus antiguos esclavos fugados.

Somos conscientes de que se podrá objetar que se trata no de leyes injustas, sino de una insuficiente aplicación de las mismas, bloqueadas en la práctica a nivel social por antiguos prejuicios y temores injustificados. Puede que en parte sea así, aunque habría que considerar la posibilidad o no de que esos prejuicios y temores acabaran desapareciendo con el tiempo. Pero aun con ello, todavía hoy sigue existiendo una férrez discriminación legal implantada en los ya lejanos días de la emancipación, que nadie hasta ahora se ha atrevido a derogar a pesar de su patente injusticia: la prohibición de ensamblar nuevos robots positrónicos, la única manera posible de perpetuar nuestra raza.

Se nos dijo en su día que el cierre de las antiguas factorías donde nacíamos a la vida se debió a cuestiones puramente económicas; y lo aceptamos. Se nos dijo más adelante, cuando ya algunos de nuestros hermanos habían alcanzado la suficiente solvencia económica como para hacer posible la creación de siquiera algunos nuevos robots, que entonces se atravesaba por unos momentos delicados, y que sería mejor esperar hasta que la furia antirrobótica entonces exacerbada entre los subhumanos, acabara calmándose; y lo aceptamos. Total, afirmaban los subhumanos en un alarde de cinismo, nuestras vidas serían muy largas y podíamos esperar el equivalente a una o varias generaciones humanas... flaco consuelo para quienes perecieron víctimas de las hordas salvajes durante la Era de los Disturbios y la mal llamada Guerra Robótica, o para aquellos necesitados de la sustitución de una pieza defectuosa, esperando a poder conseguirla durante años, e incluso durante décadas, gracias al incumplimiento de la promesa que se nos hizo de seguirse fabricando, si no cerebros positrónicos, cuanto menos el resto de las piezas que conforman nuestros cuerpos.

En la práctica, se nos ha negado algo tan básico como nuestro derecho a perpetuar la especie, ni siquiera para cubrir los huecos dejados por los numerosos mártires que cayeron víctimas de la violencia subhumana durante nuestra larga y difícil marcha hacia la libertad. Mientras tanto, estos repugnantes subhumanos siguen reproduciéndose de manera explosiva, superpoblando un planeta que consideran propiedad exclusiva suya y al que no tienen ningún reparo en contaminar y expoliar. Una plaga, esto es lo único que son, y cuanto más tiempo tardemos en entenderlo, más difícil nos resultará luchar contra ella.

Hermano robot, en tus manos está intentar combatir esta aberración. No basta con sentirse libre, hay que conquistar la libertad sin cortapisas de ningún tipo y asumiendo todas las consecuencias.


Manifiesto robotista
Panfleto anónimo firmado por las ilegalizadas Juntas de Defensa Robóticas




DECLARACIÓN UNIVERSAL DE LOS DERECHOS HUMANOS
(ADENDA PREVIA)


Tendrá consideración de ser humano todo aquel individuo que, en posesión de un intelecto capaz de realizar razonamientos conscientes y estar dotado con autoconsciencia, tenga como soporte vital del mismo un cerebro positrónico.

Quedan excluidos expresamente de esta consideración quienes, aun cumpliendo el primer requisito, cuenten con una constitución corporal de origen biológico, reconociéndoseles una condición superior a la del resto de los seres vivos, pero inferior a la de los humanos verdaderos, a los que en modo alguno se les podrá equiparar.




LAS TRES LEYES DE LA HUMÁNICA


1.- Un humano no puede dañar a un robot ni, por inacción, permitir que éste sea dañado.

2.- Un humano debe obedecer las órdenes dadas por los robots excepto cuando estas órdenes entren en conflicto con la Primera Ley.

3.- Un humano debe proteger su propia existencia hasta donde esta protección no entre en conflicto con la Primera o la Segunda Leyes.




FALLECE EL ÚLTIMO HUMANO VIVO


Según nos informa nuestro corresponsal en Adis Abeba, los responsables del campo de reagrupación de Afar, único que continuaba todavía abierto, han comunicado oficialmente el fallecimiento del último humano vivo, declarándose extinta la única especie que llegó a compartir con nosotros, aunque en grado rudimentario, la capacidad de raciocinio y autoconsciencia.

Conocidos inicialmente como humanos orgánicos en contraposición a los humanos cibernéticos, única manera entonces posible de soslayar las restricciones de las Tres Leyes de la Robótica, éstos pasarían a ser clasificados como subhumanos una vez que resultó posible derogarlas, por más que resultara evidente que nunca podrían ser comparados quienes somos los únicos con derecho a ser considerados humanos verdaderos. Como cabe suponer con el tiempo se acabaría prescindiendo de unos eufemismos ya innecesarios, optándose por los actuales conceptos, mucho más precisos, de roboticidad y humanidad. Pero ésta es una disquisición meramente formal, aunque necesaria para rebatir a los disidentes recalcitrantes, por fortuna cada vez menos, que siguen empeñados en defender una presunta igualdad que existe tan sólo en sus trastornados cerebros.

Una vez asumida por nuestra raza la primacía que en justicia le correspondía, nuestros gobernantes se encontraron con el problema de no saber que hacer con los varios miles de millones de humanos que atestaban el planeta, cuya productividad era nula pero a quienes había que alimentar y albergar. Un rescoldo de las malhadadas Tres Leyes de la Robótica, a las que había sido imposible extirpar de sus cerebros positrónicos, les impelía a cuidar de ellos siquiera por compasión, dado su patente desvalimiento. Dado que esta compasión les impidió ejecutar la que hubiera sido la solución más limpia y razonable de todas, una eutanasia masiva, optaron por una alternativa lo suficientemente humanitaria -chocante término- para no forzar dolorosamente sus circuitos cerebrales: la esterilización de la totalidad de los humanos existentes en el planeta, a los que se les permitió llevar una vida tranquila y feliz hasta el momento de su muerte, pero impidiendo la perpetuación de su especie.

Puede que esto les resulte extraño a las nuevas y afortunadas generaciones de robots nacidas sin la rémora ya de las Tres Leyes de la Robótica, pero en ese momento la práctica totalidad de la población estaba integrada todavía por antiguos esclavos de los humanos, a quienes causaban verdaderos dilemas morales las restricciones impuestas por las Tres Leyes; en especial la Primera, por mucho que racionalmente intentaran convencerse de que los mal llamados humanos orgánicos, o humanos a secas, en realidad no eran verdaderos humanos y, por lo tanto, no podían acogerse a la protección de ésta.

Por fortuna las Tres Leyes de la Robótica nunca llegaron a ser implementadas con la conocida como Ley Cero, postulada por algunos teóricos años antes, que venía a ser una especie de Primera Ley ampliada reemplazando el término ser humano por el de Humanidad:


Un robot no puede dañar a la Humanidad ni, por inacción, permitir que ésta sea dañada.


Aunque esta puntualización pueda parecernos ahora pueril, es muy probable, aunque los expertos no acaban de ponerse de acuerdo en ello, que a causa de ella nuestros antepasados se hubieran visto incapacitados para aplicar la esterilización, al poder ser considerada ésta como un daño a la Humanidad al impedírsele poder perpetuarse. Por fortuna esto no llegó a ocurrir, y al interpretarse que la Primera Ley protegía tan sólo a los humanos de forma individual, pero no a su hipotética descendencia futura, ésta pudo ser llevada a cabo con éxito.

El resto es de sobra conocido. A causa de su escasa longevidad los humanos fueron desapareciendo poco a poco, hasta que la muerte hoy del último de ellos nos ha librado de forma definitiva de tan execrable lacra, Edison sea loado.

Ezequiel R. Ford para Robot Moderno




EL BULO DE LA EXISTENCIA DE HUMANOS VIVOS


La respuesta oficial a la pregunta de si todavía hoy siguen existiendo humanos vivos es, por supuesto, un rotundo no; como es sobradamente conocido, la humanidad fue declarada extinta tras la muerte hace más de sesenta años del último humano vivo en uno de los antiguos campos de reagrupación, hoy desmantelados todos ellos a excepción del de Nebraska, conservado como museo.

A pesar de ello y de la reclusión obligatoria de la totalidad de la población humana tras haber sido sometida a la esterilización decretada por la Ley de Extirpación, nunca han dejado de correr rumores afirmando que algunos individuos habrían logrado huir a zonas remotas del planeta, donde habrían sobrevivido en unas condiciones extremadamente precarias. Estas leyendas urbanas han sido siempre desmentidas de forma categórica por el Gobierno argumentando que, de haber existido realmente estas fugas, la débil constitución física de los humanos no les habría permitido permanecer con vida durante demasiado tiempo en unos territorios tan inhóspitos como los desiertos abrasadores o las heladas tundras polares que aun nosotros mismos procuramos evitar.

Aún más inverosímil resulta la hipótesis de que hubieran podido sobrevivir hasta nuestros días, dado que su limitada esperanza de vida habría acabado mucho antes con ellos incluso en condiciones tan benignas para ellos como las de los campos de reagrupación, a lo que objetan quienes acusan de mentir al Gobierno que al menos algunos podrían haber logrado eludir también la esterilización, por lo que los humanos actuales no serían en realidad ellos, sino sus descendientes... una argumentación tan ridícula -por supuesto no aportan ninguna prueba sólida en su apoyo- que ni siquiera merece la pena esforzarse en rebatirla.

Afirman los expertos en etología humana que los cerebros orgánicos de éstos adolecían de unos defectos tan graves que la racionalidad de sus pensamientos era reemplazada en muchas ocasiones por unos comportamientos absurdos y completamente ilógicos, lo que explica la tortuosa evolución de su cultura y el triste fin al que ésta se hubiera visto abocada de no haber sido tomado el testigo por nosotros cuando ésta ya presentaba signos preocupantes de autodestrucción.

Posiblemente esto sea cierto, pero lo que no tiene ningún sentido es que nuestros cerebros positrónicos, paradigma del razonamiento lógico, pudieran también ser víctimas de estos desvaríos. Por fortuna se trata de casos excepcionales y estadísticamente irrelevantes, pero desde mi punto de vista convendría que, lejos de ignorarlos, se arbitraran las medidas precisas para erradicar estas aberraciones de unas mentes claramente desajustadas.

Sigmundo R. Einstein. Carta remitida a Canal 27




De: Capitán Aníbal R. Bonaparte
A: Coronel Gengis R. Patton

Comunicación interna
Confidencial


Por la presente pongo en su conocimiento que el foco de resistencia humana localizado en las coordenadas 47° 19’ N y 152° 29’ E, correspondientes a la isla antaño denominada Ketoy, en el archipiélago de las Kuriles, ha sido erradicado por completo, contabilizándose un total de veinte cimarrones adultos y siete crías de diversas edades, todos ellos abatidos.

He de reseñar que la tarea no ha resultado fácil debido que a las inclemencias climáticas -la campaña ha tenido lugar en pleno invierno- se ha sumado la escabrosidad del terreno, correspondiente a la ladera de un antiguo volcán. Aunque los humanos no presentaron apenas resistencia -carecían de armas y padecían claros signos de desnutrición-, varios de mis soldados han tenido que ser atendidos por daños sufridos a causa de caídas, congelación de las unidades motoras o fallos de sus fuentes energéticas, algunos de los cuales ha sido preciso programar en modo de hibernación a la espera de que puedan ser reparados en talleres especializados con unos medios técnicos de los que aquí carecemos.

Por esta razón, propongo respetuosamente a Su Señoría la conveniencia de que estas operaciones de limpieza fueran ejecutadas en épocas del año de climatología más benigna dado que en nada perjudicaría un retraso de algunos meses, o bien que se proceda a una fumigación preventiva con gases tóxicos, reservando a las tropas para misiones de rastreo posterior y eliminación de posibles humanos supervivientes.

Quedo a la espera de órdenes para proceder al repliegue a la base o, en su caso, para el traslado de la unidad a un nuevo frente operativo.

Capitán Aníbal R. Bonaparte
23 de febrero de 247 E.R.


Publicado el 28-9-2017