Afuera



Despertó con un estremecimiento de frío. Embotada aún su mente con las últimas brumas del sueño, se desperezó golosamente en su lecho antes de abrirse definitivamente a la vigilia.

Abrió los ojos. La tenue y tamizada luz que se filtraba por la ventana era el único estímulo sensorial que alcanzaba a herir sus aún adormecidos sentidos. Silencio. Un silencio absoluto, irreal, invadía el ambiente.

Se incorporó de su lecho paseándose por la habitación. Nada. Ni el menor ruido contribuía a alterar la extraña sensación que le embargaba. No era habitual, por supuesto, pero tampoco resultaba insólito; significaba, simplemente, que Ellos estaban ausentes una vez más.

Estirando sus entumecidos músculos se dirigió al lugar en el que Ellos depositaban periódicamente su comida... Estaba vacío, tan vacío como él mismo lo dejara antes de acostarse. Era ésta una contrariedad, puesto que su estómago le gruñía agriamente recordándole que había pasado demasiado tiempo desde que calmara su hambre por última vez.

Tampoco era inusual, pero resultaba realmente molesto. Bebió un largo trago de agua -de eso sí había- y se dirigió a la puerta de la habitación. Sabía que sería inútil y que con toda proba­bilidad ésta estaría cerrada, pero un asomo de rebeldía y de mal contenido orgullo le impelió hacia ella.

Estaba abierta, probablemente porque Ellos se habían olvidado de cerrarla antes de partir; pero no le importó. Salió re­sueltamente al corredor atisbando a uno y otro lado y recorrió todos los rincones del Hogar buscando a alguien que le pudiera proporcionar alimento.

Fue inútil. En el Hogar no había absolutamente nadie salvo él... Y por sí solo era incapaz de acceder al depósito de alimentos. Sólo cabía, pues, esperar a su retorno.

Se sentó tranquilamente en su rincón favorito... Para levantarse inmediatamente después. El hambre le aguijoneaba con crueldad y su estómago inquieto no cesaba de protestar. Irritado y molesto se dirigió hacia la puerta de entrada del Hogar, aquélla tras la que desaparecían Ellos cada vez que partían hacia algún lugar desconocido que a él le estaba vedado, y al llegar allí comenzó a llamarlos lastimeramen­te en la esperanza de que pudieran oírle y acudir en su ayuda.

No hubo respuesta... Aunque realmente no llegó a pensar que hubiera podido haberla. Ignoraba por completo qué era lo que pasaba cuando Ellos atravesaban esa puerta, pero a veces había pensado que quizá hubiera otro Hogar más grande, un Hogar del que procederían también los Desconocidos que en algunas ocasiones venían aquí acompa­ñándolos.

Rondó alrededor de la puerta inspeccionándola minuciosamente. Si se la hubieran dejado abierta... Aunque eso no había ocurrido nunca. Por razones que ignoraba la puerta que unía el Hogar con el Mundo Exterior permanecía siempre cerrada herméticamente incluso cuando Ellos permanecían en el interior del Hogar.

Sin embargo, estaba abierta. Ignoraba la razón de tan insólita circunstancia, pero estaba dispuesto a aprovecharse de ella y no sólo ante la perspectiva de ir a buscar a Ellos para reclamarles su comida; la curiosidad le cosquilleaba por todo el cuerpo y le incitaba a comprobar qué era lo que había realmente Afuera.

No le costó demasiado trabajo entreabrir la pesada hoja apenas lo suficiente para escabullirse por el hueco así practicado. Por fin se encontraba en el Mundo Exterior por primera vez en su vida, lo que su mente celebró con una confusa mezcla de alegría y temor a la que prontamente se sumó la decepción.

El Mundo Exterior, al menos en lo que se refería a su parte inmediata al Hogar, se le antojó bastante inhóspito, lejos pues de aquel lugar extraordinario que hubiera tantas veces imaginado. Consistía en un corredor desierto en el que se abrían varias puertas similares a las del Hogar, junto con algunas ventanas que aportaban una pobre iluminación al recinto. Un sordo rumor, procedente no se sabía de donde, era el único estímulo que perturbaba el silencio.

Además, hacía frío. Durante un instante sintió el irre­frenable deseo de volver al Hogar, donde se sabía protegido; pero su curiosidad se impuso al fin. Era la primera vez en su vida que tenía ocasión de inspeccionar el Mundo Exterior, y la ocasión no era para desaprovecharla. Por otro lado, siempre podría volver a su refugio en el momento que así lo quisiera.

Comenzó, pues, a explorar el recinto. Nada encontró de particular en él, salvo el frío y algunos olores extraños que no pudo identificar. Cuando iba por fin a retornar al acogedor Hogar, descubrió algo que llamó vivamente su atención: Se trataba de algo que se hundía hacia abajo merced a una serie de superficies separadas entre sí, en altura, una distancia equivalente al tamaño de su propio cuerpo.

La curiosidad le venció de nuevo. Nada similar había en el Hogar, y él quería saber de qué se trataba. Bajó cautelosamente a la primera meseta, lo que no le costó mucho trabajo, inspeccionó cuidadosamente, se preparó para descender a la siguiente, y entonces...

La súbita explosión de luz le pilló completamente desprevenido. Acostumbrado a la suave semipenumbra que había reinado hasta entonces, la radiante luminosidad que invadió el ambiente le sorprendió en mitad de su descenso asustándolo como pocas veces le había ocurrido. Desatados sus instintos más atávicos echó súbitamente a correr hacia abajo, sin saber a donde, mientras la acogedora puerta entreabierta del Hogar quedaba cada vez más lejana.

Poco después llegaba jadeando a un corredor idéntico en todo al que dejara atrás. Esta hubiera sido una buena ocasión para calmarse, pero quiso el destino que justo en ese momento tuviera lugar una segunda catástrofe: Una de las puertas se abrió bruscamente surgiendo de detrás de ella una vociferante criatura completamente desconocida para él que se le abalanzó con evidentes intenciones hostiles. Todavía más asustado reemprendió su desenfrenada huida zambulléndose en el nuevo tramo descendente que se abría justo debajo del primero.

De poco sirvieron las voces apaciguadoras que oyó a sus espaldas; el griterío ensordecedor de aquel extraño enemigo puso alas a sus pies haciéndole cruzar como una exhalación, sin detenerse siquiera a tomar aliento, por otros corredores y otros tramos descenden­tes que se interpusieron en su camino.

Finalmente llegó a un recinto distinto que parecía ser, al menos aparentemente, el término de su alocado descenso; mas no se fijó en ello, como tampoco se fijó en el Desconocido que intentó inútilmente cortarle el camino... Simplemente corrió, corrió como jamás lo había hecho sintiendo clavarse en su cuerpo, por vez primera en su vida, las frías garras del pánico.

Salvó un nuevo obstáculo, una puerta entreabierta que se abría a otro Mundo Exterior todavía más extraño y hostil; un Mundo Exterior rebosante de luz y de sonidos, repleto de estímulos que se le antojaron extraños y amenazantes.

Corrió una vez más al azar y sin saber hacia dónde ir. Todo era desconocido, todo parecía ser peligroso. Huyó desesperadamen­te sin saber a donde, y se encontró súbitamente rodeado de extrañas y enormes cosas que se movían a toda velocidad, cosas que se le echaban encima...

Intentó esquivarlas, pero sus paralizados músculos se negaron a obedecer los desesperados mensajes que les enviaba el cerebro. Una de esas cosas le alcanzó súbitamente antes de que pudiera siquiera darse cuenta de ello. Su último intento de reaccionar resultó baldío. Y todo fue ya oscuridad y silencio.


* * *


El conductor se bajó malhumorado comprobando con desagrado las feas salpicaduras de sangre y de otras materias que constelaban el guardabarros del vehículo. Suspirando de alivio comprobó que la carrocería estaba completamente libre de abolladuras, por lo que todo quedaría resuelto con un simple lavado. Maldiciendo mentalmente a su víctima retornó al asiento y arrancó, alejándose del escenario de la tragedia sin que le invadiera el menor remordimiento de conciencia.

Poco después los empleados del servicio de limpieza recogían el destrozado cadáver arrojándolo sin el menor protocolo al contenedor más cercano. Total, ¿quién se iba a preocupar por un simple gato muerto?


Publicado en AlcalaWeb
Actualizado el 26-12-2010