Percance informático



Aquella sofocante tarde de finales de julio el sol calentaba de lo lindo, y hasta el aire parecía quemar como si saliera de un horno encendido. La calle estaba inusualmente desierta, con los transeúntes a resguardo de la canícula a excepción de aquellos pocos que, a su pesar, se veían obligados a atravesar lo que se les antojaba como una auténtica travesía por el desierto.

Uno de los escasos peatones que soportaban con estoicismo ese sol de justicia era un hombre de aspecto anodino cuyo único rasgo distintivo era la llamativa gorra de visera con la que se protegía la cabeza. Éste marchaba pegado a la pared buscando el abrigo del mísero refugio que le proporcionaban las breves sombras de mediodía, y probablemente volvía a casa tras haber concluido su jornada laboral en horario de verano, recorriendo a pie el tramo final de su itinerario entre la parada de autobús o de metro en la que debía de haberse apeado y el fresco refugio del portal de su domicilio, ya que a nadie en su sano juicio se le hubiera ocurrido pasearse bajo unas temperaturas que debían de rozar, si no traspasaban, los cuarenta grados.

El viandante caminaba deprisa, impaciente sin duda por llegar a su destino y sin prestar demasiada atención a lo que le rodeaba, fija su mirada al frente. Por esta razón no se percató de lo que ocurría hasta que la mujer se cruzó con él... de manera literal, puesto que atravesó su cuerpo como si de un fantasma se tratara, siguiendo su camino en dirección contraria a la de él sin apercibirse, aparentemente, del insólito atropello.

Perplejo, se volvió para observarla descubriendo que ésta no caminaba, sino que flotaba a medio metro de altura.

Quizá hubiera intentado llamar su atención, pero no le dio tiempo a ello. Del asfalto surgió, frente a él, algo que atentaba contra todas las leyes de la naturaleza, una indescriptible quimera que dejaba muy atrás a cuantos seres imaginarios habían sido jamás ideados por la mente humana. El engendro ascendió varios metros y estalló en un sinfín de fulgores multicolores antes de desaparecer por completo.

Más adelante nevaba... tan sólo en un círculo de tres o cuatro metros de diámetro, tras el cual parecía llover fuego. Simultáneamente los edificios comenzaron a desdibujarse, temblando como si fueran de gelatina, mientras varios de ellos eran sustituidos por otros de arquitecturas imposibles que parecían haber brotado de la imaginación de un Escher o un Piranesi. En el cielo, a retazos, brillaban unas extrañas estrellas, se arremolinaban ominosas nubes de tormenta o bien surgían visiones que la mente humana era incapaz de comprender.

Aterrado, el viandante echó a correr huyendo de tamaño cúmulo de pesadillas, no sin antes tener que esquivar a una cabeza sin cuerpo que le sonreía beatíficamente y, poco más allá, a un cuerpo sin cabeza que se tambaleaba al caminar tal como un ciego que hubiera perdido el bastón.

Pero no pudo llegar muy lejos. El mundo que le rodeaba se volvía cada vez más irreal, más inconsistente, más extraño...

Lo último que alcanzó a ver fue un estallido de colores que incluían gamas jamás percibidas por un ojo humano. Y luego todo fue ya oscuridad y silencio.




-¡Adelante!

El joven ángel -tan sólo tenía cincuenta millones de años de edad- entró cohibido en el imponente despacho de Dios. Sabía que no iba a ser un trago agradable.

-Señor... -saludó con respeto- tengo que comunicarle que...

-Sí, ya lo sé -le interrumpió con brusquedad-. Me acaba de informar el jefe del gabinete informático. Se ha caído el sistema correspondiente a la Tierra, del que eras responsable tú si no me equivoco... -remató con malicia.

El interpelado, tras hacer el gesto angelical equivalente a tragar saliva, respondió con una humildad no privada de temor:

-Esto... sí, señor, eso es lo que ha ocurrido -en esos momentos lo que más deseaba era que el sólido suelo que le sostenía se abriera bajo sus pies-. Hubo un pequeño error de programación que pasó desapercibido a todos los autómatas analizadores; normalmente esto no hubiera creado problemas, ningún sistema es perfecto al cien por cien, pero dio la fatalidad de que el bicho -aquí Dios hizo una mueca de disgusto ante el informal uso de la jerga informática- se había colado en uno de los sectores más sensibles, y comenzó a propagarse siguiendo una progresión viral, por lo que acabó entrando en conflicto con una serie de subrutinas cada vez más importantes. En cuanto nos percatamos de ello intentamos levantar cortafuegos e inmunizar el sistema con nuestros mejores antivirus, pero por desgracia fuimos incapaces de evitar que el sistema colapsara -concluyó el abatido informático con apenas un hilo de voz.

-Bien, si ese ha sido el problema, volvedlo a lanzar después de haberlo depurado; no creo que sea tan difícil. Y si la copia hubiera quedado demasiado dañada, usad la de respaldo más reciente -zanjó Dios con sequedad.

-Ya... ya lo hemos intentado, señor -musitó el ángel bajando la vista al suelo-. Pero...

-¿Pero qué? -se impacientó el Todopoderoso fulminándole con la mirada- ¿Es que sois incapaces de cumplir con vuestro trabajo sin que tenga que estar yo pendiente de todo?

-Ocurre que las últimas copias de seguridad también resultaron estar contaminadas -confesó la víctima propiciatoria, cada vez más encogida-. Las intentamos depurar, pero estaban inservibles y no pudimos aprovechar ninguna de ellas.

-Echad mano de las anteriores; -gruñó su interlocutor sin disimular su fastidio- si no me equivoco, pasado cierto tiempo se pasan a discos duros externos, con lo cual estarás limpias.

-El caso es que los discos duros en los que guardábamos esas copias de seguridad quedaron almacenados en un lugar inadecuado, por lo que también resultaron dañados. Ni siquiera hemos podido recuperar la información que guardaban en su interior... por otro lado, nunca pensamos que fuera a ser necesario tener que recurrir a copias tan antiguas.

-O sea -zanjó Dios con una falsa calma que no hacía presagiar nada bueno-, que según me estás diciendo hemos perdido no sólo el programa original que estaba corriendo en el servidor, sino también ab-so-lu-ta-men-te -recalcó las sílabas una por una como si pretendiera morderlas- todas las copias de seguridad anteriores...

-¡Oh, no, todas no! -exclamó el desdichado aferrándose a un débil clavo ardiendo como si, pese a ser inmortal, le fuera la vida en ello- Por suerte hemos conseguido encontrar una que se hizo en su día con motivo de una revisión general del equipo; la verdad es que debería haberse borrado una vez terminada ésta, pero por alguna afortunada casualidad se quedó traspapelada...

-Bien, algo es algo.

-El problema es que es algo antigua...

-¿Cuánto de antigua?

-Alrededor de unos cuatro mil años... terrestres, por supuesto -balbuceó el ángel temiendo que el estallido de la tormenta fuera inminente.

Y no se equivocó. Dios, descargando de golpe toda la ira de que era capaz, y ésta era mucha, dio un furibundo puñetazo sobre la recia mesa partiéndola en dos, e incorporándose de su asiento estalló:

-¡Cuatro mil años! ¿Tú sabes lo que dices? ¡Me habéis perdido más de la mitad de la civilización humana, y precisamente los episodios más interesantes de la misma! ¡Habéis borrado de un plumazo todo mi trabajo con esa puñetera tribu del desierto que tanta guerra me dio desde que en mala hora les prometí velar por ellos! ¡Os habéis cargado a mi propio hijo virtual, junto con los dos mil años de cosecha de su labor! ¡Habéis arruinado miserablemente uno de los proyectos en los que yo había puesto más interés! ¡Y ahora me vienes con ese ademán de mosquita muerta, como si no hubiera pasado nada y todo se pudiera arreglar poniendo cuatro parches de mala manera!

-Yo... -gimió aterrado el infeliz, incapaz de completar la frase.

-¡Tú te vas a pasar el resto de tus días vigilando la frontera con el infierno en el sector del Valle de Josafat! -éste era uno de los destinos más temidos por todo el personal del cielo- ¡Y no tendrás ocasión de aburrirte, puesto que te acompañará el resto de tus inútiles compañeros!

-¡Señor! -gimoteó el ángel al ver que su futuro se presentaba cada vez más negro- ¡Te ruego que nos dejes algo más de tiempo! Pensamos que podremos recuperar al menos parte de la información de los ficheros dañados, y quizá insertándolos en la copia antigua...

-¡Bonita solución! -se mofó el altísimo- Recuperar unos cuantos personajes de las últimas generaciones e incrustarlos en la Tierra de cuatro mil años atrás, cuando ni siquiera se conocían los metales... sí, no cabe duda de que sería muy divertido coger a una persona del siglo XXI de la era de mi hijo, acostumbrada a todo tipo de tecnologías avanzadas, y soltarla de repente en pleno neolítico...

-También podríamos acelerar la evolución del sistema, comprimiendo esos cuatro mil años en tan sólo...

-Sabes de sobra que nunca conseguiríamos volver a la situación anterior, ya que en cada ciclo el modelo original tiende a seguir una evolución diferente; es lo que los humanos conocen como libre albedrío, aunque en realidad se trata de una consecuencia directa del principio de incertidumbre. Te recuerdo que trabajamos con sistemas parcialmente caóticos, ya que el determinismo no nos permitiría estudiar una evolución libre.

-Pero sería equivalente...

-Sería algo completamente distinto. Y como comprenderás, tirar por la borda un proyecto tan maduro no es algo que me apetezca precisamente. Además tendría que volver a mandar allí a mi hijo, y por muy virtual que éste sea, no creo que le apeteciera demasiado. Ya lo pasó tan mal una vez como para obligarle a repetirlo.

-Pues entonces... -se rindió el abatido ángel encogiendo las alas- a ti encomiendo mi espíritu.

El pobre ya se veía de guardia fronterizo intentando evitar las continuas provocaciones de los procaces demonios, algo que sólo con pensarlo espeluznaba a su alma pura. Pero para sorpresa suya, Dios se dirigió a él en tono comedido, casi amistoso.

-Me habéis dado un gran disgusto -reprochó, al tiempo que paseaba a grandes zancadas por la habitación-. Cierto es que he creado miles de mundos, pero a éste le tenía especial cariño, ya que mandé a él a mi hijo tras crearle a partir de una matriz diseñada a propósito -esto no era totalmente cierto, pero venía a cuento por exigencias del guión-. Y me lo habéis chafado, vaya si me lo habéis chafado.

Como el pobre ángel permaneciera en silencio, continuó:

-Pero por otro lado, la verdad es que me apetece aceptar el reto de reconstruir un mundo arruinado, así que os daré otra oportunidad. ¿Cuánta información crees que podréis recuperar de las copias dañadas?

El pobre alado, sorprendido todavía por la repentina magnanimidad de su superior, respondió de forma atropellada:

-No lo puedo decir con exactitud, tendríamos que evaluarlo... un veinte, quizá un treinta por ciento del total sumando lo salvado de todas las copias. Luego dependerá, claro está, de la cantidad de información redundante que haya en ellas, ya que todavía no hemos podido comprobar si los daños afectaron o no a las mismas secciones en las diferentes copias. Claro está que habrá que contar también con el desfase temporal entre unas y otras, pero no creo que este intervalo sea demasiado amplio, como mucho alrededor de tres o cuatro generaciones humanas.

-Está bien, hacedlo. Al acelerar la evolución de la copia antigua, y antes de insertarle los fragmentos recuperados, introducid todos los parámetros correctores que sea necesario para que la divergencia final resulte mínima; y si tenéis que inventaros algo, hacedlo. Tengo mucho interés en que la reconstrucción resulte lo más parecida posible al original y que no se noten demasiado los empalmes.

-Pero la directiva OB-407... -balbuceó su subordinado.

-¡Esa directiva la implanté yo, y por lo tanto puedo derogarla siempre que me plazca! Su objeto era impedir que ningún programador introdujera alteraciones arbitrarias en los proyectos, pero en este caso está justificado que nos la saltemos. Es más, os ordeno que os la saltéis cuantas veces haga falta. Y no te preocupes, tendréis mi autorización por escrito.

Y como el ángel se mostraba dubitativo, explicó:

Ya sé que todo este proceso provocará alteraciones en la dinámica interna del sistema, y que probablemente los humanos las atribuirán a milagros u otro tipo de fenómenos sobrenaturales; pero no nos queda otro remedio que asumir el riesgo. Seguramente, una vez que todo haya encajado se recuperará la normalidad y acabarán olvidándose de ello.

Pero éste continuaba inmóvil y en silencio, al parecer no demasiado convencido ante la responsabilidad que le venía encima. Así pues, le conminó:

-¡Venga! ¿A qué esperas? Muévete, es mucho el trabajo que tenéis que hacer, y cuanto antes empecéis, mejor. No vamos a estar entretenidos en ello toda la eternidad...

Instantes después el atribulado ángel se había esfumado entre un revuelo de suaves plumas.

-¡Estos jovenzuelos! -rezongó Dios una vez se hubo quedado solo, satisfecho de haber podido encontrar una solución aceptable al problema.

Y levantando el brazo derecho hizo un suave gesto ordenando a la mesa rota que se recompusiera. Volvió a sentarse en su silla -el trono celestial tan sólo lo utilizaba para los actos solemnes- y se sumió en sus inescrutables pensamientos.

-No sé yo lo que podrá salir de todo eso -se dijo-. Me temo que después de tanto parche acabará saliendo una chapuza... aunque en realidad nunca fue un proyecto demasiado bueno, la verdad es que debería hacerlo cancelado hace ya tiempo. Pero por otro lado -concluyó encogiendo sus divinos hombres-, al menos los responsables del desaguisado estarán entretenidos durante una temporada y les servirá de escarmiento, con lo que otra vez tendrán más cuidado con los proyectos realmente importantes. Y en cuanto a los humanos -concluyó-, no creo que lleguen a darse siquiera cuenta del apaño.

Dicho lo cual, se desentendió del tema.


Publicado el 9-9-2014