Sabotaje



Habitualmente, la larga e incruenta disputa entre los defensores de la secular tradición española de los Reyes Magos y los conversos a la globalización made in USA encarnada en Papá Noel, se había venido zanjando de forma salomónica para satisfacción de vendedores y, por supuesto, de los beneficiarios infantiles, de forma que cada vez en más hogares tenía lugar una doble entrega de regalos con apenas dos semanas de diferencia, primero de manos del visitante llegado en trineo desde la lejana Laponia y posteriormente gracias a Sus Majestades de Oriente. Y todos contentos en plena exaltación navideña de la sociedad de consumo, a excepción de un escaso número de defensores de una ortodoxia que consideraban sacrificada en el ara del más voraz de los mercantilismos... y tenían razón, por supuesto, aunque esto no lograba evitar que no se les hiciera el menor caso.

Hasta que, en la desde entonces famosa navidad de 20xx, empezaron a ocurrir cosas raras con los regalos traídos por Papá Noel. Unos fallaban, otros se rompían, otros eran burdas imitaciones, otros llegaban equivocados, otros ni tan siquiera llegaban... con una frecuencia prácticamente igual al cien por cien. Un desastre, vamos.

Para mayor desconcierto, las investigaciones realizadas por los organismos supervisores pertinentes fueron incapaces de determinar el origen de estas multitudinarias anomalías. En contra de lo que se creyó en un principio, no se trataba de partidas defectuosas, saboteadas o falsificadas, y ni tan siquiera los regalos afectados tenían una procedencia común que pudiera rastrearlo. Por el contrario, su procedencia no podía ser más heterogénea desde juguetes de todo tipo hasta colonias, bufandas o parafernalia informática, dándose además la sorprendente circunstancia de que objetos idénticos de reconocida marca, procedentes de un mismo lote, fallaban tan sólo cuando habían sido regalados por Papá Noel, mientras que sus compañeros de fabricación, llegados a manos de sus destinatarios por cualquier otra vía, no presentaban la menor anomalía.

Por esta razón, y aunque nadie fue capaz de establecer una relación inequívoca -o cuanto menos razonablemente determinante- entre causa y efecto, todos los ojos comenzaron a volverse hacia el asimismo perplejo personaje navideño. Y como cabía esperar, no tardaron en recaer sobre él las primeras sospechas.

Cierto era que, pese a lo aparatoso del fenómeno y al ingente número de afectados, no se registró el menor accidente, ni tan siquiera leve, entre todos los destinatarios de los regalos de Papá Noel, hecho que no pudo evitar que la alarma social acabara alcanzando cotas preocupantes. Finalmente, y pese a las airadas protestas del acusado, que no cejaba de proclamar una y otra vez su inocencia, las autoridades decidieron prohibir en años sucesivos, y de forma indefinida, sus visitas navideñas como modo de acabar de raíz con el espinoso problema que, dicho sea de paso, no volvió a manifestarse.

Desde entonces, como es de sobra conocido, son los Reyes Magos los únicos responsables autorizados para repartir regalos en los hogares españoles, por supuesto en su fecha tradicional del 6 de enero.


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-Bueno, amigos, al fin lo conseguimos... y no pudo ser de manera más limpia. -exclamó el ufano Melchor- Ya no tendremos que preocuparnos más de ese fantoche.

-Sí, pero... ¿no sospecharán de nosotros? -objetó Gaspar.

-¿Por qué? No existe la menor prueba que nos pueda incriminar, vosotros lo sabéis tan bien como yo.

-Ya, pero se trata de algo tan insólito... -repuso a su vez Baltasar- Y ese tipo no se aguantará, tened por seguro que recurrirá la sentencia por todos los medios a su alcance. Además, cuenta con el apoyo de los grandes almacenes.

-¡Bah! Pamplinas. A los comerciantes lo mismo les da vender en una fecha que en otra, y además España no dejaba de ser un mercado marginal para este fulano, bastante tiene ya con el ámbito anglosajón y buena parte del europeo, el cual por cierto nosotros jamás le hemos disputado. Le escocerá la derrota, por supuesto, pero no creo que se dedique a quemar recursos para tan poca cosa. Tenemos la partida ganada... e incluso no estaría mal que para un futuro nos planteáramos extender la maniobra a los países hispanoamericanos, que también son nuestros.

-Ojalá sea así. -masculló Gaspar, que no acababa de estar convencido del todo- En cualquier caso, y aunque reconozca que el mérito es todo tuyo, al menos podrías decirnos a Baltasar y a mí como lo conseguiste, no creo que el secreto sea ya necesario entre nosotros a estas alturas.

-¡Ah! -sonrió con picardía el interpelado- ¿Acaso no somos magos?


Publicado el 2-2-2007 en NGC 3660