Daños colaterales



Es de sobra conocido que la influencia cultural, por llamarla de alguna manera, norteamericana sobre Europa ha sido, y sigue siendo, poco menos que asfixiante, sin que sea óbice que en muchas ocasiones la valía intrínseca de lo importado no supere, o ni siquiera alcance, a la de aquello que viene a sustituir... estoy hablando de cosas tales como la comida basura, el halloween, los westerns, ciertos desmañados modos de vestir y, en general, del gusto por todo lo trivial o lo kich.

En España, por si fuera poco, tenemos -mejor dicho, teníamos- un elemento de roce adicional, la pugna entre nuestra centenaria tradición de los Reyes Magos y el importado Papá Noel, diseño exclusivo, por cierto, de la Coca-cola... y mal que bien íbamos tirando hasta ahora, aunque con la excusa de una presunta falta de tiempo para que los críos disfrutaran de los juguetes -¡como si no pudieran hacerlo durante todo el año!- eran cada vez más los padres que, renegando de sus raíces culturales, habían decidido adelantar a la nochebuena la entrega de los regalos, desdeñando la tradicional noche de Reyes o, en el colmo del sincretismo, desdoblándola en dos para regocijo de sus retoños.

Pero esto ya da igual, puesto que es historia; como también lo son las chuscas cabalgatas de Reyes en las que algún concejal pasado de rosca había cometido la herejía de incorporar a ese mamarracho vestido de rojo a modo de cuarto rey mago, en igualdad de condiciones con sus tres colegas... algo que entonces nos escandalizaba, pero que ahora añoramos ante la imposibilidad de su repetición.

Sí, eso ya no es posible; quién iba a pensarlo. Porque, pese a todo, la fiesta de los Reyes Magos seguía gozando de una excelente salud, y nada hacía temer por su desaparición. ¡Quién lo iba a decir! Y todo por culpa de la maldita paranoia yanqui surgida a raíz de los trágicos atentados de las Torres Gemelas de Nueva York y de su posterior empantanamiento en Oriente Medio, a donde fueron por lana y salieron trasquilados; poco es lo que resolvieron y sí mucho lo que destrozaron, entre ello la más hermosa tradición quizá de nuestro país.

Fue un mal día de diciembre, hace ya algunos años, cuando una patrulla norteamericana interceptó por sorpresa la caravana en la que Sus Majestades de Oriente se trasladaban camino de España. El encuentro sucedió en algún lugar secreto de los desiertos que se extienden por esa zona de Asia y, ante la magnitud de lo transportado -los regalos para buena parte de los niños españoles-, los muy cretinos pensaron que se trataba de un comando de terroristas islámicos tramando algún maquiavélico plan en contra de la libertad y de Occidente... y sin pensárselo dos veces, dispararon primero y preguntaron después.

La masacre fue absoluta, y no quedó ningún superviviente. Cuando los yanquis descubrieron su error ya era demasiado tarde, y tanto Melchor, Gaspar y Baltasar, como todo su séquito eran ya cadáveres; fue ésta una estúpida manera de morir después de haber alegrado a los niños durante dos mil años.

Lógicamente, las gestiones diplomáticas comenzaron de inmediato; al fin y al cabo España era un aliado fiel de los Estados Unidos, y no era cuestión de destrozar la ilusión de su infancia. Los americanos, pragmáticos hasta el fin, propusieron que fuera su propio representante, es decir, Papá Noel, quien se hiciera cargo del trabajo de los difuntos; al fin y al cabo, arguyeron, éste ya conocía el país. Ante la evidencia de la catástrofe y la falta de soluciones alternativas -pese a sus títulos los Reyes carecían de príncipes herederos-, el gobierno español se vio obligado a aceptar el ofrecimiento.

Y así están las cosas. Aunque en un principio no resultó fácil convencer a muchos niños, y menos aún a bastantes padres, de la irreversibilidad del cambio, éste se produjo, qué remedio. Eso sí, las cabalgatas ya no son lo que eran, y es que no se puede comparar la prestancia de los tres desaparecidos monarcas con la patosidad de ese ridículo personaje; pero justo es reconocer que el hombre hace lo que puede, aunque por más que lo ha intentado sigue siendo incapaz de montar en camello.


Publicado el 2-2-2007 en NGC 3660