Error semántico



Juan C. es un hombre de mediana edad que llevaba una vida de lo más normal. Funcionario medio sin grandes responsabilidades ni grandes agobios en su trabajo, casado a los veintisiete años con su novia de toda la vida, padre de dos hijos (chico y chica) que no destacaban especialmente ni por sus virtudes ni por sus defectos, sin grandes vicios y casi también sin pequeños, bien podía decirse que Juan C., si no feliz, sí al menos se encontraba razonablemente satisfecho con el discurrir cotidiano de su existencia.

Sin embargo... Su mujer, excelente ama de casa y perfecta madre para sus hijos, adolecía de un defecto que a Juan C. le resultaba cada vez más molesto: Aunque en realidad ella nunca había sido especialmente atractiva, sino más bien todo lo contrario, conforme pasaba el tiempo cada vez se volvía más gorda y más fea... Y por supuesto, más vieja. A Juan C. siempre le habían gustado las mujeres bonitas, pero su sólido concepto de la fidelidad conyugal, reforzado eso sí, por su cobardía congénita frente a todo cuanto tuviera que ver con mujeres, siempre le había impedido correr alguna aventurilla a espaldas de su media naranja.

Todo ello habría de cambiar radicalmente el día en que Juan C., por circunstancias que no vienen a cuento dado que alargarían innecesariamente la narración, encontró una lámpara mágica de la cual, previo frotamiento tal como mandan los cánones, surgió el consabido genio que, agradecido por haberle liberado de su encierro, le prometió amablemente la concesión de los tres consabidos deseos.

Y aquí comenzaron los problemas para el bueno de Juan C., ya que su torpeza al hablar (de hecho su mujer le estaba recriminando constantemente la tosquedad de su vocabulario) unida a un trasnochado prurito de fidelidad conyugal se conjugaron para jugarle una mala pasada.

-“Quiero que mi esposa se convierta en la mujer más buena del mundo” -dijo más o menos textualmente.

Y el genio obedeció al pie de la letra transformando a su compañera conforme a las instrucciones recibidas, antes de desaparecer para siempre una vez liberado de sus compromisos. Lamentablemente los genios son algo duros de mollera y acostumbran a no comprender demasiado bien las sutilezas y los dobles sentidos del lenguaje, por lo que éste interpretó el significado del adjetivo “buena” de forma distinta a como lo había concebido Juan C. En consecuencia, lejos de mejorar físicamente a su esposa se limitó a transformarla moralmente.

¡Pero qué transformación! Desde entonces han transcurrido ya varios años y la esposa de Juan C. se ha convertido en una celebridad mundial que muchos comparan ya incluso con la madre Teresa de Calcuta, habiendo sido nominada en varias ocasiones como candidata al premio Nobel de la Paz. Convencida de que ella se debía a la humanidad y de que era completamente egoísta preocuparse tan sólo por su marido y sus hijos, había abandonado el domicilio conyugal para dedicarse a recorrer varios países del Tercer Mundo prestando siempre su ayuda a los más necesitados.

Actualmente ella se encuentra en algún país africano, cuyo nombre Juan C. ha olvidado, supervisando la construcción de un hospital, y más adelante proyecta desplazarse a la India o, quizá, a Centroamérica; todo dependerá de quienes sean entonces los más necesitados. Mientras tanto su abandonado esposo se consuela como buenamente puede lamentándose de su estupidez, ya que por haber gastado previamente los otros dos deseos se ve imposibilitado de corregir su error.

¿Cuáles fueron esos otros dos deseos? Se preguntarán. Bien, Juan C. había pensado muy razonablemente que si su mujer se revestía de tan importantes atributos él también debería estar a su altura, por lo que invirtió el primero de ellos en conseguir una situación económica desahogada y el segundo en alcanzar una potencia sexual acorde con las que preveía habían de ser sus nuevas responsabilidades.

Así pues, y aunque oportunidades no le faltan (poderoso caballero es Don Dinero), sus antiguos escrúpulos, unidos a sus nuevas responsabilidades como amantísimo esposo de tan respetable mujer, le condicionan tanto que sigue sin atreverse a serle infiel, con el agravante de que sus necesidades digamos... fisiológicas son ahora mucho mayores y en consecuencia mucho más difíciles de soportar.

La única solución a sus problemas, piensa resignado, pasa por encontrar una nueva lámpara mágica, pero no ignora que semejante circunstancia es muy difícil que se vuelva a repetir puesto que los genios son cada vez más escasos y se encuentran además muy solicitados.


Publicado el 3-7-2008 en NGC 3660