El retrato



Todavía hoy, más de veinte años después de ocurridos ¿o no? los hechos, sigo dudando sobre si existieron realmente o si, por el contrario, todo fue tan sólo fruto de mi imaginación... pero pese a que buscando mi tranquilidad mental he intentado convencerme una y otra vez de esto último, no he conseguido evitar que la duda me siga corroyendo; porque existen pruebas, pruebas tozudas empeñadas en resistir los embates de la razón y que, pese a todas las evidencias, siguen estando ahí, a la vista de todos los que conozcan las claves para entenderlas... o al menos, eso me parece.

Pero conviene empezar por el principio. Mi amistad con Luis databa de la época de la universidad, y ésta continuó -fue la única que mantuve con mis antiguos compañeros de clase- una vez licenciados pese a nuestros dispares niveles económicos, ya que yo había estudiado con beca mientras él provenía de una acaudalada familia propietaria de prósperos negocios industriales.

Luis era rico, muy rico. E idealista, muy idealista. De hecho, mientras yo me veía obligado a ganarme malamente la vida con trabajos poco agradables tales como el de domador de adolescentes descerebrados, él disponía de un excelente laboratorio particular en el que experimentar en busca de descubrimientos geniales... porque no se conformaba con menos, pese a la evidencia de que en los prosaicos tiempos que corrían un inventor al estilo de Edison no es ya que fuera improbable, es que resultaba de todo punto impensable. Pero él no se arredraba antes las evidencias.

Algún tiempo después de terminar la carrera le invité a tomar unas cervezas en una tasca de mi barrio, famosa por sus tapas y por lo dudoso de su higiene. Yo quería celebrar que había encontrado un trabajo algo más decente que todo lo que había “disfrutado” hasta entonces, y aunque él tenía dinero de sobra para haberme llevado al Ritz -de hecho me había invitado allí en varias ocasiones-, aceptó gustoso mi propuesta dado que las patatas de la casa no tenían parangón en toda la ciudad, ni tan siquiera en el Ritz.

Además, me dijo, había algo de lo que quería hablarme. Pero no fue en el bar, hubiera resultado imposible en mitad de semejante barullo, sino más tarde en el pequeño parquecito -poco más que una plaza ajardinada- que constituía las “zonas verdes” del barrio, desierto en esa desapacible tarde de noviembre. Yo protesté alegando que hacía frío y que sería mejor buscar una cafetería tranquila donde poder hablar a gusto y con calefacción, pero él insistió en que no quería mirones y que el parque era la mejor opción posible... así pues, transigí.

-Pablo; -me espetó a bocajarro- si tú dispusieras de una máquina del tiempo, ¿qué harías con ella?

-Yo... -la pregunta me había pillado completamente desprevenido- pues la verdad es que no lo sé, supongo que elegir un acontecimiento histórico importante e ir allí a conocerlo en persona...

-¿Sólo eso? -parecía decepcionado- ¿No aprovecharías para interactuar en beneficio propio?

-Bueno, ahora que lo dices, la verdad es que sí... -confesé aturullado- Bien pensado, podría ir unos días al futuro, ver el premio gordo de un sorteo de lotería jugoso, volver al presente y jugarlo... sería una forma sencilla de hacerme rico.

-¡No digas tonterías! -me recriminó con el desdén aristocrático de quienes el dinero nunca les ha supuesto un problema en su vida- Me esperaba más de ti.

¿Por qué? -gemí entre molesto y dolido- ¿Qué tendría eso de malo? ¿A quién perjudicaría?

-A nadie, por supuesto; porque eso sería de todo punto imposible. Nunca podrías viajar al futuro puesto que éste todavía no existe, se trataría de una imposibilidad metafísica.

-Está bien. -refunfuñé siguiéndole el juego- Podría intentar enmendar algún episodio histórico poco agradable, como por ejemplo...

-Viajar al antiguo imperio austrohúngaro a finales del siglo XIX y matar a Hitler cuando todavía era un niño. -me interrumpió- Lo siento, pero tampoco me vale.

-No me fastidies. -gruñí; el jueguecito estaba empezando a cargarme- Reconozco que no es nada original, pero ¿por qué no se podría hacer? Aunque yo personalmente preferiría algo más ambicioso, como por ejemplo evitar el colapso del imperio romano o la invasión musulmana de España...

-Dudo mucho que lo consiguieras; -se burló- tanto los romanos como los visigodos se derrumbaron porque sus respectivos estados estaban completamente carcomidos, no fue algo que pudiera haberse evitado cambiando el curso de una batallas.

-Pero sí sería factible matar a Hitler -porfié con tozudez aferrándome a su propio ejemplo.

-Me temo, Pablo, que tienes un concepto muy equivocado de los viajes por el tiempo. -me reprochó con suavidad como si estuviera hablando de algo real, y uno de una especulación fantasiosa- Ciertamente tú podrías viajar a Braunau am Inn en 1889 e intentar estrangular en su cuna a Hitler recién nacido cuando nadie lo vigilara; pero ten por seguro que nunca lo conseguirías por más que lo intentaras.

-¿Por qué? -mi sorpresa era real.

-Porque aunque pudieras viajar al pasado, no te resultaría posible alterar la historia; ten en cuenta que cualquier posible cambio histórico provocado por un hipotético viajero del tiempo tendría que haberse reflejado forzosamente ya; el tiempo no es algo moldeable a tu antojo, sino que muy al contrario conserva tenazmente su armazón. Y puesto que Hitler no fue asesinado de niño tú no podrías hacerlo, convéncete de ello.

-Entonces, eso nos dejaría tan sólo un papel de meros espectadores; viajar al pasado sería algo así como ver una película -objeté.

-Sigues sin entender nada. -suspiró moviendo la cabeza- Por supuesto que sí podrías intervenir en el pasado, tu presencia allí sería real; pero cualquier alteración que pudieras provocar ya estaría considerada por la historia, por lo que no podrías alterarla. Quién sabe si el misterioso asesinato de Kennedy no pudo ser provocado por un viajero del futuro; en cualquier caso, nunca existió una historia alternativa en la que Kennedy sobreviviera al atentado. Pero como esté claro que a Hitler no lo asesinaron en su cuna, ni antes de llegar al poder en Alemania, es absurdo pensar que alguien intentara hacerlo, ya que no obtendría el menor resultado. Lo que fue, eso será; sentenció filosóficamente echando mano del Eclesiastés- nada nuevo hay bajo el sol.

-Tanto me da, -rezongué al tiempo que me rebullía inquieto en el incómodo banco; se me estaban quedando los pies helados.

-Pues no es lo mismo, ni mucho menos. -sonrió con displicencia- Mi teoría es que los viajes por el tiempo, quiero decir al pasado, -se corrigió- no sólo no son imposible, sino que incluso serían necesarios en ocasiones para cerrar ciertos bucles temporales exigidos por el devenir de la historia.

-¡Oye, Luis, ya está bien! -exploté al tiempo que me incorporaba de mi asiento- Me estoy pelando de frío, y si lo único que hacemos aquí es discutir sobre el sexo de los ángeles, te aseguro que preferiría estar en otro sitio más cómodo y más caliente.

-Calma, Pablo, no te sulfures; -me tranquilizó al tiempo que me obligaba a sentarme de nuevo a su lado- discúlpame, todas estas disquisiciones eran tan sólo un preámbulo digamos que... teatral. Te prometo que iré al grano. ¿Qué pensarías si te dijera -puso los ojos en blanco- que he construido una máquina del tiempo?

-Diría que estás como una regadera. -me zafé de la mano con la que me sujetaba el brazo, pero permanecí sentado- Y que ya es hora de que nos vayamos de esta puñetera nevera. Estoy helado.

-Espera... ¡y deja el culo quieto, aunque sea por un momento! No tardaré en explicártelo, y quiero hacerlo en un sitio donde nadie pueda oírnos. Y luego, si quieres, nos vamos a mi casa, o si prefieres, a mi laboratorio; puedo demostrarte que no es un farol. La máquina existe.

-Tío, tú estás como una cabra... eso que dices es imposible.

-Ven a verlo; -me retó- pero antes, déjame terminar de contártelo.

-Está bien. -me rendí impotente- Desembucha.

-Poco me queda ya por contar. -explicó mi amigo- He construido la máquina, puedes creerlo, y pienso utilizarla en beneficio propio, por supuesto teniendo en cuenta las premisas que te he explicado antes.

-Pues tú me dirás... -pese a mi mansedumbre no estaba por la labor de cooperar- pero por favor, sé breve.

-He de confesarte que siempre he tenido un punto, sólo uno, de vanidad; -Luis había hecho caso omiso de mi última pulla- nada me hubiera gustado más que tener un buen retrato mío.

-Nada más fácil; -respondí con brutalidad- con toda la pasta que tiene tu padre, puedes permitirte el lujo de contratar al pintor que te de la gana.

-No seas bestia. -me reprochó- El problema no es de dinero; en realidad un buen retrato no cuesta tanto, pero ¿qué quieres que te diga? El problema está en que la pintura actual ha degenerado, ya no queda ni uno tan sólo de los grandes maestros de antaño... y yo jamás me conformaría con una medianía, por no decir ya con un mamarracho.

Luis, de sobra lo sabía, aborrecía profundamente a todo cuanto oliera siquiera a arte contemporáneo. Sabiendo mejor el terreno que pisaba, apunté:

-No me digas que pretendes viajar al pasado para que Velázquez te pinte un retrato...

-Aunque el sarcasmo era patente, Luis no entró al trapo respondiéndome completamente en serio:

-Velázquez precisamente no... ya me gustaría, pero como bien sabes, él sólo pintaba a personajes de la corte. Yo había pensado más bien en Goya.

Y lo dijo el tío con todo desparpajo...

-¿Y por qué no, ya puestos, Rubens o Tiziano? -seguí en mis trece- Tampoco estaban mal, y cuanto más antiguos, más glamour...

-Porque resultaría extremadamente difícil hacerme pasar por alguien de esa época, no pretenderás que me presentara allí vestido con unos vaqueros y con el teléfono móvil en el bolsillo... aunque por muy bien disfrazado que fuera, notarían de inmediato mi condición de extraño, y entonces la Inquisición no se andaba con tonterías.

-Ya, y en el diecinueve sería la cosa más sencilla.

-Pon mejor en el dieciocho; como comprenderás tendría que estar loco para meterme en el berenjenal de la Guerra de la Independencia, o en el tenebroso reinado de Fernando VII que vino a continuación. También resultaría conveniente evitar las fechas posteriores a la revolución francesa, puesto que en el gobierno español se produjo una fuerte reacción contra los aires de apertura anteriores, eso sin contar con las convulsiones del período de gobierno de Godoy; así pues, pienso que la época ideal sería la de recién llegado a Madrid, antes de que se convirtiera en pintor de la corte. Entonces Goya todavía era joven y no había llegado a la cúspide de su fama, lo que le haría más accesible a la hora de recabar sus servicios como pintor.

A estas alturas yo ya no sabía que hacer par quitármelo de encima. Así pues, le propuse:

-Bueno, entonces, ¿vamos a tu casa, o no?

Durante el viaje, en su coche y con la calefacción puesta, seguimos discutiendo del tema.

-Hay algo que sigo sin entender. -había decidido seguirle la corriente, al menos mientras estuviera en un lugar caliente- Admitiendo que tú vayas al Madrid de Carlos III y consigas que Goya te haga un retrato haciéndote pasar por un contemporáneo suyo, ¿cómo demonios explicas que ese cuadro no sea conocido por los expertos, ni que aparezca por ningún sitio?

Mi pregunta coincidió con un semáforo en rojo, lo que permitió a Juan volverse hacia mí para enfatizar su respuesta; era evidente que cada vez estaba más excitado.

-Mi querido amigo, que algo no se conozca, no quiere decir que no exista...

-¿Y cómo puedes estar seguro de que Goya llegara a retratarte? -me estaba empezando a gustar el papel de abogado del diablo- Y si no fue así, -continué sin darle tiempo a responder- ¿cómo demonios sabrás dónde pueda estar escondido el cuadro? No es nada fácil que una obra de ese calibre lograra pasar desapercibida durante doscientos y pico años.

Luis tardó varios segundos en responder, puesto que el semáforo se había abierto y el energúmeno de detrás comenzó a pitar con impaciencia. Una vez que consiguió quitárselo de encima, continuó:

-Verás, Pablo, básicamente hay dos opciones: que exista el retrato, o que no exista. Pero lo que sea, eso será -le seguía gustando la dichosa cita-. El problema es que, al día de hoy, yo no puedo saber si Goya llegó a retratarme, puesto que todavía no he hecho el viaje; y por la misma razón, también desconozco donde pude esconder el cuadro, si éste llegó a ser pintado, para que no fuera descubierto hasta nuestros días... por mí, o por quien yo considere oportuno. Eso sí, el hecho de que no se conozca, me he asegurado convenientemente de ello, indica que o bien fracasé en mi intento, o bien habré triunfado quedándome tan sólo la tarea de rescatarlo del olvido. Pero hasta que no realice el viaje, no podré saberlo. Salvo, claro está, que por alguna razón me viera obligado a interrumpirlo, algo que por otro lado no entra en mis cálculos.

-¿Esconder? ¿Rescatar? -exclamé confundido- Cada vez entiendo menos.

-¡Hombre, no pretenderás que el mérito se lo lleve otro! -exclamó con vehemencia, casi gritando- Después de tanto esfuerzo, permíteme que disfrute al menos de mi momento de gloria. Mi plan consiste, una vez que el cuadro haya sido pintado, en esconderlo de alguna manera que pueda permanecer oculto hasta que yo, a mi vuelta, lo pueda rescatar haciéndolo pasar por el retrato de un antepasado mío... al que casualmente me pareceré como una gota de agua a otra -rió-. Por supuesto permitiré que lo examinen todos los expertos que haga falta hasta determinar sin ningún género de dudas que se trata de un goya auténtico, y con toda generosidad lo donaré al Museo del Prado. ¡Seré la única persona capaz de presumir de tener colgado un retrato suyo en la mejor pinacoteca del mundo! Aunque tenga que ser al precio de ocultar la verdadera identidad del personaje retratado.

A esas alturas comenzaba a dudar seriamente de la estabilidad mental de mi amigo; pero aguijoneado por un prurito de maldad decidí echar un jarro de agua fría a su entusiasmo.

-Te veo muy optimista; sin embargo, encuentro varias posibles causas de fracaso.

-¿Cuáles? -Luis se crispó tanto que tuvo que pegar un volantazo para esquivar los coches aparcados.

-En primer lugar, que por una u otra causa no te sea posible conseguir que Goya pinte el cuadro.

-Ese riesgo está asumido -gruñó desabrido.

-También puede ser que lo pinte, lo escondas, vuelvas al presente y lo busques en vano... en todos estos años, y con tantas guerras y catástrofes de por medio, pudiera haber sido destruido o robado; o bien caer en manos de un coleccionista privado que lo guardara en su casa sin permitir que nadie lo viera. Casos de éstos se han dado, y en cualquiera de ellos habrías perdido el control sobre él.

Al escuchar mis palabras Luis se encerró en sus propios pensamientos sin llegar a responderme; era evidente que le había dado justo donde más le dolía. Pero finalmente se explayó:

-Tienes razón, son riesgos que hay que tener en consideración. Pero cuento con una ventaja, conozco la historia lo suficientemente bien como para intentar evitar todos estos desagradables avatares. Te agradezco que me lo advirtieras, ya que así podré prevenirlo.

Bien, me había salido el tiro por la culata y, lo peor de todo, me había quedado sin argumentos para rebatirle su locura. Por fortuna justo entonces fue cuando llegamos a su casa, lo que me permitió tomarme un respiro.

Luis era un manojo de nervios cuando abrió la puerta de su laboratorio; con independencia de que la historia fuera cierta o un simple delirio de su calenturienta mente, era evidente que él sí se la creía.

-Bueno, ahí está -exclamó exultante-. ¿Qué te parece mi máquina del tiempo?

La máquina del tiempo que me mostraba era algo que a simple vista parecía un chaleco bordado con los motivos típicos del siglo XVIII.

-¿Eso es la máquina del tiempo? -pregunté incrédulo.

-Naturalmente. -el tono de su voz tenía un punto de irritación- ¿Acaso esperabas encontrarte con un artilugio del tamaño de un submarino?

-Hombre, yo... -balbuceé confuso- la verdad es que esperaba ver algo más... sólido.

-Sí, claro, un aparato con botones, lucecitas, un asiento... que no tendría donde esconder y que en una España anterior a la Revolución Industrial quedaría de lo más discreto. Muy inteligente por tu parte.

-Pues no está mal el invento. -refunfuñé amostazado- Toda una máquina del tiempo metida en una prenda de vestir. Eso sí que es miniaturización, y lo demás tonterías.

-En realidad el chaleco tan sólo contiene los mandos, camuflados entre los adornos; es toda una suerte que la moda masculina del siglo XVIII fuera tan recargada. -reconoció pícaramente, como niño cogido en una travesura- La máquina propiamente dicha está ahí -y señaló a un punto indeterminado del centro de la habitación-, dentro de un campo de éxtasis atemporal; evidentemente queda fuera de todo tipo de miradas indiscretas. De todos modos no es demasiado grande, no ocupa mucho más que una cabina telefónica.

A mí todas esas parrafadas seudocientíficas me sonaban a chino o, mejor dicho, a literatura de ciencia ficción barata. Y por supuesto, crecía en mi interior de forma irrefrenable la sensación de que Luis me estaba tomando miserablemente el pelo. Pero pese a todo, decidí continuar siguiéndole la corriente.

-Claro está, no la has probado todavía... -dije al fin con malicia.

-Te equivocas de nuevo. Mira esto.

Y me entregó con aire triunfal un periódico. Sorprendido ante lo inesperado de su reacción lo cogí sin saber muy bien qué hacer con él.

-Mira la fecha -sugirió.

Lo hice. Correspondía al 17 de abril de 1953, pero por su aspecto parecía haber salido de la imprenta ayer mismo.

-¿Es un facsímil?

-En absoluto. -respondió en tono serio- Es un original que compré hace tres días sacrificando algunas de las monedas antiguas de mi colección... justo en esa fecha, claro. Reconozco que para esta primera prueba no me atreví a retroceder más en el tiempo, pero el ensayo fue satisfactorio como puedes comprobar por ti mismo. La máquina funciona.

-Luego estás decidido a viajar a la época de Goya...

-Por supuesto, no te quepa de ello la menor duda. Pero antes necesitaré algún tiempo para organizarlo todo; retroceder al pasado casi doscientos cincuenta años y vivir allí durante una temporada consiguiendo pasar desapercibido no es algo baladí. Tendré, en primer lugar, que aprender todo cuanto pueda acerca de la sociedad y la cultura españolas de la época, no puedo permitirme el lujo de incurrir en ningún anacronismo. Aunque para entonces la Inquisición tenga ya limados los colmillos, no me gustaría correr el riesgo de ser tomado por espía de una potencia extranjera, pongo por ejemplo.

-Tendrás que ir disfrazado. -apunté tontamente por decir algo.

-Eso no es problema; ya has visto el chaleco. Los trajes ya están encargados, y me están falsificando una cantidad suficiente de dinero de la época... por fortuna los ricos solemos tener una bien merecida fama de coleccionistas caprichosos -rió.

-¿Cuánto tiempo calculas que estarás fuera? -yo mismo me sorprendía de mi refinada hipocresía.

-¡Oh! Al menos algunos meses; no me resultará fácil adaptarme a la vida de allí. Además tendré que contactar con Goya, convencerle para que me retrate y aguardar a que lo termine... todo ello llevará su tiempo.

-Tendrás que justificar de alguna forma tu ausencia.

-También eso está previsto. Oficialmente haré un viaje de aventura a cualquier sitio remoto que se me ocurra, lo suficientemente exótico como para que nadie me pueda seguir el rastro. Además, se da la afortunada circunstancia de que el vector temporal no es lineal; mis varios meses de estancia en el siglo XVIII corresponderán a tan sólo un breve intervalo aquí, ya que ajustaré la vuelta a apenas unos minutos después de mi partida. En la práctica mi ausencia durará varios días, a causa de la coartada del falso viaje. Así de fácil. Y como la máquina del tiempo no sólo permite seleccionar el momento de la llegada, sino también el lugar de la misma dentro de un amplio margen espacial, tampoco tendré que andar dependiendo de los toscos transportes de la época. Al Madrid de Carlos III derechito y vuelta un instante después, con el cuadro puesto a buen recaudo.

Y viendo mi mutismo insistió:

-¿Qué piensas? Di algo, hombre, no te quedes ahí pasmado...

-¿Qué quieres que diga? -acerté a musitar con un hilo de voz- Me tienes anonadado.

Y era sincero, pese a todo.

Pasó algún tiempo. Ya casi había olvidado el asunto, enfrascado como estaba en mi nuevo trabajo, cuando una llamada de Luis vino a invocar a los pasados fantasmas. Me informaba de que ya estaba todo listo y que esa misma noche partiría para el viaje, emplazándome para su vuelta un par de semanas más tarde. Le dije que sí, le deseé buena suerte de forma automática, colgué y seguí a lo mío.

Dos semanas más tarde, en contra de lo prometido, no dio señales de vida, y seguía sin darlas al mes. Intrigado y algo preocupado llamé a casa de sus padres interesándome por él. La respuesta fue un auténtico mazazo: Luis había desaparecido durante un viaje a un remoto lugar de las estepas de Asia Central a donde se había empeñado en ir sin compañía, y aunque tanto su familia como la embajada española estaban en contacto con las autoridades locales, no se tenía la menor noticia de su paradero.

Luis jamás apareció, ni vivo ni muerto. Cumplidos los plazos legales su familia solicitó que fuera dado oficialmente por muerto, y ahí se acabó todo.

Yo, por mi parte, seguí con mi vida tranquila. Finalmente conseguí un buen trabajo, encontré una novia, me casé con ella, tuve un par de hijos... nada fuera de lo normal. Y me fui olvidando poco a poco de Luis.

Hasta que hace unos meses el fantasma se agitó de nuevo.

La noticia, que alcanzó un inusitado eco en los principales medios de comunicación, tanto españoles como extranjeros, fue el descubrimiento de un goya completamente desconocido hasta entonces, incluso hasta para los estudiosos más eruditos del pintor aragonés. El hallazgo se había realizado de forma casual al remover el desván de un viejo caserón propiedad de una familia aristocrática venida a menos. Los expertos afirmaban que se trataba de un goya auténtico sin el menor atisbo de duda, y que éste no figuraba en ninguno de los catálogos que recogían la obra del genial sordo, ni tan siquiera en los más exhaustivos e incluyendo las obras que se daban por desaparecidas.

Se trataba, pues, de un auténtico bombazo en el mundillo del arte, rematado con el final feliz de su adquisición por el Museo del Prado.

Y eso que la temática del cuadro no tenía nada de particular, ya que se trataba de una obra primeriza en la que el pincel de Goya había retratado a una familia burguesa de la que se desconocía hasta el apellido... sin duda una obra alimenticia del joven pintor recién llegado a Madrid. Pero era un goya, y esto le marcaba sobre otras muchas obras similares salidas de los pinceles de otros artistas menos famosos.

El cuadro, por supuesto, fue reproducido en todos los medios de comunicación. Y al contemplarlo por vez primera comenzaron a surgirme las primeras dudas: el esposo, pese a las diferencias de vestuario y de peinado -llevaba peluca-, se parecía sorprendentemente al desaparecido Luis.

Cuando el retrato fue expuesto al público me apresuré a ir al museo para contemplarlo de cerca. Era Luis... aunque los estragos de veinte años en la memoria, máxime teniendo en cuenta que siempre había sido un pésimo fisonomista, me hacían dudar. Bueno, en realidad lo que me hacía dudar -lo otro eran excusas- era el sentido común. ¿Qué eran esas zarandajas de los viajes por el tiempo? Tan sólo contaba con su palabra, y podía haberme mentido. ¿No era más lógico suponer que se hubiera perdido realmente en ese remoto Algostán al que, según todos los indicios, se había empeñado en ir?

Pese a todo, y casi sin saber como, compré una lámina con la reproducción del cuadro y me la llevé a casa, donde procedí a estudiarla con detalle.

Efectivamente los rasgos recordaban a los de Luis, pero... ¡el chaleco! Un escalofrío me recorrió el cuerpo al percatarme de su existencia. Ese chaleco lo había visto antes... me lo había enseñado el propio Luis. ¿O no era el mismo? Desde luego era muy parecido... y muy común, supuse, en la indumentaria masculina de la época.

Escudriñé con detenimiento el resto del cuadro. La joven esposa, sentada, tenía una niña de corta edad en su regazo, y al lado suyo un niño de unos cuatro o cinco años, de pie, miraba al pintor -o al espectador- con unos grandes ojos. En torno a los personajes se desplegaba la cacharrería típica de una casa burguesa de la segunda mitad del XVIII, incluyendo un reloj de péndulo colgado de la pared del fondo.

Fue el reloj lo que reclamó mi atención. En torno a la esfera se adivinaba una leyenda y, como mi vista había dejado de ser buena hacía años, tuve que recurrir a una lupa para intentar leerla. Lo lógico era pensar que el pintor se hubiera limitado a esbozarla, al fin y al cabo se trataba tan sólo de un elemento accesorio del cuadro; pero para mi sorpresa Goya la había rotulado con todo detalle. Leí: “Lo que fue, eso será”.

Y no era eso todo. De nuevo el escalofrío, si cabe todavía más intenso, me estremeció. El esposo, de pie al lado de su mujer y sus hijos, sostenía un papel en la mano derecha. También aquí los pinceles de Goya lo habían pintado con todo detalle, pudiéndose ver que se trataba de un mapa de Austria. Al estar parcialmente plegado tan sólo se podía apreciar una parte del mismo, concretamente la correspondiente a la zona del norte del país. Una ciudad se apreciaba con nitidez en mitad esa porción, Braunau am Inn... la ciudad natal de Hitler.

¿Casualidad? Puede. Los expertos argumentaban que el anónimo personaje que posó para Goya habría sido un austriaco asentado en España, y que el detalle del mapa se debió probablemente a un explicable intento por recordar a su patria... y yo quiero creerlo así.

Pero son muchos los elementos discordantes. El mapa, el reloj con la frase del Eclesiastés, el chaleco... ¿no formarían parte todos ellos de un mensaje dirigido a mí escrito con unas claves que Luis sabía que sólo yo sería capaz de descifrar?

Quizá Luis sí viajó al pasado. Quizá hubo algo que le impidió volver, obligándole a rehacer su vida allí. Quizá fuera el amor lo que le retuvo, haciéndole renunciar a una vida muelle, pero en el fondo vacía. Quizá quiso decirme a través de los siglos que, pese a mi escepticismo, había tenido éxito. Quizá todo sea tan sólo especulaciones mías.

Quizá...


Publicado el 31-5-2010 en Libro Andrómeda