Gris



Despertó súbitamente sintiendo una incómoda sensación de malestar. Abrió los ojos y los volvió a cerrar; no podía ser. Él estaba en su cama, pero lo que había entrevisto en su fugaz mirada no era el familiar techo de su habitación, sino un incongruente cielo gris...

No podía ser; debía estar soñando. Pero él se sentía despierto, completamente despierto. Sin abrir los ojos palpó cautelosamente la cama; no era su cama. La superficie que se extendía bajo su cuerpo no era ni blanda ni dura, ni fría ni caliente, ni áspera ni lisa. En realidad era... No sabría decirlo, ya que en realidad no mostraba ninguna sensación táctil que le pudiera resultar familiar; tan sólo se limitaba a soportar su peso.

Volvió a abrir los ojos, esta vez con lentitud. Ante su vista tan sólo existía, hasta donde podía abarcar con la mirada, un firmamento de monótono color gris al que ningún accidente interrumpía por ninguno de sus lados.

Y estaba despierto, de eso no cabía la menor duda. Se incorporó hasta sentarse y miró con nerviosismo a su alrededor: Gris, gris y sólo gris. Gris en el cielo y gris en el suelo, una superficie lisa que se extendía sin obstáculos de ningún tipo hasta fundirse con la grisura uniforme del cielo en el indistinguible horizonte.

Pero su mayor sorpresa fue al mirarse a sí mismo. Estaba desnudo, completamente desnudo, y también su cuerpo era de color gris... Un gris absurdo que le confundía, en un camuflaje perfecto, con la grisura que le rodeaba por todos lados.

Se puso de pie cada vez más perplejo. A pesar de su desnudez no sentía ni calor ni frío, aunque a decir verdad más bien parecía como si careciera por completo de sensibilidad a la temperatura... Exactamente igual que le ocurriera con el tacto, Pero, ¿qué sucedía con el resto de sus sentidos? Ver veía, eso era evidente, ¿pero oía?

Entonces cayó en la cuenta de que un silencio sepulcral le envolvía por todos lados, un silencio tan imposible como real. Ni siquiera sus pies (había comenzado inconscientemente a andar) producían el menor roce al deslizarse por el desconocido suelo.

Presa de una repentina idea abrió la boca y gritó... Y se oyó perfectamente, aunque su voz privada de eco sonó apagada y extraña. Bien, no sólo veía sino que también oía. ¿Pero qué ocurría con el resto de sus sentidos?

El tacto también persistía, como comprobó pellizcándose un brazo. También notaba la firmeza del suelo bajo sus pies, aunque en este caso se sensación que obtenía se limitaba a informarle sobre la presión ejercida por su propio peso.

El olfato... No olía absolutamente nada, pero eso no tenía mucho de particular ante la carencia completa de olores exteriores. Sí podía respirar con toda normalidad, sin que notara nada de particular en el aire que penetraba en sus pulmones.

Por idénticas razones carecía asimismo de estímulos que afectaran al sentido del gusto, aunque una asociación de ideas le hizo pensar en comida... A pesar de que no sentía la más mínima sensación de hambre.

Todo era absurdo, endemoniadamente absurdo, pero parecía tan real... Bien, se dijo encogiéndose de hombros; si era una pesadilla, ya desaparecería por sí sola. En realidad él debía de estar en estos momentos durmiendo tranquilamente en su cama, pero...

Por más que lo intentaba, no conseguía recordar nada de su vida normal, ni tan siquiera su nombre. ¿Quién era, qué hacía, dónde vivía? Parecía como si una esponja húmeda hubiera pasado por su cerebro borrando la totalidad de sus recuerdos... A no ser que se tratara de otra peculiaridad de la pesadilla que estaba viviendo, una pesadilla que parecía no tener fin.

Pero no podía ser real, aunque le molestaba extraordinariamente no poder librarse de tan desagradable decorado. Algo tenía que hacer, no obstante, ya que quedarse cruzado de brazos no haría sino incrementar su incomodidad. ¿Pero qué hacer? Tan sólo se le ocurría andar en busca de cualquier accidente, por nimio que fuera, que sirviera para romper la exasperante monotonía que le envolvía por todos los lados.

Andar sí, ¿pero hacia dónde? Carecía por completo de cualquier tipo de referencias que le pudieran servir de orientación tanto en el suelo como en el cielo, se dijo estremeciéndose al descubrir que tampoco había sol.

En esas circunstancias cualquier dirección sería igual de buena, por lo que comenzó a caminar sin rumbo aunque, eso sí, procurando hacerlo en línea recta.

Finalmente se detuvo no por cansancio físico, sino por hastío. El paisaje en torno suyo seguía siendo exactamente igual sin que pudiera apreciar la menor diferencia con respecto al lugar en el que despertara. ¿Cuánto tiempo había pasado desde entonces? Lo ignoraba por completo, y lo peor de todo era que no tenía ninguna forma de saberlo al carecer de toda referencia externa. su reloj, evidentemente, había desaparecido con el resto de la ropa, y la ausencia de ciclos de luz y oscuridad en aquella grisura uniforme le impedía calcular, siquiera de forma aproximada, el paso del tiempo.

Lo peor de todo era que también estaba privado de sus propios ritmos internos. Él tenía conciencia de haber estado caminando al menos durante varias horas, pero no experimentaba la menor sensación de cansancio. Tampoco tenía ni hambre ni sed, ni había sentido ninguna otra necesidad fisiológica. ¿Cómo podía ser eso? De repente se le ocurrió una idea: Intentó orinar sin el menor resultado.

Era absurdo, pero no lo era menos que cualquier otra de las circunstancias en las que se había visto sumido desde que despertara. Un lugar en el que suelo era gris y liso como la palma de la mano, en el que el cielo presentaba el mismo aspecto sin que se pudiera atisbar el menor veteado de unas hipotéticas e inexistentes nubes, no era ciertamente algo que se pudiera considerar habitual. Para mayor desconcierto su cuerpo se mostraba perfectamente normal a excepción del incongruente color gris y de su aparente falta de ritmos internos.

¿Qué podía hacer? ¿Seguir caminando? Ya lo había estado haciendo sin el menor resultado. Pero por otro lado, ¿qué ganaba quedándose quieto en aquel lugar tan inhóspito?

Así pues, volvió a caminar. Lo hizo durante horas, quizá durante días enteros, o cuanto menos así le parecía a él, aunque en realidad era completamente incapaz de evaluar, siquiera de una manera aproximada, el paso del tiempo. Seguía sin cansarse y sin tener ni hambre ni sed, y tampoco le acuciaba el sueño. Mientras tanto, por más que caminaba el paisaje que se vislumbraba a su alrededor seguía siendo exactamente igual. Siempre igual.

Pasó el tiempo. ¿Cuánto? Lo ignoraba, pero le parecía una eternidad. Días, semanas, meses... Y siempre igual, sin más interrupciones en la mortal monotonía que sus esporádicas detenciones no para descansar, ya que ni tan siquiera sentía la necesidad de sentarse, sino para decidir una alteración en su rumbo, aunque en realidad le daba exactamente igual ir hacia un lado o hacia otro.

Y seguía sin saber quién era. Por más esfuerzos que hacía no conseguía recordar absolutamente nada que fuera anterior al momento en el que despertó bajo el firmamento gris. Sí, sabía que había tenido una vida anterior, pero cualquier referencia concreta a la misma parecía haber sido completamente borrada de su mente.

Así pues, privado de su pasado y carente de cualquier futuro, tan sólo le quedaba el refugio del presente... Un presente que parecía mostrarse cruelmente eterno tanto en el espacio como en el tiempo.

Una eternidad después, o cuanto menos eso le parecía a él, continuaba vagando sin rumbo por la superficie gris que tan familiar le resultaba ya. Nada había cambiado desde que abriera los ojos por vez primera en aquel mundo irreal, aunque ciertamente eso ya no le importaba lo más mínimo. Resignado a su suerte, una suerte que al parecer nunca iba a tener fin, se limitaba a aceptar la realidad tal como le venía impuesta sin cuestionarla siquiera. Además, ¿cómo podría haberlo hecho de haberlo querido así?

Sin embargo, algo iba a ocurrir en el discurrir monótono de su vida. Tras uno de los esporádicos cambios de rumbo que realizaba al azar de vez en cuando, observó con sorpresa que el impoluto horizonte gris se hallaba manchado por un minúsculo punto negro.

Era ésta una novedad digna de atención, y de hecho era la primera novedad que encontraba en aquel maldito mundo gris. Sintiendo que la ansiedad se apoderaba de su cuerpo se encaminó hacia el insignificante, aunque esperanzador accidente; parecía estar muy lejos, pero si de algo estaba sobrado era precisamente de tiempo.

Caminó, caminó y caminó con impaciencia, pero el punto negro parecía querer burlarse de él manteniéndose siempre fuera de su alcance. Corrió entonces por vez primera desde que despertara allí, pero a pesar de que no sentía la fatiga y pudo mantener la carrera durante un tiempo que a él se le antojó de varias horas, el punto negro se mantuvo incólume en la lejanía.

Desesperado, se derrumbó en el suelo. Acurrucado sobre su cuerpo, con la cabeza escondida entre las manos, sollozó amargamente víctima de su propia impotencia. Su resistencia había llegado ya al límite y ahora, cual muñeco roto, tan sólo deseaba recibir el don de la extinción que tan cruelmente le había sido negado.

Nunca sabría cuanto tiempo estuvo ausente, pero cuando finalmente alzó de nuevo la vista apreció que el huidizo punto negro se había acercado a él... O había aumentado de tamaño, ya que la carencia absoluta de puntos de referencia le impedía discernirlo con la suficiente certeza.

¡Qué más daba! El caso era que, de una u otra manera, la hasta entonces esquiva singularidad ahora resultaba ser aparentemente más accesible. ¿Continuaría siéndolo?

Continuaba. El punto negro aumentaba ostensiblemente de tamaño y ya mostraba un diámetro aparente similar al de una moneda vista de escorzo. Al parecer se encontraba en el suelo y era de forma circular, pero la forzada perspectiva le hacía verlo en forma de una elipse muy excéntrica.

-Está lejos. -se dijo- Y además debe de ser bastante grande.

Inmóvil sobre el terreno observó absorto cómo la cada vez mayor mancha negra -ya no podía ser calificada de punto- se extendía aumentando cada vez más de tamaño, acercándose hasta donde él se encontraba.

No se percató de la verdadera naturaleza de la mancha hasta que ésta no abarcó casi la mitad del horizonte mientras su borde, afilado como un cuchillo, se adivinaba ya próximo a sus pies.

-Es un agujero. -se dijo sintiendo un escalofrío- Es la nada.

Y se acercaba cada vez más rápidamente. Presa de un repentino pánico giró sobre sus talones y se lanzó a correr despavorido huyendo de lo que para él era ya una amenaza.

Ni siquiera se paró a pensar que el abismo de inmaterialidad que se abría a sus espaldas pudiera ser la anhelada solución a lo que hasta entonces había considerado como una cruel condena; la parte irracional de su mente hacía prevalecer el ciego instinto de conservación sobre cualquier otro impulso, impidiéndole plantearse siquiera que ser engullido por la negrura que le perseguía pudiera ser deseable para él. Simplemente, corría.

Pero la nada era mucho más rápida que él, y su ominoso borde iba reduciendo inexorablemente la distancia que le separaba de su indefensa presa: Doscientos metros, cien, cincuenta, veinte, diez, cinco...

Cuando sintió desvanecerse bajo sus pies la solidez del grisáceo suelo, tuvo la certeza de que su fin había llegado.


* * *


A pesar de los repetidos períodos de vigilia, de los cuales guardaba tan sólo un recuerdo brumoso, tardó bastante tiempo en darse cuenta de que se encontraba postrado en la cama de un hospital. Poco a poco, en un doloroso proceso de reconstrucción de su consciencia, fue percibiendo la realidad que le rodeaba.

Estaba, efectivamente, en un hospital, y la familiar actividad que tantas veces había vislumbrado desde fuera la experimentaba ahora personalmente. Abandonado por sus propias fuerzas y rodeado de aparatos e instrumentos cuya función tan sólo podía adivinar de forma aproximada, no conseguía recordar los motivos que le habían condenado a tan deplorable estado.

Cuando finalmente pudo hablar preguntó a las enfermeras qué le había ocurrido, pero éstas se limitaron a decirle que se encontraba sumamente débil y que debía recuperarse. Ya habría tiempo para las preguntas.

Con los médicos el fracaso fue todavía mayor. Tras sus infructuosos intentos tan sólo tenía clara una cosa: Había sido víctima de una grave crisis -todavía ignoraba su naturaleza- y había estado al borde mismo de la muerte. Ahora se estaba recuperando lentamente y los médicos afirmaban que volvería a la normalidad, si bien le pedían paciencia.

Poco a poco el disperso mosaico que eran sus recuerdos fue encajando lentamente sus piezas haciendo retroceder la angustia que le embargaba conforme se recuperaba de su inicial amnesia. Supo, al fin, de su vida, una vida sin demasiado de particular: Un trabajo aburrido, una familia inexistente, una soltería que comenzaba a pesarle como una losa... Y el accidente.

Ahora lo recordaba. Una noche de juerga, cosa rara en él, un exceso de alcohol, una conducción temeraria cuando no estaba en condiciones de hacerlo... Y la farola que se cruzó en su camino.

El traslado de la UVI a una habitación le permitió dialogar con sus amigos, mudos testigos -viajaban en otro coche detrás de él- de la tragedia que a punto había estado de costarle la vida. Pudo así llenar el espacio en blanco que abarcaba desde el momento del choque hasta su despertar rodeado de cables en el hospital: Al parecer había sufrido un fuerte golpe en la cabeza y, malherido, había sido operado urgentemente ya que los médicos temían por su vida. Había pasado varios días sobre el filo de la navaja, aunque finalmente su juventud y su fortaleza habían volcado la balanza del lado de la vida.

En las últimas etapas de su recuperación, cuando ya estaba cercano a recibir el alta, un médico le reveló un detalle perturbador.

-Creíamos que usted se nos iba. -le confesó ufano, con la satisfacción de quien sabe que ha hecho bien las cosas- Tuvimos que luchar contrarreloj para atajar la hemorragia cerebral que había sufrido, y le confieso que todos nosotros teníamos el temor de llegar demasiado tarde.

-Estuve cerca. -sonrió él intentando quitarle hierro al asunto.

-No lo sabe usted bien. -suspiró su interlocutor- De hecho, llegó a estar en estado de muerte cerebral durante varios minutos. Por fortuna conseguimos reanimarlo; de no ser cirujano, me hubiera atrevido a decir que se trató de un milagro.

Un milagro... Él nunca había creído en ellos, y tampoco estaba dispuesto a aceptar que hubiera sido objeto de uno de ellos. ¿No era más sencillo pensar que el hombre era incapaz de comprender los sutiles mecanismos que gobernaban la vida?

Sí, probablemente habría una explicación racional más prosaica que la sobrenatural para justificar su retorno del reino de los muertos, y por otro lado tampoco le preocupaba demasiado; estaba vivo, y eso era lo único que en realidad importaba.

Todo parecía, pues, estar arreglado; fue dado de alta y volvió a su aburrida vida normal. Pero una noche...

Despertó sobresaltado, víctima de una cruel pesadilla. Se había visto perdido en un mundo gris, bajo un cielo también gris.

Al principio no le dio mayor importancia; al fin y al cabo, un sueño era tan sólo un sueño. Pero repentinamente recordó, recordó su vivencia en aquel lugar maldito. Y supo que no había sido ninguna pesadilla, sino el recuerdo olvidado de una inquietante realidad.

Las cosas encajaban finalmente en su lugar. Él había estado realmente en ese mundo gris mientras su cuerpo se encontraba en estado de muerte cerebral, él había vagado sin rumbo por esas llanuras infinitas durante un período de tiempo que se le había antojado una eternidad, y había sido rescatado finalmente por esa nada creciente que le había engullido a la par que al planeta.

Sin embargo, había algo que no acababa de comprender. Los médicos le habían dicho que su muerte cerebral había durado apenas unos pocos minutos, y realmente tenía que haber sido así puesto que de haberse prolongado este estado jamás hubiera podido recuperarse a causa del deterioro irreversible de su cerebro. Pero él no había estado tan sólo unos minutos en el mundo gris, sino un tiempo infinitamente más largo: Semanas, meses, quizá años.

Su petición de ayuda a los mismos médicos que le habían atendido no sirvió para despejar sus dudas; según ellos en un estado de muerte cerebral el cerebro tenía interrumpidas todas sus funciones a excepción quizá de las más básicas, y en esas condiciones no podía desarrollar ninguna actividad mental. Probablemente la historia del mundo gris había sido una ensoñación momentánea producida en el momento en el que su mente se recuperaba, mientras la contradicción existente entre la duración aparente de su sueño y el tiempo que realmente había permanecido en ese estado era fácilmente explicable en base a las distorsiones de la realidad características de estos estados oníricos. No tenía, pues, que preocuparse por el mundo gris más de lo que lo haría por una pesadilla normal.

A pesar de tan tranquilizadoras palabras, él seguía sin estar satisfecho. Así pues, fallida la explicación racional recurrió a una posible interpretación esotérica de su experiencia buscando el consejo de uno de tantos investigadores -reales o fingidos- de ese brumoso estado intermedio entre la vida y la muerte. Era plenamente consciente de que corría el riesgo de caer en manos de un embaucador, pero estaba dispuesto a asumirlo en aras de su paz interior.

Tras varios intentos infructuosos logró ponerse en contacto con un conocido -relativamente- parapsicólogo que le pareció honrado y lo suficientemente serio. Podría estar equivocado, se dijo, pero al menos contaba con una razonable garantía de que no le iba a tomar el pelo. Este investigador había publicado varios libros acerca de las vivencias, reales o no, de las personas que como él mismo habían retornado de la muerte, y desde luego se mostró sumamente interesado por su historia.

Interesado y perplejo, puesto que según le confesó, su relato se salía por completo de lo habitual. Ya se sabía: La historia del túnel por el que avanzaba el alma del fallecido en busca de la luz, la sensación de una inmensa placidez, el reencuentro con los seres queridos que venían a buscarlo, el ser luminoso que irradiaba bondad... Éste era, con distintas variantes, el decorado común que ya se había convertido en un clásico de la parapsicología. Pero el mundo gris por el que vagara sin rumbo durante una eternidad... Ciertamente se trataba de una novedad absoluta.

El parapsicólogo le trató muy bien e incluso le pidió permiso para incluir su caso en su próximo libro, pero la verdad fue que tampoco pudo aclararle sus dudas.

Quedaba aún una última interpretación, la religiosa. Él nunca había sido practicante e incluso se le podría definir perfectamente como un agnóstico, pero... ¿Acaso el mundo gris no podía haber sido su limbo particular al estarle vedada su entrada en el Más Allá mientras su alma no se hubiera desprendido irreversiblemente de su cuerpo? ¿Acaso no habría estado en una especie de sala de espera de la cual había retornado finalmente al mundo real al no haber llegado a morir del todo?

Ciertamente esta explicación chocaba de forma frontal con su propia lógica, amén de que la teoría del túnel luminoso entroncaba en realidad con la religión... Por lo que ni tan siquiera podía estar seguro de ello.

Más interesante le resultó la teoría de un desconocido filósofo que encontró por casualidad en uno de los libros perdidos en su biblioteca. “No existen un cielo ni un infierno”, afirmaba este pensador, “sino que cada cual tiene su propio Más Allá en función de sus creencias y en función de lo que espera encontrar”.

Dicho con otras palabras, de haber muerto definitivamente en el accidente él se hubiera encontrado con su propio concepto de la vida ultraterrena; y puesto que nunca había creído en la misma, lo lógico era suponer que se hubiera fundido en la nada.

¿Y qué era entonces ese mundo gris? ¿Un simple lugar de espera del que habría salido tarde o temprano de una u otra manera, o su Más Allá definitivo, donde la nada revestía la forma de una condena a vagar para siempre sin la menor esperanza de una redención?

Esta perspectiva le aterraba. Y entonces comenzó a creer. A su manera, por supuesto, y sin tener nada en común con las doctrinas clásicas del cristianismo o de cualquier otra religión; pero necesitaba creer en algo, ya que le aterraba la idea de verse prisionero de nuevo en ese maldito mundo gris, esta vez por toda la eternidad.


Publicado el 25-6-2001 en Qliphoth y el 10-6-2009 en NGC 3660