La verdadera historia del primer viaje a la Luna



La puerta del módulo Eagle se abrió al frío y desolado vacío lunar y una figura grotesca apareció enmarcada contra el firmamento estrellado. Era el astronauta Neil Armstrong que, equipado con un aparatoso traje espacial, estaba a punto de convertirse en el primer ser humano que hollara la superficie de un astro distinto a nuestro planeta.

Lenta, cautelosamente, Armstrong comenzó a bajar los peldaños de la corta escalerilla que le conducía a la gloria, mientras repasaba mentalmente la frase con la que pretendía pasar a la posteridad: “Es un pequeño paso para un hombre, pero un gran salto para la humanidad”.

Pero nunca llegaría a pronunciarla. Cuando tan sólo le quedaba un peldaño para consumar la proeza, su vista se detuvo en un extraño objeto que campeaba sobre la superficie lunar apenas a unas decenas de metros de distancia de su vehículo.

Era un cartel de gran tamaño, en el cual pudo leer, en caracteres luminosos trazados en vivos colores, la siguiente frase en perfecto inglés (posteriormente se sabría que en realidad estaba escrita en mnemos, el idioma mental común a todos los seres inteligentes del universo):


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Perplejo, Armstrong se detuvo en su descenso diciéndose a sí mismo:

-Bueno, la verdad es que, pese a todo, esto no ha resultado ser demasiado diferente de lo que hemos dejado atrás.

Y con un encogimiento de hombros desanduvo su camino volviéndose a introducir en el módulo lunar. Necesitaba comunicar con Houston para informarles de que tenían un problema.


Publicado el 28-1-2011