La verdadera historia del Pecado Original (I)



La serpiente, el más astuto de los animales que Dios había creado, dijo a Eva:

-¿Cómo es que Dios os ha prohibido comer de los árboles del jardín?

Respondió Eva:

-Podemos comer el fruto de todos ellos salvo del árbol que está en mitad del jardín, del cual nos ha prohibido Dios comerlo porque moriremos si lo hacemos.

Replicó la serpiente:

-No moriréis. Si coméis de él se os abrirán los ojos y seréis como dioses, conocedores del bien y del mal.

Y añadió pérfidamente:

-¿No te apetece probar una manzanita? Mira que apetitosas están.

Alargaba Eva la mano hacia los frutos dorados que colgaban tentadores del árbol cuando, interrumpiendo bruscamente su gesto, se volvió hacia la serpiente y objetó:

-Supongo que estas manzanas serán ecológicas... porque si no es así, no pienso tocarlas. No estoy dispuesta a contribuir a la contaminación del Edén.

Al oír sus palabras la serpiente dudó. Finalmente reconoció:

-No puedo responder a tu pregunta, ya que yo no planté este árbol y desconozco por tanto las condiciones en las que fue cultivado. Pero, ¿qué importancia tiene esto? Las manzanas son sanas y nutritivas, y te concederán el conocimiento tan sólo con que des un bocado a cualquiera de ellas. ¿Qué mal puede hacerte?

-A mí no -porfió la mujer con tozudez-, pero al Edén sí. Es nuestra casa, y si no la respetamos, no mereceremos vivir en ella. O me garantizas que son ecológicas, o no pienso probarlas por mucho que insistas en ello.

Ante lo cual la serpiente, profundamente despechada, huyó del Edén refugiándose en su oscuro cubil. Había perdido la primera batalla, se dijo, pero no perdería la guerra. Rápidamente convocó a sus huestes ordenándoles que, cuando Adán y Eva durmieran, arrancaran de raíz el árbol prohibido y plantaran en su lugar otro de su misma especie, al que deberían cuidar con total esmero, utilizando exclusivamente métodos ecológicos, hasta que éste rindiera sus frutos. Y como no era cuestión de que esa idiota persistiera en su negativa escudándose en defectos de forma, les instó a que tramitaran un certificado ecológico ante los organismos competentes como modo de garantizar su naturaleza.

Las manzanas serían pequeñas y feas y posiblemente estarían agusanadas, pero eso no importaba demasiado. Más le preocupaba el tiempo que habría que esperar hasta que el nuevo árbol del conocimiento del bien y el mal certificado ecológicamente las diera; porque si bien tenía toda una eternidad por delante temía que su rival llegara a enterarse de sus maquinaciones desbaratando su elaborado plan. Pero no quedaba otro remedio.


Publicado el 6-6-2019