Ocasión perdida



Se encontraba Noé calculando pacientemente la cantidad de pienso y forraje que quedaba almacenada -como no dejara de llover pronto no tendría más remedio que racionar la comida a los animales-, cuando un molesto picotazo en el tobillo le arrancó de su tarea, algo bastante fastidioso dado que la contabilidad no era su fuerte y le resultaba difícil enfrascarse en los tediosos cálculos.

Con un enérgico manotazo cazó a su desprevenido enemigo, que resultó ser una garrapata de respetable tamaño atiborrada de sangre, con toda probabilidad suya, a juzgar por el repulsivo manchón sanguinolento que circundaba a modo de mortaja su cuerpo despachurrado.

Reprimiendo un gesto de repugnancia se limpió la mano con el borde de la túnica e, incapaz de recobrar la concentración perdida, maldijo mentalmente, que no era cuestión de que le oyeran allá arriba:

-¡Maldita sea la hora en la que acepté cargar con este marrón! -rezongó para sí-. No teníamos bastante con el esfuerzo de atrapar a todos estos malditos animales encerrándolos en el arca sin más ayuda que la de mi mujer y la poca de los haraganes de mis hijos, de mis nueras mejor no hablar porque se pasan el día acicalándose sin dar palo al agua; no teníamos bastante con aguantar los olores, con recoger el estiércol, con darles de comer, con evitar que nos ataquen cuando les limpiamos las jaulas; no teníamos bastante con este zarandeo que no se acaba nunca y nos tiene condenados a un mareo perpetuo. ¡Pues no, señor, todavía tenemos que padecer esta peste de parásitos que trajeron los animales y que nos están trayendo mártires! ¡Si lo llego a saber me quedo en casa y que le dieran morcillas a la repoblación del mundo! Total, a mis seiscientos años ya había vivido bastante para merecerme una vejez tranquila.

Exhaló un profundo suspiro y continuó con su lamento:

-¡Y eso que se lo advertí! Pero Él siguió en sus trece. “De todos los animales puros tomarás para ti siete parejas, el macho con su hembra, y de todos los animales impuros una pareja, el macho con su hembra” -me dijo, y se quedó tan campante-. Y cuando le pregunté si todos estos bichos asquerosos quedaban fuera de la lista, como era lógico, me respondió que también eran criaturas Suyas y que, por lo tanto, tenían tanto derecho como los demás animales a perpetuarse. Claro que, como allá arriba no les pican, les trae sin cuidado que a nosotros nos estén comiendo vivos.

-¡Señor, qué harto estoy de todo! -exclamó a modo de conclusión de su mudo monólogo. Y, ya desahogado, volvió a enfrascarse en las no menos desagradables sumas que, pese a todos sus esfuerzos, no le cuadraran ni a tiros.

-Casi -se dijo- prefería los picotazos.


Publicado el 27-5-2019