La manzana del Paraíso



Estaba enfrascado Adán buscándoles nombre a unos insectos que había encontrado, cuando le interrumpió Eva:

-¡Adán, Adán!

-¿Qué pasa ahora? -rezongó éste malhumorado-. ¿No ves que estoy trabajando?

-¡Mira lo que traigo! -respondió ella mostrándole una dorada manzana.

-¡Qué has hecho! -exclamó aterrado estrujando involuntariamente a los infortunados bichos-. No me digas que la has cogido del Árbol Prohibido... -y al ver que la fruta estaba mordida, gimió-: ¡Y además te la has comido!

-Sólo un trocito... -se defendió- y como puedes comprobar -añadió, contoneando voluptuosamente su bien torneado cuerpo-, no me he muerto ni nada por el estilo.

-Da igual -suspiró el Primer Hombre-. Nuestra desobediencia será castigada. El pecado ha sido grave, y la penitencia será severa.

-¡Bah, no creo que sea para tanto! Total, ¿en qué se diferencia ese árbol de los demás? Pero toma, pruébala, está riquísima.

Adán, resignado, cogió la manzana que Eva le ofrecía. Pero no llegó a morderla sino que, mirándola fijamente, le preguntó:

-¿La has arrancado del árbol?

-¡Oh, no!, estaban demasiado altas y no alcanzaba por mucho que me estirara. Ésta cayó de una rama justo cuando pasaba por allí, y la cogí del suelo. Casi me da en la cabeza -explicó.

La viste caer... -musitó su esposo con ademán distraído-. Cayó a tu lado y... ¡Eureka!1

-¡Pero qué te pasa! -se sorprendió Eva-. ¡Estás como una cabra! Hace un momento te preocupabas por el posible castigo, y ahora...

-¿Es que no lo comprendes, mujer? Gracias a esta manzana acabo de descubrir una de las leyes fundamentales que rigen el universo, y que el de allá arriba estaba empeñado en ocultarnos. ¡Pasaré a la historia por esto!

-Vaya, qué importante -se burló ella, que ya comenzaba a sentir el temor de que la serpiente le hubiera engañado-. ¿Y cómo la vas a llamar, la Ley de la Manzana Prohibida?

-No, eso no -absorto en sus pensamientos, fue incapaz de captar el sarcasmo-; sonaría demasiado vulgar. Es mejor un nombre más formal como...

Continuó elucubrando hasta que, consciente de la magnitud de la falta cometida por Eva, que por omisión le involucraba también a él, exclamó al fin:

-¡Ya lo tengo! La llamaré Ley de la Gravedad, puesto que grave ha sido nuestro pecado.

Y apreciando como las nubes y los relámpagos se arremolinaban sobre el Edén, continuó:

-Pero me temo que antes tendremos que ir a rendir cuentas a Yahveh, y por lo que veo tiene pinta de estar bastante cabreado.

Tirando la manzana, se olvidó de sus especulaciones físicas apresurándose a acudir a la llamada. Eva le siguió atribulada.




1 Nota del editor: En aras de la verosimilitud histórica es preciso reconocer que no existe constancia escrita de que Adán exclamara esta interjección, tradicionalmente atribuida a Arquímedes; no obstante, al no conocerse la frase exacta que sin duda utilizó, nos hemos permitido esta pequeña licencia literaria.


Publicado el 19-12-2019