Importe exacto



Ilusionado, a la par que amedrentado, quien en vida fuera Lisandro el ateniense caminaba titubeante por el sombrío desfiladero subterráneo que conducía hasta las puertas del Hades. En su mano aferraba la moneda que le serviría para pagar a Caronte el paso por la laguna Estigia, tras la cual se encontraba la entrada al mundo de ultratumba en el que a partir de ahora residiría durante toda la eternidad.

Tras doblar un recodo, apareció frente a él la orilla del tétrico lago. Amarrada a un tosco embarcadero se encontraba la barca, con su infernal barquero apoyado indolentemente en la borda. Éste, al verle llegar, se limitó a alargar en silencio el esquelético brazo reclamándole el pago de sus servicios.

Embargado por la emoción, Lisandro depositó la moneda en la palma de la sarmentosa mano. Caronte dobló el brazo, contempló ceñudo la dádiva y se la arrojó a la cara increpándole con rechinante voz:

-¿Acaso no sabes leer, estúpido?

Y señalando un raído cartel que estaba clavado en el mástil añadió:

-Ahí lo pone bien claro, el pago ha de ser por el importe exacto. No damos cambio.

Perplejo, Lisandro miró sucesivamente al iracundo ser del inframundo, al cartel aludido cuyo borroso texto era imposible de descifrar y, por último, a la moneda que recogió del suelo. Era una dracma de plata, es decir, seis óbolos. Evidentemente no tenía manera de saber por qué razón sus deudos la habían colocado bajo su lengua en lugar del tradicional óbolo, la tarifa estipulada para el paso de la laguna Estigia, aunque sospechaba -Lisandro era de familia acomodada- que pudiera tratarse de un fútil gesto de ostentación por parte de su cuñado Tersites, muy dado a los pavoneos. Lo cierto era que el muy imbécil le había complicado la vida... o, mejor dicho, la muerte.

-Pero... ¿qué más da? -objetó Lisandro-. No hace falta que me devuelvas el cambio, puedes quedarte con él. Al fin y al cabo, ¿qué iba a poder hacer yo con esos cinco óbolos? No los necesito para nada.

-Vaya, al parecer el señorito tiene ganas de juega... -bramó el malhumorado Caronte-. ¿Es que tampoco has leído -volvió a señalar el ilegible rótulo- que no se admiten propinas? Menudo es Pluto llevando las cuentas, si se enteran allá abajo de que acepto dinero, son capaces de mandarme a sustituir durante una temporada a Cerbero. No, amigo, ya te puedes guardar esa dracma y hacer con ella lo que más te apetezca. Pero o me entregas un óbolo, y como me has pillado de buenas también admitiría el pago en calderilla de ocho calcos, o te quedas esperando en la orilla durante cien años, tal como está establecido, para que te pase de balde. Eso o cruzar nadando, aunque no te lo recomiendo dada la fauna que pulula por estas aguas -concluyó con una sardónica sonrisa.

-Esto es absurdo... -rezongó Lisandro. Y, ya en voz alta, preguntó al barquero- ¿Qué quieres que haga?

-Ese es tu problema -le respondió desabrido-. Si quieres, puedes esperar a que lleguen tantos indigentes como óbolos te sobran, por lo que haciendo una excepción, e insisto en que me has pillado de buenas, podría llevaros en un viaje a los seis. Pero no te hagas demasiadas ilusiones -remachó al tiempo que acentuaba la mueca de su rostro-, la última vez que hubo peaje gratis, tal como estipula esa estúpida franquicia secular, fue hace tan sólo unos días, por lo cual mucho me temo que vas a tener que armarte de paciencia hasta que puedas reunir a todos tus invitados... que lo más probable, te lo advierto, es que sean unos compañeros de viaje más bien tirando a poco recomendables.

Y convirtiendo su siniestra sonrisa en una estruendosa carcajada, Caronte se desentendió de él retornando a su indolente postura anterior.

Viendo que nada podría conseguir de su huraño interlocutor, Lisandro se encogió de hombros, guardó cuidadosamente la moneda en previsión de que pudiera necesitarla en un futuro, y se puso a pasear sin prisas por la orilla alejándose del embarcadero. Tiempo no le iba a faltar para hacer turismo, se dijo con resignación.


Publicado el 13-10-2016