La verdadera historia de D’Artagnan



Por primera vez en su largos años de servicio al rey, D’Artagnan veía en peligro su vida. Imprudentemente se había internado en un barrio poco seguro buscando un atajo para llegar antes a su destino, un destino que probablemente no llegaría a alcanzar puesto que había caído en una celada viéndose obligado a enfrentarse en solitario a tres rufianes que pretendían darle alevosa muerte.

D’Artagnan no los conocía, pero eso era lo de menos; sus enemigos eran numerosos y alguno de ellos, no importaba cual, habría contratado a esos tres matones para quitarle de en medio.

No obstante eran hábiles como espadachines, y pese a que dos de ellos habían pagado cara su osadía yaciendo exangües y olvidadas ya sus cuitas, el tercero seguía estando demasiado vivo; y era extremadamente peligroso, puesto que a diferencia del mosquetero, al que la fatiga comenzaba a pasarle factura, su rival se mantenía fresco y la punta de su espada cada vez se aproximaba más a su cuerpo.

Era cuestión de minutos, quizá ni siquiera eso, que D’Artagnan sintiera en sus carnes la mordedura del frío acero que pondría fin a su existencia; así pues, optó a la desesperada por el plan B. Tanteando con la mano libre su cadera mientras su atacante le acometía con una lluvia de peligrosas estocadas, empuñó la pistola que llevaba oculta bajo la capa y, amartillándola, disparó a bocajarro al pecho de su enemigo que, con una expresión de asombro en el rostro, se derrumbó en silencio poniendo fin al desigual duelo.

No había sido una jugada limpia ni propia de un caballero, pero tampoco lo era que tres espadachines acometieran a uno solo, aun tratándose de alguien tan temible como el mosquetero gascón, con ánimo de asesinarlo.

-¡Qué demonios! -se dijo mientras guardaba el arma y limpiaba cuidadosamente la espada en las ropas de su víctima-. Si Harrison Ford lo hizo, no sé por qué yo no puedo hacerlo también.

Eso sí, miró cuidadosamente a uno y otro lado para asegurarse de la ausencia de testigos y, una vez tranquilizado, continuó su camino. Por supuesto jamás relataría lo ocurrido a sus amigos Athos, Porthos y Aramis, más chapados a la antigua que él.


Publicado el 18-6-2020