Caperucita Siglo XXI



Al borde del sendero, camuflado en la espesura, el Lobo Feroz acechaba el paso de la inocente Caperucita.

La espera había resultado larga, pero la paciencia de la fiera había rendido sus frutos. En lontananza, apareciendo y desapareciendo conforme describía las revueltas del camino, se atisbaba una mancha roja en movimiento. Sin lugar a dudas, se trataba de ella.

Conforme iba acercándose el lobo apreció más detalles. En efecto, se trataba de una persona, cubierta con una capa de vivo color carmesí, que atravesaba con paso vivo el bosque. Su rostro quedaba tapado por la capucha, del mismo color que la capa, y de su mano pendía una cesta de mimbre. Todos los detalles coincidían.

Aguardó a que la niña salvara el último recodo y, al verla enfilar el tramo recto que había elegido para la emboscada, saltó al sendero al tiempo que, con fingida amabilidad, le preguntaba:

-¿Dónde vas, Caperucita, tú sola por estos apartados lugares?

El lobo esperaba que ella respondiera que iba camino de la casa de su abuelita a llevarle la comida. De ahí su sorpresa cuando, en vez de una meliflua voz de niña, se encontró con un vozarrón que no se atenía al guión:

-No me llamo Caperucita, sino Cosme, y voy a llevar un encargo al otro lado del bosque. Llevo prisa, así que si no te importa, te agradecería que te quitaras de en medio y me dejaras seguir mi camino.

Mientras tanto se había bajado la capucha, lo que le permitió apreciar al perplejo cánido los rasgos de un nervudo veinteañero con cara de pocos amigos.

-Pero... -balbuceó sorprendido-. Se supone que debería haber venido Caperucita, no tú...

-¡Oh, ésa...! -rezongó el caminante en tono despectivo-. Menudo elemento la niña. Se largó al Caribe con un maromo tras vender sus derechos de imagen a un empresario, y éste los aprovechó para fundar una empresa de reparto rápido a domicilio. El tío se está forrando, pero mientras tanto a nosotros nos tiene contratados como falsos autónomos explotándonos a cambio de una miseria.

Viendo que el lobo no se movía, el mensajero le rodeó intentando seguir adelante.

-¡Espera! -exclamó éste agarrándole del borde de la capa-. ¡Tú vas vestido de Caperucita Roja!

-¿No te he dicho que mi jefe le compró los derechos de imagen? La empresa se llama Caperucita Roja y más, y a nosotros nos obliga a ponernos este ridículo disfraz para ir a tono con el nombre. Copió la idea de las empresas de cobro de morosos, y está tan orgulloso de su ingenio. Yo le ponía la capa a él, pero atada al cuello. ¡Y suéltame ya, o te atizo un garrotazo! ¡Con razón me habían advertido que anduviera con cuidado en esta ruta! -concluyó, al tiempo que esgrimía con la mano libre una gruesa porra que hasta entonces había llevado colgada del cinturón.

Así lo hizo el chasqueado lobo, que volvió cabizbajo a su cubil rezongando sobre cuanto habían cambiado los tiempos y cuan difíciles se les ponían las cosas a los honrados depredadores.


Publicado el 31-7-2020