Improvisación



Ser una de las civilizaciones más antiguas de la galaxia tiene sin duda su importancia, pero acarrea también unas notorias servidumbres. Por esta razón los prrksuis llevamos eones ejerciendo de nodrizas para las jóvenes razas a las que hay que encauzar hacia un desarrollo intelectual primero, y tutelar después, hasta que éstas sean aptas para ingresar en la comunidad galáctica.

Y no es fácil, principalmente porque si bien la vida tiene una tendencia irrefrenable a surgir y desarrollarse en cualquier entorno mínimamente adecuado, que es lo mismo que decir la práctica totalidad de los sistemas planetarios, es un hecho contrastado que la evolución espontánea siempre acaba frenándose justo antes de que en cualquier especie, por desarrollada que ésta se encuentre, pueda saltar la chispa capaz de convertir a un simple animal en un ser racional. Dicho con otras palabras, la experiencia demuestra que es de todo punto imposible que la inteligencia surja de manera natural, siendo un misterio el motivo por el que esta transformación llegó a ocurrir por primera y única vez generando una especie racional -ni siquiera se sabe con exactitud cual pudo ser entre las más longevas- que a su vez hubo de cargar con la responsabilidad de ayudar a sus hermanas cósmicas a traspasar la para ellas infranqueable barrera entre la animalidad y la intelectualidad.

Si bien los prrksuis no somos los únicos dedicados a esta labor, a causa de nuestra condición de pioneros sí somos una de las civilizaciones más comprometidas con ella, teniendo bajo nuestra responsabilidad todo un sector galáctico. Nuestro modus operandi es sencillo, pero al mismo tiempo delicado: tras una exploración previa seleccionamos los planetas en los que la vida animal ha alcanzado un grado de desarrollo suficientemente elevado, procediendo entonces a elegir la especie más adecuada para ser sometida a la inducción artificial que hará de ella el embrión de una raza inteligente. Hecho esto abandonamos el planeta dejando que la nueva especie evolucione por sí misma, y realizamos una nueva visita cuando estimamos que la cosecha pueda estar ya lo suficientemente madura para ser recogida. No es un método infalible ya que cada raza tiene su propio ritmo evolutivo y en ocasiones puede ocurrir que se alguna de ellas se estanque o que incluso experimente un retroceso, pero la mayoría de las veces suele funcionar aceptablemente bien.

No ocurrió así, sin embargo, en el tercer planeta de una vulgar estrella amarilla perteneciente al cuadrante 4-A del subsector DFG-27 en las coordenadas φ=47, θ=122, ρ=27,3 e^181, ya que nuestra intervención en él supuso, por mucho que nos duela reconocerlo, el mayor fracaso de toda nuestra larga historia. Pero no nos adelantemos.

Cuando nuestra primera expedición llegó al planeta, hace aproximadamente cuarenta millones de ciclos, éste se hallaba poblado por una rica y prometedora fauna entre la que destacaba un amplio grupo de animales terrestres predominantes en la práctica totalidad de los nichos ecológicos, salvo en los marinos. Sumamente evolucionados y desarrollados, los había de todos los tamaños y hábitos, tanto carnívoros como herbívoros u omnívoros, siendo los mayores de ellos, unos herbívoros de larguísimo cuello alzado sobre un robusto cuerpo soportado por cuatro patas y una no menos impresionante cola, los especimenes más espectaculares descubiertos por nuestros exploradores en muchos de los planetas visitados. Eso por no hablar de los terroríficos carnívoros, capaces de engullir de un bocado a un prrksu, o de otras especies provistas de recios caparazones acorazados, testas armadas con amenazantes cornamentas o grandes placas óseas a lo largo de toda su espina dorsal.

Sin embargo no fueron estos animales los elegidos, sino otros mucho menos llamativos de tamaño similar al nuestro -y al de la media de las razas inteligentes de la galaxia, ya que ni el gigantismo ni el enanismo suelen rendir buenos resultados- y apariencia más discreta a la par que, tal como determinaron los estudios anatómicos, mucho más prometedora, sobre todo gracias a un arraigado instinto social que les permitía tanto defenderse de los predadores de mayor tamaño como asimismo ser unos notables cazadores, a lo que se sumaba una defensa eficaz de sus colonias y de los nidos donde las hembras depositaban sus huevos.

Así pues, siguiendo los protocolos establecidos, los integrantes de la expedición procedieron a capturar a un número suficiente de especímenes, tanto machos como hembras procedentes de varias colonias distintas, sometiéndoles al proceso de estimulación cerebral que, merced a la evolución natural, acabaría convirtiéndoles en seres inteligentes como primer paso hasta alcanzar una cultura de nivel galáctico. Hecho esto liberaron a los animales y abandonaron el planeta, que quedó sometido a cuarentena tal como suele ser habitual.

Pasado el tiempo que los responsables del programa consideraron prudencial una segunda expedición, la nuestra, fue enviada al planeta con objeto de, como solemos decir entre nosotros, “recoger la cosecha”. Dado el excelente material genético con el que nuestros predecesores habían trabajado no dudábamos que encontraríamos una próspera sociedad tecnológica apta para ser contactada como paso previo hacia la integración. Sin embargo, la realidad no tardaría en hacer pedazos nuestro exagerado optimismo.

Ya las primeras observaciones telescópicas de la superficie del planeta determinaron que la distribución de las masas continentales había variado notablemente, pero esto no nos sorprendió demasiado dado que la deriva continental es un fenómeno habitual en los planetas con actividad tectónica. Más preocupante fue, cuando una distancia menor nos permitió apreciarla, la ausencia total de signos de actividad tecnológica en los distintos continentes, algo del todo inhabitual en lo que cabía esperar de una raza inteligente extendida por la totalidad o, cuanto menos, la mayor parte del planeta.

De hecho los diferentes continentes, aunque cubiertos en su mayoría por una exuberante vegetación, no mostraban el menor signo de haber sido transformados por nuestros especímenes... algo que, como pudimos comprobar una vez entramos en órbita y enviamos varias sondas de reconocimiento a la superficie, no tenía nada de particular dado que éstos habían sufrido una completa extinción.

Y no sólo ellos ya que, cotejando nuestros registros con los de la primera expedición, descubrimos con sorpresa que tanto la fauna como la flora eran completamente diferentes a las originales mucho más allá de lo que cabía esperar del período de tiempo transcurrido, lo cual resultaba ser completamente excepcional.

Trastocados nuestros planes ante la inexistencia de vida inteligente alguna procedimos a investigar las razones de tan inusual fenómeno, lo que nos permitió descubrir indicios inequívocos de que no mucho después de la marcha de nuestros compañeros, tal como pudimos calcular a partir del estudio de una singular acumulación de metales pesados en un delgado estrato que quedó como testigo indeleble de tan dramático cambio, una catástrofe de magnitud planetaria, posiblemente el choque de un cuerpo celeste de regular tamaño, combinado con una excepcional actividad sísmica y volcánica, seguidos por unos brutales trastornos climáticos, habían provocado la extinción de aproximadamente el setenta por ciento de la fauna terrestre y todavía en mayor porcentaje de la marina. Aunque la biosfera había logrado recuperarse de la hecatombe y en la actualidad se mostraba tan pujante o más que con anterioridad a ésta, lo había hecho siguiendo unos parámetros muy diferentes a los antiguos a partir de los escasos grupos animales y vegetales supervivientes.

No cabe duda que como fenómeno biológico y geológico se trataba de algo extremadamente interesante, pero al mismo tiempo truncaba por completo nuestros planes ya que nos obligaba a partir de nuevo de cero. Así pues, convertidos en forzados sembradores, nos olvidamos de nuestros proyectos iniciales procediendo a buscar, entre las nuevas especies, alguna que pudiera reemplazar en un futuro a la desaparecida.

Por desgracia fuimos incapaces de encontrar candidatos idóneos entre las especies emparentadas genéticamente con la perdida, ya que todas ellas habían desaparecido igualmente a excepción de una rama lateral que había evolucionado hacia unos pequeños seres adaptados para el vuelo de nula utilidad para nosotros, dado el escaso tamaño de su cerebro y la imposibilidad de obtener miembros prensiles a partir de unas extremidades superiores transformadas en alas que habían perdido toda capacidad prensora.

Así pues, fijamos nuestra atención en aquéllos que habían ocupado el vacío dejado por la fauna desaparecida pese a que, conforme indicaban las muestras investigadas por los miembros de la primera expedición, éstos procedían de un pequeño grupo marginal que había sido descartado por nuestros compañeros. Ciertamente su complejidad era muy superior a la de sus ancestros dado que habían evolucionado con rapidez y, asimismo, su diversidad era al menos tan grande como la de los animales extintos; pero pese a encontrarse bien adaptados a los distintos ambientes del planeta, no logramos dar con ninguno que mostrara un potencial similar al de la especie perdida. De hecho ni siquiera ponían huevos, habiendo desarrollado un complejo y poco efectivo sistema mediante el cual los embriones de sus crías se formaban en el propio interior del cuerpo materno.

Era sin duda un problema importante, pero no nos arredramos puesto que no deseábamos volver a casa con los tentáculos vacíos. Así pues, hicimos de la necesidad virtud optando por buscar un candidato, por potencialmente mediocre que éste nos pudiera parecer, al que poder aplicarle el proceso de inducción evolutiva. Forzados a improvisar, y sin garantías reales de poder obtener unos resultados satisfactorios incluso sin que mediara una nueva catástrofe planetaria, acabamos eligiendo a unos animales de tamaño más bien tirando a pequeño y de hábitos arborícolas que, al menos teníamos algo positivo, formaban pequeños clanes y poseían extremidades prensiles. Ciertamente su capacidad mental no resultó ser nada extraordinario, pero su limitada especialización les ponía en ventaja frente a otros animales mucho más evolucionados que ellos y, por consiguiente, menos flexibles genéticamente. Además, no teníamos elección...

Pese a nuestro generalizado escepticismo, al carecer de mejor alternativa aplicamos a estos mediocres animales los protocolos habituales de aceleración evolutiva, tras lo cual repartimos a los especímenes tratados por distintas zonas del planeta teniendo la precaución de reforzar la redundancia -eran preocupantemente frágiles- merced a un incremento en el número de ejemplares mutados. Una vez terminado nuestro trabajo, volvimos a casa.

Y eso es todo. Por supuesto cuando el planeta esté maduro para una nueva cosecha ninguno de nosotros existirá ya, por lo que serán otros los que comprueben los resultados de nuestro trabajo. No estamos satisfechos, ni mucho menos, de él pero hicimos cuanto pudimos dadas las circunstancias y no será responsabilidad nuestra que los descendientes de estos seres no puedan llegar a alcanzar un estado evolutivo mínimamente homologable con el de las especies inteligentes de la galaxia. Al fin y al cabo, no prometían demasiado.




1 NOTA DEL TRADUCTOR: Obviamente estas coordenadas han sido transcritas lo mejor posible a una notación compatible con nuestro idioma, aunque al carecer de la referencia del centro de coordenadas no pueden ser aplicadas a un mapa galáctico.


Publicado el 21-11-2018