El hombre que quiso comprar un planeta



-¿Y me garantiza usted que es un planeta virgen?

-Totalmente. -respondió el rigeliano al tiempo que invaginaba la trompa en un gesto que para su especie expresaba indiferencia- Nuestras ofertas gozan de garantía total durante tres generaciones; tenga en cuenta que nos hemos ganado el prestigio gracias a la seriedad de nuestro trabajo.

-Supongo que tendré que creerle. -suspiró el terrestre encogiéndose de hombros- Naturalmente, desearíamos visitar el planeta antes de formalizar el contrato.

-Por supuesto; jamás intentaríamos forzarlos a cerrar un trato sin que ustedes quedaran total y absolutamente satisfechos. Somos profesionales, y como tal nos hemos comportado siempre desde que se fundó la compañía hará aproximadamente unos... tres mil años terrestres. -concluyó el extraterrestre tras efectuar un rápido cálculo mental.

-Tres mil años... -se admiró el representante del gobierno federal terrestre- Por aquel entonces nosotros aún guerreábamos con arcos y flechas.

-¿Y por eso se extraña? -le interrumpió, divertido, su interlocutor- Su civilización es una de las más recientes de la galaxia. Hay culturas que cuentan con centenares de miles de años de antigüedad; años terrestres, por supuesto.

-Sí. Esa ha sido nuestra desgracia. -suspiró el terrestre.

-Nadie puede ser culpado por ello; las leyes de la evolución son sumamente caprichosas. Su actual nivel de civilización es sólo eso: una casualidad debida a que su origen como especie inteligente es todavía muy reciente.

-Sea lo que sea, lo cierto es que llegamos tarde al reparto del pastel; muy tarde.

-Tiene razón. Las leyes galácticas son tremendamente estrictas en lo que respecta a la colonización de planetas ya habitados, pero permiten que el primer descubridor de un astro virgen, considerando como tales a aquéllos que carezcan de vida inteligente, pueda tomar legalmente posesión de él.

-Eso sería hace mucho tiempo; ahora no hay ya ninguno disponible.

-Por desgracia, eso es cierto. Gran parte de los planetas habitables de la galaxia han desarrollado por si mismos su propia vida inteligente autóctona, y aun cuando no hayan desarrollado sino un nivel tecnológico mínimo son de hecho un coto cerrado en el que nadie puede intervenir de ningún modo; naturalmente hubo también planetas colonizables, pero éstos fueron ocupados hace ya mucho tiempo por culturas más antiguas que les tomaron la delantera.

-Y mientras tanto, mis compatriotas se hacinan literalmente unos encima de otros, sin que haya sitio en la Tierra para que puedan vivir con un mínimo de dignidad.

-Este es un problema común a la mayoría de las culturas jóvenes que se encuentran actualmente en plena fase de expansión y a duras penas consiguen controlar el crecimiento de su población. Por este motivo nació nuestra compañía; somos un grupo de expertos que nos dedicamos a explorar la galaxia en busca de planetas susceptibles de ser colonizados. Puesto que no representamos a ningún gobierno, podemos vender los derechos de propiedad al mejor postor.

-Luego todavía quedan planetas vírgenes...

-Por supuesto; si no fuese así, nuestra compañía habría dejado hace mucho de existir. No obstante la galaxia está superpoblada y no es infinita; los planetas escasean y los pocos que se descubren se encuentran en el borde del disco galáctico, muy apartados de los grandes centros de población. Su calidad, sin embargo, no tiene por qué envidiar a la de cualquier otro astro habitado de la Vía Láctea.

-Pero resulta un tanto extraño comprar un planeta...

-¿Por qué? Ustedes los terrestres todavía se encuentran imbuidos por sus prejuicios provincianos. En la galaxia hay millones de sistemas planetarios, y no es extraño que una civilización se extienda sobre varios centenares de ellos. Un planeta aislado es algo intrascendente, y aún lo sería más de disponerse de un mayor número de sistemas vírgenes. Eso hace que ninguna nación esté dispuesta a desprenderse de los que posee, por lo que somos nosotros los únicos que estamos en disposición de vender nuestros descubrimientos.

-A un precio bien elevado, por cierto.

-No somos nosotros quienes imponemos las tarifas, sino las leyes de la oferta y la demanda. No obstante la propiedad no se limita al planeta sino a la totalidad del sistema; podemos garantizarles que gracias a la explotación minera del mismo en poco tiempo podrán amortizar con creces la inversión. Y esto, claro está, sin contar con el beneficio que les supondrá aliviar la presión demográfica de su atestado planeta.

-Comprendo sus argumentos. -respondió con desagrado el terrestre- Pero en mi planeta no podemos comprender cómo puede bastar con que alguien descubra un planeta para que éste pase automáticamente a ser posesión suya sin necesidad de que lo colonice.

-Las leyes galácticas llevan mucho tiempo promulgadas; mucho más que los años de vida de la compañía. -respondió el rigeliano volviendo a invaginar la trompa- Puede que cuando se dictaron se pensara que los descubridores de planetas siempre actuarían en representación de un gobierno legalmente constituido; lo cierto es que no prohibían en modo alguno nuestra actividad, y nunca desde entonces han sido modificadas. Por otro lado tenga usted en cuenta que nuestros descubrimientos siempre acaban revirtiendo en algún gobierno, por lo que en realidad tan sólo somos una especie de exploradores contratados que ahorran a los planetas los enormes gastos de la exploración galáctica; además, si nuestras prospecciones dan resultado negativo, como ocurre bastante a menudo, somos nosotros quienes corremos con las pérdidas y no los clientes, que de esta manera trabajan sobre seguro.

-Bien, no vamos a discutir ahora por esto. -interrumpió el presidente de la Tierra- Lo importante es que el planeta merezca realmente la pena. Supongo que no les importará que enviemos un equipo de expertos; ya sabe, biólogos, geólogos, etcétera.

-Por supuesto que no. El cliente manda. ¿Cuándo estará lista su delegación?




-Su excelencia el representante de la Liga Galáctica. -anunció el secretario.

-¡Que pase! -exclamó el presidente de la Federación Terrestre al tiempo que ordenaba maquinalmente los objetos depositados sobre la superficie de la amplia mesa- ¡Que pase! -Volvió a repetir presa de un repentino nerviosismo.

El embajador en la Tierra del máximo organismo político de la galaxia era un ser perteneciente a la raza de los khum, una de las civilizaciones más antiguas y evolucionadas de todo el universo conocido. Su pequeño y delgado cuerpo, de apenas metro y medio de altura, rematado además por una descomunal y desproporcionada cabeza, le hacía aparecer aún más insignificante al lado de los casi dos metros de su fornido interlocutor; sin embargo, sus respectivas expresiones dejaban entrever justo lo contrario: A la firme actitud de un humanoide que se sabía superior a todos los niveles se enfrentaba la intimidada figura del corpulento terrestre.

-¿Recibió el comunicado oficial de la Liga? -interrogó el khum haciendo caso omiso del saludo con que le recibía el presidente.

-Sí, su excelencia; precisamente tengo aquí una copia. -farfulló el máximo representante del planeta al tiempo que le alargaba un papel con su temblorosa mano.

-¡Bah! -exclamó el galáctico al tiempo que rechazaba el documento- Conozco de memoria su contenido; lo único que me interesa es comprobar que se haya cumplido la orden.

-¡Pero su excelencia! ¿Cómo vamos a hacer eso? El planeta nos pertenece legalmente. Adquirimos sus derechos.

-Mi querido amigo, el hecho de que aún no pertenezcan a la Liga no les exime de respetar sus leyes; en cuanto a derechos y obligaciones, no existe distinción entre los estados asociados y los miembros de pleno derecho. Y eso lo saben perfectamente ustedes.

-Precisamente por eso; contamos con un contrato perfectamente legal de compraventa que nos califica como propietarios de Nueva Tierra.

-No se llama Nueva Tierra, sino Planeta Virgen; y no es propiedad suya sino de la Liga Galáctica. -gruñó el khum.

-¡Pero la ley sanciona la posesión de todo planeta deshabitado! -protestó el terrestre sin demasiada energía- Y Nuev... Planeta Virgen lo está.

-Indudablemente. ¿Pero no le parece a usted demasiada casualidad que sea éste el único planeta deshabitado de aquí a las Nubes de Magallanes?

-¿Qué quiere decir?

-Que esas leyes fueron promulgadas hace muchos millones de años terrestres, cuando sus antepasados todavía reptaban por los mares de su planeta y existían aún numerosos sistemas estelares susceptibles de ser colonizados.

-Pero ahora...

-La ley no ha sido revocada, eso es cierto, pero ha quedado completamente obsoleta ya que ahora no queda, mi querido amigo, el menor resquicio ocupable en toda la galaxia; los planetas se pueblan muy deprisa, sin duda.

-Existe uno. -insistió con tozudez, el terrestre.

-El único. ¿Y cree usted que no era conocido por nosotros? Por el Gran Creador, no sea tan ingenuo.

-No comprendo la razón por la que ustedes renunciaron a explorarlo si es que verdaderamente lo conocían.

-Por supuesto que lo conocíamos. -replicó molesto el khum- ¿Pero a usted no le entra en la cabeza que si se encontraba deshabitado era precisamente porque nosotros queríamos que fuera así?

-No veo la razón.

-Pues le aseguro que existe. Hay una rama de la filosofía... Ustedes la llaman ecología, creo.

-¿Ecología? -se extrañó el presidente- ¿Acaso quiere decir que...?

-En efecto, mi querido amigo. Celebro que por fin lo haya comprendido. Planeta Virgen es una reserva natural, la única que queda en toda la galaxia; y como es normal, deseamos conservarla como tal a toda costa.

-Pero entonces, la compañía que nos cedió los derechos de colonización... -musitó el presidente terrestre, totalmente abrumado.

-¿Esos? Tan sólo son unos truhanes que se encuentran fuera de toda ley; unos delincuentes especializados en timar a naciones inexpertas como la suya.

-¿Y nuestro dinero?

-Se les devolverá siempre que se consiga recuperarlo; ahora bien, no deseo desilusionarles, pero lo cierto es que esos granujas han vendido ya diecisiete veces Planeta Virgen sin que nunca hasta ahora hayamos conseguido ponerles la mano encima. Lo siento, pero la culpa ha sido tan sólo suya por ingenuos y demasiado avispados. Tendrían que haber consultado con nosotros, y quizá entonces habríamos podido detenerlos.

-¿Qué podemos hacer ahora? -preguntó el presidente al borde mismo del desmoronamiento físico.

-Nada, salvo evacuar el planeta; y den gracias a que no se les ha impuesto una sanción atendiendo a su inexperiencia. Otra vez deberán ser más conscientes de lo que hacen. No quiero que tomen esto como una amenaza, pero insisto en que sus naves deberán abandonar totalmente Planeta Virgen antes de que expire el plazo que les hemos concedido; de no hacerlo así, nos veremos obligados a desalojarlos por la fuerza, lo que provocará indefectiblemente su expulsión definitiva de la Liga. Y ahora, si me lo permite, me retiraré para informar a mis superiores.

Mientras el khum abandonaba la estancia, el presidente comenzó a garabatear nerviosamente en sendas hojas de papel la orden de evacuación de Nueva Tierra así como su dimisión irrevocable; no obstante su peculiar estado de ánimo, aún pudo alcanzar a oír lo que murmuró el representante del gobierno central galáctico en el momento de atravesar la puerta de su despacho.

-¿A quién se le ocurre creer que la gente pueda ir vendiendo tranquilamente planetas así como así? ¡Ojalá pudiera yo disponer de un mundo perdido lejos de la civilización! ¡Ojalá!


Publicado el 29-12-2001 en Púlsar