Barbarroja del espacio




Esta novela, que completa el vigésimo volumen de Robel, y fue publicada originalmente con el número 707, fue la última colaboración de Ángel Torres con Bruguera y, aunque escrita en fecha muy posterior a las anteriormente comentadas, guarda con éstas una unidad temática y argumental muy estrecha, incluyendo varios protagonistas comunes; se trata, claro está, de una de las habituales triquiñuelas del autor para burlar las trabas editoriales que pretendían impedirle continuar su saga, pero sólo una vez puestas en orden cronológico interno todas sus novelas, es posible apreciar en toda su magnitud la continuidad argumental que, contra viento y marea, supo imprimir a su obra el tenaz escritor gaditano.

En Barbarroja del espacio Ángel Torres retoma uno de sus arquetipos, el ya familiar astronauta independiente que malvive a duras penas dando tumbos de un rincón a otro de la galaxia transportando todo tipo de fletes en su carguero. Es el caso de los ya conocidos capitanes Hunt Logan y Lorenzo y ahora también de Joe Leonard, alias Barbarroja a causa del color de su poblada barba. Pero también recupera el autor a dos viejos conocidos de los lectores, la paranormal Sara -roto su compromiso con el Orden Estelar- y el humanoide Damocles.

Se inicia la narración describiendo cómo Leonard se encuentra varado en un planeta perdido, con su carguero Satán sometido a una profunda reparación en los astilleros pero sin dinero alguno para abonar el coste y recuperarlo, puesto que está totalmente arruinado, lo que le impide realizar su proyectado viaje al planeta Aligastair, donde pretendía introducir un alijo de contrabando.

Poco antes Damocles, que desde hace tiempo pertenece a la tripulación del Satán, se encuentra con su antigua compañera Sara que, sin trabajo, intenta encontrar infructuosamente a su añorado capitán Lorenzo. Sara acepta la propuesta de Damocles para enrolarse con Leonard, pero todo ello queda superditado a que Barbarroja pueda encontrar el dinero necesario para evitar que el carguero le sea embargado. Pero, ¿cómo?

Leonard no lo duda; intentará probar fortuna en uno de los múltiples casinos de la ciudad, sin que en su desesperación sea consciente de que lo único que va a conseguir será perder el poco dinero que todavía le queda. Por si fuera poco, sólo se le ocurre entrar en el garito de Cothan, uno de los principales mafiosos del planeta, al cual le debe una importante suma de dinero que éste no está dispuesto a perdonarle... en su imprevisión, se ha metido en la mismísima boca del lobo.

Mientras dilapida sus últimas monedas jugando con un croupier automático, Sara y Damocles, que le han seguido sin que él se diera cuenta de ello, deciden entrar en acción... mejor dicho lo decide ella, que gracias a sus poderes paranormales consigue que el perplejo Leonard gane una considerable suma, muy superior desde luego a su deuda con el dueño del casino... pero éste, que ya acechaba a su presa, se ve chasqueado y técnicamente estafado, por lo que intenta hacer una jugarreta al capitán primero en el propio recinto del casino y, posteriormente, en su propia astronave, rescatada de los astilleros, viendo frustrados sus taimados intentos gracias a la decidida intervención de los miembros de la tripulación del Satán: Barbarroja, Sara, Damocles y Grosvenor, un taciturno terrestre capaz de hacer casi cualquier cosa.

Pero como bien está lo que bien acaba, Barbarroja consigue desembarazarse finalmente de sus perseguidores y despegar rumbo a Aligastair con su cargamento a bordo. Aligastair es uno de tantos mundos del Borde, formalmente independiente desde que aconteciera el colapso del Imperio Galáctico; aunque logró evitar el colapso cultural y tecnológico que sumiera en la barbarie a otras antiguas colonias imperiales, desde entonces sobrevive de forma lángida con una economía de subsistencia y un gobierno corrupto que ha hecho del soborno y la extorsión la principal fuente económica del estado. Las mercancías que transporta Barbarroja, al menos las que piensa declarar oficialmente a los aduaneros, son todas ellas objeto de monopolio estatal, por lo que, al menos teóricamente, está prohibido a los mercaderes independientes comerciar con ellas; pero en el fondo se trata de una simple tapadera para camuflar el verdadero objeto de su negocio, como se sabrá más adelante.

A su llegada al astropuerto de Agarla, capital de Aligastair, un grupo de aduaneros penetra en el Satán con objeto de inspeccionar su cargamento -oficialmente- y obtener una buena mordida de forma extraoficial, en la práctica la principal fuente de ingresos de los funcionarios locales. La conversación entre éstos y Leonard no puede ser más cómica, con unos aduaneros intentando sacar tajada de una manera descarada y un capitán haciéndose el tonto y lamentándose por su desastroso negocio; finalmente, y tras la promesa del regalo -o casi- de parte de las baratijas transportadas por el Satán a los corruptos funcionarios, Barbarroja consigue lo que realmente quería, quitarse de encima a esos zánganos con objeto de poder realizar su verdadero plan.

Acompañado por Sara y Damocles, atraviesa las peligrosas calles de la ciudad hasta recalar en un antiguo palacete, donde es recibido por su dueño, Longar de Aankar, descendiente directo del último virrey imperial y ahora un simple ciudadano de Aligastair, aunque todavía rico y poderoso... es entonces cuando Sara, a la par que los lectores, conoce la verdadera naturaleza del material introducido como contrabando. Lejos de ser inocuas pilas energéticas -prohibidas por el gobierno local, que mantiene un férreo monopolio sobre cualquier tipo de fuente de energía-, tal como había hecho creer a los aduaneros los cuales satisfechos por el soborno recibido, le habían permitido conservarlas para malvenderlas en el mercado negro local, la mercancía que Leonard trae a Longar es algo infinitamente más importante, un mineral absolutamente prohibido en el planeta -y esta vez sin sobornos que valgan- debido a que es susceptible de ser utilizado como catalizador para obtener ingentes cantidades de energía, a coste prácticamente nulo, a partir de materiales muy comunes en Aligastair.

La maniobra está clara: bien distribuido, el mineral introducido de contrabando es susceptible de provocar una crisis energética de magnitud planetaria, lo que haría tambalearse la débil estructura económica del mismo basada en el monopolio energético gubernamental. A la crisis energética seguiría la económica y a ésta, de modo inexorable, la política, con la previsible consecuencia del hundimiento del actual gobierno y su reemplazo por... aquí Longar, quizá añorante del antiguo poderío de su familia, tendría mucho que decir, pero esto no es algo que importe al capitán; al fin y al cabo él sólo pretende hacer un buen negocio, trayéndole sin cuidado lo que pueda ocurrir en tan infecto planeta una vez que él y sus compañeros se hayan marchado de allí.

Cerrado el trato y cobrado generosamente el flete, a Barbarroja y sus compañeros tan sólo les queda volver al astropuerto y aguardar a que, al cobijo de la noche, los hombres de Longar lleguen a hacerse cargo del alijo. Pero ha surgido un imprevisto, les advierte su anfitrión: el burlado Cothan, tras hacer las pertinentes averiguaciones, ha atado cabos y está a punto de aterrizar en Aligastair, presuntamente con malas intenciones. Temeroso de que el mafioso pueda poner al corriente de su plan a las autoridades locales, Longar les apremia a realizar la descarga de la manera más rápida posible.

Así lo intentan hacer, pero los acontecimientos habrán de complicarse muy a pesar suyo. Aunque la descarga del cargamento se realiza sin percances, cuando el convoy se dirige camino a los almacenes donde va a ser escondido, descubren que un vehículo les sigue sigilosamente; se trata, sin duda, de Cothan y sus secuaces, dispuesto a ajustar personalmente cuentas con Barbarroja. Éste, que acompaña al convoy junto con Sara con objeto de poder franquear los controles policiales del astropuerto, decide actuar de señuelo con objeto de que los camiones que transportan el preciado mineral puedan llegar sanos y salvos a su destino.

Por fortuna la estratagema surte resultado, pero en la persecución de la que son objeto Leonard y Sara llevan la peor parte, siendo finalmente apresados por su enemigo. Éste, que no les perdona las dos humillaciones sucesivas a las que fuera sometido, decide vengarse de ellos allí mismo torturándolos antes de matarlos, no sin apropiarse previamente del dinero cobrado por Leonard. Sara, que no es capaz de controlar sus poderes paranormales si no ha sido objeto previamente de una excitación de suficiente intensidad, intenta no obstante enfrentarse a sus captores, con éxito desigual ya que, si bien consigue neutralizar al mafioso, no logra hacer lo mismo con sus matones, los cuales están a punto de asesinar a los dos cautivos. Por fortuna para ellos, la oportuna llegada de Longar y sus hombres da un repentino vuelco a la situación, poniendo fuera de combate a los asesinos al tiempo que logra salvar por los pelos a los astronautas.

Aparentemente todo ha terminado bien para los protagonistas, y tienen motivos sobrados para estar agradecidos a su salvador; pero algunas piezas no acaban de encajar del todo y, ante las sospechas de éstos, el aristócrata descubre sus cartas. Efectivamente sus planes pasan por derribar el corrupto, pero legítimo, gobierno de Aligastair, pero no está solo en el empeño, ya que en realidad es un agente del Orden Estelar... Aligastair, al igual que otros planetas del Borde, se niegan en redondo a perder su independencia integrándose en el Orden Estelar, pero los jerarcas de este último, entre los cuales los nobles ideales que inspiraron su creación se van debilitando poco a poco, sustituidos por un imperialismo de nuevo cuño, están perdiendo la paciencia. Y como ya no son los viejos e idealistas tiempos, han decidido recurrir a esta sucia estratagema para, tras provocar el caos en el planeta, disponer de una excusa para intervenir en él y anexionárselo.

Leonard se muestra sorprendido, pero Sara responde que a ella no le pilla de sorpresa, y que es precisamente por eso, porque el Orden Estelar ya no es en modo alguno lo que era, por lo que rompió sus lazos con éste. A todo esto, Longar de Aankar, en un alarde de sincero cinismo, no oculta su falta de escrúpulos para conseguir recuperar, de una u otra manera, el protagonismo que su familia perdiera siglos atrás.

Asqueados, a la vez que indignados por saberse instrumento involuntario de una conspiración de hondo calado, los tripulantes del Satán deciden marcharse lo antes posible del malhadado planeta. No encuentran ninguna oposición en su antiguo aliado, pero con las autoridades locales es otro tema; alertados por el chasqueado aduanero, que ha descubierto el engaño antes de tiempo, les intentan impedir el despegue. No lo consiguen por poco, pero los problemas para el capitán Barbarroja todavía no han terminado. En el espacio les salen al paso dos patrulleras policiales que, sin mayor preámbulo, abren fuego contra ellos con todas sus armas. Aunque el Satán, teóricamente un carguero desarmado, cuenta en realidad con un armamento oculto, incluyendo una coraza energética capaz de contener durante algún tiempo los impactos directos, a poco se convencen de que el encarnizado ataque acabará debilitando sus defensas lo suficiente como para provocar la destrucción del navío.

Resignados a su suerte, los protagonistas vuelven a verse salvados de nuevo, cuando ya lo daban todo por perdido, gracias a un oportuno golpe de suerte: una UNEX del Orden Estelar aparece de repente conminando a los chasqueados patrulleros a abandonar su presa, alegando que los ocupantes del asediado carguero son ciudadanos suyos.

El capitán Leonard muestra su agradecimiento sincero a sus salvadores pero, una vez fuera de peligro, les comunica que ellos no son ciudadanos del Orden Estelar sino de Tabogarda, un mundo independiente... que acaba de ser integrado en el Orden, algo que Barbarroja y sus compañeros desconocían. Valiéndose de una argucia legal -ahora están sometidos, sin olerlo ni catarlo, a la soberanía del Orden-, la comandante del buque de guerra les comunica que han violado las leyes de su nuevo gobierno... aunque, dadas las circunstancias, prefiere hacer la vista gorda...

Pero todavía no han acabado las sorpresas... pero sólo en la reedición de Robel, ya que en la versión original la narración termina justo aquí. Tal como hiciera en anteriores ocasiones Ángel Torres modificó el final, haciendo que la comandante de la UNEX sea ahora la mítica Alice Cooper. Ésta identifica a Sara como a una antigua compañera, recriminándole que haya abandonado el Orden Estelar. Sara responde que lo hizo porque no le agrada en absoluto el preocupante sesgo neoimperialista que está adoptando éste... a lo cual Alice Cooper confiesa que a ella tampoco, pero que no puede hacer nada por evitarlo.

Tras esta triste despedida, el Satán prosigue su camino. Así termina la novela, con este primer indicio del nuevo rumbo que habrá de adoptar la humanidad en los años venideros, muy distinto del imaginado por los promotores del ya tambaleante Orden Estelar.



Publicado el 18-3-2005 en el Sitio de Ciencia Ficción