La legión del espacio




Número 73 de la colección y curioso título, puesto que en toda la novela no aparece el espacio ni una sola vez. Pero vayamos al grano de la que es sin duda la mejor novela de las tres. Han transcurrido unos dos años (Enguídanos no aclara si terrestres o venusianos) y el autor pone la narración en boca del príncipe heredero de un poderoso imperio vecino de las tierras en las que aterrizaran los terrestres. Mucho más desarrollados culturalmente que sus semisalvajes vecinos, un destacamento imperial al mando del príncipe viaja a aquellas remotas regiones, volando en gigantescas arqueoptérix -y es que se ve que la aviación a la terrestre no tenía demasiado futuro en Venus- con objeto de comprobar la verosimilitud de los rumores que hasta ellos han llegado de la irrupción de unos dioses venidos del cielo los cuales han ayudado a los indígenas a conjurar el amenazador peligro de los hombres-insecto.

El príncipe imperial, muy bien tratado por cierto por Enguídanos, llega a su destino encontrándose con dos ciudades abandonadas al tiempo que unos aborígenes consultados le informan de la existencia, algo más allá, de una ciudad construida por los dioses en la cual se ha concentrado toda la población de la zona. Intrigado a la vez que preocupado por la irrupción de ese nuevo poder que les puede suponer una amenaza a su hasta ahora indiscutida hegemonía el príncipe viaja hasta la ciudad, en la que es recibido calurosamente por los terrestres. Éstos le hacen partícipe, de una manera un tanto ingenua, de su comprometida situación así como de sus proyectos para el futuro, lo que le confirma su sospecha inicial de que la irrupción de estos extraños seres (ellos rechazan ser calificados como dioses) puede suponer un grave problema para la propia estabilidad del imperio.

Dicho y hecho. Aprovechándose de la confianza de sus anfitriones, el príncipe dará un audaz golpe de mano auxiliado por sus tropas. Las consecuencias no pueden ser más nefastas para los terrestres; destruida prácticamente toda su labor de los últimos dos años, verán asimismo como la protagonista femenina, prometida claro está a estas alturas del antiguo vagabundo, es raptada por un príncipe que se ha enamorado perdidamente de ella. Para colmo de males los terrestres no podrán salir en persecución de los agresores: la destrucción de su pequeño arsenal y la proximidad del periódico ataque de los hombres-insecto impedirá cualquier tipo de represalia.

Meses después, rechazados con éxito los primeros embates de sus seculares enemigos, parte de los expedicionarios se dirigirán por barco a la capital del imperio enemigo mientras el resto continuará organizando las tareas de defensa. Lamentablemente el barco naufragará, con lo que la felonía ha de continuar impune durante algún tiempo más.

Ha pasado el tiempo y la pequeña colonia es ya autosuficiente al tiempo que los hombres-insecto no son ya ninguna amenaza. Los terrestres, desembarazados de sus obligaciones más acuciantes, no han olvidado la afrenta ni el protagonista, en particular, el taimado rapto de su amada. Se apresta pues una poderosa expedición guerrera que, pertrechada con unas armas de fuego que ha de dar a los terrestres una supremacía decisiva sobre las tropas imperiales, se pone en marcha hacia las imponente cumbres que constituyen la infranqueable frontera entre los dos países. No sin dificultades son salvadas éstas, entrando el ejército expedicionario en los dominios imperiales para, tras una breve aunque cruenta campaña, lograr la capitulación de sus enemigos.

Tras entrar como vencedores en la capital imperial, los terrestres impondrán sus condiciones al viejo emperador, una de las cuales es obviamente la restitución de la mujer robada. Pero aquí se han de encontrar con un buen chasco no sólo los protagonistas, sino también los lectores de unas novelas populares nada acostumbrados a estas sorpresas: A pesar de lo violento de su rapto la protagonista ha acabado amando a su captor, por lo que es feliz con éste y no desea abandonarlo.

Nada hay que hacer pues en lo referente a este punto, para frustración del personaje principal. Quedan, pues, dos puntos a tratar: Primero, la solicitud de ayuda logística -que les es concedida inmediatamente- a sus antiguos rivales con objeto de buscar la perdida astronave en la inmensidad de la selva ecuatorial. Segundo, la prosecución del plan del idealista multimillonario en orden a abolir todos los estados existentes en Venus con la creación de unos Estados Unidos Venusianos que no conozcan fronteras de ningún tipo y los cuales se rijan por los ideales democráticos al uso. Aquí, y salvo algunos puntos tales como la abolición de la esclavitud, se decidirá respetar al viejo emperador con la promesa del príncipe, muy influenciado por su esposa, de renunciar a la sucesión aboliendo el imperio para entrar a formar parte de la deseada federación.

Y así se hace, o se supone que se hace, puesto que Enguídanos se centra a partir de entonces en la búsqueda de la astronave. Para ello los terrestres se auxilian de las arqueoptérix cedidas por sus antiguos enemigos ya que estas aves son, según el autor, mucho más aptas para estos menesteres que los pterodáctilos de sus tradicionales aliados. Tras una búsqueda tenaz lograrán, por supuesto, su objetivo, rescatando la nave del lugar en el que fuera abandonada por los antiguos amotinados, todos ellos muertos por los consabidos hombres-insecto.

Y eso es todo; Puesta rápidamente la nave en condiciones de vuelo, los terrestres harán un rápido vuelo hacia su colonia con objeto de recoger al resto de los supervivientes de la expedición y, acto seguido, partirán rumbo a la Tierra, con lo cual termina la narración. Los anunciados proyectos de hacer más viajes a Venus con objeto de continuar con la colonización son apenas insinuados y, por supuesto, Enguídanos jamás desarrolló esta serie a pesar de que la misma lo estaba pidiendo a gritos; probablemente, porque con la Saga de los Aznar tenía ya más que suficiente.



Publicado el 6-11-1998 en el Sitio de Ciencia Ficción