El planetoide maldito




Número 203 de la colección y secuela de la anterior, que no continuación puesto que la narración es completamente independiente. Comienza ésta unos meses después de la hazaña de los expedicionarios que han conseguido volver a la Tierra con la información necesaria para vencer la plaga; la humanidad se ha salvado, pero el culpable de la catástrofe continúa impune. Todos los gobiernos terrestres, huelga decirlo, desean castigarlo con todo el rigor posible, pero se encuentran con un grave problema: carecen de astronaves capaces de transportar en suficiente número soldados con los que vencer al pequeño, pero aguerrido y perfectamente equipado, ejército de Bevington, formado en su mayor parte por antiguos penados condenados a trabajar en las minas de Ganímedes, todos ellos con cuentas pendientes con la justicia terrestre y, por lo tanto, interesados en defender su refugio con uñas y dientes.

Ante tal perspectiva será el gobierno británico el que tome la iniciativa enviando una astronave al satélite de Júpiter en la cual viaja un reducido grupo de comandos cuya misión será la de secuestrar a Bevington para trasladarlo a la Tierra, donde será castigado como se merece. Lamentablemente el destino se cruzará en su camino de modo que, al estar procediendo al aterrizaje en la cara oculta de Ganímedes, las baterías antiaéreas del dictador lanzarán unos cohetes que destruirán a la astronave.

Tan sólo habrá un superviviente de la catástrofe, el piloto, mientras que el copiloto y todos los comandos hallarán la muerte. La expedición ha fracasado irremisiblemente, pero el piloto defenderá tenazmente su vida; y así, cuando los gendarmes enemigos envíen una patrulla con objeto de inspeccionar los restos de la astronave, será capaz de matarlos a todos apoderándose de su vehículo. Equipado de esta manera se dirigirá a una antigua mina hoy abandonada en la cual, tras un encuentro accidentado con un grupo de mineros fugitivos (llegará a matar involuntariamente a uno de ellos), logrará finalmente convertirlos en aliados suyos.

A pesar de tener todo en contra, el pequeño grupo de protagonistas se impone un único objetivo: Acabar con Bevington. Sin embargo, la situación no es nada halagüeña para sus fines: Ellos no son comandos, y además el tirano se rodea de todo tipo de medidas de seguridad que convierten en poco menos que imposible acercarse siquiera a él. De este modo viajarán hasta la capital de Bevington, donde merodean durante varias semanas en busca de una oportunidad para cumplir su objetivo.

Ésta aparece al fin cuando Bevington se dirija a otra ciudad de su reino en visita de inspección; puesto que el vehículo del dictador tan sólo va escoltado por otros dos, los audaces terrestres partirán en pos de él mirando donde puedan tenderle una emboscada. Un recodo de un caudaloso río, por donde forzosamente tendrán que pasar los vehículos -provistos de colchón de aire- del enemigo, será el lugar seleccionado: Bastará con derribar un enorme árbol, cuyo tronco atravesado supondrá un obstáculo infranqueable, y con apostarse en las cercanías, para poder atacar por la espalda al desprevenido enemigo. La acción se saldará con el éxito y, destruidos los vehículos de escolta y muertos sus tripulantes, los protagonistas podrán capturar vivo a Bevington, al cual llevarán a su escondite de la selva.

Bevington está prisionero y su reino comienza a tambaleares merced a las luchas intestinas de sus generales, pero la situación de sus captores no es demasiado halagüeña: Privados de medios para volver a la Tierra, y sin forma de comunicar con ésta al carecer de emisoras de la suficiente potencia, son los carceleros de Bevington pero a la vez los prisioneros de Ganímedes. Éste, que se ha apercibido de ello, comienza a proponer a todos ellos un pacto: Su liberación a costa de hipotéticas prebendas en su estado.

Todos ellos rechazan airados la propuesta excepto uno, un antiguo ex-presidiario que, ofuscado por haber sido rechazado por la única mujer del grupo, que ha elegido por pareja al antiguo astronauta, asesina a otro de los protagonistas al tiempo que libera al dictador fugándose con él y con la muchacha, a la que lleva prisionera. Afortunadamente el piloto y su compañero restante llegarán a tiempo matando a Bevington y al traidor al tiempo que liberan a la chica.

Termina de esta forma la novela con la esperanza de los tres protagonistas supervivientes de que el imperio de Bevington acabará derrumbándose en apenas unos meses, al tiempo que tarde o temprano llegarán auxilios de la Tierra. El peligro, por fin, ha sido definitivamente conjurado.

Esta novela es digna continuadora de la anterior, pero adolece de dos o tres defectos bastante escandalosos que, no obstante, son necesarios para el buen desarrollo de la misma. Que la astronave sea detectada y derribada apenas comienza su aterrizaje es bastante normal, pero no lo es que la de la astronave anterior pudiera aterrizar en Ganímedes sin ningún tipo de problemas. Que se presenten en la capital de Bevington vestidos con los uniformes de los militares muertos en la escaramuza inicial a la par que tripulando su vehículo, que estén allí durante semanas y que nadie les identifique, es realmente chocante. Y que, por último, una vez desaparecido Bevington su imperio se derrumbe sin más como un castillo de arena, es también más que discutible dada la catadura de sus generales, alguno de los cuales debería acabar lógicamente haciéndose con el poder, máxime cuando la respuesta de la Tierra está aún lejana. Pero por lo demás, estas dos novelas constituyen una aceptable narración que se lee con agrado y sin demasiados problemas, lo cual no es poco.



Publicado el 6-11-1998 en el Sitio de Ciencia Ficción