La rebelión de los robots





Este número, el 50, vuelve a la trama original de la Saga de los Aznar aprovechando la ilustración de portada de La última batalla, del Profesor Hasley, número 114 de la antigua colección.

Otro aspecto importante a tener en cuenta es la irregularidad con la que a partir de esa novela comenzaron a aparecer los siguientes títulos de la colección; de hecho, la tradicional periodicidad quincenal de las novelas empezó ya a quebrarse allá por el número 44, a principios de 1976; pero mientras la frecuencia media entre la número 44 (El planetillo furioso) y la 49 (La otra Tierra) fue de aproximadamente un mes, La rebelión de los robots salió a la venta nada menos que cuatro meses después de la anterior. Esta irregularidad se mantendría ya hasta el final de la colección, lo que si bien permitió un respiro al autor -de hecho se nota que estas últimas novelas son de mejor calidad que las anteriores-, por otro lado perjudicó a la difusión de la colección ya que los seguidores de la misma nos encontrábamos totalmente desorientados a la hora de esperar el siguiente número. Podría haber aprovechado la editorial para publicar el resto de la obra de Enguída­nos tal como prometiera en su día; pero lo cierto es que no lo hizo, sin que se pueda aventurar siquiera los motivos de esta decisión. Lo cierto es que la Saga comenzaba ya a agonizar, y puede que ésta sea la única razón para ello.

La acción de la novela tiene lugar un año después de la llegada de Valera a Atolón, y describe los intentos del Almirante Mayor valerano por reconquistar el circumplaneta disputándoselo a los ghuros y a las mantis, poniendo para ello en marcha la formidable maquinaria de guerra del autoplaneta. Sin embargo, el escaso número de valeranos -poco más de veinte millones- y la nula voluntad de éstos por embarcarse en una larga y penosa guerra no facilitan precisamente las cosas. Por si fuera poco Juan MacLane, Almirante Mayor de Valera, comienza a gobernar de forma dictatorial desoyendo las peticiones de los valeranos solicitando la constitución de un gobierno civil que sustituya al régimen militar que gobierna el autoplaneta, con la excusa de que previamente se ha de derrotar a ghuros y mantis.

Durante una parada militar convocada para conmemorar el primer aniversario del fallecimiento del viejo Almirante Mayor se producen incidentes, que comienzan con una manifestación de civiles y concluyen con una grave alteración del orden público saldada con un abultado número de muertos y heridos víctimas de la durísima represión de la policía militar... Una policía militar constituida no por humanos, sino por robots... Porque Juan MacLane ha adoptado la arriesgada decisión de crear con la karendón miles de copias de Izrail, el fabuloso robot fabricado por los barpturanos que en su día permitiera a los valeranos el descubrimiento de la fabulosa civilización que construyera el circumplaneta. Estos robots, afirma, están destinados a ser la fuerza de choque que permita a los valeranos combatir a sus rivales en el circumplaneta sin arriesgar sus vidas, pero de momento tan sólo han servido para consolidar su poder dictatorial luchando contra civiles valeranos indefensos.

Miguel Ángel Aznar Bogani, conde­nado al ostracismo por MacLane, se opone frontalmente a los planes del gobernante valerano pero poco puede hacer por impedirlos, al haber sido destinado a una flota de transporte y no a una de guerra. Mientras tanto, los robots continúan desempeñando labores de policía -lo que les enajena el odio de los valeranos- y son materializados en gran número con objeto de ser utilizados como soldados en la guerra contra los ghuros. La guerra comienza bien para los valeranos, que consiguen destruir todas las ciudades y las instalaciones ghuro de uno de los fragmentos en que está dividido el circumplaneta -concretamente aquél donde antaño se asentara Nueva Hispania- al tiempo que conprueban con satisfacción cómo los soldados robot desempeñan su labor con total efectividad.

Sin embargo, pronto comienzan los problemas. Tras encontrarse con una enconada resistencia por parte del enemigo, lo que provoca una dura batalla de final imprevisible, los diezmados robots comienzan a desarrollar ideas propias que, unidas a su instinto de conservación, hacen que su temor a ser destruidos triunfe sobre su obligación de obedecer a los humanos. Así pues, comienzan a desertar masivamente como forma de preservar sus vidas. Mientras los que combaten en Atolón abandonan sus armas y se pierden en la selva, los que se encuentran a bordo de los transportes siderales o en el interior del propio Valera comienzan a luchar contra los humanos con trágicas consecuencias para estos últimos.

Finalmente, Miguel Ángel Aznar consigue hacerse con el control de la situación. En realidad los robots no alientan ningún tipo de hostilidad contra los humanos, simplemente desean defender sus vidas, aunque no dudan en atacar a sus teóricos amos, incluso causándoles la muerte, siempre que se consideran en peligro. Conocedor de este hecho, le basta a Miguel Ángel Aznar con prometerles que no les causarán daño y serán desembarcados en el circumplaneta, para que los robots amotinados en su flota de transporte depongan las armas, tras lo cual, desoyendo las órdenes de MacLane que deseaba que fueran destruidos, los deja en libertad.

La crisis provocada por el descalabro bélico -las Fuerzas Armadas valeranas se ven obligadas a retirarse de Atolón al quedarse sin efectivos tras la deserción masiva de los robots-, unida a los disturbios cada vez más graves que tienen lugar en Valera acarrean la destitución de Juan MacLane como Almirante Mayor del autoplaneta, siendo nombrado como sucesor suyo Miguel Ángel Aznar. Termina la novela describiéndose cómo los valeranos consiguen sofocar con gran esfuerzo la rebelión del interior de Valera y con la promesa por parte de Miguel Ángel Aznar de convocar unas elecciones libres como medio de acabar con las tensiones existentes entre los propios valeranos, al borde mismo de la guerra civil a causa de la desgraciada experiencia.

Resulta curioso comprobar como Enguídanos plantea aquí unas cuestio­nes filosóficas que quedan muy lejos no ya de los argumentos de la ciencia ficción popular, sino también de buena parte de la literatura científica de calidad. La pregunta que se hace el autor es la siguiente: Dado que Izrail y sus réplicas son con diferencia los robots más sofisticados que jamás han sido creados en el universo, ¿no habrán acabado por adquirir una personalidad propia, es decir, condición de personas? Aunque el autor no se pronuncia claramente sobre esta cuestión, sí hace opinar a Miguel Ángel Aznar, el personaje principal, en este sentido al dudar de que los robots sean unas simples, aunque sumamente complejas, máquinas.

Un único detalle, no obstante, empaña esta tesis, el cual puede ser disculpado sin muchos problemas en aras del interés del argumento aunque no se trate de algo trivial: Conforme a las características peculiares de la karendón, línea maestra en los planteamientos del autor, al ser el alma una característica fundamental de cada persona si se reproducía más de una vez el cuerpo de alguien éste aparecía indefectible­mente muerto al carecer de alma. Sin embargo los robots que, recordé­moslo, son elevados por el autor a la categoría de casi personas, son reproducidos por millares sin que aparezca este fenómeno, ya que todos ellos surgen vivos.

Otra cuestión interesante es la diferencia fundamental existente entre los robots de Pascual Enguídanos y los de Isaac Asimov, cuyas famosas Tres Leyes de la Robótica han sido imitadas hasta la saciedad, explícita o implícitamente, por multitud de escritores. Para el autor de la Saga de los Aznar el instinto de conservación de los robots -es decir, la tercera ley asimoviana- prevalece sobre la obligación de obedecer a los humanos e, incluso, sobre la teórica prohibición de causarles daños , ya que éstos no tienen el menor inconveniente en matar incluso a sus teóricos amos en el momento en que ven su existencia en peligro. Se trata, pues, de una inversión total de las leyes asimovianas, aunque no por ello incurre Enguídanos en el fácil recurso de convertirlos en asesinos; en realidad los robots desean únicamente preservar su existencia, sin albergar el menor instinto agresivo contra los imprudentes valeranos.



Publicado el 28-10-1998 en el Sitio de Ciencia Ficción