Guerra de autómatas





Con esta novela, que hace el número 17 de la primera edición y el 11 de la segunda, concluye el ciclo de la guerra entre Valera, el fabuloso autoplaneta construido por los descendientes de Miguel Ángel Aznar y los exiliados del Rayo, y los thorbods primero y los recién llegados nahumitas después; y lo hace, al igual que ocurriera con sus dos antecesoras, con una narración independiente -aunque enlazada con ellas en una trama general- en la que tampoco aparecen los Aznar, ni tan siquiera como figuras secundarias.

Guerra de autómatas desarrolla lo que ya se apuntara en Venimos a destruir el mundo, la intención de los nahumitas de arrasar todos los planetas habitables del Sistema Solar, sin parar en mientes de que con ello, además de aniquilar a su ancestral enemigo la Bestia Gris, asesinarían a varios miles de millones de humanos inocentes sin más culpa que la de compartir, en condición de esclavos de los thorbods hasta la llegada de Valera, los planetas Venus, la Tierra y Marte. Los intentos de negociación entre los redentores y los nahumitas han resultado baldíos, por lo que el alto mando de Valera se teme, con toda la razón, lo peor. La situación se complica porque, aunque el potencial bélico valerano es similar, si no superior, al de sus enemigos, máxime teniendo en cuenta el refuerzo inesperado de la armada thorbod, las circunstancias cuentan a favor de los invasores: no es lo mismo defender tres planetas -cuatro, contando a Ganímedes- que atacarlos, máxime teniendo en cuenta que los nahumitas no pretenden invadirlos sino, simplemente, arrasarlos.

Por si fuera poco, Enguídanos da una nueva vuelta de tuerca al tour de force de la Saga describiendo los medios técnicos existentes para aniquilar la vida de un planeta: bombardeo con bombas de hidrógeno, que al provocar el envenenamiento radiactivo de la atmósfera causan la muerte de todos los seres vivos, y la mucho más mortífera bomba W, que aniquila la misma atmósfera al provocar la desintegración del oxígeno presente en la misma. Aunque ambos métodos acarrean la conversión del planeta atacado en un astro muerto, se diferencian esencialmente en que los efectos del primero de ellos son temporales -aunque de largo efecto, ya que la radiactividad tarda siglos en disiparse- mientras los del segundo resultan irreversibles al quedar destruida la propia atmósfera. Prosigue describiendo el autor de forma minuciosa la manera de operar de ambas bombas: las apocalípticas bombas W tienen que ser llevadas a baja velocidad hasta las capas bajas de la atmósfera, lo que permite que su caza y destrucción sea relativamente sencilla, mientras las bombas de hidrógeno, por estallar a mucha altura, pueden ser lanzadas desde muy lejos de forma que alcancen su objetivo a una velocidad tal que resulte prácticamente imposible su intercepción.

Con estos mimbres cabía esperar, y así sucede, que el dramatismo estuviera más que asegurado. Con su fuerza aérea repartida entre los tres planetas y el propio autoplaneta constituido en guardián de la Tierra, los redentores se ven reducidos a una tensa espera mientras los nahumitas se mueven a su antojo por las regiones externas del Sistema Solar, sintiéndose impotentes para acabar con la amenaza que se cierne sobre ellos.

En esta ocasión el protagonismo de la narración recae sobre dos personajes que, pese a compartir apellido y estirpe, no pueden pertenecer a mundos más dispares: Diego Santisteban es coronel de la Infantería Autómata valerana, mientras su lejana pariente Fabiola Santisteban es una antigua esclava thorbod residente en Madrid. Su encuentro no ha sido casual, ya que los redentores llegados a la recién liberada Tierra habían procedido a buscar a los descendientes de sus ancestros que permanecieron en la Tierra tras la precipitada huida del Rayo; pero como cabe suponer ambos harán rápidamente buenas migas y, como no, acabarán casándose al final de la novela. Pero no nos adelantemos a los acontecimientos. Diego Santisteban se encuentra disfrutando de un permiso en Madrid, en compañía de Fabiola, cuando los nahumitas emprenden un bombardeo atómico contra la Tierra. Aunque los proyectiles empleados no son las mortíferas bombas W sino simples bombas de hidrógeno, el envenenamiento radiactivo de la atmósfera obliga a recluir a los terrestres en las bien protegidas ciudades subterráneas mientras la Armada valerana se apresura a plantar cara al enemigo.

Aunque Diego Santisteban no pertenece a la Armada, sino al Ejército, y por lo tanto no es misión suya tomar parte en la batalla sideral que se avecina, tanto él como todos sus compañeros son rápidamente acuartelados en el disco volante Argentina de cuya guarnición forman parte. Dada la confusión reinante en esos trágicos momentos Fabiola se ve imposibilitada de refugiarse en la ciudad, por lo cual su amigo y mentor opta por llevársela consigo. Desde su seguro refugio en la retaguardia observan como la flota valerana, drásticamente reducida en tamaño al no poder dejar desguarnecidos Venus y Marte, se enfrenta en un combate desigual contra una armada nahumita que cuenta con el inestimable apoyo de sus grandes autoplanetas, que intervienen decisivamente en la batalla mientras Valera, a causa de su gran tamaño, se ve imposibilitado para desequilibrar la balanza. Finalmente los redentores son derrotados y las naves supervivientes se ven forzadas a buscar cobijo en las cercanías de Valera, lo que momentáneamente consigue equilibrar la balanza al poner en fuga a los autoplanetas nahumitas mientras las naves enemigas se refugian en las capas altas de la atmósfera poniéndose al resguardo de las formidables defensas del planetillo, al que no le resulta posible acercarse tanto al planeta.

Aunque el combate ha quedado de algún modo en tablas un nuevo peligro se cierne sobre la Tierra: aprovechando su momentánea supremacía aérea, los nahumitas han procedido a desembarcar un importante ejército de invasión que se propone asaltar diversas ciudades, reventándolas con los torpedos terrestres. Es ahora cuando llega el momento de que el protagonista entre en acción y, tras abandonar el disco volante -que poco después quedará destruido en la batalla- junto con sus fuerzas autómatas, acompañado por supuesto por su inseparable Fabiola, participará en una apocalíptica batalla en las cercanías de Madrid que habrá de saldarse con la derrota final de los invasores nahumitas, no sin antes tener que conjurar el peligro de las bombas W lanzadas por éstos al verse derrotados.

La novela finaliza describiendo, en un breve epílogo muy del estilo de los del autor, como la batalla sideral que continuaba ardiendo en las cercanías de la Tierra se salda finalmente con la victoria de las armas redentoras, aniquilando Valera la totalidad de los autoplanetas enemigos. El peligro ha sido conjurado, pero a un alto precio: no sólo la atmósfera de la Tierra ha quedado envenenada radiactivamente sino que también lo han sido las de Venus y Marte, bombardeadas cobardemente por los nahumitas en los instantes previos a su derrota. Aunque se ha conseguido evitar la destrucción irreversible de las mismas, al menos durante varios siglos estos tres planetas serán inhabitables, por lo que el alto mando valerano decidirá evacuar en el autoplaneta a la totalidad de la población de la Tierra -unos mil millones- lamentando no poder hacer lo mismo con la de Venus que, al no contar con ciudades subterráneas, es de suponer que haya perecido. En cuanto a los thorbods, antiguos enemigos de la humanidad y ahora tan víctimas como ella de la irracionalidad nahumita, se decide dejarlos confinados en el planeta Marte impidiéndoles su evacuación, lo que les condena forzosamente a una extinción lenta... A estas alturas de la Saga el humanitarismo no brillaba especialmente por su intensidad.

Cabe reseñar, como uno de los principales méritos de la novela, la épica descripción de las batallas entre redentores y nahumitas, tanto siderales como la que tiene lugar, con grandes tintes dramáticos, en las cercanías de la torturada ciudad de Madrid. Aquí el autor se revela como un consumado maestro, por más que posteriormente haya confesado que a él no le agradaban estas efusiones bélicas y que si las incluía en sus novelas era por imposición editorial; algo acertado, por cierto, si tenemos en cuenta las características de la colección en que fue publicada así como los gustos de los lectores a los que iba dirigida. Muchos años después, ya en la continuación de las aventuras originales, Enguídanos daría un tinte mucho más pacifista a sus relatos, pero todavía faltaba mucho para ello.

En lo que respecta a la segunda edición de esta novela, y al igual que ocurriera en la anterior, las diferencias con el original son mínimas y están limitadas a datos cronológicos -Enguídanos amplió considerablemente el período de cautiverio thorbod de 200 a unos más verosímiles 2.000 años- o técnicos tales como la densidad de la dedona, a la que normalizó acabando así con el desbarajuste anterior.



Publicado el 28-10-1998 en el Sitio de Ciencia Ficción
Actualizado el 3-8-2003