La ciudad congelada





Esta novela, tercera de la serie y de la colección, se desarrolla un año después de los acontecimientos narrados en la anterior. Miguel Ángel Aznar y sus amigos, que habían sido desembarcados por los saissais en un remoto lugar de la Tierra a resguardo de miradas indiscretas, no han sido escuchados por las autoridades -carecen de prueba alguna para demostrar la veracidad de sus afirmaciones- y sus advertencias sobre el peligro que amenaza a la Tierra han caído en el vacío; incluso ellos mismos han perdidos sus empleos, viéndose obligados a sobrevivir como buenamente pueden. Mientras tanto Harry Tierney, un próspero empresario aeronáutico norteamericano, ha diseñado un prototipo revolucionario de avión, el Lanza, gracias a la ayuda de sus colaboradores y de Erich von Eicken, un científico alemán afincado en los Estados Unidos inventor de un nuevo combustible infinitamente más potente que todos los conocidos hasta entonces. Ambos se muestran satisfechos por el éxito obtenido, pero temen, con razón, que su invento pueda caer en malas manos siendo utilizado para la guerra en lugar de para el bien... Así pues, deciden mantenerlo en secreto.

No obstante, no se resignan a renunciar a sacarle provecho, eso sí a espaldas de las autoridades de su país o de cualquier otro. El Lanza, tal como fue construido, tan sólo es capaz de alcanzar una órbita baja en torno a la Tierra, pero ¿por qué no construir otro aparato mayor con el que se puedan visitar -el nuevo combustible lo permite- otros astros del Sistema Solar?

Dicho y hecho. En una de las factorías de Tierney se empieza a construir en secreto el nuevo Lanza, mucho más poderoso y capaz que su hermano menor, mientras sus promotores barajan la posible meta de su viaje. Harry Tierney recuerda la historia que relataron Miguel Ángel Aznar y sus compañeros a su llegada a la Tierra y, aunque no acaba de creérsela del todo, decide que Venus puede ser una buena meta para su viaje. El profesor von Eicken se muestra de acuerdo con él, pero ambos deciden ir más lejos invitando a tomar parte en la aventura al grupo del profesor Stefansson. La mayor parte de ellos aceptan el ofrecimiento y, salvo Walter Chase y Arthur Winfield, ambos casados -el segundo de ellos con Carol Mitchel- y poco motivados para una nueva aventura, el resto accede a integrarse en la tripulación del nuevo Lanza, que quedará formada por Miguel Ángel Aznar y Bárbara Watt, ya su mujer, el profesor Stefansson, George Paiton y Richard Balmer, junto con Harry Tierney, el profesor von Eicken, su hija Else y los empleados de Tierney Thomas Dyer, mecánico, Edgard Ley, delineante, y Bill Ley, hijo de este último.

El vuelo del Lanza se desarrolla sin percances y, una vez llegados a su destino, los protagonistas aterrizan precavidamente en la región tropical del planeta, muy alejada de las zonas ocupadas por los saissais y los thorbods. Tras algunas peripecias que permiten al autor recurrir a los tópicos habituales popularizados años atrás en Norteamérica por los pulps, descubren casualmente un islote en el cual, tallada en la piedra, campea una inscripción que afirma que allí yacen los restos de la civilización saissai. Temiendo por la suerte de los hombres azules, que dejaron un año atrás enzarzados en una dura lucha contra el invasor, los terrestres fuerzan la puerta penetrando en una ciudad subterránea en la cual descubren, con asombro, la existencia de unas cámaras frigoríficas en cuyo interior reposan, hibernados, varios cientos de saissais.

Intrigados por la aparente contradicción entre la avanzada tecnología -superior incluso a la de los thorbods- que hizo posible la construcción del vasto mausoleo, y el escaso nivel cultural de los saissais que conocieran en su anterior viaje a Venus, los protagonistas optan por detener la maquinaria que mantenía hibernados a los ocupantes de la ciudad congelada. Una vez despertados éstos de su letargo secular, manifiestan sin el menor disimulo una profunda irritación por la inoportuna intromisión de los imprudentes terrestres, a los que amenazan con castigos y represalias por ello. No obstante, tras aceptar de mala gana las explicaciones de éstos, se ven obligados a renunciar a su inicial incredulidad tras comprobar la veracidad de sus afirmaciones. Y, puesto que la presencia de los thorbods en Venus supone una grave alteración de sus planes, máxime teniendo en cuenta que mantienen sojuzgados a sus hermanos de raza, deciden acometer inmediatamente la lucha contra los hombres grises.

Asimismo, proceden a explicar a los terrestres la razón de su presencia allí. Los hombres azules, originarios en realidad de la Luna en tiempos en los que nuestro satélite albergaba vida mientras en la Tierra no había surgido aún la especie humana, mantuvieron en aquella lejana época una guerra de exterminio contra los hombres negros de Marte, guerra que se saldó con la destrucción mutua de las dos civilizaciones y la transformación de la Luna en un mundo estéril tras la destrucción de su atmósfera. Tan sólo quedarían como representantes de la raza saissai los integrantes de una flota estelar, los cuales decidieron fundar una nueva civilización en el deshabitado Venus, civilización a la que procuraron impedir que volviera a repetir en un futuro los antiguos errores que habían provocado la práctica extinción de su raza. Por tal motivo privaron a sus hijos de todo conocimiento técnico, en la esperanza de que pudieran desarrollar una nueva cultura más sana que la suya, un planteamiento que debió de ser del gusto de Enguídanos ya que, años después, volvió a repetirlo en su novela Embajador en Venus. No obstante, y para poder supervisar la evolución de la nueva civilización saissai, los supervivientes de la catástrofe procedieron a congelarse -o hibernarse- despertándose una vez cada trescientos años -Enguídanos no aclara si venusianos o terrestres- con objeto de prevenir cualquier posible desviación de su proyecto original.

La guerra estalla finalmente y, por vez primera, los thorbods se ven obligados a enfrentarse a un rival de su talla. El momento no puede ser más oportuno puesto que, tras las victorias iniciales de los saissais acaudillados por Miguel Ángel Aznar un año atrás, tras la forzada marcha de los terrestres los indígenas no habían hecho más que cosechar derrota tras derrota, encontrándose al borde del colapso. Aunque los saissais de la cripta cuentan con una poderosa maquinaria militar capaz de doblegar a los hombres grises, aceptan gustosos el ofrecimiento de sus forzados huéspedes, los cuales les aportan una valiosa información aprovechándose de su experiencia en la anterior lucha contra los thorbods.

Conforme pasa el tiempo la balanza se decanta decididamente a favor de los saissais, pero este hecho no supone precisamente un motivo de alegría para los preocupados terrestres que, pese a ser formalmente aliados suyos, abrigan sospechas de que los profundamente desconfiados hombres azules no les permitirán volver a la Tierra con objeto de mantener su existencia en secreto. Así pues, aprovechando la relajación de sus captores ante la inminencia de la victoria deciden escabullirse de la base donde se les mantenía retenidos, huyendo de Venus en el Lanza. El lanzamiento contra ellos de un misil, que por fortuna consiguen esquivar, les demuestra palpablemente lo fundado de sus temores. El camino de vuelta a la Tierra está expedito pero, como los lectores tendrán ocasión de comprobar en la siguiente novela, las aventuras de Miguel Ángel Aznar y sus compañeros no han hecho más que empezar.

La novela equivalente a ésta en la segunda edición, titulada como ya fue comentado El planeta misterioso, fue completamente reescrita por Pascual Enguídanos contando asimismo con una portada prestada diferente de la original, la correspondiente a Asteroide maldito, número 54 de Luchadores del Espacio firmada por Joe Bennett. El inicio del argumento es similar al de La ciudad congelada, con los protagonistas del viaje al Tíbet -aquí ya no existió el primer viaje a Venus a bordo del platillo volante thorbod- tomados por embaucadores y desprestigiados socialmente, con la única diferencia -que hace más verosímil la narración, todo hay que decirlo- de que Carol Mitchel ahora está recluida en un centro psiquiátrico mientras su antiguo novio, Arthur Winfield, acabó sus días, alcoholizado, bajo las ruedas de un tren del metro de Nueva York. Similar es también la descripción de la construcción del Lanza por parte de Harry Tierney, y la organización de un viaje a Venus en el que tomarán parte los mismos personajes que en la primera versión.

Pero todo parecido entre ambas novelas acaba prácticamente aquí. Para empezar, Enguídanos suprimió la totalidad del episodio de la ciudad congelada, que trasladó resumido a la posterior Cerebros electrónicos. Al quedar la novela prácticamente vacía de contenido, la completó recurriendo a unas largas y, en ocasiones, prolijas descripciones, tanto del vuelo inaugural del Lanza, como de los preparativos del viaje e incluso del viaje mismo, todo ello aderezado con minuciosas explicaciones científicas que llegan a entorpecer el dinamismo habitual de los relatos de este autor. Tras la llegada a su destino del Lanza, obviamente, todo el argumento tiene que cambiar, respecto a la primera edición, debido a la inexistencia del viaje anterior y a la citada supresión del episodio de la ciudad congelada, aunque se mantiene el marco general de un Venus tropical poblado de dinosaurios tan del gusto de los escritores de ciencia ficción popular.

Resulta curioso comprobar, asimismo, cómo recurrió Enguídanos a elementos narrativos tomados de otras novelas suyas, concretamente de la trilogía de Heredó un mundo y de su excelente novela independiente Embajador en Venus; lo cual ciertamente no es de extrañar, ya que años antes había hecho exactamente lo mismo, incluso de una forma mucho más radical, al escribir el guión del cómic basado en la Saga. Así ocurre con la teatral entrada en escena de los saissais, jinetes sobre pterodáctilos, dos de los cuales son derribados de sus monturas aladas por los protagonistas al ser confundidos por éstos con los thorbods.

Rápidamente se deshace el equívoco y, tras la mutua sorpresa inicial, ambas partes comprenden que han de ser aliados frente al enemigo común. Pese a la barrera del lenguaje los protagonistas consiguen hacerse entender por sus prisioneros que, confiando en ellos, aceptan conducirlos hasta su ciudad. Pero el peligro acecha. A diferencia de lo que ocurría en la versión anterior, los saissais no están esclavizados por los thorbods, muy escasos de población, pero sí sufren razzias periódicas destinadas a conseguir esclavos que los hombres grises utilizan en sus minas e instalaciones fabriles. Camino de la capital saissai los terrestres son testigos, sin que puedan hacer nada por evitarlo, de una de estas incursiones en la que, tras inundar la ciudad con gases anestésicos, los hombres grises marchan de regreso a sus bases cargando con sus nuevos esclavos.

Una vez desaparecidos los thorbods los terrestres entran en la expoliada población, bautizada por Enguídanos como Abasora en un claro recuerdo a Abasoa, el nombre saissai para la Luna en la primera edición, siendo recibidos con todos los honores por sus habitantes, al intuir éstos que los recién llegados puedan ayudarlos a combatir al odiado invasor que, curiosamente, en esta ocasión no lleva en Venus los dos siglos de la primera edición, sino tan sólo poco más de una treintena de años, lo justo para que Enguídanos vincule su presencia en el Sistema Solar con la aparición de los primeros platillos volantes allá por la década de los cuarenta del pasado siglo. Esta concesión a la ufología y, en general, al realismo fantástico no es la única que se puede rastrear en esta novela ya que, muy en línea con el auge que experimentaban entonces estas seudociencias, el autor valenciano hace asimismo una clara referencia a los dioses astronautas de von Däniken.

Pese al entusiasmo de los saissais los protagonistas no pretenden, ni mucho menos, plantar cara a un enemigo mucho más poderoso que ellos, conformándose con la mucho más modesta pretensión de volver a la Tierra lo antes posible portando, eso sí, las pruebas necesarias -a ser posible un thorbod vivo- para demostrar la existencia de una amenaza contra nuestro planeta, puesto que no les cabe duda de que la Bestia Gris, una vez que haya dominado Venus, intentará asimismo invadir la Tierra. No obstante, deciden hacer un favor a sus anfitriones atacando una fundición thorbod -para la que Enguídanos recupera el nombre de Pore- en la que gimen varios miles de esclavos saissais. Rápidamente organizan una acción de comandos y, encabezado por Miguel Ángel Aznar y algunos de sus compañeros, parte hacia Pore un pequeño grupo de saissais rápidamente entrenados en el manejo de las armas terrestres. Volando en pterodáctilos, mucho más silenciosos que el helicóptero del Lanza, los guerrilleros llegan hasta la central hidroeléctrica que suministra energía a la fundición y la destruyen amparándose en la falta de vigilancia de los confiados thorbods, haciendo lo propio con la vecina emisora de radio. Acto seguido retornan a su refugio y, tras despedirse de sus agradecidos aliados, parten hacia la Tierra llevando con ellos un prisionero thorbod, con la promesa de que volverán dentro de poco al frente de una flota de Lanzas que les permita conjurar la amenaza de la Bestia Gris.



Publicado el 10-10-1998 en el Sitio de Ciencia Ficción
Actualizado el 29-9-2002