Una posible influencia de Emilio Salgari
en la colección Luchadores del Espacio





Es muy probable que en un principio el título de este artículo sorprenda a más de uno; de hecho, hasta hace relativamente poco a mí me también habría sorprendido mucho. Pero las evidencias, o al menos eso es lo que yo pienso, son tal claras que no creo andar descaminado del todo.

Para empezar, conviene recordar algo en lo que coincidieron todos los antiguos escritores de Luchadores del Espacio con los que tuve ocasión de conversar en su momento: su desconocimiento prácticamente total de la ciencia ficción norteamericana de su época y, casi también, de sus precedentes, es decir, la literatura pulp de los años 20 y 30 del pasado siglo. De hecho, al parecer lo único que había llegado a España en los años de la posguerra y hasta bien entrada la década de los 50, era algo de Flash Gordon, las novelas de Edgar Rice Burroughs y poco más... Sí es cierto que José Mallorquí, en su colección Futuro coetánea de Luchadores, publicó traducciones -es un decir- de novelas norteamericanas pasadas por su personal batidora alternándolas con las suyas propias, pero se trata de un caso singular que no estuvo al alcance de la mayor parte de sus colegas.

Por lo general, las fuentes en las que bebieron los escritores de bolsilibros de esta época, según ellos mismos confesaban, fueron básicamente algunos clásicos europeos como H.G. Wells y Julio Verne junto con precursores españoles anteriores a la guerra civil como José de Elola, del cual el propio Enguídanos reconoció que había tomado algunos elementos tales como los autoplanetas. Y eso es todo, que resulta ser bastante poco.

Sin embargo, y como es fácil de imaginar, todos los escritores necesitan un fondo de lecturas -background, que dicen los anglosajones- previo sobre el que poder cimentar sus obras, ya que nadie es capaz de inventarse por sí solo todo un escenario partiendo de cero. Aunque esto es general, en el caso de la ciencia ficción todavía nos encontramos con un ejemplo más evidente a causa, claro está, de su singularidad.

Así pues, excluida en la práctica la vía anglosajona, ¿de dónde sacaron los escritores de Luchadores del Espacio su inspiración? Conviene recordar que, pese a lo que se ha dicho con frecuencia, en este caso concreto ni Wells ni Verne pueden considerarse, por distintas razones, modelos a seguir; puede que influyeran en algo, por supuesto no lo descarto, pero me resulta difícil pensar que llegaran a ser determinantes. Tal como en su día explicó Mario Moreno en un documentado artículo, a Wells, un socialista utópico, en realidad la ciencia ficción tan sólo le interesaba como excusa para exponer sus teorías sociales, utilizando los argumentos de sus novelas a modo de metáforas literarias. Y en lo que respecta a Verne, conviene no olvidar dos cosas; primero, que salvo algunas excepciones en su mayoría poco conocidas, en realidad su obra tiene muy poco de ciencia ficción, y segundo que, aun pudiendo considerársele en esencia un escritor de novelas de aventuras, tales aventuras solían ser por lo general meras excusas para sacar adelante lo que era su verdadera pretensión, divulgar de una manera novelada los avances científicos de su época o bien describir parajes exóticos de nuestro planeta en unos momentos en los que las últimas terras incognitas estaban comenzando a dejar de serlo. En cuanto a la posible tercera pata del taburete, José de Elola, poco es lo que puedo afirmar de él ya que no he leído nada suyo, pero todos sus críticos parecen coincidir en el hecho de que se trata de unas novelas farragosas y bastante infumables muy del estilo de las de Julio Verne, pero en peor y que además han soportado muy mal el paso del tiempo.

Sin embargo, la ciencia ficción primigenia, y en esto no existen diferencias significativas entre la norteamericana y la española, era esencialmente una literatura de aventuras, y de hecho se puede afirmar sin miedo a error que surgió del gran tronco de la novela de aventuras que tanto auge experimentó en las décadas finales del siglo XIX y las iniciales del nuevo siglo XX. Si lo analizamos, la relación se encuentra de inmediato: bastaba con extrapolar los ambientes exóticos ubicados en nuestro planeta a más allá de la atmósfera, un proceso que evidentemente se vería favorecido por los avances científicos de la época y en especial de la astronomía, todo ello auxiliado por obras de divulgación científica popular como las de Desiderius Papp, de las cuales me consta que bebió profusamente cuanto menos algún escritor como Enguídanos. Y si se me apura, añadiré que la evolución no sólo fue lógica sino incluso inevitable, no siendo de extrañar que se produjera en paralelo tanto en América como en Europa puesto que partían de raíces comunes.

Y es aquí donde entra en danza Emilio Salgari. Al igual que su contemporáneo Julio Verne, Salgari (Verona, 1862 - Turín, 1911) escribía novelas de aventuras, pero a diferencia de éste sus argumentos pueden ser definidos como de aventura pura y dura en los que están ausentes las pretensiones didácticas de su colega francés, tanto en lo relativo a la tecnología como a los ambientes exóticos en los que, eso sí, están ubicadas sus obras. Lo más conocido de Salgari, gracias también a una afamada serie televisiva de los años 70, es sin duda el ciclo de Sandokán, formado por once novelas ambientadas en el sudeste asiático (las actuales India, Indonesia y Malasia), aunque cuenta también con otros ciclos cuya acción transcurre en lugares tales como el Caribe (El Corsario Negro), el Oeste americano, Oriente Medio (El León de Damasco) o las islas Filipinas.

Evidentemente nada en la obra de Salgari, o al menos en sus títulos más conocidos, revela la menor relación con la ciencia ficción, un género por lo demás poco menos que inexistente en su época, e incluso faltan en ella esos elementos de protociencia ficción que sí se pueden encontrar, con todas las reticencias que se desee en base a las objeciones apuntadas anteriormente, en sus contemporáneos Wells y Verne o en su emulador y compatriota Luigi Motta (1881-1955), el cual llegó a considerarse su heredero literario escribiendo incluso varias novelas apócrifas del ciclo de Sandokán.

Dicho lo anterior, ¿cuál puede ser la influencia que, según creo, ejerció Salgari sobre los escritores de Luchadores del Espacio? Pues, precisamente, en el ya apuntado espíritu aventurero de sus novelas. Tal como he comentado, la ciencia ficción primitiva tuvo su origen como una rama más del frondoso árbol de la literatura fantástica y de aventuras, tardando bastantes años en desgajarse por completo después de producir numerosas obras, digamos híbridas, tales como la serie de Doc Savage o novelas como El estanque de la Luna, de Abraham Merritt, por poner tan sólo un par de ejemplos, al tiempo que Edgar Rice Burroughs alternaba las aventuras espaciales de John Carter y Carson Napier, o las subterráneas de Pellucidar, con las selváticas de Tarzán. Incluso una vez estabilizado el género, independientemente de que éste se dedicara ya desde muy temprano a explorar nuevas sendas, el espíritu aventurero se mantuvo vivo durante mucho tiempo aún en la literatura pulp, la space ópera... y los bolsilibros, en lo que a España respecta.

Basta con fijarnos en el propio título de la colección, Luchadores del Espacio, para descubrir que se trata de toda una declaración de intenciones. Las entrañables novelitas de Luchadores eran claramente de ciencia ficción, eso resulta innegable, pero asimismo eran, sobre todo y, si me apuran, por encima de todo, novelas de aventuras ambientadas en escenarios futuristas. Así pues no es tan disparatada mi hipótesis, sobre todo teniendo en cuenta que estos escritores, cuya infancia transcurrió por lo general con anterioridad a la guerra civil o, como mucho, en la más inmediata posguerra, debían de conocer al dedillo las andanzas de Sandokán y sus hermanos literarios, dado que Salgari era entonces mucho más popular que ahora.

He de reconocer, eso sí, que mi conocimiento de la obra de Salgari no es demasiado profundo, ya que a diferencia de Julio Verne, cuyas novelas devoré de crío con total fruición pese a que en muchos casos se trataba de versiones infamemente mutiladas, no descubrí al escritor veronés, en lo que a su vertiente literaria se refiere, hasta bien entrado ya en la edad adulta, aunque sí conocía el personaje de Sandokán gracias a la serie de televisión protagonizada por Kabir Bedi. Y la verdad es que me quedé sorprendido no sólo por la amenidad de sus argumentos -aventura en estado puro sin prejuicios de ningún tipo-, sino también porque no podía evitar que las andanzas del Tigre de Malasia y sus compañeros me resultaran sorprendentemente familiares...

Hasta que se me encendió la bombilla. Y realmente era sencillo: Bastaba con cambiar las selvas tropicales de Borneo por las no menos lujuriantes de Venus, Ganímedes -Papp dixit- o cualquier otro planeta extrasolar de nombre lo suficientemente eufónico, a los feroces dayakos cortadores de cabezas por, qué se yo, los marcianos, los thorbods, los tarkas o los hombres de Noidim, y a los piratas malayos de la isla de Mompracem por unos intrépidos astronautas terrestres, para encontrarnos con cualquiera de las distintas aventuras que conforman la primera etapa de la colección Luchadores del Espacio, con algún que otro aditamento permitido por el guión pero vedado al bueno de don Emilio como, por ejemplo, los feroces dinosaurios de la fauna venusiana. Y ya está, ya tenemos novela firmada por George H. White, Alf. Regaldie, Joe Bennett, Larry Winters o Walter Carrigan. ¿No se lo creen? Hagan la prueba, y probablemente se quedarán sorprendidos.

Siempre se ha dicho que la space ópera no es en realidad sino un western maquillado con naves espaciales, armas atómicas y fusiles láser. Puede que sea así, no lo discuto, pero al menos en lo que respecta a Luchadores del Espacio yo creo encontrar más bien una clara influencia de Emilio Salgari y sus exóticas novelas de aventuras, sin olvidarnos tampoco de su notable componente bélica, asimismo comprensible dado que la mayor parte de estos autores provenían de la colección hermana Comandos. Por supuesto que estas novelitas tenían un componente futurista que falta por completo en las obras de Salgari, pero por lo demás el tufillo de las mismas es muy similar en ambos casos, o al menos así me lo parece a mí.

He de advertir que esta presunta similitud es apreciable tan sólo en la etapa inicial de Luchadores del Espacio, la cual -otra curiosa coincidencia- presenta asimismo la peculiaridad, prácticamente única dentro del ámbito de los bolsilibros, de enlazar las novelas en largos seriales muy al estilo antiguo, ya que no sólo existe el conocido ejemplo de la Saga de los Aznar sino también el de bastantes otras más cortas, de una longitud media de entre tres y cinco entregas, escritas tanto por Pascual Enguídanos como por varios de sus compañeros.

Conforme fue pasando el tiempo -Luchadores del Espacio alcanzó los 234 títulos con una periodicidad quincenal, lo que le supuso una vida de casi diez años- la colección fue evolucionando. Desaparecieron casi por completo, aunque sin llegar a hacerlo del todo, las series de varias novelas, sustituidas por episodios autoconclusivos más acordes con la tendencia general de los bolsilibros, y el espíritu de Salgari se fue evaporando poco a poco siendo sustituido por argumentos más modernos y acordes con la ciencia ficción que entonces se publicaba en Norteamérica y que, poco a poco, comenzaba a llegar a la cada vez menos aislada España, influyendo tanto en los escritores noveles más jóvenes como Domingo Santos, Pedro Guirao o Ángel Torres, como en los veteranos como Pascual Enguídanos, siempre muy atento a todo lo que le rodeaba. Pero su herencia quedó allí, insuflándole a las novelas más antiguas de la colección ese regusto tan particular que durante mi infancia fui capaz de identificar pero que no obstante me hacía muy diferentes las novelas de Luchadores del Espacio de las para mí mucho más insulsas de las otras colecciones de la época.


Publicado el 3-4-2006 en el Sitio de Ciencia Ficción