Ha muerto Pascual Enguídanos
Larga vida a George H. White





El pasado 28 de marzo nos llegaba la noticia, no menos triste por lo esperada (o cuanto menos temida) del fallecimiento de Pascual Enguídanos, a cuya avanzada edad (82 años) se habían sumado serios problemas de salud (había sido operado varias veces en estos últimos años) y desgracias familiares tales como las muertes sucesivas de su esposa y su hija. Descanse en paz don Pascual, con cuyas inolvidables novelas hizo disfrutar a varias generaciones de aficionados a la ciencia ficción no sólo españoles, sino también de varios países hispanoamericanos donde también lograron alcanzar una notable difusión.

Sin embargo, aunque Pascual Enguídanos ha fallecido en 2006, George H. White, su alter ego literario, lo había hecho casi treinta años antes, ya que a raíz del colapso de la segunda edición de la colección Luchadores del Espacio, o la Saga de los Aznar, como se prefiera, a finales de la década de los setenta, nuestro autor valenciano no volvió a escribir nada más ya. Treinta años son realmente muchos años, máxime cuando un Enguídanos todavía joven y en uno de sus mejores momentos creativos podría haber dado mucho más de sí. ¿Por qué no lo hizo? Lo ignoro, aunque cabe sospechar que todo ello pudiera deberse a la tradicional mezquindad de los mercados editorial y literario españoles que, como se ha venido denunciando hasta la saciedad, gustan de malograr a sus propios hijos a modo de moderna reencarnación del mitológico dios Saturno.

Pascual Enguídanos o George H. White, tanto monta, no es por desgracia el único ejemplo de este despilfarro de talentos literarios, pero sí uno de los más escandalosos. Y si este cáncer ya se da dentro de la ciencia ficción digamos “seria”, donde excelentes autores han sido víctimas, muchas veces inocentes, de los sectarismos mezquinos y de los prejuicios baratos, mucho peor era todavía para quienes además provenían del anatemizado mundo de la literatura popular, un estigma que les merecía la inmediata condena a perpetuidad por parte de aquellos que, considerándose guardianes exclusivos de las puertas del empíreo, otorgan sus particulares juicios de valor siguiendo criterios propios de portero de discoteca. Y así nos va.

Pese a ser un privilegiado en comparación con otros compañeros suyos, Enguídanos padeció como ellos la estrechez del corsé impuesto por el formato de los bolsilibros, un producto editorial muy elaborado y muy profesional pese a lo que comúnmente se cree pero que, dadas las limitaciones del público al que iba dirigido, no permitía a los autores de talento dar rienda suelta a su imaginación. Que a Enguídanos la colección Luchadores del Espacio se le quedaba corta es algo que por obvio ni tan siquiera merece la pena de ser comentado, como tampoco lo es que en otras circunstancias más idóneas que la triste España franquista sus novelas podrían haber dado mucho más de sí.

Sin embargo, y por razones que desconozco, Enguídanos nunca intentó dar el salto ni tan siquiera fuera de Valenciana, la editorial de su vida, ya que si bien colaboró activamente en Bruguera, salvo una única y anecdótica excepción jamás publicó nada de ciencia ficción fuera de las dos ediciones de Luchadores. La Saga estaba todavía muy viva cuando en 1958 se vio obligado a darle carpetazo por culpa de sus compromisos laborales con Bruguera, aunque siguió publicando ciencia ficción en Luchadores y sólo en Luchadores (algunas de las novelas de este poco conocido período suyo son excelentes) bajo la nueva identidad de Van S. Smith hasta el final de la colección, a principios de 1963.

Luego vendrían años de silencio pese, al parecer, la insistencia de Bruguera y el desinterés, probablemente mutuo, de la otra gran editorial del momento, Toray. Como es sabido ya en la década de los setenta abordó con brío la reedición de las antiguas novelas de la Saga de los Aznar, en realidad una profunda reescritura de la misma, a la que siguieron casi otras tantas entregas inéditas que, dentro de sus altibajos (a diferencia de la primera edición Enguídanos asumió en exclusiva la responsabilidad de sacar adelante la colección, con su consiguiente agotamiento), contiene episodios ciertamente memorables a la par que su nivel medio es superior, en todos los sentidos, al de su predecesora.

Y era lógico. Enguídanos, pese a su formación puramente autodidacta, era un escritor responsable y minucioso que siempre procuraba ir mucho más allá del escaso nivel de exigencia habitual en los bolsilibros. Recuerdo perfectamente que, en la única ocasión en la que pude hablar con él, me comentó que la razón de la profunda revisión a la que había sometido la primera parte de la Saga en la reedición de los setenta, autoimpuesta por él y no por la editorial, era que entonces tenía una formación mucho más sólida que cuando la escribió por vez primera, a lo cual añadió sonriendo con socarronería: “Y ahora todavía sé mucho más”.

Pero esto le serviría de poco, por desgracia. Tras una larga agonía, la segunda edición de la Saga de los Aznar sucumbió en 1978 víctima de las convulsiones económicas que poco después llevarían a Valenciana a su cierre, sin que ni tan siquiera llegaran a ser publicadas las dos últimas novelas que Enguídanos llegó a escribir y entregar y que hoy, por desgracia, permanecen perdidas. Y como ya he comentado, esa fue también la fecha de la muerte literaria de George H. White cuando ciertamente a Enguídanos le quedaba todavía mucho por dar de sí.

¿Por qué razón el autor de la Saga optó entonces por un silencio literario que el tiempo se encargaría de convertir en definitivo? Lo ignoro por completo. Cierto es que los bolsilibros de ciencia ficción perduraron todavía durante unos cuantos años más, hasta mediados de los ochenta, y que incluso a la sempiterna presencia de Bruguera con La Conquista del Espacio se sumaron otras editoriales produciéndose, a inicios de la década, un efímero florecimiento del género; pero Enguídanos se mantuvo completamente ajeno a ello, quizá (aunque confieso que se trata de pura especulación) porque su elevado nivel de autoexigencia encajaba mal con la mediocre calidad de estos bolsilibros tardíos.

Sin embargo, y esto es menos explicable, tampoco intentó dar el salto fuera de estas colecciones tal como hicieran, entre otros, Domingo Santos o Ángel Torres Quesada, el primero desvinculado desde hacía mucho de los bolsilibros y el segundo alternando entre ambas esferas, algo para lo que desde luego Enguídanos estaba más que capacitado. De hecho, no conozco ni siquiera una sola tentativa suya fuera del ámbito de los bolsilibros, cosa que sí hicieron, siquiera de forma excepcional, otros habituales del medio tales como Pedro Guirao (Peter Kapra), Luis García Lecha (Clark Carrados) o Enrique Sánchez Pascual (Law Space), entre otros.

Quien sabe. Quizá, pese a todo, don Pascual se encontraba cómodo en el mundo de los bolsilibros (o, mejor dicho, de Valenciana), quizá no se atrevió a dar el paso, quizá... bien, será mejor dejarlo aquí, puesto que ni soy el más capacitado para ejercer de biógrafo suyo, ni tengo la menor pretensión de hacerlo. En cualquier caso es una verdadera lástima ya que, atrapado en esa tierra de nadie, Enguídanos no pudo volcar toda su creatividad tal como a los aficionados nos hubiera gustado. Y no es que su obra publicada no tenga su interés, que lo tiene y mucho, sino que estoy convencido de que el mejor Enguídanos probablemente no se llegará a conocer jamás.

En cualquier caso, siempre nos quedará su obra magna, la Saga de los Aznar, despreciada e ignorada por aquellos que no han querido o no han sabido (y ellos se lo pierden) valorarla en su justo término, y también nos quedan un buen puñado de novelas, en su mayoría poco conocidas, buena parte de las cuales cuentan con el suficiente interés como para recomendar su reedición. En fin, dicen que el tiempo es en definitiva quien se encarga de poner a cada cual en su sitio, y yo estoy convencido de que la figura de don Pascual cada vez brillará más conforme se le vayan reconociendo sus méritos.


Publicado el 30-3-2006 en Stardust y en el Sitio de Ciencia Ficción