Cuando sea mayor, quiero ser como Asimov





Hace unos días, debatiendo en una la lista de correos, salió el tema de Laura Gallego y el gran éxito que están teniendo sus libros de fantasía mágica. Hice yo un comentario alusivo a mi falta de interés por todo lo relacionado con las dragonadas y la literatura juvenil en general, y un contertulio malinterpretando mi opinión, reprochó que los aficionados acostumbráramos a despreciar todo aquello que no nos gustaba, sobre todo cuando se trataba de algo que obtenía un éxito que, por las razones que fuera, nos estaba vedado a los ortodoxos.

Ciertamente no le faltaba razón en el reproche a título general, pero al menos en este caso concreto nada estaba más lejos de mi intención que menospreciar a la citada autora, a la cual por cierto no he leído por lo cual difícilmente podría opinar con un mínimo conocimiento de causa. En realidad yo no deseaba hacer ningún juicio de valor sino manifestar tan sólo mis preferencias personales en mi condición de lector, por supuesto tan subjetivas y respetables como las de cualquier otro aficionado; pero quizá no supe expresarme bien, razón por la que me disculpé pese a que se trataba de una simple tertulia entre amigos.

En principio la cosa quedó ahí, pero dándole vueltas a la cabeza decidí reflexionar sobre un asunto del que se habla mucho pero del que, sin embargo, no se opina demasiado: ¿Es posible, para un escritor, vivir de la ciencia ficción en España? Ojo, digo ciencia ficción, no géneros o subgéneros literarios más o menos vecinos pero en realidad diferentes como pueden ser la ya aludida fantasía mágica o la también citada literatura juvenil. Esta pregunta, que podría parecer trivial en lugares como los Estados Unidos, aquí mucho me temo que no lo es, ya que no conozco ninguna persona que lo haya conseguido a excepción de los autores de los extintos bolsilibros.

Laura Gallego, hasta donde yo sé, no es una escritora de ciencia ficción, y los autores surgidos del género que más seriamente han intentado dar el paso a la profesionalización, como es el caso de César Mallorquí, Javier Negrete, León Arsenal o Juan Miguel Aguilera, han escorado claramente hacia géneros más comerciales tales como los aludidos o la novela histórica, algo lógico teniendo en cuenta que la ciencia ficción, nos guste o no, no ha conseguido saltar la barrera que la separa del gran público. Dicho con otras palabras, si quieres vender no tienes otro remedio que buscarte las lentejas fuera, porque dentro hay muy poco que rascar. No pretendo con esto ni criticar a nadie -al contrario, los admiro puesto que se han atrevido a dar un paso que yo no he querido, no he sabido o no he podido imitar- ni, por supuesto, menospreciar a un género en el que estoy presente desde hace un montón de años en mi doble condición de lector y escritor; simplemente me limito a constatar unos hechos que podrán gustar o no, y dedes luego a mí no me agradan, pero que están tozudamente ahí.

Permítaseme ahora hacer un poco historia, a la vez que explico la razón del título del artículo. Iniciado en la ciencia ficción gracias a los entrañables bolsilibros cuando todavía era un crío -por aquel entonces no existían las videoconsolas, y los chavales devorábamos todo cuanto de literatura popular: novelas, tebeos, cuadernos de aventuras gráficas caía en nuestras manos-, descubrí a Asimov y al resto de los autores norteamericanos serios allá por la adolescencia, a mediados de los años setenta. Como cabe suponer, me sentí fascinado. Dentro de mis preferencias el Buen Doctor ocupó inmediatamente un lugar de honor entre mis favoritos, el cual no ha abandonado si hacemos abstracción de su penosa etapa final que nada tiene que ver con su esplendoroso período clásico... o al menos así me lo parece, que aquí como es natural hay opiniones para todos los gustos.

Pero no es acerca de la calidad de la obra de Asimov de lo que quiero hablar, sino sobre la influencia que tuvo en mí durante mis años de bachiller e incluso de universidad, básicos para la formación de mis gustos literarios. A mí me encantaban tanto sus relatos como sus ensayos de divulgación, pero lo que más admiraba con diferencia de Asimov era que había logrado hacerse rico gracias a su pluma, escribiendo además justo aquello que a a él y a mí nos gustaba. Huelga decir que lo envidiaba hasta el punto que jocosamente he reflejado en el título del artículo.

Por fortuna para mí, aunque no me lo pareciera entonces, la cruda realidad se encargó de abrirme los ojos. Sí, al salir de la facultad en 1980 yo era químico al igual que Asimov, pero a diferencia suya mis tímidos pinitos literarios tan sólo eran conocidos -huelga decir que por entonces no es ya que no existiera Internet, es que ni siquiera había ordenadores personales- por un reducido círculo de amigos. Y como me tenía que buscar la vida literalmente hablando, me olvidé de mis pretensiones de ser escritor famoso, máxime cuando era evidente que ni yo era Asimov, ni España Estados Unidos. Finalmente conseguiría colocarme como funcionario, lo cual me garantizaba el sustento pero no me solucionaba lo que a mí me habría gustado, ser escritor profesional... de ciencia ficción, por supuesto.

Y me resigné, vaya si me resigné; ¿qué otro remedio me quedaba? Más tarde llegaría Internet y con él la posibilidad de moverse a nivel de escritor aficionado, lo cual visto de una manera objetiva ya era mucho más que lo que podría haber pretendido tan sólo unos años atrás... pero no era eso.

Hasta que un día, no hace demasiado tiempo, cayeron en mis manos las memorias del Buen Doctor. Hasta entonces yo conocía bastantes detalles de su vida gracias a las introducciones más o menos autobiográficas que acostumbraba a incluir en sus antologías de relatos, pero esta información distaba bastante de ser completa. En concreto, yo creía que había abandonado voluntariamente su puesto de profesor universitario -para el cual él mismo confesaba que no sentía la menor vocación- convirtiéndose en un escritor profesional; vamos, que se había tirado al ruedo con todas las consecuencias, razón por la que yo admiraba su valentía. Pero, según sus memorias, las cosas no habían sido exactamente así...

Cierto es que llegó un momento en el que Asimov ganaba más dinero como escritor de ciencia ficción que como profesor, pero resulta que él también tenía sus miedos; porque, mientras su sueldo como docente era fijo y razonablemente seguro, la literatura era, o podía llegar a ser, algo mucho más azaroso. Cuenta Asimov que lo que ocurrió fue, sencillamente, que le echaron de la universidad alegando un bajo rendimiento -que él, por supuesto, niega-, y que se vio obligado muy a su pesar a ganarse la vida como escritor de ciencia ficción y de ensayos de divulgación científica. Vamos, que no se tiró al agua, sino que le empujaron...

Por fortuna para él y para sus lectores, había suficiente fondo como para no estrellarse. La cosa, pues, salió bien -de hecho, muy bien-, pero ¿y si no hubiera sido así? ¿O si, por el contrario, hubiera logrado mantener su plaza de profesor a cambio de renunciar, en todo o en parte, a su creación literaria? A saber lo que hubiera podido ocurrir, al igual que a saber la cantidad de Asimovs que se han malogrado,sin que llegáramos siquiera a ser conscientes de ello, debido a que las circunstancias de la vida les condujeron por otros derroteros.

Por si fuera poco, nos encontramos además con que en España la cosa está mucho más difícil que en los Estados Unidos, al menos en lo que a los escritores respecta, que no para los futbolistas, los cantantes de medio pelo -o de ninguno-, los famosillos de tercera categoría o los concursantes de las enésimas variaciones del Gran Hermano, entre otros ejemplos de paradigmas de triunfadores sociales; pero esto es lo que hay, que no es otra cosa que lo que los españoles nos merecemos. Por esta razón, y tal como están las cosas, la verdad es que hay que tener más valor que el Guerra -el torero, no el otro- para dar el paso... y yo, a estas alturas, tengo más que claro que no lo tengo.

De todos modos, esto tiene también sus ventajas. Si quieres vivir de lo que escribes tienes que verte sometido a la tiranía del mercado, razón por la que estarás obligado a escribir no sobre lo que te guste, sino sobre lo que seas capaz de vender, que no siempre será lo mismo; de hecho, lo más probable es que no lo sea. Habrá gente a la que le importe y gente a la que no le importe, gente que se vea obligada a hacerlo por motivos puramente alimenticios -todo el mundo tiene derecho a intentar vivir bien- y gente que pueda dedicarse a ello por vocación; y desde luego, ninguna de las opciones podrá ser objeto de reproche.

Yo, personalmente, he optado por lo más cómodo: escribo por satisfacción personal y no por necesidad material, y por supuesto escribo y escribiré aquello que me gusta sin ningún tipo de cortapisas. La contrapartida, claro está, consiste en que nunca podré alcanzar el nivel de Laura Gallego, Arturo Pérez Reverte o incluso el de los ya citados César Mallorquí o Javier Negrete. Lucharé, eso sí, porque la ciencia ficción salga de una puñetera vez del gueto si es que esto es posible, algo que por desgracia no tengo nada claro ya que la culpa de que esto ocurra es en buena parte de los propios aficionados; no sólo de los frikis pasados de rosca de cualquier pelaje, sino también del polo opuesto, es decir, los elitistas que, tal como suele ocurrir en la mayoría de las vanguardias no menos pasadas de rosca, acostumbran a ir de exquisitos por la vida intentando imponer cánones que sólo les satisfacen a ellos mismos al tiempo que niegan el pan y la sal a cualquiera que no piense como ellos. Y, en mayor o menor medida, también tenemos algo de culpa todos nosotros.


Publicado el 1-12-2005 en el Sitio de Ciencia Ficción