Moratilla de Henares



Bien es sabido que, en bastantes ocasiones, lo más sencillo puede llegar a pasar desapercibido a pesar o, quizá precisamente, a causa de su evidencia; y esto justamente es lo que le puede suceder al viajero que, deseoso de conocer los parajes que el Henares y sus afluentes riegan por las cercanías de Sigüenza, quizá llegue a dejar en el olvido uno de los lugares más interesantes de entre todos por los que discurre el recién nacido río, el valle en el que se asienta el pequeño pueblo de Moratilla de Henares.

Las razones para ello son bien sencillas: a pesar de la cercanía de Moratilla a la ciudad del Doncel, apenas unos escasos kilómetros, la carretera que enlaza ambas poblaciones y viene a morir en la primera de ellas resulta estar un tanto camuflada en su origen, a la par que huérfana por completo de cualquier tipo de cartel indicador. Si a ello sumamos el hecho de que los mapas y planos de que dispone del viajero lo más normal es que no ayuden demasiado o, en ocasiones, que no ayuden nada en absoluto, se puede correr ciertamente el riesgo de llegar a albergar la sospecha de que Moratilla gusta de velar celosamente sus secretos.

Sin embargo nada hay más alejado de la realidad ya que, si a alguien hay que responsabilizar de esta situación, no es en modo alguno a los segontinos, sino a la desidia del ministerio de turno; porque bastará tan sólo con preguntar a cualquier lugareño para que éste se preste amablemente a indicar al despistado viajero el camino a seguir... Cosa ésta realmente fácil de hacer una vez que resulta conocida. Tomando una calle anónima que tiene su origen en la curva que forma al entrar en la ciudad la carretera procedente de Mandayona, el viajero accederá al fin, tras cruzar un moderno barrio de pequeños bloques de viviendas, a la buscada carretera... Carretera asimismo anónima aunque, ciertamente, no puede conducir a ningún otro lugar que no sea a la cercana Moratilla, dado que el viajero sabe perfectamente que fuera de ésta no existe ninguna otra vía de comunicación, salvo el tendido del ferrocarril, que descienda por el valle del juvenil Henares aguas abajo de Sigüenza.

Apenas abandonados los últimos edificios de la ciudad el campo hace acto de presencia con esa rapidez que, lamentablemente, se ha perdido de manera del todo irreversible en las grandes y aun en las medianas ciudades; un campo de huertas y de árboles, íntimo y agradable en su sencillez, apenas a unos pasos de los arrabales de Sigüenza. Paisaje atractivo, en suma, que rápidamente se va a ir transformando en lo que ya va a ser la constante del alto Henares entre Sigüenza y Baides: Un áspero desfiladero en miniatura en el que el propio río se va a ver obligado a competir con la todopoderosa vía férrea, y no siempre con éxito, por el escaso espacio que deja libre en su fondo tan angosto valle.




Represa del azud del Henares, en la carretera de Sigüenza a Moratilla


Mas de momento no será así, al menos hasta llegar a Moratilla; aunque, eso sí, rápidamente comenzará a sentirse el cerco de las cada vez más próximas y escarpadas laderas, que muestran ya en este mismo lugar una llamativa contraposición con el romo y desdentado rasguño por el que discurriera el Henares antes de llegar a Sigüenza. Pero aún queda, siquiera por el momento, el suficiente espacio en el valle como para que desde la carretera, que discurre a mitad de la ladera izquierda del mismo, no resulten visibles todavía ni el río ni el ferrocarril, ocultos ambos de manera momentánea por la espesura de los árboles... Situación que no durará demasiado, al menos en lo que al primero de ellos se refiere. Alcanzado al fin el río, que se mantendrá mansamente al lado de la carretera durante un buen trecho llegando, en ocasiones, a lamer virtualmente el borde de la misma con sus mansas y breves aguas, el viajero curioso tendrá por fin la ocasión de vislumbrar el conjunto de huertos y canales de riego que ya aquí comienzan a aprovecharse de los magros caudales del Henares, como lo demuestra de forma bien palpable el pequeño azud de derivación allí existente por el que se despeñan las aguas de nuestro río como si de una cascada en miniatura se tratase.




Manantial del estanque, en la carretera de Sigüenza a Moratilla


Si se detiene en este lugar en vez de continuar su marcha, el viajero tendrá la oportunidad de observar un curioso espectáculo por parte del recién nacido río: tras salvar el obstáculo del aludido azud, su curso se retuerce dirigiéndose en derechura hacia la carretera para, tropezando con ella, volver a torcer de nuevo ciñéndose estrechamente a la misma, de cuyo borde apenas unos zarzales le separan. Pero quizá no sea esto lo más interesante, sino el generoso manantial que en ese mismo lugar vierte sus aguas en forma de abundoso chorro después de haberlas remansado en un amplio estanque por cuyos bordes rebosan para caer en el río. La nitidez de las aguas del estanque permite observar cómo el fondo del mismo se halla convertido en una auténtica selva de plantas acuáticas de todo tipo, mientras la limpieza de su aportación a los caudales del Henares contrasta fuertemente con las propias aguas de éste, salpicadas de espuma merced al efecto combinado de los vertidos de la cercana Sigüenza con la agitación producida en las mismas por el inmediato desnivel que se han visto obligadas a salvar.




Puente del ferrocarril, en la carretera de Sigüenza a Moratilla


Algo más allá, una vez salvada la brusca curva que en ese lugar describe la carretera, surge repentinamente ante los ojos del viajero un curioso entrecruzamiento descrito por los tres protagonistas principales del paisaje: río, vía, y aun la propia carretera, empeñados en competir entre ellos -o así al menos le parece al viajero- por el estrecho lecho del cada vez más angosto valle, se entrelazan todos a una y de forma inverosímil buscando la manera en la que poder adaptar sus respectivos trazados al curioso puente doble que condiciona a los mismos y por el cual discurre el ferrocarril al nivel más alto, mientras la carretera lo hace por el intermedio a la vez que el río, quizá por ser el más antiguo de todos, obtiene el privilegio de cruzar por el más bajo. Aún un cuarto invitado, el pequeño canal de riego que arranca del cercano azud, impone también su participación salvando el obstáculo de la carretera merced a un sifón que discurre por debajo de ésta apenas atravesado por la misma el doble puente. De resultas de este llamativo paso a tres -o, para ser más exactos, a cuatro- y de otro inmediatamente posterior en el que ya no toma parte la carretera, vendrán lógicamente a invertirse las posiciones relativas de todos ellos pasando ahora la vía a la margen derecha del río mientras la carretera, a su vez, irá todavía más allá hasta alcanzar la ladera opuesta del valle para, una vez allí, venir a morir en un paso a nivel que constituye a su vez la puerta de entrada al caserío.

Es Moratilla un pequeño cogollo de casas de color terroso y aspecto abandonado, presidido por la vigilante estampa de su modestia parroquia alzada sobre un altozano y abrazado por el río, que discurre a su izquierda, y el ferrocarril, que lo hace por su derecha. Es preciso, pues, atravesar el pueblo para encontrarse con un Henares que discurre lamiendo casi los cimientos de las últimas casas entreveradas ya con las pequeñas huertas que se nutren de las aguas del río. Dos son los puentes que cruzan en este lugar su breve curso, ambos vecinos merced a un incongruente despilfarro constructivo: el uno, es de factura tosca y utilitaria; el otro, muestra un desgastado y doliente arco de piedra, testigo sin duda de mejores tiempos, hoy rematado con un pretil moderno de tosca y plebeya factura. Más allá, en la margen izquierda del río, se alzan los primeros farallones de roca anuncio de lo que aguas abajo será uno de los parajes más interesantes, a la par de inaccesibles, de todo el curso del Henares, un Henares pequeñín y retozón, pero al mismo tiempo decidido y brioso, que parece tener la voluntad de sacudirse aquí el estigma de arroyo anónimo que le persiguiera desde su nacimiento. Y es que, consciente quizá de su futura importancia, comienza ya a presumir, en lugar tan temprano de su curso, de todo aquello que legítimamente le corresponde.




El Henares en Moratilla de Henares


Poco más habrá que contemplar en este lugar, a menos que se desee hacer a pie el camino bien río arriba hacia Sigüenza, bien río abajo hasta Cutamilla y Baides, opciones ambas interesantes para todo aquél que guste de caminar a la vera de un río; pero reservando esta iniciativa para mejor ocasión, el viajero optará por recoger su vehículo para, volviéndose sobre sus pasos al no existir otra posible alternativa, regresar a la cercana ciudad mitrada no sin antes dirigir una nostálgica mirada al camino que desciende por el valle una vez acabada la carretera junto al paso a nivel, un valle que se abre momentáneamente aguas abajo de Moratilla para cerrarse de una manera todavía más brusca tan sólo un poco más allá. Volverá, de eso está completamente seguro, para recorrer los parajes por los que discurre el riente Henares aguas abajo de Moratilla; volverá, pero más adelante. Ahora, Sigüenza le aguarda.



Publicado el 3-1-2010
Actualizado el 25-6-2015