La Magdalena





El Henares en la Magdalena


En estos tiempos que corren en que los habitantes de las ciudades acostumbran a invadir los parajes rurales no para disfrutar de ellos sino antes bien para mixtificarlos, resulta ciertamente alentador descubrir lugares a los que la civilización ha respetado quizá tan sólo porque no los conoce todavía... O casi, puesto que, pese a todo, siempre se correrá el riesgo de tropezarse con alguna ruidosa moto al tiempo que será de todo punto imposible no encontrarse con los desperdicios más o menos carcomidos que anteriores visitantes poco respetuosos dejaron allí al término de su jornada de ocio.

Por tal motivo el viajero tendrá la oportunidad, ciertamente no esperada, de descubrir a escasos kilómetros de la populosa ciudad de Alcalá un paraje si no virgen, que esto sería imposible, sí prácticamente inalterado por el que discurre un Henares perezoso que remolonea, haciendo acopio de fuerzas, antes de internarse decididamente en los dominios de la milenaria Compluto... Todo un hallazgo para alguien que, viajero infatigable por todas las tierras del Henares, desconocía no obstante la existencia de tan agradable lugar casi a las mismas puertas de su ciudad natal.

Y es que, paradójicamente, no resulta nada difícil alcanzar este lugar... una vez que se conoce su existencia, claro está. Si el viajero parte de Alcalá en dirección a Guadalajara, le bastará con tomar el desvío que arranca a la derecha aproximadamente a la altura del kilómetro 35 de la carretera nacional; es éste un camino recto de varios centenares de metros de longitud que desemboca en un segundo sendero que, paralelo a la carretera, enlaza las fincas de La Esgaravita y La Canaleja para acabar finalmente en El Encín ya en los límites del término municipal complutense. Pero, puesto que ninguna de estas fincas es el destino final de un viaje que tiene por meta la tupida alameda que separa la orilla derecha del Henares de la finca de la Magdalena, será preciso describir un rodeo siguiendo primero este casi impracticable camino en dirección a La Canaleja para tomar por último otro en relativo mejor estado que desciende casi pegado a un Henares oculto a los ojos curiosos del viajero por la frondosa arboleda que en este lugar brota casi, diríase, con lujuria.

Algo más adelante un oportuno calvero anunciará la presencia hasta entonces sólo sospechada de nuestro río, llamativo en este lugar no por su curso estrecho y del todo velado por la vegetación de ribera que aquí medra a su antojo, sino por los cortados que en este lugar conforman la orilla opuesta, cortados que no son en esencia distintos de los existentes en todos aquellos lugares en los que el Henares muerde con saña el borde septentrional de la Alcarria pero que alcanzan aquí una espectacularidad no igualada por ninguna de las terreras que jalonan la ribera izquierda de nuestro río a lo largo de buena parte de su curso.

Son, al menos, sesenta o setenta metros de talud no ya vertical, sino incluso desplomado hacia adelante, en un prodigio de equilibrio inestable para este terreno arcilloso y deleznable cuya faz, torturada y agrietada, parece querer derrumbarse a cada momento privada como ha sido de su primitivo sostén por la milenaria y tenaz labor de zapa del río. Es, también, una magnífica lección de geología con los antiguos cerros (pues son dos, separados por un pequeño barranco) cortados limpiamente, con una precisión casi quirúrgica, en forma que queda bien a la vista el hojaldre mineral de unos apretados estratos sedimentarios producto de milenios de callada formación.

Todo esto lo ha hecho el Henares, un Henares plácido y tranquilo que parece desear quedar ajeno a esta magna labor de ingeniería natural que sólo una paciencia de siglos puede llegar a explicar; un Henares tímido, en definitiva, que sólo quiere esconder sus aguas a la curiosidad de los intrusos, aguas de estío parcas y remolonas que en el verde turbio de su color proclaman bien a las claras su condición de estancadas y ¡ay! también ya contaminadas.

Mas si el viajero desea ahora contemplar los parajes que río abajo de ese lugar se le muestran, no tendrá más que continuar camino adelante internándose en la cada vez más espesa alameda; sabedor de que el humilde Henares de las terreras habrá de devenir a poco en el orgulloso y amplio río que se remansa en La Oruga, no tendrá por menos que satisfacer su curiosidad indagando la manera en la que tiene lugar tan llamativa metamorfosis.

Dejado atrás el segundo y último de los dos cortados, al cual los mapas bautizan con el pintoresco nombre de Cuesta de Mataasnos, término municipal todo sea dicho de Los Santos de la Humosa, el Henares se separa brevemente del borde de la Alcarria aprovechando el momento para formar una pequeña, mínima vega en su momentáneamente llana margen izquierda; la desembocadura de un anónimo y reseco barranco le servirá asimismo de excusa para poder gozar en ese mismo lado de un simulacro de playa al tiempo que empieza a hinchar sus aguas en un lento, aunque perceptible proceso que ya no se interrumpirá hasta que alcance la presa de la Esgaravita. El camino que discurre por su ribera derecha y que sirve de guía al viajero, convertido ahora en un simple sendero, se separará a su vez algunos metros del curso del río abandonando momentáneamente la arboleda y bordeando ahora el límite de las roturadas tierras de La Magdalena para, algo más adelante, volver por sus fueros internándose de nuevo en la floresta.

Y en cuanto al río... La ilusión le durará poco y el Henares, fiel a su destino, volverá a ceñirse estrechamente al áspero borde de la Alcarria diseccionando con un limpio tajo una nueva terrera bastante menos espectacular que las que dejara atrás apenas unos cuantos centenares de metros aguas arriba. Más adelante vendrán un par de cerretes a los que el divagar sinuoso del curso del río ha salvado por el momento de ser socavados y, por fin, la ribera izquierda se alejará de nuevo del alcor para formar entre ambos la fértil vega de La Oruga, ya cercanas las primeras estribaciones de la ciudad de Alcalá; pero esto pertenece ya a otro viaje y a otro capítulo, por lo que el viajero, satisfecha con creces su curiosidad, se volverá sobre sus pasos hasta llegar al lugar en el que iniciara su fructífera excursión por estos cercanos y desconocidos parajes del Henares.



Publicado el 3-1-2010
Actualizado el 6-10-2013