El río que equivocó su camino



Si en alguna ocasión alguien se preocupara en buscar un lema que pudiera servir de descripción a cada uno de los ríos tributarios del Henares, sin duda al Badiel le correspondería ser El río que equivocó su camino... Porque este pequeño río, casi un arroyo por lo escaso de su caudal, presenta una singularidad única que le convierte en uno de los casos más peculiares de todas las comarcas que el Henares avena.

Quizá no haya, en toda Castilla la Nueva, una división intercomarcal más clara que la existente entre la Alcarria y la Campiña con el plácido curso del Henares sirviendo a la vez de nexo y de frontera entre ambas: A su derecha, se abre la amplia llanura de la Campiña, con sus suaves ondulaciones perdiéndose en la lejanía confundidas con los dientes azulados de la sierra; a su izquierda, tropieza con el abrupto y descarnado alcor que marca el límite septentrional de la Alcarria, con el borde que le sirve de frontera trabajosamente tallado con esa paciencia milenaria de la que sólo pueden gozar los ríos.

Por tal motivo son pocas, muy pocas, las aguas alcarreñas que van a dar al Henares; tan sólo algunos barrancos y pequeños arroyos de escasa importancia que disecan la áspera ladera, amén claro está del citado Badiel, escapan al dominio del cercano Tajuña o, ya en la Baja Alcarria, del propio Jarama, colector final de todos estos caudales. De aquí el gran interés geológico que presenta el valle de este pequeño río, un valle profundamente excavado en los blandos terrenos alcarreños en un frenético intento por parte del Badiel por salvar el amplio desnivel existente entre sus fuentes y su desembocadura. No forma el Badiel una hoz agreste similar a las que labran sus hermanos serranos, sino que modela una suave aunque profunda -y sobre todo larga- artesa totalmente desproporcionada en su tamaño con lo exiguo del caudal del río; no podría ser de otra manera, puesto que el Badiel no discurre por las duras piedras de la lejana sierra sino por la deleznable arcilla que constituye los suelos de la Alcarria.

Si sólo fuera por su caudal, el Badiel nunca podría pasar de la categoría de arroyo; pero tanto por la longitud de su curso, unos cuarenta kilómetros, como por la magnitud del alargado tajo que forma el mismo, bien merece ser tenido en una mayor consideración este pequeño y gentil riachuelo que adentra los dominios del Henares hasta el corazón mismo de la Alcarria. Y, para satisfacción del Badiel, tras discurrir durante muchos kilómetros paralelo al Henares será éste, y no nuestro riachuelo, quien salga a su encuentro luego de describir un brusco quiebro a la altura de Espinosa; y es que todos los cursos de agua, hasta los más humildes, tienen también su orgullo.

Pero dejémonos de disquisiciones y comencemos a describirlo. De acuerdo con todos los mapas, el Badiel tiene su origen en las proximidades de la localidad de Almadrones, un pequeño caserío alcarreño emplazado a cosa de unos mil metros de la carretera nacional -ya autovía- allá por su kilómetro ciento y algo; no obstante, el viajero avisado podrá descubrir, sin abandonar la propia autovía, cómo en las proximidades del desvío que conduce hasta Sigüenza un profundo y descarnado barranco atraviesa de parte a parte la calzada para perderse finalmente tras las suaves ondulaciones del terreno: Se trata de la prolongada cabecera del Badiel, una reproducción en miniatura de los agrestes valles castellanos que nos muestra, a pesar de su modestia, la intensidad de la acción erosiva del inquieto riachuelo.

A partir de este punto, el viajero que se encamine hacia Guadalajara por esta ruta no volverá ya a cruzarse con el Badiel, que discurre siempre paralelo a la carretera acercándose en ocasiones tanto a ésta que permite que su encajado valle pueda ser vislumbrado sin apartarse de ella; así ocurre a la altura de Gajanejos, donde forma un limpio y profundo tajo que parte bruscamente en dos la horizontalidad de la planicie alcarreña o, aguas, abajo, en Trijueque, pueblo asomado a la abrupta ladera de su valle bajo, un valle que a partir de aquí comienza a ensancharse con avaricia antes de confundirse con el de su hermano mayor, el Henares.

Por este motivo, para poder contemplar el protegido curso del Badiel deberá desviarse el viajero internándose en su valle, recorrido en casi toda su longitud por una carretera local al tiempo que puede ser también alcanzado desde alguna de las rutas procedentes tanto de la Alcarria como del cercano valle del Henares.




El breve curso del Badiel en Utande


Pero el Badiel, a pesar de sus ímpetus, no es en definitiva sino poco más que un modesto arroyo alcarreño, y esto se ha de notar forzosamente en Utande, escala obligada en la ruta que conduce de Jadraque a Brihuega; en este lugar nuestro río se muestra humilde hasta la exageración a pesar de llevar recorrido ya un buen trecho de su curso, mostrándose aquí apenas como un leve rasguño en su profundo valle que queda empequeñecido, por si fuera poco, frente al contiguo de su principal y casi único afluente, el menguado y misérrimo Valdeiruega, que en este mismo lugar le confluye. Dado el escaso empaque mostrado por el Badiel en este lugar, el viajero renunciará a remontar su curso en dirección a Valfermoso de las Monjas, Ledanca y Argecilla -donde acaba definitivamente la carretera- convencido de que poco interés puede tener la contemplación del curso alto -si es que se puede denominar así- del pequeño río.

Y de Utande a Muduex siguiendo, pues, aguas abajo el curso del Badiel; y ciertamente en este último lugar el viajero podrá comprobar cómo el río se muestra más digno dentro de su modestia, arropadas sus breves aguas por un fresco manto vegetal que parece querer defender al Badiel de la descarnada adustez de las cercanas laderas. El valle, por su parte, se muestra aquí como a modo de una Campiña en miniatura, semejando ser un cerrado estuche cuya misión fuera proteger con tesón el frágil cinturón verde que festonea el curso de nuestro río mientras éste desciende incansable en busca del siempre cercano, pero siempre escurridizo, Henares.

Desde Muduex la carretera continúa, siempre paralela al río, en dirección a Valdearenas y a Torre del Burgo, discurriendo por el fondo de un valle que es cada vez más abierto. Es en las cercanías de Torre del Burgo donde esta carretera acaba enlazando con la comarcal que discurre desde Guadalajara hasta Hita y Jadraque, justo en el lugar en el que el valle del Badiel se abre definitivamente en una amplia y llana vaguada que vendrá a confundirse con el ya inminente valle del Henares. Será la propia comarcal la que acabe cruzando el todavía breve cauce del Badiel, que asustado quizá por la pérdida de su valle protector discurre por este lugar sin pena ni gloria y sin más escolta que una doble hilera de chopos.




El Badiel en Torre del Burgo


Torre del Burgo marcará un nuevo encuentro con el Badiel justo en la encrucijada que forman la comarcal de Hita y la carretera que enlaza Humanes con la nacional II a la altura de Torija. Aquí el Badiel, ayudado en esta ocasión por otro de sus insignificantes afluentes, un arroyo Grande que en poco o nada hace honor a su nombre, forma un agradable y frondoso soto que invita a reposar al viajero a la vera de una recoleta ermita y no muy lejos, tampoco, del arruinado monasterio de Sopetrán, unas románticas ruinas que ponen en su melancolía unas dulces notas de tristeza en el paisaje. Una cantarina fuente situada a la vera de la ermita contribuye también a su manera al ornato de este pequeño rincón.

En cuanto al Badiel, éste discurre mansamente algo más allá, ajeno por completo a todo cuanto acontece en su entorno; sin embargo, apenas algunos metros por debajo del puente su placidez vendrá a verse bruscamente alterada por la metálica estructura de una estación de aforo que le recordará con contundencia y casi, diríase, con crueldad, que el hombre acaba imponiendo siempre su soberanía a cualquier curso de agua que se cruce en su camino, sea éste caudal o chico, y que él, el humilde Badiel, nunca podría pretender ser una excepción a esta hegemonía. Así pues el Badiel, pasada ya esta prueba de vasallaje, continuará imperturbable su marcha camino de Heras, siguiente jalón en su recorrido y por lo tanto siguiente etapa en la ruta de un viajero que siente curiosidad por ver cómo se desenvuelve este riachuelo en esta última etapa de su curso.

Heras de Ayuso, que éste es su nombre completo, es una pequeña población, tal como es habitual por estos pagos, perdida tras una carretera local que sólo conduce hasta allí. Situada a orillas mismas del Badiel, comparte con el río su común brevedad de forma que ambos parecen estar hechos el uno para el otro... Pero no es el caserío el que en esta ocasión interesa al viajero sino el riachuelo, el cual presenta aquí un aspecto virtualmente idéntico al que mostrara en la vecina Torre del Burgo, con un cauce minúsculo no superior al de un arroyo cualquiera y un caudal mínimo que no invita precisamente al asombro. Un puente destartalado, carente por completo del más mínimo valor estético, ayudará asimismo a incrementar la decepción del viajero.




El Badiel en Heras de Ayuso


Sin embargo, no todo estará perdido. Cierto es que ni pueblo, ni río ni puente habrán de llamar la atención a nadie que los contemple, pero el humilde Badiel guarda una baza que mostrar con orgullo al viajero: La increíblemente densa, fresca y sugerente arboleda que, a modo de estuche esmeralda, guarnece sus riberas. Pobre como es en aguas, el modesto riachuelo se engalana con sus mejores joyas vegetales logrando así la admiración de quien poco antes se mostrara decepcionado por el poco lustre del resto de sus jaeces. Y de esta forma se alejará de Heras, y del viajero, serpenteando perezoso por la llanura siempre protegido por sus espesas alamedas que sirven así de fácil testigo visual de su discurrir camino del Henares.

Animado por esta visión que ha contribuido a disipar su anterior desencanto, el viajero decidirá seguir río abajo en busca de su cercana desembocadura. Aunque no hay carretera alguna que descienda paralela al Badiel, sí arranca un camino en esa dirección prometiendo alcanzar, o al menos aproximarse, a la meta deseada. El curso del Badiel es perfectamente visible gracias a los árboles de sus riberas, el terreno es llano y aparentemente sin dificultades orográficas, el camino parece ser perfectamente practicable... La tentación es demasiado fuerte, y el viajero no podrá resistirse a ella emprendiendo de esta manera su marcha.

La primera parte del camino no presentará la menor dificultad, aunque el Badiel se separa algunos centenares de metros alejándose de esta manera de su ruta. Poco más allá ambos, río y camino, volverán a encontrarse frente a una finca que el plano identifica como el Palacio de Heras, el cual se alza justo al borde de su cauce. Un segundo camino que de allí parte atraviesa el Badiel merced a un sencillo puente y se adentra en la finca camino del cercano Henares... Pero el portalón cerrado y los perros que merodean por allí desaconsejarán al viajero tomar esta segunda ruta, continuando pues por la que desciende Badiel abajo siempre paralela a su curso.

A partir de aquí el viaje comenzará a complicarse cada vez más debido al deterioro de un camino que, lleno de baches y de piedras, resulta ser cada vez más impracticable para un vehículo que no está pensado para discurrir por semejantes andurriales. Además, éste se ciñe estrechamente a la ladera de unos cerros que se muestran aquí completamente semejantes a los que jalonan en tantos lugares la margen izquierda del Henares. Esto alejará al viajero de un Badiel que, aunque presiente cercano, es incapaz ahora de distinguir al estar los árboles de sus riberas confundidos con las espesas alamedas que crecen en las fértiles tierras que jalonan la junta de los dos ríos.

El plano topográfico que utiliza como guía el viajero tampoco le será demasiado útil a la hora de establecer con precisión el lugar en el que se encuentra en cada momento; el camino parece no discurrir exactamente por donde aparece dibujado, e incluso la distancia existente entre la ladera de los cerros y el curso del Badiel se le antoja bastante mayor de lo que cabría estimar a juzgar por el plano. Por si fuera poco la existencia de algunas acequias contribuye a complicar aún más la situación al despistar a un viajero que tendrá que acabar confesando que no sabe ya por dónde va.

De repente un curso de agua aparecerá a la vera del camino. ¿El Badiel? No, no puede ser, ya que éste es bastante mayor de lo que cabría esperar para tan magro riachuelo. Sin duda se trata del Henares, lo que significa que el viajero ha debido dejarse atrás inadvertidamente la buscada desembocadura. Corresponde, pues, volver atrás, pero el estrecho camino impide la menor maniobra al tiempo que la cercana presencia del Henares resulta ser una excelente disuasión frente a la tentación de hacer cualquier locura. Es obligado, pues, seguir adelante en busca de un lugar en el que se pueda dar la vuelta, aunque bien pensado ¿por qué no aprovechar la ocasión para contemplar al Henares en un lugar que el viajero desconocía por completo?

Lamentablemente, éste no resulta ser uno de los parajes más interesantes del río. Estrecho y desangelado, con las riberas prácticamente desnudas de vegetación, el Henares no tiene realmente mucho que mostrar aquí sin que ni tan siquiera el abrigo tradicional de los cerros, que aquí se encuentran a una buena distancia de su orilla, sirva para mitigar siquiera en parte su laceria.

No será mucho, pues, lo que tendrá que ver aquí el viajero, por lo que no demorará demasiado su estancia en tan deprimente lugar del cual ignora incluso su ubicación exacta en el mapa, aunque supone que debe de tratarse de la zona en la que el curso del Henares sirve de límite entre los términos municipales de Yunquera y Ciruelas, bastante al sur, pues, de su objetivo original. Encontrará al fin un lugar en el que poder hacer la maniobra deseada por lo que, sin detenerse más de lo estrictamente necesario, dará la vuelta comenzando así a desandar lo andado.




El Henares tras haber recogido el aporte del Badiel


Al llegar de nuevo al lugar en el que el camino confluye por vez primera con el río el viajero se detendrá un momento para contemplar con más detenimiento el curso de este Henares que tan poco atractivo le ha resultado. Y la verdad, dentro de su escasa valía paisajística, común con el resto del tramo, este rincón se muestra algo más interesante que la parte situada inmediatamente aguas abajo de él. La razón no es otra que el arbolado aquí existente, el cual marca de esta manera una significativa diferencia con las peladas riberas situadas poco más allá. El río continúa siendo estrecho y desangelado, pero al menos cobija su desnudez bajo una cobertura vegetal nada desdeñable, lo que ciertamente es de agradecer.

Poco más tendrá que ofrecer este disminuido Henares a los ojos del viajero, por lo que retomando de nuevo su vehículo partirá en busca del lugar en el que calcula que el ya moribundo Badiel se separa definitivamente del camino; ante la imposibilidad de alcanzar su desembocadura al primer intento intentará cambiar de estrategia buscando su margen para seguirla aguas abajo hasta su cercana confluencia con el Henares. Así, tras volver a cruzar junto a las ásperas estribaciones de los cerros que tanto le recuerdan al paisaje de su Alcalá natal, el viajero elegirá finalmente un lugar en el que una densa arboleda situada apenas unos metros más allá -y también más abajo-, parece esconder en su seno a un pudibundo Badiel que diríase desea ocultar la vergüenza de su inmediato final a las miradas curiosas de sus visitantes.

Bajar hasta la arboleda será tarea fácil, por lo que poco después tendrá el viajero ocasión de contemplar cómo un pequeño curso de agua -el Badiel, sin ningún género de dudas- es remansado por una represa en miniatura que desvía buena parte de sus magros caudales hacia una vecina acequia que se encarga de conducirlos hacia un destino desconocido, pero sin duda ajeno por completo al que hasta entonces fuera su cauce natural. Lo que le queda al Badiel después de esta inhumana sangría es prácticamente nada, apenas lo suficiente para no dejar completamente seco al pobre riachuelo; porque aunque el caudal de la acequia resulta ser francamente pequeño, supone no obstante una porción importante de lo poco que consiguiera rebañar el mísero riachuelo a su paso por las áridas tierras alcarreñas que el azar de la orografía le asignara como sus posesiones.

Aunque las perspectivas no se presentan demasiado halagüeñas dado lo ínfimo del caudal que consigue salvar el mutilado arroyo, el viajero perseverará en su interés comenzando a caminar orilla abajo del mismo. La arboleda que flanqueara hasta entonces al Badiel se ha convertido, al aliento de sus perdidas linfas, en una espléndida alameda que en lo geométrico de sus formas muestra bien a las claras el origen vegetal de la misma. Mientras tanto, el exhausto río se ve abandonado a su propia suerte con un cauce que ahora está completamente desnudo por vez primera en mucho tiempo. Casualidad, sin duda, pero el viajero no puede evitar imaginar que, una vez despojado de prácticamente todos sus caudales, el desgraciado Badiel es olvidado por todos cercana como está ya su inminente desaparición, tal es la patética imagen que brinda ahora ante sus ojos, convertido como está en poco más que una simple y anónima acequia.

Por tal motivo, y también porque le apena contemplar el triste final de tan perseverante riachuelo, el viajero renunciará a seguir adelante dejando sin desvelar el último suspiro de un Badiel que agoniza antes de haber podido rendir al Henares unas aguas recogidas en unas lejanas tierras que en derecho jamás le habrían debido corresponder. Es lo más piadoso, se dice a sí mismo mientras, tras volver de nuevo a su vehículo, retoma el camino que le conducirá de nuevo hasta Heras y de allí a otros lugares.



Publicado el 2-1-2010
Actualizado el 24-7-2015