El Henares en la literatura del siglo XX (I)
De 1900 a la Guerra Civil





Corría el primer año del recién iniciado siglo XX cuando la revista madrileña Instantáneas publicó un número monográfico dedicado en su totalidad a la ciudad de Alcalá. Este número, que tiene por título Álbum del año 1901. La patria de Cervantes1, recoge las colaboraciones literarias de un importante número de escritores, algunos de la talla del propio Emilio Castelar, fallecido poco antes, varias de las cuales hacen asimismo alusión al río Henares. La primera de ellas, siguiendo el orden de la paginación, está extraída del artículo titulado Cervantes y Cisneros, firmado por Joaquín Olmedilla. Dice así2:


Al contemplar la antigua Cómpluto parece oírse a las aguas del Henares que murmuran constantemente dulces y melancólicos recuerdos de imborrables glorias que constituyen, no solo emblema ilustre para los hijos del referido pueblo, sino título de inmarcesible honor para la nación española.


Emilio Castelar, tal como quedó comentado, también vio recogido un comentario suyo acerca de Alcalá. Es el siguiente3:


Cuan bellas las umbrías de tus alamedas, y rojas las hileras de tus colinas por donde se desliza el Henares y altas torres que te coronan.


Federico Rubio, por su parte, se lamentaba de la decadencia de Alcalá de la siguiente manera4:


Sólo veo y no veo más, aun restregándome los ojos con el puño; sólo en ti veo, reposando a orillas del Henares y sus quebrados barrancos, la colosal calavera de la España que vivía en los siglos XVI y XVII.


Macabra comparación, ciertamente, aunque no por ello exenta de razón. Pero vemos lo que escribía Víctor Balaguer en su artículo titulado Cisneros y Cervantes5:


Brillen a la luz, que arrostrarla pueden sin miedo, todos esos varones célebres que brotaron de las aulas complutenses, y que en la sideral esfera de los progresos humanos forman la nebulosa de los próceres y primados de la inteligencia, y aparezcan y sobresalgan entre todos los dos grandes inmortales, que son timbre de la ciudad del Henares.


Manuel del Palacio puso la nota poética con un soneto titulado Alcalá de Henares, cuyo segundo cuarteto es éste que sigue6:


El que tus templos ve, medita y reza,
dicen los rotos muros tu amargura,
y del Henares la corriente pura
himnos canta de amor y de tristeza.


El vizconde de Palazuelos retornaba a la prosa con este breve comentario extraído del artículo titulado Dos nombres y dos libros7:


Dos veces te he visitado, ciudad del Henares, y el recuerdo de estas visitas será en mí imperecedero.


De nuevo nos encontramos con la poesía al leer la obra Una nota de amor. A Alcalá de Henares firmada por José Jackson Veyán, a la que pertenece este fragmento8:


Cuando a orillas del Henares
me fui a llorar mis pesares,
un ángel secó mi llanto
y recogió mis cantares
con cariño puro y santo.


Una poesía es también el trabajo titulado Cómpluto, de Santiago Iglesias9:


En llanura feraz sienta su planta,
a la margen derecha del Henares,
y cercada de humildes tomillares
la célebre Cómpluto se levanta.


Un trabajo anónimo dedicado al alcalaíno marqués de Ibarra, entonces diputado a Cortes por la ciudad, apunta las posibilidades futuras de este personaje en el campo de la política de la siguiente manera, ciertamente laudatoria en demasía10:


Y cuando llegue, que será pronto, no tendrá sino motivos de regocijo la histórica reina del Henares.


Concluye la recopilación con el texto de José Sánchez Conesa titulado Alcalá de Henares, al cual pertenece esta cita11:


Aprovechando la oportunidad de celebrarse en la ciudad de Cisneros las renombradas ferias de San Bartolomé, pasé a Alcalá con objeto de impresionar y describir algo de lo mucho bueno que satura las brisas del Henares.


También de 1901 es un artículo periodístico de Pío Baroja que lleva por título Sigüenza, en el cual se describe al Henares a su paso por la ciudad del Doncel aunque sin citarlo por su nombre. El fragmento en el que aparece nuestro río es el siguiente12:


Cansados de recorrer el pueblo, nos sentamos en un paseo con árboles, triste y desierto, con el suelo alfombrado por hojas amarillentas y plateadas. Un arroyo con color de limo que corre cerca murmura en la soledad. El cielo está puro, limpio, transparente, con algunas estrías blancas y purpúreas. A lo lejos, por entre las ramas desnudas de los árboles, se oculta el sol. Va echando sus últimos resplandores anaranjados sobre los cerros próximos, desnudos y rojizos.


El paseo al que hace alusión Pío Baroja es obviamente el parque de la Alameda, a cuya vera discurre el recién nacido Henares. De un escritor vasco pasamos ahora a otro no menos importante, Miguel de Unamuno, el cual visitó Alcalá a finales del siglo XIX invitado por su amigo Juan José de Lecanda, sacerdote del oratorio de San Felipe. Fruto de esta estancia en nuestra ciudad fue su artículo titulado En Alcalá de Henares: Castilla y Vizcaya, recopilado en el libro que lleva por título De mi país13, publicado en 1903. De este interesante artículo he entresacado, en primer lugar, la siguiente cita14:


Alcalá es la continuadora de la vieja Compluto y la viejísima Iplacea. En las faldas del cerro de la Vera Cruz, y reflejándose en las aguas del Henares, se alzaba el Castillo, que esto significa Alcalá en la lengua de los moros.

Y también15:


Rodean a su campo, como ancho anfiteatro, los barrancos de la sierra, en que se alzan pelados el cerro del Viso, el de la Vera Cruz, el Malvecino, la meseta del Ecce-Homo. Lame los pies de los cerros, separando la Campiña de la Alcarria, el Henares de frondosas riberas festoneadas de álamos negros y álamos blancos.

A un lado del Henares, la sierra, y la Campiña al otro. (...) Colinas recortadas que muestran las capas del terreno, resquebrajadas de sed, cubiertas de verde suave, de pobres yerbas...


Finalmente Unamuno nos regala con un último comentario acerca del río16:



La vista se dilata por el horizonte lejano, y el paisaje infunde melancolía tranquila. ¡Será de contemplarlo en los días ardientes de julio, sentados en las orillas del Henares, a la sombra de un álamo!


Un año después, en 1904, el escritor Leonardo Williams escribía lo siguiente17:



Como la Stratford inglesa, es ésta una ciudad pequeña y limpia. Como la Stratford inglesa, está bañada por un río, el Henares, el Avon de Alcalá.


Se está refiriendo, lógicamente, a Alcalá comparándola a través de sus respectivos ríos con la ciudad natal de Shakespeare. Pero no acaban aquí sus comentarios, puesto que algo más adelante continúa de esta manera18:


A espaldas de la ciudad, álzase una línea de rojizas colinas, y no lejos de su pie fluye el Henares entre espesuras. Y aquí fue la infancia de Cervantes; del atormentado, vagamundo, soldado, cautivo. El Henares según pude advertir entonces, es bastante caudaloso para permitirse el lujo de un molino de agua situado en la confluencia de dos de sus brazos.

El aire vibra con el estruendo de la rueda y las aguas batidas corren con turbulencia en kaleidoscópicos remolinos, estrechándose no mucho más allá en plácido y claro arroyuelo, en cuya orilla se ven lavanderas arrodilladas.


Ya no quedan lavanderas en el Henares y sus molinos están abandonados y gran parte de ellos arruinados; es el progreso, dicen... Vayamos ahora a 1905, año en el que el gran cervantista Francisco Navarro y Ledesma publicó su obra El ingenioso hidalgo Miguel de Cervantes Saavedra, una biografía del escritor alcalaíno en la que el autor de la misma describe de esta poética manera la comarca complutense19:


El Otoño era entrado, estación de calma y sosiego en toda parte y más en la llanura alcalaína, donde el sol radia suave, el aire es sereno, los abundantes pajarillos de la tierra trigal hacen la salva a los amaneceres, y a los anocheceres forman hermoso concierto en álamos y acacias, cuando no tras los apretados terrones. Los labradores alzan y binan los barbechos, cachan las rastrojeras, no dejando reposar aquel suelo fertilísimo, los hortelanos del Henares abren las tierras migosas, aparan atalaques y caceras para regar sus hortalizas.


Lamentablemente, y a pesar de la abundancia de términos agrícolas con los que el autor nos regala, los cultivos tienen hoy una importancia completamente marginal en la ciudad de Alcalá, arrumbados años ha por los nuevos vientos económicos que han relegado al sector agrícola de nuestro país exclusivamente al mundo rural.

El escritor Pedro de Répide, autor de numerosas obras y cronista oficial de la villa de Madrid, visitó la ciudad de Alcalá en 1910 dejando escrita la siguiente frase en el Álbum de Honor del ayuntamiento complutense, alusiva como es fácil de suponer, al río Henares20:


Su cauce, bello, diáfano y sonoro, como estrofa del divino Francisco Figueroa, ostenta próceres y prestigios. Con agua suya bautizaron a aquel Solís, que cantaba las hazañas que en tierras de leyenda peleaban por la leyenda; con agua suya bautizaron al buen hidalgo don Miguel, que cantó las hazañas del héroe peregrino, que en campos de quimera rompió lanzas de ideal.


También en el Álbum de Honor alcalaíno firmó, hacia el año 1920, el bohemio publicista (en palabras de Anselmo Reymundo) José Sánchez Rojas, haciéndolo de esta manera21:


Hay muchos pueblos, Valladolid, Salamanca, Sevilla, Madrid, que conservan la huella del paso de Cervantes; pero Alcalá guarda el hábito de su niñez y de sus primeros recuerdos inconscientes. Su prosa lleva el murmullo del Henares, y su recuerdo, el dolor de la añoranza de sus primeros pasos por la vida. Hay en sus trazos y apuntes de paisaje, apuntes y trazos de Alcalá; de sus mesones, de sus posadas, de sus casas de trato llano y eterno concierto de la llanura, con el verdor de las márgenes del río y el tono de sus [palabra ilegible] y pardos.


Amado Nervo, el conocido poeta mexicano que tanto amor sintiera por España, no sólo residió en nuestro país en su calidad de representante de su gobierno, sino que también escribió aquí parte de sus obras. Una de ellas es la que lleva por título Por tierras de Castilla, fechada en Madrid en 1913 e incluida en sus Crónicas de viaje22. Se trata de la descripción del viaje que el poeta hizo a las ciudades de Ávila y Guadalajara, y fue con motivo de la segunda de estas etapas donde cuando Nervo hizo una de las más líricas descripciones del Henares que conozco. Puesto que el viaje de Madrid a Guadalajara lo hizo en tren, a poco de salir de la estación se encontró con el curso del Henares, el cual cruzó por el antiguo puente árabe. Leamos sus palabras23:


De la estación la carretera bordeada de olmos nos conduce, ondulante y en suave ascenso, a la ciudad. (...) Hay troncos que deben medir dos metros de circunferencia. Yérguense derechos, poderosos, con no sé qué de monacal en el aspecto. Para que el encanto sea mayor, el Henares, que lamió ya el caserío de la antigua Compluto, patria de Cervantes, aquí corre límpido, luciendo sus cristales de un verde profundo, en el fondo de un cauce que recuerda el del Tajo, aunque en éste no hay bravas rocas, sino taludes de tierra roja, que con facilidad se desmoronan.

(...)

Después de precipitarse rápido y rizado bajo los amplios ojos de un puente que creíamos hecho de maciza y compacta piedra de Ontoria, el Henares mueve, merced a un caz, un molino, y va a fertilizar un valle riente y amable que no tiene ninguna esquivez castellana.


Aquí Amado Nervo incurre en un error al afirmar que el Henares de Guadalajara había pasado ya por la ciudad de Alcalá, cuando es evidente que ocurre justo al contrario; mas este pequeño desliz es perfectamente disculpable teniendo en cuenta el notable valor literario de este fragmento. No acaban aún las referencias del poeta al río ya que, luego de visitar Guadalajara, éste retornará a la estación con objeto de tomar el tren de vuelta a Madrid. A esta segunda ocasión en la que cruzó el Henares pertenece el siguiente comentario24:


Paso el Henares, que corre cantando sobre su lecho rojo, y doy un adiós a mis olmos -¡ya digo míos!-, a mis monacales olmos sosegados, apacibles, serenos y mansos como mi espíritu.


Lamentablemente los olmos que tanto gustaran a Amado Nervo son ya sólo historia. Le llega ahora el turno al periodista y conferenciante Eugenio Noel, nacido en Madrid en 1885 y fallecido en Barcelona en 1936, el cual realizó una visita a Alcalá en 1917, fruto de la cual fue el artículo titulado Ante el sepulcro de Cisneros en Alcalá de Henares, recopilado siete años más tarde en su libro España nervio a nervio. A este artículo pertenece el siguiente fragmento25:


Un buen paseo el de esta mañana río adelante frente a los collados de Gebel Zulema y entrando audazmente en los bosquecillos de las fincas que han acotado casi toda la orilla derecha del Henares. ¿En qué pensar por estos sitios si no es en Cervantes?


También de Eugenio Noel es esta frase dedicada al Henares, fruto sin duda del mismo viaje pero no publicada en el anterior artículo:


Debía mover en verso las ruedas de los molinos que se cobijan en sus márgenes.


Bella frase digna realmente de un escritor clásico. Pasamos ahora a la obra de Enrique de Mesa, un poeta español caracterizado por su gran lirismo nacido en Madrid en 1878 y fallecido en esta misma villa en 1929. Este escritor dedicó una poesía a la ciudad de Alcalá, titulada precisamente Alcalá de Henares. A ella pertenecen estas dos estrofas26:


Ambiente claro de ciudad latina.
Riberas del Henares.
Ríe al sol la llanada alcalaína:
sembraduras, viñedos y olivares.

(...)

¡Caminar entre chopos,
del río en la ribera,
leyendo a Erasmo y corrigiendo tropos
bajo un gayo verdor de primavera!


Corría la década de los años veinte cuando José Ortega y Gasset, el gran filósofo español, recorrió la ruta del Cid remontando el Henares. De este viaje nos dejó el siguiente comentario en sus notas referente a la impresión (no demasiado optimista, por cierto) que le causara nuestro río allá por las tierras altas de Sigüenza27:


Entre chopos y olmos sigue la carretera el curso del Henares -un hilo imperceptible de agua que corre por un caz-. A ambos lados, unas pobres huertas lo ocultan con sus mimbreras.


También de los años veinte, concretamente de 1922, proviene la cita de Corpus Barga, seudónimo del escritor Andrés García de la Barga, extraída de un artículo titulado En tierras del Jarama que fue publicado inicialmente en el periódico El Sol dentro de una sección titulada De soslayo. Paseos por Madrid, En él se describe una excursión realizada por el autor por las tierras cercanas a Alcalá situadas entre los ríos Jarama y Henares, en compañía nada menos que de Pío Baroja y José Ortega y Gasset28:


Una curva y parece que acaba de caer un pueblo del cielo. Ha caído bien. El campanario español sabe llevar el caserío, como el hombre sabe llevar la capa. ¿He dicho español? Se llama Ajalvir. Hay moros en la costa. Volvemos. Los alcores de Alcalá están sangrando en el Henares.


De 1928 es la novela que lleva por título De capellán a guerrillero, obra de Diego de San José29. Esta obra, ambientada tanto en Alcalá como en la provincia de Guadalajara, contiene varias referencias al Henares, la primera de las cuales aparece en el capítulo III, que lleva por largo título En donde se cuenta la rara e incógnita aventura de las tres hermosas hambrientas de la manzana que perdió a Eva, en el cual se relata la venida de un viajero de Madrid a Alcalá, donde se encuentra con un amigo suyo llamado don Marcos30:


Don Marcos de Salinas prestaba su vecindad a la metrópoli del saber, porque siendo la patria de su nacimiento poseía en ella un regular patrimonio, que con el fin de atenderle mejor, por aquello que dice el refrán de “Hacienda, tu amo te vea o si no que te venda”, pasábase en las márgenes del Henares largas temporadas, y siendo, como parece que era, gran andador, entretenía sus ocios en dar grandes paseos hasta los lugares circunvecinos.


Más tarde, en el capítulo IX que lleva por título En el que se da cuenta de una truchada y se trae a plaza, por vía de entrenamiento, la historia de un ventero que fue sopista en Alcalá, leemos la descripción de la fiesta en un pueblo de la provincia de Guadalajara31:


Al siguiente día, como colofón de la fiesta, y queriendo el buen párroco mostrar a su hermano algo típico de aquellos alrededores, convidó a éste, a su futura, al maestro de escuela y al alcalde a cierta venta que había entre Miralcampo y Alcalá, que tenía especialísima y merecida fama en servir las truchas fritas y recién pescadas en las claras linfas del Henares.


La verdad es que, contaminación aparte, el Henares siempre ha sido, salvo en su primer tramo, un río de llanura y como tal de aguas más bien tirando a turbias, mucho más dado a los barbos y a las carpas que a las exigentes truchas... Licencia literaria, supongo. Veamos cómo continúa este capítulo32:


Como la venta estaba puesta en la misma margen del camino, constantemente era frecuentada por corsarios y carromateros, y así, para que don Fabricio y sus amigos estuvieran con más comodidad e independencia de la ordinaria parroquia, pasóles a un huertecillo que, por la vecindad del río y el esmero con que le cuidaban sus amos, un verdadero rincón del Paraíso parecía.


Y también33:


En verdad que don Fabricio no había hablado con exageración de la excelencia de las truchas del Henares y de la maestría de la señora Paz en freírlas y escabecharlas -que de las dos maneras las comieron sus mercedes...


Concluye el capítulo con este romance estudiantil34:


Tan dispuesta está mi alma
a divertirse y a holgarse,
que tengo por más difícil
el que entre en ella un desaire
que vaya a la mar directa
la corriente del Henares.


Pasamos, por último, al capítulo X de esta obra, también de largo título puesto que se llama En el que prosigue la novela del estudiante trocado en ventero, con la siguiente cita extraída de la misma35:


Cuando los excursionistas a las márgenes del Henares entraban en el pueblo ya era casi noche cerrada; las yuntas venían de la labor y los ganados recogíanse a los corrales.


Al llegar a este punto hemos de recordar la obra de un alcalaíno universal, Manuel Azaña, importante político y excelente escritor, empezando por su conferencia Los días del Campo Laudable36, que impartió en el Ateneo de Madrid el 27 de mayo de 1915. Esta conferencia no fue publicada en vida de Azaña y durante mucho tiempo permaneció inédita, ya que formaba parte de los escritos robados por la Gestapo en Francia en 1940, descubiertos casualmente en dependencias policiales en 1984 y publicados en 2007, junto con los textos ya conocidos y los tres cuadernos de sus diarios robados en 1936 por un diplomático del consulado de Ginebra, recuperados en 1996, en la monumental edición de sus Obras completas realizada por Santos Juliá.

Conforme a la distribución cronológica seguida por el editor Los días del Campo Laudable pertenece al primero de los siete tomos, que recoge sus obras de juventud y primera madurez escritas entre 1897 y 1920. Es una conferencia razonablemente extensa -ocupa dieciséis páginas en la edición de Juliá- en la que nos encontramos con el Azaña más íntimo describiendo con cariño a su ciudad natal al tiempo que se lamenta de la postración social en la que se encontraba, víctima no sólo de los avatares de la historia sino también de los poderes fácticos de su época, a los que un regeneracionista como él sólo podía ver, y no sin razón, como enemigos del progreso. Obra, en definitiva, fundamental para dar luz sobre la compleja y muchas veces mal entendida actitud de Azaña frente a Alcalá, que lejos de ser desdén u odio, como defienden algunos, a mi modo de ver fue el resultado de su frustración ante la impotencia de la ciudad para encaminarse hacia la modernidad perdiendo de nuevo el tren de la historia.

Aunque la temática de la conferencia es merecedora de un estudio pormenorizado, en esta ocasión me voy a limitar a reseñar las frecuentes referencias al Henares que aparecen en ella, comenzando por la propia introducción37:


Hace ya bastantes años -no quiero saber cuantos- algunos adolescentes se solazaban una mañana de abril orillas del río Henares.


Gracias a las referencias posteriores sabremos que se encontraban en el Juncal junto a la desembocadura del Camarmilla, un paraje que yo llegué a conocer prácticamente igual a como lo describe Azaña, aunque hoy se encuentra prácticamente irreconocible y aislado de la ciudad por la barrera infranqueable de la carretera M-300. Más adelante, vuelve a ser citado el río38:


Jugaban los adolescentes en la ribera y su maestro piadoso mirándolos correr y saltar, no los veía. Su atención estaba lejos. Se había sentado el maestro en un sillar al borde del acirate, allí donde la tierra plana se quiebra de pronto y se hunde casi a pico para formar el cauce del río. Una fuente humilde, agobiada por el terreno que sin cesar sube, vierte a ras de suelo y envía al Henares un tenue caudal de agua.


La fuente citada es la de la Salud, que mana en el mismo talud de la ribera y hoy se encuentra en un lamentable estado de conservación. Continúa Azaña39:


Desde su asiento podía el maestro abarcar la gloriosa campiña. Barrancos amarillos, cerros de légamo y yeso, sin árboles ni verdor alguno la envuelven por el sur; al pie de esta muralla el Henares traza un arco muy tendido y la socava. Es allí el río como el brazo de un atleta esforzándose por contener la desolación que se aproxima y en apartarla lejos, para defensa de la vega. Al fondo, el perfil de la ciudad cierra el horizonte, y hacia el norte, por encima de los alcores, alza la sierra en la lejanía, sobre un lecho de blandas nubes, su cumbre cana.


Sería realmente difícil describir los alrededores de Alcalá con mayor precisión y lirismo. Pasa ahora Azaña a hacer una disquisición someramente histórica del remoto pasado complutense40:


Vuestros abuelos más remotos vivían, en los tiempos anteriores a la erudición, sobre la cumbre de ese cerro que hoy llaman de San Juan. El río era el foso natural de tan empinada madriguera. (...) Nosotros vemos esa colina, que en su fría desnudez palidece bajo el sol de invierno o se tiñe de oro y carmín en los crepúsculos de primavera, sola y despierta, plantada entre las vegas de Henares y Jarama, como un altar sin culto, abandonado por sus sacerdotes.


Y añade41:


La tierra modeló aquí al hombre a su imagen y semejanza. Busquemos la prueba en el contraste entre el valle del Henares y la otra margen del río, donde comienza la Alcarria, un país de epopeya. Son dos mundos distintos.


Acto seguido Azaña reflexiona sobre la triste Alcalá de su infancia, donde cualquier intento de modernización y de progreso era aplastado por la oligarquía caciquil tal como ocurría en buena parte de las poblaciones españolas de la época de la Restauración, a la que contrapone al revulsivo que supuso, cinco siglos atrás, la llegada del Cardenal Cisneros y la transformación radical de la entonces todavía villa42:


El nombre de aquel fraile que vino de otras tierras y supo trasfundir su alma calcinada por la fe en los descuidados hijos de esta vega del Henares, yo os lo voy a decir si es que no lo adivinasteis: Se llamaba Jiménez de Cisneros, de quien D. Francesillo de Estúñiga en las primeras líneas de su Crónica escribe que “parecía galga envuelta en manta de jerga”.


Concluyen las citas extraídas del texto de la conferencia con el colofón en el que relata el triste final del maestro protagonista, probablemente inspirado en un personaje real, condenado al ostracismo por una sociedad que no supo, o no quiso, desprenderse de los lastres del pasado apenas velados por el mustio barniz de su gloriosa historia43:


Sobre el oro bruñido del ocaso los cipreses del cementerio recortaban sus perfiles rígidos. La luna llena ascendía por el cielo cárdeno de oriente, mirando el mundo muerto, cuajado bajo una luz amarilla y fría... En esta hora de martirio el viejo Henares, desperezándose en su lecho, entonaba impasible su canción, la canción del eterno olvido sobre las ruinas que el Campo Laudable ha ido viendo pasar.


Publicada entre 1921 y 1922 en la revista La Pluma para ser luego editada como libro en 1927, su novela El jardín de los frailes44 resulta ser una magnífica descripción de sus recuerdos adolescentes y, como tal, un lúcido retrato de la sociedad alcalaína y española de su tiempo. Y así, no hay que esperar demasiado para encontrarnos con esta primera descripción de la Alcalá de su infancia45:


Había capellanes de escopeta y perro, o que imitaban al pie de la tierra la vocación de los apóstoles pescando barbos en el Henares, curas de rebotica y algunos goliardos.


Más adelante hablará de la antigua tradición, hoy desaparecida, de la fiesta de San Blas46:


Instaurar la vacación de San Blas en los claustros alcalaínos fue contagio dimanante de la gran villa de Meco, que a simple vista levanta la mole de su iglesia al borde del alcor y se asoma al valle donde el Henares decrépito, carraspea y dormita.


Siguiendo con sus descripciones de la tierra que le viera nacer, Azaña llega a comparar la primavera alcalaína de su infancia con la de la villa de El Escorial, lugar en el que realizó sus estudios, caracterizando con las siguientes palabras el misterio de esta estación47:


Misterio nunca sentido en la primavera del campo sin montaña por donde va el Henares: la vena del río, sonante en invierno; un festón de negrillos al pie de escabrosos pastizales; la sierra esculpida en nácar, en ópalo, no tan próxima que agobie ni tan lejos que no sea límite; la gleba dócil, abierta, loada por los hombres que han cumplido sobre ella el rito de sembrar; y entre el alcor y el río, la vega armoniosa, reparo de imaginaciones desmandadas.


Pero es un hecho cierto que la fértil mente infantil tiene tendencia a idealizar la realidad, realidad que suele mostrarse mucho más prosaica al contemplarla, pasados los años, con los ojos de un adulto48:


¿O será la calma de esos lugares un engaño, un recuerdo falso? Quisiera saberlo y no puedo. (...) Desde la cuesta -verdor reluciente en los pastizales que se desploman sobre el río-, la campiña y la vega humean y se desperezan en el deshielo matutino, heridas por el sol tardío del invierno. Vellones copudos se despegan del suelo, se estiran sobre el cauce, se rasgan en la leña negruzca de la chopera. Por los surcos nuevos expira la tierra un vaho entrañable; toda brilla y se estremece. E invaden el silencio de la hora más alta, consagración del día, el fragor de un molino, el estrépito del Henares embravecido.


También tiene Azaña un recuerdo para la dulzura del otoño alcalaíno, sin duda la estación más agradable de la dura climatología castellana49:


Datan de aquella edad mis correrías por entrambas riberas del Henares: La Alcarria, bermeja y torreada, abundante en historias que suspiran por un narrador, y la Campiña, tan árida que un girasol la decora, ven cumplirse en el comienzo del otoño un rito muy antiguo, bajo diverso nombre asociado de religión en religión al disfrute de los campos. La lluvia lenitiva de septiembre restaura la blandura y cobra el suelo alegre paz y amenidad muy suave.


Evidentemente en esta descripción de retazos alcalaínos no podía faltar un recuerdo a la Virgen del Val, la patrona de la ciudad50:


Se aparece la Virgen a un pastor y Alcalá se la apropia. Una imagen de María se reveló en las alamedas del Henares. Llevada a la Magistral, la imagen huyó al sitio de su Epifanía. Traída de nuevo, volvió a fugarse. Leyeron los intérpretes la voluntad de nuestra Señora: tener culto en la floresta donde se había manifestado: eso quería. La ciudad urdió una componenda; fabricó la ermita y puso en ella un traslado de la imagen aparecida. Las potestades celestes no insistieron: aceptan ese arbitrio del espíritu legista, herencia de Roma.


Terminado el estudio de El jardín de los frailes continuamos con la obra de Manuel Azaña, concretamente con una cita extraída del discurso que pronunció en el Frontón Central de Madrid el día 14 de marzo de 1933 y en el cual Azaña se lamenta amargamente, auxiliado por las añejas palabras del también alcalaíno arcipreste de Hita, del estado de postración en el que se encontraba la España de su tiempo51:


Han pasado los siglos, señores, y yo también he ido, como si dijéramos, “a sembrar avena loca orilla el Henares”; y la he sembrado.


Una de las obras más conocidas de Manuel Azaña son sus Memorias políticas y de guerra52, donde vierte sus impresiones sobre la torturada España que le tocó en suerte vivir. También aquí recuerda Azaña al río que riega su ciudad natal de la siguiente manera53:


Un momento, la visual enfila el cauce del Henares, en un tramo recto, cuando sale entre filas de chopos de la curva perezosa de la Rinconada. Antes se ha desbaratado en el estruendo de las presas (la presa del Colegio, la presa de la Pintora, la presa de los Garcías...) y canta, en la luz de estos soles de plata, la canción inmemorial de los molinos.


Bella frase con la que don Manuel recordaba probablemente pasadas excursiones infantiles. Continúa luego el autor con un relato en el que describe cómo se ve obligado a remontar el valle del Henares debido a los avatares de la guerra, volviendo a citar el nombre de este río, esta vez en tierras de Guadalajara54:


Dejamos los coches en los alrededores de Trijueque y fuimos a un observatorio, al borde de la meseta, desde donde se descubría un vasto panorama. Las cuestas que bajan al valle del Henares, y todos aquellos campos en lo hondo, parecían sin relieve, alisados, bruñidos por la distancia. Todo desierto. Humanes, Hita...


La inconclusa novela que lleva por título Fresdeval bien puede ser considerada la obra póstuma de Manuel Azaña; iniciada en 1931 e interrumpida en varias ocasiones, aún trabajaría en ella Azaña hasta poco antes de su muerte, ocurrida en 1940 en el exilio francés. La novela quedó finalmente sin terminar e inédita en España -aunque en 1966 se publicó de forma incompleta en México- hasta que, a raíz del hallazgo en 1984 del original de la misma entre los documentos de Azaña sustraídos por la Gestapo en el mismo año de su muerte, se pudo realizar tres años más tarde una edición crítica de la misma55. Esta edición, que consta de los dos primeros capítulos completos, de los fragmentos del tercero y de toda una serie de variantes sobre el texto original realizadas por el propio Azaña, resulta ser una importante contribución al estudio de la obra literaria del político alcalaíno, muy oscurecida hasta hace muy pocos años a causa de la proscripción que del mismo y de su obra hiciera el régimen franquista una vez terminada la guerra civil.

Fresdeval, al igual que ocurre con El jardín de los frailes, es una novela ambientada en la Alcalá que Azaña conoció en su infancia, aquella pequeña ciudad amada y a la vez en cierto modo odiada por el que luego fuera presidente de la República Española; una ciudad que curiosamente no es citada ni una sola vez por su nombre en todo el texto, aunque resulta inequívocamente identificada merced a las abundantes referencias a la misma que jalonan toda la obra... Una Alcalá que experimenta, en forma curiosa, la ficticia inclusión en sus alrededores del antiguo y ruinoso monasterio de Fresdeval, monasterio que nunca llegó a existir en el lugar -la comarca complutense- donde lo ubica Azaña, aunque sí está copiado de uno real -el de Fresdelval- existente allá por tierras de Burgos. Sin embargo, la maestría de Azaña logra que el imaginario cenobio se engarce plenamente con toda una serie de fidedignas descripciones del auténtico entorno alcalaíno, entorno en el que lógicamente estará incluido con frecuencia el propio río Henares.

De forma similar a lo que sucede con la ciudad Azaña cita al Henares por su nombre tan sólo en una ocasión, limitándose en el resto de ellas a llamarlo el río muy en consonancia con el sustantivo que habitualmente se ha empleado siempre en Alcalá; un río que, no obstante, resultará muy familiar en sus descripciones a todo aquél que conozca lo suficiente la geografía complutense, razón más que suficiente para que sus citas sean recogidas aquí. Y así, a modo de introducción, nada mejor que esta bella descripción de un anochecer alcalaíno56:


El sol quería gallear; en su pronta muerte, el aire tiritó con regocijo. La tierra calma parecía exhausta en su mortaja amarilla: simiente caída de las brozas, abierta por la lluvia, daba olor. (...) Una lumbrada alzó en la falda de la sierra su columna roja: era su norte esta seña del frío y por su rumbo halló una posición en la soledad donde andaba perdido: la iglesia de la Humosa blanca en un cerro de arcilla, la iglesia de Meco, que se antoja enorme y empolla casas diminutas, y a otra parte, flechada en el oro del poniente, la torre de Ajalvir.

(...)

La luz prestigiosa curaba de realismo la forma concreta de los cerros, la visual de la llanura, las alamedas del río, prestándoles con mágica virtud lo que no tienen: misterio, tenuidad.


Es un hecho cierto que cualquier acontecer de la vida cotidiana, por muy nimio que éste sea, puede siempre ser relatado en forma idealizada por cualquier escritor que cuente con la suficiente maestría para hacerlo; y a modo de muestra, veamos cómo describe Azaña el baño en el río de las mozas de los barrios populares -una manera elegante de decir suburbios- de la Alcalá de principios de siglo57:


Mujeres desnudas surgían en la huerta, se bañaban, jugando con el agua del estanque y, tendidas sobre el pradecillo de los cipreses, el sol les enjugaba la piel ambarina de la grupa y los muslos. Las márgenes del río se poblaban de ninfas calenturientas.


Azaña, buen conocedor según propia confesión de las riberas del Henares, nos deja descrita con estas precisas palabras la zona que circunda la cuesta del Zulema58:


Anduve su camino, pasé el puente, subí la cuesta. Nadie. La carretera trepa en zig-zag. A una mano el barranco, a otra, un murallón de tierra, más alto que cuatro hombres. Tan pronto tienes el barranco a la derecha, tan pronto a la izquierda, según las revueltas. No se puede dejar la carretera. (...) Como a trescientos metros de la casilla de peones me senté. (...) Junto a mí comenzaba un rápido declive, que a unos veinte pasos concluía en un corte afilado, una terrera a plomo sobre el río, que la socava y la derrumba en paredones.


No mucho después hace una nueva incursión en la Alcalá popular al describir el ambiente del barrio de la Pescadería, refugio entonces de las clases bajas alcalaínas59:


Olor de las parvas, vaho caliente del río en los agostos, extenuado el caudal en su lecho de guijo; olor de la vendimia, luego de llover, cuajado de avispas el rayito de sol que dardea las uvas del lagar; lumbres de leña a prima noche, corriente el mes de las ánimas; soles de invierno, brillo azul, fría blancura, desleídas en vapor las formas garapiñadas de escarcha; fragor del río, alto y rotundo, despeñando en la presa la ruidosa canción de sus espumas...


Una página más adelante encontramos un comentario acerca del trabajo de Bruno Budia, juez municipal, y de su relación con los habitantes de los barrios populares alcalaínos60:


Una sola familia le da guerra; la mujer del Tambor y sus cuatro hijas, las Cantarinas, que en la buena estación alegran las alamedas del río y los baños cenagosos del río mismo con su desgarro lúbrico.


Las tertulias y el olor del río... Dos elementos importantes en la vida alcalaína de entonces y hoy prácticamente desaparecidos, las unas a causa de la modificación de las costumbres sociales y el otro víctima de la contaminación y el alejamiento de la ciudad con respecto al río que le presta su nombre. Pero en tiempos de Azaña, y aún bastante después, tales costumbres continuaban vivas tal y como queda reflejado en el siguiente párrafo61:


Se juntaban en tiempo áspero al arrimo de la lumbre, los días caniculares en el zaguán oscuro, entornados los portones, entre corrientes, al filo de un airecillo que enjuga el sudor y serena el agua de los cántaros, y las mañanas de invierno, narcotizados de sol, o los anocheceres del verano, respirando mal la marca pegajosa del río, de puertas afuera, sentados en bancos de piedra, contra la pared de la posada.


Una única vez, como ya quedó comentado, cita Azaña al Henares por su nombre, aunque curiosamente no se trata de un comentario concreto como en los casos anteriores sino que resulta ser una alusión indirecta. Leámosla62:


El rey nuevo otorgó al mayorazgo y su prole, hasta hacerse cobro de tales cuantías, el disfrute de cinco bosques, propios de unos pueblecitos enclavados entre el Tajo y el Henares.


El rey nuevo era Felipe V, primero de los Borbones y entronizado en España tras vencer en la guerra de Sucesión a su rival el archiduque Carlos de Austria; el mayorazgo, centrándonos ya en la novela luego de esta breve incursión histórica, correspondería a la familia de los Anguix, protagonistas principales de la misma. Pero sigamos con nuestro estudio. Parte consustancial de la Alcalá moderna han sido sus cárceles, instaladas en el siglo pasado en varios de los antiguos edificios universitarios y trasladadas hoy a las afueras de la ciudad; puesto que Azaña nos dejó en todas sus obras -y también en Fresdeval- un retrato fiel de la Alcalá de su tiempo, no podía faltar aquí un recuerdo a la vetusta prisión, ahora flamante Parador de Turismo, de la calle de Santo Tomás63:


La planta baja del penal abría, si puede decirse, algunas ventanas bien enrejadas sobre la calle de las afueras que conduce a los sotos y alamedas del río.


De nuevo volvemos a encontrar, más adelante, otra descripción del paisaje alcalaíno64:


Bruno Budia, patidifuso en la cabalgadura, solía subir a la meseta del Viso. Mozo aún, ya conoció al dedillo los recovecos y tajos del camino, enriscado entre barrancos, tendido como sierpe desde el valle a las viseras. Saber a fondo sus peligros le valió de juez, años más tarde, situar la muerte de Zenón de Anguix, junto a un borde sobre el río.


Alcalá, ciudad viajera: un hecho resaltado por numerosos escritores alcalaínos que también nos recuerda Azaña65:


Nuestra ciudad no se extiende, ni pulula, ni enjembra: se traslada, toda entera. Pasito a paso, en veinticinco siglos ha caminado tres cuartos de legua. No es vertiginoso. Y al tiempo que anda, disimula el rastro. Primero en el alto Viso, a plomo sobre el río, donde la hallaron las legiones de Craso; más tarde en la ribera, derrocados los dioses indígenas por los dioses latinos, la tierra se traga las formas ya vacías de la ciudad andante.


Para finalizar con Fresdeval, y con este capítulo, ya en la parte del libro correspondiente a las variantes encontradas en las distintas versiones de los manuscritos nos encontramos con una nueva referencia al asesinato de Zenón de Anguix, ocurrido en los barrancos del Zulema66:


Los peritos dijeron que había muerto de una puñalada en el corazón. Le amarraron una piedra a los pies, y lo echaron al río. El cadáver apareció, pocas semanas después, contra la presa de los Catalanes.




NOTAS


1 Revista INSTANTÁNEAS. Álbum del año 1901. La patria de Cervantes. Madrid, 1901.

2 OLMEDILLA, Joaquín. Op. cit., pág. 6.

3 CASTELAR, Emilio. Op. cit., pág. 10.

4 RUBIO, Federico. Op. cit, pág. 12.

5 BALAGUER, Víctor. Op. cit., pág. 17.

6 PALACIO, Manuel del. Op. cit., pág. 18.

7 PALAZUELOS, Vizconde de. Op. cit., pág. 19.

8 JACKSON VEYAN, José. Op. cit., pág. 32.

9 IGLESIAS, Santiago. Op. cit., pág. 33.

10 ANÓNIMO. Op. cit., pág. 42.

11 SÁNCHEZ CONESA, José. Op. cit., pág. 46.

12 BAROJA, Pío. Sigüenza. Publicado en El Imparcial (Madrid, 2-12-1901). Citado por José Serrano Belinchón en Guadalajara en la literatura. Col. Scripta Academiae, nº 5. Guadalajara, 1996. Pág. 108.

13 UNAMUNO, Miguel de. De mi país. Col. Austral, nº 336. 6ª edición. Ed. Espasa-Calpe. Madrid, 1975.

14 Op. cit., pág. 63.

15 Op. cit., pág. 65.

16 Op. cit., pág. 66.

17 WILLIAMS, Leonardo. Castilla. Madrid, 1904. Leonardo Williams, editor. Pág. 179.

18 Op. cit., pág. 180.

19 NAVARRO Y LEDESMA, Francisco. El ingenioso hidalgo Miguel de Cervantes Saavedra. Madrid, 1905. Capítulo primero; Patria-padres-nacimiento-bautizo. Pág. 1.

20 RÉPIDE, Pedro de. Citado por Anselmo Reymundo en Datos históricos de la ciudad de Alcalá de Henares. Pág. 18.

21 SÁNCHEZ ROJAS, José. Citado por Anselmo Reymundo en Datos históricos de la ciudad de Alcalá de Henares. Pág. 1062.

22 NERVO, Amado. Por las tierras de Castilla. Obras completas, T-I. Col Grandes Clásicos. Ed. Aguilar. México, 1991.

23 Op. cit., págs. 1420-1421.

24 Op. cit., pág. 1424.

25 NOEL, Eugenio. España nervio a nervio. Col. Austral, nº 1.327. Ed. Espasa-Calpe. Madrid, 1963. Pág. 229.

26 MESA, Enrique de. Antología poética. Col. Austral, nº 223. Ed. Espasa-Calpe. Madrid. Págs. 50-51.

27 ORTEGA Y GASSET, José. Notas. Col. Universal. Ed. Espasa-Calpe. Madrid, 1936. Pág. 19.

28 CORPUS BARGA. Paseos por Madrid). Col. Azanca de narrativa contemporánea, nº 25. Ed. Júcar, 1987. Pág. 26.

29 SAN JOSÉ, Diego. De capellán a guerrillero. Ed. Renacimiento. Madrid, 1928.

30 Op. cit., pág. 32.

31 Op. cit., pág. 105.

32 Op. cit., págs. 107 y 108.

33 Op. cit., pág. 110.

34 Op. cit., pág. 123.

35 Op. cit., pág. 133.

36 AZAÑA, Manuel. Los días del Campo Laudable. Obras completas, volumen I. Edición de Santos Juliá. Ministerio de la Presidencia. Secretaría General Técnica. Centro de Estudios Políticos y Constitucionales. Madrid, 2007.

37 Op. cit., pág. 235.

38 Op. cit., pág. 235-236.

39 Op. cit., pág. 236.

40 Op. cit., pág. 237-238.

41 Op. cit., pág. 241.

42 Op. cit., pág. 244.

43 Op. cit., pág. 249.

44 AZAÑA, Manuel. El jardín de los frailes. Col. Libro de Bolsillo, nº 801. Sección Literatura. Alianza Editorial. 2ª ed. Madrid, 1982.

45 Op. cit., pág. 21.

46 Op. cit., pág. 60.

47 Op. cit., pág. 116.

48 Op. cit., pág. 117-118.

49 Op. cit., pág. 124.

50 Op. cit., pág. 127.

51 AZAÑA, Manuel. Citado por Emiliano Aguado en Don Manuel Azaña y Díaz. Col. Biblioteca de la historia de España, nº 3. Ed. Sarpe. Madrid, 1986. Pág. 43.

52 AZAÑA, Manuel. Memorias políticas y de guerra. Tomo II (1936-39). Col. Temas Hispánicos. Ed. Crítica. Barcelona, 1978.

53 Op. cit., pág. 375.

54 Op. cit., pág. 377.

55 AZAÑA, Manuel. Fresdeval. Edición a cargo de Enrique Rivas. Ed. Pre-textos. Valencia, 1987.

56 Op. cit., pág. 22-23.

57 Op. cit., pág. 50-51.

58 Op. cit., pág. 65.

59 Op. cit., pág. 80.

60 Op. cit., pág. 81.

61 Op. cit., pág. 83-84.

62 Op. cit., pág. 97.

63 Op. cit., pág. 184.

64 Op. cit., pág. 215.

65 Op. cit., pág. 220.

66 Op. cit., pág. 291.





Publicado en el volumen X (1998) de los Anales Complutenses
Actualizado el 21-11-2021