Alcalá en L’Espagne pittoresque, artistique et monumentale,
de M. de Cuendias y V. de Féréal





Leyendo el interesante libro Imperiofobia y leyenda negra1 de María Elvira Roca Barea encontré una referencia a uno de tantos libros de viajeros extranjeros que visitaron España dejando escritas sus visiones de nuestro país, atinadas unas y cuestionables las más, sobre todo las correspondientes a un siglo XIX en el que perdimos el tren del progreso y muchos visitantes foráneos, en especial los franceses, llegaban imbuidos de unos prejuicios, ciertos tan sólo en parte, que les impelían a buscar una España exótica y pintoresca, en buena parte inexistente pero capaz de implantar en el imaginario colectivo tópicos como la Carmen de Prosper Mérimée, inmortalizada por Georges Bizet, o frases tan despectivas como África termina en los Pirineos; un país, en definitiva, falsamente ajeno al progreso de sus principales vecinos europeos.

El libro en cuestión se titulaba L’Espagne pittoresque, artistique et monumentale. Moeurs, usages et costumes (La España pintoresca, artística y monumental. Hábitos, usos y vestimentas), había sido editado en París en 1848 y aparecía firmado por M. de Cuendias y V. de Féréal e ilustrado con grabados de Célestin Nanteuil. María Elvira Roca no ponía demasiado bien a los autores por las razones anteriormente expuestas, añadiendo que ambas firmas eran en realidad sendos seudónimos bajo los que se ocultaban respectivamente Manuel Galo de Cuendias, un liberal español exiliado en Francia, e Irène de Suberwick, una de las pioneras que en el siglo XIX comenzaron a romper la férrea barrera que separaba a los hombres de las mujeres al precio, eso sí, de tener que realizar sus viajes ataviada con vestimentas masculinas y firmar con un seudónimo correspondiente asimismo a este sexo; nada distinto de lo que tuvieron que hacer otras contemporáneas suyas como George Sand o Fernán Caballero, por poner tan sólo dos ejemplos.

En realidad tampoco está completamente clara esta atribución, ya que otros investigadores defienden que Víctor de Féréal sería en realidad Célestin Nanteuil, o bien un autor anónimo acogido a lo que sería un seudónimo colectivo. En cualquier caso, poco importa la verdadera autoría de cara a nuestros propósitos.

Aunque María Elvira Roca no precisaba la ruta seguida por estos viajeros, ni yo tenía tampoco el menor indicio de su posible paso -o no- por Alcalá, me puse a husmear por internet descubriendo que el libro se podía descargar en formato electrónico... y en la edición original francesa, puesto que nunca ha llegado a ser traducido al español. Por fortuna, y aunque mis conocimientos de este idioma son bastante limitados, su estilo era lo suficientemente sencillo como para que pudiera leerlo, descubriendo con satisfacción que, en efecto, había una breve referencia a Alcalá.

Así pues, creo poder afirmar que este artículo constituye una primicia, ya que como acabo de decir el libro de Cuendias y Féréal -respetemos los seudónimos- nunca ha sido traducido al español ni editado en España, y ni tan siquiera alguien tan minucioso como Pedro Ballesteros, a quien sin duda le hubiera gustado conocerlo, lo recogió en sus trabajos sobre los viajeros extranjeros que visitaron nuestra ciudad.

Puesto que dadas las circunstancias me he visto obligado a realizar yo mismo la traducción, he optado por reproducir también el texto original como modo de evitar, o cuanto menos paliar en lo posible, la inevitable tergiversación del texto original resumida por los italianos en la contundente frase traduttore, traditore. De esta manera si alguien tiene mayores conocimientos de francés que yo, algo nada difícil por cierto, podrá recurrir a la fuente original evitando así mis posibles gazapos; y si de paso me ayudara a corregirlos, pues miel sobre hojuelas.

Pasemos a describir el libro o, mejor dicho, la parte del libro que nos interesa. El recorrido que hacen nuestros personajes comienza en Cantabria -ellos consideran como tal a las actuales provincias de Navarra, las tres vascas y Cantabria propiamente dicha-, continúa por Asturias y Galicia, pasan a Castilla la Vieja, de allí a Castilla la Nueva, la Mancha, Andalucía, Valencia y Murcia, Cataluña, Aragón y de nuevo Navarra, donde concluyen su periplo por España.



El capítulo donde aparece Alcalá es el IV, dedicado a Castilla la Nueva o, mejor dicho, a la segunda sección de éste, encabezada por un hermoso grabado del palacio del Infantado -es una lástima que Nanteuil no eligiera un edificio alcalaíno- y complementada a imitación de una letra capital por un dibujo de menor tamaño y temática quijotesca en claro guiño a la Mancha dado que está estructurada en los epígrafes Toledo - La Mancha - Sierra Morena - Mirando hacia atrás. Tal como se puede apreciar -los viajeros parten de Madrid- ésta no es una ruta que pase precisamente por Alcalá, y de hecho ellos mismos lo advierten:


Si ustedes lo desean, diremos algunas palabras sobre dos ciudades bastante importantes cerca de Madrid y que probablemente no tendremos tiempo para visitar: hablaremos sobre Guadalajara y Alcalá.


Lo que induce a pensar, y todavía más tras leer las respectivas descripciones, que efectivamente no la debieron visitar limitándose a hablar de ellas de oídas o bien a copiar de algún libro que cayera en sus manos, y no precisamente de los más modernos. Pero no nos adelantemos. Tras un breve colofón dedicado a sus andanzas madrileñas, los autores hablan de Carabanchel -no especifican cual de los dos- haciendo alusión a sus famosas fábricas de jabón y a su reciente conversión en lugar de veraneo -quién lo diría ahora- de las clases acomodadas de la capital. De allí, continúan explicando, seguirán la grande route -supongo que se refieren a la carretera, o el entonces todavía camino real de Andalucía- intentando -tâchons- llegar a Aranjuez, aunque acto seguido introducen el comentario acerca de Guadalajara y Alcalá que acabo de reproducir.



Curiosamente empiezan por Guadalajara, la más alejada de su ruta, de la que dan una somera descripción centrándose principalmente en la fábrica de paños fundada por Felipe V a principios del siglo XVIII y destruida en la Guerra de la Independencia, lo que demuestra bien a las claras que los viajeros no sólo no llegaron a poner el pie en la ciudad vecina, sino que ni tan siquiera debieron molestarse en contrastar la verosimilitud de los datos que llevaron al libro. Citan brevemente al palacio del Infantado y, en un nuevo y no menos escandaloso anacronismo, describen al antiguo convento de franciscanos, exclaustrado en 1808 -recordemos que el libro fue publicado cuarenta años después-, como todavía posesión de los duques del Infantado, aunque al describir su panteón olvidan añadir que éste fue brutalmente saqueado por las tropas napoleónicas, que fueron quienes expulsaron a los monjes para establecer en el convento su cuartel general. Chauvinismo avant la lettre...

Una vez acabada la descripción de Guadalajara, el libro aborda la de Alcalá. Veamos primero el texto original en francés:


A cinq lieues de Madrid et sur la route de Guadalajara, séparée de cette dernière ville, est Alcalá, fabrique d’hommes d’esprit, entrepôt de science où tant de célébrités espagnoles ont puisé leur savoir, Alcalá, la rivale de Salamanque, la patrie de Cervantès, la ville des collèges, des églises et des couvents; si sombre, qu’on la dirait éternellement vêtue de deuil! On ne rencontre dans ses rues, sur ses places et dans ses environs que des hommes noirs, vieux, secs, refrognés, vêtus de houppelandes décrépites et de crasseux bonnets doctoraux; Alcalá est peuplée presque exclusivement de professeurs, de prêtres et d’étudiants, tous gens a soutane. Las casas de posadas y sont aussi nombreuses que les habitations. Alcalá de Henarés s’élève comme un caravansérail au milieu du désert de là à Madrid et même beaucoup avant d’y arriver, c’est un sol aride, où, excepté le blé et l’orge, la terre ne produit rien.

La ville est grande, les habitations sont assez nombreuses et assez commodes pour contenir de trente à trente-cinq mille âmes. Nous ne pensons pas qu’elle ait jamais pu s’enorgueillir d’en posséder plus de six à sept mille, encore en comptant environ cinq à six cents moines commodément installés dans dix-neuf couvents, deux ou trois cents religieuses enfermées dans huit monastères, et enfin un nombre de prêtres assez considérable pour desservir tout un département breton. Jadis la ville était bâtie sur un monticule peu élevé. Un archevêque l’a, dit-on, transplantée sur la rive droite de l’Hénarès, où elle se trouve depuis longtemps.

L’université d’Alcalá a été fondée par le cardinal Ximénès de Cisneros. De nombreux collèges et d’excellentes écoles donnent gratuitement à la jeunesse espagnole une éducation qui, pour être moins variée que celle qu’on reçoit en France, n’en est pas moins solide, ni moins profitable. Alcalá est le quartier latin de l’Espagne, moins les étudiantes, moins la Grande-Chaumière et la Chartreuse, moins toute cette bande d’usuriers qui peuplent les ruelles qui aboutissent aux rues Saint-Jacques et de la Harpe; moins cette population de jeunes gens dont le cœur est mort avant que leur corps ail acquis tout son développement; moins, enfin, ces empoisonneurs pompeusement décorés du nom de restaurateurs...


Y ahora, su traducción al español:


A cinco leguas de Madrid y en el camino a Guadalajara, separada de esta última ciudad, se encuentra Alcalá, fábrica de hombres de espíritu, un almacén de ciencia donde tantas celebridades españolas han alcanzado sus conocimientos. Alcalá, la rival de Salamanca, la patria de Cervantes, la ciudad de los colegios, las iglesias y los conventos. ¡Tan sombría que semeja vestir eternamente de luto! No se encuentran en sus calles, en sus plazas y en sus alrededores sino hombres negros, viejos, secos, ceñudos, ataviados con hopalandas decrépitas y sucios birretes. Alcalá está poblada casi exclusivamente por profesores, sacerdotes y estudiantes, todos ellos gente de sotana. Hay tantas posadas como viviendas. Alcalá de Henares se yergue como un caravasar en medio del desierto desde allí hasta Madrid, e incluso antes de llegar a ella el terreno es árido y, salvo el trigo y la cebada, la tierra no produce nada.

La ciudad es grande, las viviendas son numerosas y lo suficientemente cómodas para albergar de treinta a treinta y cinco mil almas. No creemos que haya podido jactarse jamás de alcanzar más de seis o siete mil incluyendo entre quinientos o seiscientos monjes cómodamente instalados en diecinueve conventos, dos o trescientas monjas recluidas en ocho monasterios y, finalmente, una cantidad de sacerdotes suficiente para cubrir las necesidades de todo un departamento bretón. Antiguamente la ciudad se alzaba sobre un montículo poco elevado. Se dice que un arzobispo la trasplantó a la orilla derecha del Henares, donde se encuentra desde hace mucho tiempo.

La Universidad de Alcalá fue fundada por el cardenal Jiménez de Cisneros. Muchas universidades y escuelas excelentes ofrecen a los jóvenes españoles una educación gratuita que, no por ser menos variada que la que se recibe en Francia, es menos sólida ni menos rentable. Alcalá es el Barrio Latino de España excepto en los estudiantes, la Grande Chaumière y la Cartuja y toda esta banda de usureros que pululan por las callejas que conducen a las calles de Saint-Jacques y de la Harpe; excepto en estos jóvenes cuyos corazones han muerto antes de que sus cuerpos hayan culminado su desarrollo; excepto, por último, en estos envenenadores pomposamente revestidos con el nombre de restauradores...


Eso es todo. A continuación pasan a describir con todo lujo de detalles -no especifican si en Alcalá o donde- el empeño de un bulero en venderles alguna bula a cambio de las correspondientes indulgencias, ya entonces un anacronismo -aunque todavía no en España- que sorprendía mucho, y con razón, a los visitantes foráneos. Curiosamente el texto dedicado a Alcalá resulta ser mucho más corto que el que los autores utilizan para describir con todo lujo de detalles lo que eran las bulas, para qué servían y cuánto costaban según el tipo de cada una y la región de España en la que se viviera, sirviéndonos esto último para demostrar que los agravios económicos, presuntos o reales, entre los diferentes territorios de nuestro país no son cosa de ahora, ya que según las cantidades reseñadas en el libro morir limpio de pecado -previo pago, se entiende- costaba en Cataluña, a mediados del siglo XIX, tan sólo las dos terceras partes de la tarifa castellana. Eso sí, al menos reproducen en un grabado al bulero intentando endosar su mercancía a un grupo de personajes ataviados con los tradicionales trajes escolares de nuestra Universidad... en el Siglo de Oro.



Por si fuera poco, los anacronismos en los que incurren al hablar de Alcalá no son de menor calibre que los vertidos sobre la vecina Guadalajara. Tras comenzar con una sonrojante retahíla de términos elogiosos -fábrica de hombres de espíritu, almacén de ciencia,rival de Salamanca, patria de Cervantes, ciudad de los colegios, las iglesias y los conventos- presumiblemente copiados de algún otro texto, los autores pasan sin solución de continuidad a tildarla de ser tan sombría que semeja vestir eternamente de luto, lo cual en aquella época era bastante cierto tras la supresión de la Universidad y la exclaustración de la mayor parte de los conventos.

Sin embargo, y en contra de lo que pudiera pensarse, no iban por ahí los tiros, ya que la Alcalá que describen Cuendias y Féréal es la anterior a estos reveses históricos e incluso a los desmanes de las tropas napoleónicas que silencian de forma tan ladina. Huelga decir que en 1848 ya no había ni Universidad -el decreto de cierre fue publicado con fecha 29 de octubre de 1836, y los últimos colegios menores, una mera sombra del pasado, se extinguieron definitivamente en 1842- ni conventos, salvo los de clausura femeninos y el masculino de los filipenses, suprimidos por la desamortización de Mendizábal entre 1835 y 1836. Esto sin contar con que los quinientos o seiscientos monjes cómodamente instalados en diecinueve conventos, dos o trescientas monjas recluidas en ocho monasterios y una cantidad de sacerdotes suficiente para cubrir las necesidades de todo un departamento bretón son unas cifras exageradas incluso antes de estos avatares.

Se hace alusión acto seguido a un hecho histórico verdadero, aunque al ser descrito de forma incompleta acaba distorsionado por completo. Ciertamente el castillo árabe se alzaba sobre un pequeño montículo al otro lado del río y la ciudad medieval se asentó tras la reconquista en su ubicación actual, pero nada se dice ni de la Complutum romana ni de la visigoda del Campo Laudable, embrión esta última del Burgo de Santiuste primero y de la moderna Alcalá después.

El último párrafo está dedicado a la Universidad, cuya fundación -algo es algo- se citan correctamente, pero ni se extienden en las más mínimas explicaciones -qué menos que describir cuanto menos la fachada- ni se hace de nuevo la más mínima alusión a algo tan trascendental como que en la fecha del viaje ésta ya no existía. La parte final del párrafo es todavía más sorprendente, ya que tras afirmarse que Alcalá es el Barrio Latino de España -es en este popular barrio parisino donde se encuentra asentada la Universidad de la Sorbona-, los autores resaltan como carencias alcalaínas, en comparación con el Barrio Latino, los estudiantes -¿se habrían enterado ya de que éstos habían desaparecido?-, la Grande Chaumière -un salón de baile, al parecer famoso entonces-, la Cartuja -destruida durante la Revolución Francesa-, los usureros -las calles de Saint-Jacques y de la Harpe son dos de los principales ejes viarios del Barrio Latino-, los jóvenes de corazones muertos (?) y los envenenadores pomposamente revestidos con el nombre de restauradores , deduciendo por el contexto que debe referirse a los dueños de restaurantes baratos.

He de reconocer que no entiendo demasiado lo que Cuendias y Féreál pretendían decir, pero supongo que tan cáusticos comentarios irían dirigidos no a nuestros paisanos sino a los propios parisinos, cabiendo suponer que ellos sí se dieran por enterados de las pullas. En cualquier caso la descripción de Alcalá que se hace en el libro no pasa de ser anecdótica y poco o nada es lo que aporta a las descripciones de la época, aunque no por ello deja de tener interés conocerla siquiera sea por mera curiosidad.




1 Roca Barea, María Elvira. Imperiofobia y leyenda negra. Editorial Siruela. Madrid, 2016.


Publicado el 8-3-2018