Los Santos Niños en Santos españoles





Portada del libro Santos españoles



Dentro del conjunto de los santorales, una modalidad de lo que antaño se denominara literatura piadosa, sumamente popular hasta principios del siglo XX en Europa y hasta bastante después en nuestro país por razones obvias, se encuentran los libros dirigidos a un lector infantil, con los cuales, a través de un lenguaje simplificado, se pretendía transmitirles lo que entendían sus autores como ejemplos edificantes -incluyendo los de los mártires- y merecedores de ser emulados; casi nada.

Y aunque los santos elegidos solían ser diversos, en esta ocasión españoles en su totalidad -entiéndase como tales a los nacidos en el territorio de la actual España- tal como proclama el título, era normal que los autores fijaran especialmente su atención en los santos infantiles, por lo cual no resulta nada excepcional encontrar entre ellos a los patronos complutenses.

El libro está firmado por Manuel del Jesús y Andrés Ramiro, y fue publicado por la editorial Magisterio Español. Aunque por ser anterior a 1958, año de creación del Depósito Legal, no figura en él el año de edición, el Nihil obstat de la censura eclesiástica está firmado el 20 de octubre de 1939, por lo que cabe suponer que fuera en ese mismo año, recién terminada la Guerra Civil cuando salió a la venta la primera edición.

Sus ediciones fueron numerosas, por lo que cabe pensar que el libro debió de tener una notable acogida en la depauperada España de la posguerra franquista. La del libro que he manejado fue ya la duodécima, y según el catálogo de la Biblioteca Nacional todavía hubo al menos hasta una edición más, la décimo tercera, en 1939, mientras aparece registrada también una décimo quinta en 1955; no sería ésta la última, ya que hubo al menos otra más en 1958. Como anécdota, cabe reseñar que el libro lleva, a modo de subtítulo, la divisa Forjadores del imperio, muy propia del momento en el que fue escrito, por más que resulte realmente difícil de encajar en las vidas de unos santos que, en su inmensa mayoría, no mostraron el menor espíritu imperial, e incluso muchos de ellos vivieron mucho antes de que existiera España como tal.

En cuanto a los autores, para mí unos completos desconocidos, poco es lo que puedo reseñar de ellos: Manuel del Jesús Moreno aparece en el citado catálogo de la Biblioteca Nacional como autor, además de este libro, del titulado Leyendas de Antaño, publicado en 1942 también en Magisterio Español, mientras Andrés Ramiro Aparicio publicó en 1962, en Gráficas Ugina, un Diccionario abreviado de latín para grado elemental. No he podido averiguar el nombre del autor de las ilustraciones, que aparecen firmadas con un anagrama formado con dos letras R entrelazadas.

La portada varió según las diferentes ediciones, en alguna de las cuales llegó a estar impresa en color. La que yo he manejado, la duodécima, reproduce un dibujo en blanco y negro de san Isidoro de Sevilla claramente inspirado en el conocido cuadro de Murillo, aunque el anónimo dibujante lo colocó en el interior de un recargado escudo. Acompañan al texto una presentación del entonces obispo de Madrid-Alcalá Leopoldo Eijo y Garay, en el que el prelado resalta la importancia de poner a los santos como ejemplo, en especial a los niños, y un prólogo firmado por los autores que no puedo evitar la tentación de reproducir, ya que nos da una idea clara del ambiente en el que se gestó; recuerden, esto es importante, que fue escrito en 1939:


Digamos una vez mis que “el ejemplo es el mejor de los maestros”. Los niños que en la Escuela han de aprender a ser hombres de bien, mediante su formación moral, cultural y patriótica, necesitan tener a su alcance, más que teorías empíricas, que nada llevarían a sus inteligencias a medio abrir, ejemplos vivos de todas aquellas virtudes y perfecciones que deseamos infundir en su pequeña personalidad.

A este fin dedicamos el presente librito. Queremos ofrecer al conocimiento y consideración de los niños unas cuantas estampas de algunos santos españoles, puesto nuestro afán en contribuir, con unas lecturas que hemos querido hacer amenas y útiles, a la orientación que la nueva España tiende a dar a la educación de la niñez y juventud.

Entendemos, en efecto, que nada más adecuado que familiarizar a los niños con los ejemplos que dieron aquellos eximios españoles, que, al ser cúmulo de virtudes cristianas en grado heroico, no pudieron menos de ser excelentes patriotas, como hijos, los mejores, de una Patria cristiana, de una Patria de héroes, de una Patria de soldados, de una Patria, en fin, de sabios, de poetas y de místicos.

España, con sus destinos imperiales, por ser madre de emprendedores a idealistas, dio hijos que reúnen en sí todas esas virtudes propias de una raza que llegó a admirar al mundo, logrando realizar aquellas magníficas hazañas que hicieron de nuestra Patria la nación más respetada, por su poderío y gloria, en aquellos felices siglos de nuestra grandeza, que hoy va por el camino de un nuevo renacimiento.

Sabido es por demás que toda esa grandeza la alcanzó España en sus mejores tiempos de idealismo religioso, cuando, después de una cruzada de casi ocho siglos, en defensa de la Cruz, cada hogar español era un templo en que se honraba a Dios y a su Santísima Madre, siendo la religión católica el principal aglutinante de aquellos valores excepcionales que trajeron en consecuencia la unidad de la Patria, sobre la que se fundamentó la grandeza de su Imperio.

Y siendo el espíritu religioso el principal determinante de aquellas empresas heroicas, sin par, que fueron asombro de los tiempos y de los hombres, natural es y de justicia reconocer que los principales forjadores del Imperio español fueron los que más poseyeron y sintieron y practicaron ese espíritu y las virtudes que él crea; éstos son los que la Iglesia proclamó santos.

Los santos españoles, al honrar a España, por ser sus mejores hijos; a engrandecer a España, por ser los promotores decisivos del espíritu religioso de cada tiempo; al ganar para España el título de misionera, madre y civilizadora de pueblos y mundos, bien pueden llevar el nombre de forjadores del Imperio.

Al dar a conocer a los niños de España las glorias, héroes, valores y símbolos de nuestro Imperio espiritual y eterno, hemos querido también que conozcan algunos de los muchos y grandes santos que a la Iglesia dio España, en compensación al mucho bien que de la Iglesia recibiera, siendo por su influencia la nación que forjó el Imperio que, por espiritual, se basó en el amor, la civilización y la justicia, haciéndolo imperecedero.


Casi nada. En fin, centrémonos en lo que más nos interesa, el relato que se hace en el libro de la vida y el martirio de los Santos Niños. Como cabía esperar el texto es breve -no llega a las tres páginas del libro- y corresponde al ejemplo elegido por los autores para el siglo IV. Escrito en términos extremadamente sencillos, introduce algunos anacronismos bastante evidentes, tales como llamar a Alcalá por su nombre actual y no por el romano de Compluto o, todavía más llamativo, tildar de Gobernador de España al prefecto Daciano... aunque no creo que importara mucho a los autores el hecho de que España tardaría aún bastantes siglos en gestarse.



SIGLO IV

FLORES TEMPRANAS


6 de agosto.- Santos Justo y Pastor, mártires.


Por las calles de Alcalá de Henares, dos niños se encaminan a la escuela.

Se llaman Justo y Pástor; cuentan siete y nueve años de edad, respectivamente. Mientras andan, van hablando.

Oigámosles:

-Oye, Pástor: ¿Viste los soldados que llegaron ayer?

-Sí, y me gustaron mucho. ¡Qué bien marcan el paso! Pero me agradaron más aquellos pocos que venían a caballo.

-¿Y cuántos venían?

-Lo menos dos centurias.

-¿Para qué vienen ahora estos soldados a nuestro pueblo?

-Yo no sé; pero he oído decir a unos hombres, que estaban en los soportales de la calle, que estos soldados forman la comitiva del Gobernador de España, que viene a visitar nuestra ciudad.

-Entonces vendría también el Gobernador.

-Sí; ¿sabes cuál era? Aquel calvo, de cara avinagrada, que montaba el caballo tordo y llevaba un bastoncito corto en la mano.

-He oído decir que visitará la ciudad y pondrá bandos con las leyes que hay que cumplir y las cosas que hay que hacer.

Y así continuaron hasta desembocar en la plaza, donde se alzaba el palacio del Gobernador.

De una de las columnas de la puerta colgaba un tablero, en el que estaba fijo un pergamino escrito, diciendo:

“Todo ciudadano que no adore a los Divinos Emperadores, Maximiano y Diocleciano, será castigado como enemigo público del Estado.”

-Pero eso es un pecado; nos dicen papá y mamá que no se puede adorar más que a Dios.

-De ningún modo. Y, si tú quieres, vamos a decírselo al Gobernador.

Penetraron en el Palacio, hasta el Tribunal del terrible Gobernador, a quien se dirigieron:

-Venimos a decirte que nosotros hemos leído el bando que has mandado poner; pero somos cristianos y no adoraremos a los Emperadores.

-¡Desvergonzados! ¡Fuera de aquí, si no queréis que os escarmiente!

-Puedes hacer lo que quieras. Estamos dispuestos. Jesucristo nos dará fuerzas para sufrir tus castigos.

-¡Verdugos! Desnudadlos y dadles los azotes reglamentarios.

Se los llevan y con duros látigos los azotan bárbaramente. El dolor es terrible. Rezan y, sin un grito, sufren los dolores, animándose uno a otro a padecer por nuestro Señor.

Entra el verdugo, y dice:

-Ya están bien atormentados; siguen diciendo que son cristianos y jamás adorarán a nuestros Emperadores.

-Bien: sacadlos al campo, de noche, y degolladlos.

A la mañana siguiente, aparecieron degollados santos Justo y Pástor, mártires de Jesucristo, ejemplo de niños, que vale para muchos viejos.




Publicado el 30-11-2014